Bienvenidos a El Mundo según Cecilia

Ni en broma ni en serio sino que en ambas formas y gracias a la guìa de mi hija Elizabeth, aquì estoy dando a luz a mi cuarta intervenciòn en Internet, siendo mis anteriores websites www.cablenet.com.ni/historyarte , www.cablenet.com.ni/historia/histoper y www.cablenet.com.ni/rubendario .Soy Cecilia, historiadora y profesora de idiomas tan orgullosamente nicaraguense como nuestro rìo San Juan, tengo 48 años y 27 dìas al momento de comenzar este parto, y es un intento por saltarme la barrera de las censuras, derribar el muro de Berlìn de los convencionalismos gazmoños y evitar que mis aportes se vean entorpecidos por la mediocridad. Aquì encontrarèis mis artìculos sobre historia, mis relatos de terror que sacan tinta de la sangre de los campos de guerra de la Nicaragua violenta de los años80, mis pensamientos filosòficos y mi amor incondicional por los animales. Quizàs sea la màxima expresiòn del egocentrismo militante y el sadismo utilitario, pero os prometo que no estarèis indiferente a nada, que ya es algo en este mundo de tedio y aburrimiento. Pasad adelante y gozad, o a como dicen los "cops" en Estados Unidos: Relax and enjoy it!
Cecilia Ruiz de Ríos
31 de octubre de 2007,Managua


sábado, 29 de diciembre de 2007

màximas de hembra



Cenando con testosterona en salsa d` estrògeno

-Mientras màs inconsolable el viudo, màs verdugo fue en vida de su mujer.
-El problema con la palabra caballero es que si apenas le quitamos la e y la r vuelve a ser caballo.
-Las làgrimas del viudo son de remordimiento, las de la viuda o de alivio o de masoquismo.
-Ambos amor y masoquismo son la bùsqueda del dolor,por eso a menudo se confunden.
-El remordimiento por nuestras malas acciones nos llega con el paso del tiempo, cuando ya es platillo frìo y mosqueado y el hambre se ha ido.
-Los machos mediocres, cuando no logran superar a la mujer, prefieren matarla.
-El que mata a una mujer, por muy mediocre que èl sea, es quien le erige la estatua de su inmortalidad como diosa.
-Muchas veces las diosas somos manufacturadas por los machos màs despreciables con el cincel de la envidia.
-Mientras màs vil sea el macho que nos vilipendie, màs altura tendremos las mujeres.
-La maldición que nos eche una judìa no nos asusta por sì sola, sino porque quien la recibe sabe que la merece.
-No tuve hijo macho. No sè si fue bendiciòn o desacierto, pero mi sombra tiene el deber adicional de ser mi caballero medieval.
-De haber tenido un machito, hubiera sido semerendo hijo de puta porque soy una puta muy dura de roer.
-Porque la rosa màs linda es siempre la que cortamos de primero y codiciamos màs, me preocupa que mi hija no haya salido fea.
-Los hijos solo sirven para joder, pero esa jodarria es la que nos mantiene vivos a los progenitores.
-Los caprichos amorosos son los antojos de la lìbido.
-La cantidad de promesas que un hombre te haga es inversamente proporcional a su cumplimiento de las mismas.
-El dìa que entendamos los miriñaques y volteretas que dan las hormonas serà cuando dejemos de cometer tantos disparates.
-la mejor vacuna contra las dolencias que dan los hombres precisamente viene a travès de su mismo adminículo.
-Es la tragedia del mundo que todo cuanto nos de placer o alegrìa preñe,engorde o mate.
-El olvido es la contraseña incorporada invisiblemente en el ùltimo polvo que le echen a la hembra.
-Usted ni siquiera me provoca la dignidad irritante de una buena alergia, imagìnese lo inútil que serà.
-La misma lengua que servilmente te adula es un cuchillo de dos filos porque con ella misma te maldecirà su propietario apenas te vayas.
-Si dios existiera tendrìa en los juzgados un cerro de demandas contra aquellos que usan su nombre para dañar,matar y violar.
-Prefiero una buena bofetada pùblica que una guatusa azucarada en privado.
-Hay hombres tan enfermamente enamorados de sus menudencias que creen cualquier cosa que una hembra les diga de halagador sobre el resto de su cuerpo tambièn.
-Si de veras hubo un Yahvè que creò a Adàn y Eva, fue previsor. Sabiendo que la mujer reinarìa, le creò de antemano a su bufòn titular.Ya…ve!
-El macho es malagradecido por naturaleza y patàn por vocaciòn.

-No porque el gato te acepte un collar significa que es tuyo. El collar imaginario lo llevàs vos como su criado.
-No soy tu juez, pobre hombre. Si de veras lo fuera ya te hubiera sembrado y frito en la silla elèctrica.
-Decìa el joven que preferìa a las mujeres maduras porque de alguna forma, entre los 15 y los cincuenta lograron que les creciera un cerebro.
-Algunos machos buscan mujeres listas para poder compensar su falta de encèfalo.
-La estupidez es como la hemofilia, la mujer la transmite sin padecerla pero el hombre la acaba sufriendo.
-El mas macho de los hombres es el que vive con una feminista pero duerme seguro sabiendo que no amanecerà castrado.
-La ausencia es el mejor borrador de los tachones que deja la escogencia equivocada.
-Los hombres pusilánimes no matan realmente a una mujer extraordinaria, solo la remiten a la eternidad.
-Al imbècil macho le saliò el tiro por la culata, en lugar de eliminar a la hembra pensante la perennizò.





sábado, 15 de diciembre de 2007


LA LAGUNA EN MI OLVIDO

Para Pachacuti y Vespasiano, mis emperadores gatunos fallecidos en diciembre 2005

La idea de que vos vivís en una laguna dentro de mi cabeza, en la yema azul zafiro de un huevo imaginario cuya clara es turquesa intensa, me vino una noche después de haber soñado que el Valle de Ticomo se había vuelto a llenar hasta colmarse de unas aguas perfumadas, intensamente azules. Recuerdo haber sentido un asomo húmedo de miedo durante el sueño en sí, como si yo iba por una especie de cornisa de tierra muy roja como la sangre del remordimiento, y desde ella atisbaba con miedo a caerme a un intensamente azur ojo de agua redondeado, inquieto, aguas que se movían como en sentido de las manecillas de un reloj preciso. Las aguas estaban vivas, sentían, susurraban algo.


No sé por qué asumí que era el Valle de Ticomo-el cual me explicó en una ocasión Jaime Incer Barquero que hace tantas lunas había contenido agua y ahora solo era un fértil hoyo granjero-pero algo, no me preguntés qué, me dijo que era el valle de Ticomo. Ya despierta, de alguna manera compaginé el ojo de agua impresionante de mi sueño con el Ticomo que me sirvió de fondo para mi penúltima sesión fotográfica con Franco Peñalba, y la inquietud se apoderó de mí. Visto desde un helicóptero bélico en mi sueño, el enorme valle repleto de aguas no era solamente una inmensa alberca natural, sino el ojo único de algún dios extraviado, un ojo entre esmeralda y turquesa que se movía viendo angustiado a un cielo furioso.


Ahora viene la pregunta tuya, quizás espetada con exasperación desde tu enorme escritorio de caoba -perfecto talismán del depredador para un ecologista- y te recomiendo no tardés en soltarla:-Y qué tiene todo esto que ver conmigo si tengo siglos de no saber nada de ella?
Pues esto tiene todo y nada que ver. Ni siquiera con tus ojos, pues a veces ni siquiera se notan que son verdes, y me hacen pensar que te hubiera convenido más el haber nacido mujer pues de serlo, hubieras gastado fortunas en rimmel y sombras (de marca notable, porque cuando tenemos el ego frágil nada nos reafirma más que poder vanagloriarnos de Levi´s o Benetton o Lancome) para destacarlos y garantizarte en un 300 por ciento que todos los notáramos a un kilómetro de distancia.



Pero si hubieras nacido mujer, Oberon Selim, yo no te estuviera escribiendo este cuento absurdo. Algún siquiatra extraviado me diría que ese sueño fue un reclamo de mis sentidos a los cuales fallaste estruendosamente hace 21 años, un reproche de mi memoria porque en ella vivís pero no te recuerdo a diario, una amonestación de la conciencia que no debo tener. Por eso tomé el sueño como el eco de una premonición, y busqué montones de lagunas en Internet (donde también busqué referencias tuyas y solo una borrosa hallé pero mi ego se relamió viendo que en Google o Yahoo me dedican hasta 7 páginas a mí). Fijáte que hasta pedí unas postales de los baños de Pammukkale allá en Turquía para ver si había alguna coincidencia macabra, pero todo acabó con una visita a Ticomo y el desengavetamiento de las fotos que me tomó mi adorado Franco, el mejor fotógrafo de Nicaragua.


Si he tenido la osadía de revelar que sí existís en mi gigantesco disco duro viviente, qué hago ahora? Me regreso a Asese en el Cocibolca, donde inicialmente ibas con Josías tu alumno de ojos azules, cuando eras un sencillo maestro de gramática que soñaba con ser un segundo Rubén Darío o una versión pinolera de Guillermo de Aquitania? Te acordás que en aquel carro viejo índigo que parecía estufa rodante me llevaste a Asese una tarde de sábado y no tuve mejor tino que subirme arriba de unos viejos cañones españoles? Pero no quiero regresar a Asese, porque para mí ese puerto me trae no solo la música del adagietto de la 8va sinfonía de Gustavo Mahler, tan judío como yo, sino el olor a desodorante barato que Carlos Benjamín Castro Moraga me untó en el interior de mi recién reconstruida muñeca derecha para que no olvidara de mi promesa de enseñarle a hablar francés después de bajarme del yate Gustavo Orozco un atardecer de marzo del 1986. Por eso no regreso con vos a Asese, cuando miraste directo al sol rojizo que se despedía y mencionaste que algún día alguien iba a preguntarme si algunos de los poemas publicados por Oberon Selim Morazán Ortega eran dedicados a mí. He ahí el detalle, nunca publicaste nada, y ya entrás en la cincuentena sin una página a tu nombre porque este cuento que estoy redactando lo hago yo, yo, solamente yo de mi pluma fértil aunque vos seás el protagonista infeliz y frustrado y posiblemente alarmado por el qué dirán.

Qué disparate, dirás, una modelito endiosada a la que le sonrió la suerte, fue un puro ramalazo de suerte porque para vos-protomacho vos, Family Man sin ser tan trompudo como Nicolas Cage, y que tenés sueños eróticos con George S.Patton- todas las maniquíes somos huecas de la sesera y más putas que las gallinas.Cristo bañado en oro-porque ya no sos ateo-dirás, y ahora se atreve a mencionar tantas cosas que debieron haber quedado silentes, en la bolsa transparente de una laguna de olvido. Utiliza una inundación imaginaria del Valle de Ticomo, deja caer unos nombres prominentes y así se las arregla para sacarse la rabia de que confundí su traducción de poemas de Chrétien de Troyes y le dije, burro grosero de mí, que mantuviera sus pinitos amorosos lejos de la sospecha de cualquier cosa. Te estoy leyendo la mente, verdad? Tuve siempre ese arte, porque no te amaba con la locura inútil de Josías, quien lloró al graduarse del colegio de internos donde dabas clase, y vos le dijiste que “cada vez que tú lloras lo siento yo en el alma” sin decirle que ese verso no era tuyo, granuja zángano que ni siquiera hablás de tú, sino del inefable Salomón de la Selva? No, ni me agradabas, pero no quiero ser grosera-aunque de hecho sí sos granuja y por eso rodaste tan alto, a como dice el incomparable negro Guillén de Cuba- pero leo tu pensamiento, saboreo tu miedo como el Rottweiler que me quitaron, quien sabía hasta cuándo andaba yo con la menstruación y en esos días era más dócil conmigo...Fue por eso que todo salió mal, la visita a Diriamba durante la fiesta de San Sebastián cuando mi enorme traje blanco casi se ve manchado por mi regla adelantada-hasta mis feromonas te rechazaban! No ayudó tampoco mi observación de que los arbustos a la entrada de la humilde casa de tus padres en la colonia Centroamérica estaban resecos por falta de riego y cuido, la expresión de que una vez contentas las hormonas te sentías realizado (no cabía mejor la palabra enamorado, o ya le pertenecía a Josías, no lo dudo?), tu carcajada involuntariamente sádica al saber que me habían disparado en combate y que posiblemente quedaría desfigurada? Estaban amargas las leche burras donde Prío, o salió una lágrima magenta de un ojo de la estatua de Máximo Jerez, o es que León se volvió frío, y luego el crepúsculo en Puerto Cabezas de súbito se hizo translúcido como una perla martajada en leche?
El mundo es enano, Oberon Selim, preguntáselo a los hijos de Josías, quien ya tiene gemelos con el mismo color turquesa en los ojos como él, y por pura casualidad mientras reñíamos mi esposo y yo en el buró de atención-o atropello-al cliente sobre una factura alterada de energía, el duende detector de fantasmas que vive en mi averiada 4ta. Vértebra lumbar se despertó de su letargo y me dijo que mirara hacia allá, donde un hombre pálido de sonrisa triste y ojos luminosos me seguía con la vista. Josías, 21 años después de conocerlo a través tuyo, me tomó de las manos y me estampó dos besos en la mejilla, a usanza francesa. Josías, con el mismo anillo de oro de 12 quilates que le regalaste cuando se bachilleró, y el mismo aroma de tierna soledad en los sobacos. Pipe, andás el anillo siempre, le dije como si fuera cómplice de un complot y con un rubor encantador para un hombre casi cuarentón me confesó que ni el anillo ni Oberon Selim le salían, uno del dedo y el otro de la nostalgia. Tuve ganas de preguntarle, corazón, pero qué le viste si nunca sirvió para mucho? Pero me detuve, porque el amor es ciego aunque tenga ojos de agua o de horizonte prometido. Sería capaz de quitarme la vida en público por él aunque no me lo pidiera, me dijo Josías, y le pregunté si sería algo aparatoso como la muerte de Yukio Mishima con su amante Masakatsu Morita en 1970 a la hora de almuerzo un 25 de noviembre en Tokio. Al instante vislumbré la cama estrecha del internado en Granada, el olor a calcetines sucios y a sudor fresco, el libro de Rubén Darío que leían antes de desbaratar fronteras y las miradas entre tus ojos entreverdes y los de él de un azul tan radiante que parecían zafiros una vez que vos te ibas de vuelta para tu habitación y él se quedaba feliz pero solo borrando las huellas del encuentro furtivo. Ese hombre tiene cara de lontananza, me dijo mi marido cuando salimos con el problema resuelto casi de milagro.
Yo me pregunté si todos los problemas se resolvían.
Quizás casi todos los aprietos se aflojaban, ya que mi entrada a la cuarentena me había traído patas de gallo, tres canas, una rebanada dulce de diabetes y el adiós a los comerciales de prensa escrita, pero la vida me había compensado con el éxito literario y el haber alcanzado un status similar al del Castillo de la Inmaculada Concepción, aunque por supuesto menos mohosa, a nivel internacional. Una matriarca de mi posición podía darse el lujo de disfrazar disparatados rencores, pastorearlos con elegancia y tener casi garantizada su publicación.
Fue cuando unas semanas después soñé con la inundación del Valle de Ticomo.

Yo hubiera querido resolver mi fijación con las lagunas con algo epistolario, como el recurso magistral de Pierre Choderlos de Laclos en Las Relaciones Peligrosas. Quizás en la cuarentena eso aún no esté a mi alcance. Quiero madurar bien como el buen vino, o sea el vino francés, porque los otros son vinagres. Mirá cuánto guevo le hiciste para querer ser poeta, y solo una hernia de frustración pudiste producir, dándote cuenta que la métrica y el ritmo, la rima y el alejandrino no se transmiten en la cama como el SIDA o el herpes? A tus cincuenta y pico que negás después de que te hicieron una ritidectomía que te dejó estirados los ojos como de koreano, seguís siendo vinagre, Oberon Selim? O seguís siendo el intoxicante Sabra israelí para los sentidos de Josías, quien dice que una vez quiso verte y le cerraron el paso? No quiero agobiarte con preguntas, ni que me tengás miedo. La que ahora tiene miedo soy yo.
Josías hace poco murió de un infarto súbito, y dicen sus hijos que al caer al piso en las garras del dolor te llamó. Apesadumbrada, quise ir a conocer el Valle de Ticomo, y me fui con un discípulo de confianza a recorrerlo, y no había trazos de la inundación que soñé, nada de la humedad refrescante de un embriagador ojo de agua. Las lagunas estaban solo en mi mente, y en esas aguas de olvido vivís aún vos. Todo hubiera quedado así sin más si no hubiera sido que cuando nos detuvimos a cambiar una llanta ponchada del jeep, a la polvosa orilla del camino, estaba tu cédula de identidad, con un hoyito en la esquina, enganchada en un llavero con una piedra redonda, como un ojo-guijarro del mismo color del agua de mis sueños. Al voltear el llavero, tenía sangre fresca. Lo solté como si hubiera tomado la cola del diablo que me consta que no existe. Mi pupilo la tomó en sus manos al ver que yo sudaba copiosamente, como tapa de olla de nacatamales.
No pude tocar nuevamente tu documento ni el llavero. Era como que el destino me lanzaba una carnada, y no iba a morderla. Ni hecha cucaracha buscaría cómo verte, y eso que no creo en dioses a los cuales temer, ni kismet de los árabes ni el ridículo sentido de karma del que chischilean algunos fanáticos mientras se ponen cobijas azafranes y aunque dicen que su dios es de amor llaman comeperros a los que no son de su secta. A como decía Ho Chi Mihn, yo creo que ya tengo el derecho de vivir en paz bien conquistado.

Si deseás recuperar tu documento y tu llavero, es con mi pupilo. Yo solo te mandaré un correo electrónico con el teléfono de mi alumno para que busqués lo que perdiste. Pero no reclamés nada más ni le hagás preguntas. Recordá que vivís en una laguna de mi olvido y este relato es para realizarme un exorcismo liviano, y que el Valle de Ticomo en realidad no se inunde, ni siquiera con tus ojos ni con la sangre de todos aquellos a los que nos has hecho –o intentado hacer-tanto daño.


24 de diciembre de 2005
Cecilia Ruiz de Ríos

lunes, 10 de diciembre de 2007

la mas indomable bas-kadin


La Suegricida más encantadora del Mundo:TURHAN
* Cecilia Ruiz de Ríos
Khadija Turhan Hadice, reina otomana que se despachó al otro mundo a su suegra Kosem.
Tras haber publicado en septiembre pasado la biografía de la hermosa reina otomana Kosem, quien fue eliminada por su propia nuera, muchos machos de la especie me han enviado e mails solicitando que hable de la suegricida en sí, quien no es nada menos que la encantadora e intrigante Turhan cuyo nombre lleva una de mis gatas.
Khadija Turhan Hadice, ya que ese era su nombre completo, nació en Rusia a finales de noviembre de 1627, siendo hija bastarda de un noble provinciano y una sirvienta de la granja del aristócrata. Criada en la pobreza por su abuela materna, se cree que su madre la abandonó para irse a Moscú, pero desde niña Turhan ya tenía un carisma especial, un cabello castaño rojizo precioso y unos ojos ámbar hipnóticos. Siendo adolescente, fue capturada por unos mercaderes, quienes la llevaron a Constantinopla (cabecera del imperio otomano) y ahí un diplomático la compró para obsequiarla al sultán para su harén. Sabiendo ya bordar bastante bien y siendo buena tañedora de la balalaika, sus talentos fueron aprovechados en el harén y fue escogida para ser entrenada en idiomas, cocina, danza, historia y artes amatorias. Los eunucos que la alfabetizaron se maravillaban ante su natural inteligencia.
Bajo el sistema otomano, las mujeres podían conseguir cuotas de poder a través de la cama del sultán de turno. Obviamente, el puesto más alto al que escalaba una hembra de la especie en la corte era cuando era nombrada sultan valideh, o madre del sultán de turno. La valideh era la reina titular, y su poder era tal que a veces ni el mismo sultán se atrevía a contradecirla. Las kadins eran las esposas del sultán, siendo la bas-kadin la de más poder por ser la madre del heredero al trono. Los sultanes podían tener hasta 4 kadins, y las mujeres se convertían en kadins solo a través de parirle un hijo macho al monarca. Las mujeres que eran concubinas y le parían hijas eran apenas ikbals, y las que eran concubinas sin parirle hijos al sultán eran apenas gediklis.Esposas de hecho pero o de nombre, las kadins nunca pasaban por ceremonia formal de boda, siendo la única con esta distinción la legendaria Khurrem, quien fue segunda kadin pero primera en el corazón del memorable Solimán el Magnífico. Conociendo la historia de su compatriota(ya que Khurrem era rusa), la rusita Turhan se propuso llegar a ser tan o más poderosa que su recordada paisana.
La primera vez que Ibrahim El Desquiciado vio a Turhan, Cupido lo flechó con fuerza. El guapo sultán loco, quien amaba rodearse de joyas y pieles de animales, la pronunció "la tigresa más hechizante que he visto" y la consideró indispensable desde la primera noche que se la llevó al lecho en una cama cubierta de pieles de osos Kodiak. Turhan se bañaba en miel y luego se dedicaba a hacerse lamer enterita por el enloquecido Ibrahim, y entre tantos arrumacos, tuvo 4 hijos del sultán: Memhmet IV, Solimán II y Achmet II, además de una preciosa niña llamada Atike. Reza la leyenda que Ibrahim solía presenciar los partos de Turhan y que en dos ocasiones se comió la placenta que había nutrido a los bebés. En pelo en la deliciosa sopa perfecta de la vida de Turhan era su intrigante suegra Kosem, quien en su afán de dominar a su hijo no paraba de intrigar y andar de chismosa.
Kosem no quería compartir el poder con nadie, y Turhan cada vez se enviciaba más de la exquisita golosina que es el mando. Tampoco le gustaba compartir a su hombre con dos esposas más, por más que ella siguiera siendo la bas kadin. La cosa se puso peor cuando Ibrahim se infatuó de una enorme y elefantiásica armenia a quien llamó Sechir Para, o Cubo de Azúcar. Sechir Para se prestaba para todo tipo de aberrados juegos eróticos, la atracción que sentía el monarca por la armenia se basaba en que Sechir estaba demasiado bien dotada por la naturaleza "allá abajo" y el perverso Ibrahim se pasaba horas contemplando el andamiaje reproductor de Sechir mientras ella engullía cantidades navegables de golosinas para conservar su circumferencia. Sechir Para para colmo era chismosa, y cuando ella le susurró a Ibrahim que las 200 mujeres de su harén tenían demasiadas confianzas con los eunucos, Ibrahim en un arrebato de celos masivos hizo ahogar al harén entero. Turhan se capeó de cantar debajo del agua por puro milagro.
En 1648 Ibrahim, tras haber malgobernado y lograr ganarse el odio de todos, fue depuesto y ejecutado. Se armó el pandemonium en Constantinopla, hubo revueltas por doquier, los venecianos sitiaron por mar los Dardanelos, el gran visir fue ejecutado tres años luego de la muerte de Ibrahim y Turhan se agarró a las riendas del poder como regente de su hijo meor de edad Mehmet IV a como mejor pudo. Lo único que la separaba de ser "la mera mera mandurria" era que Kosem, su odiada suegra, seguía viva. Para aplacar al pueblo, hizo ejecutar a 30 ex servidores de Ibrahim, y devaluó la moneda.
Buscó apoyo en el sagaz político Ahmet Koprula, quien le contó el cuecho de que los genízaros(tropas élites que cuidaban al sultán) habían sido sobornados por Kosem para matarla a ella y al niño Mehmet IV. Iracunda, Turhan optó por poner abuen recuado a su suegra, y contando con el apoyo de sus incondicionales eunucos, hizo ejecutar a su vieja suegra en 1651. Koprula,tras la muerte de Kosem, cobró sus servicios a Turhan. La obligó a nombrarlo gran visir (una especie de primer ministro), la hizo prometer que no se metería en asuntos gubernamentales, la hizo ceder la regencia para que él fuera el regente mientras Mehmet IV terminaba de emplumar, y la hizo coger sus maletas y largarse con su corte a Erdine. Koprula en el gobierno echaría raíces a tal punto que sus descendientes fueron servidores de los próximos 4 sultanes durante 50 años.
Tras su exilio en Erdine, Turhan se vio asediada por un joven mercader veneciano de 22 años, Pietro Varelli, heredero de una cuantiosa fortuna. A pesar de ser mucho mayor que el veneciano, Turhan lo traía completamente loco. Reza la leyenda que el infatuado muchacho entraba por el balcón para pasar la noche con ella, y con el correr del tiempo logró casarse con Turhan. La bella suegricida moriría sin arrepentirse de haber ultimado a Kosem, y se dice que Turhan murió de un empacho de langostinos en febrero de 1683, dejando una hija que tuvo de Pietro Varelli, Vanozza, la cual llegó a ser una importante literata y filósofa.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Noche en la colina de San Carlos



KISMET
“esa piel era màs yo que mi propio cuerpo.”Juan Alejandro de Normandìa, Infatuación.

Salir de mì misma para encontrarme con mi kismet serìa lo màs difícil que harìa en esta vida, pero de alguna forma todo tuvo que ver con aquella tarde calurosa de 1986 en el departamento de Rìo San Juan, en Nicaragua, cuando el destino me presentarìa al hombre que me señalarìa cuàl serìa mi kismet en la vida, kismet a como dicen los turcos. Salir de mì misma no era a travès de la poca sangre que saliò a borbotones de mi columna, mojando la lodosa camisa verde olivo de corresponsal de guerra que andaba, ni el dolor que los tres charnelazos me propinaban como mordiscos cariñosos de un cachorrito juguetón. Tras ser vista por el sanitario de la unidad militar al pie de la loma en San Carlos, y con unas vendas sujetadas por un esparadrapo que se me andaba zafando merced a las correntadas de sudor que me bajaban por la espalda hacia el culo, creìa ser afortunada. No me iba a morir, por lo menos no de momento. Otros habìan quedado peor, mucho peor, y el gringo hediondo que andaba haciendo su reportaje para la cadena televisiva que le pagaba jugosamente estaba a salvo. Quizàs el abanico de charneles de la bomba antipersonal que pisò un recluta del servicio militar estaba para èl, para el rubio de sobacos cebollosos, pero yo me interpuse y agarrè terminaciòn. Heroica. A los 26 años uno tiene antojos de ser hèroe porque suena sexy en las novelas, pero la realidad es otra. Tras comer unos frijoles que parecìan perdigones, me fui a reclinar en el patio de las barracas donde estaban unos enormes sacos de arena formando una especie de barrera, porque no eran una genuina barricada.
Fue ahì que me encontrè a Rubendarìo Ramírez. A manera de saludo le preguntè que si estaba herido por què rayos estaba tendido ahì afuera y no en la rudimentaria enfermerìa. Me ripostò que estaba afuera por la misma razòn por la cual yo me negaba a estar tirada en una litera, que era màs posible salir màs enfermo del dispensario debido al desaseo y las moscas. Los ojos del joven eran del color del Rìo san Juan cuando estaba de buen humor. Me sentè a la par suya.
-Tres charneles en la espalda, camarada-dije, para romper el hielo.
-Dos tiros y varios charneles en el pecho, se supone que no me pueden tocar porque el tejido pulmonar es màs frágil que un velo de novia hecho de encaje. Me dijeron que no me moviera, que mañana me voy en un helicóptero para Managua y allà veràn si me rajan. Rubèndario Ramírez, para servirle,capitana.
-Eileen de Beaufort, aunque no creo que ni vos ni yo sirvamos para servirnos en nada ahorita mismo.-dije y me acomodè mejor contra los sacos de arena.
-Pero no me dijeron que cerrara el pico, y es màs, estoy convencido que si hablo constantemente, la sangre no se me saldrà por completo y podrè sobrevivir y llegar bien a Managua. Estoy seguro que si hablamos toda la noche, la calaca se me corre. Eso va a ser en lo que vos me vas a servir, capitana.
-Eili, no capitana. Eso no va en mi partida de nacimiento. Ajà, y vos en què me vas a servir?
-Tendràs el privilegio de hablar con un encantador muchacho del barrio Riguero, a quien su novia se le fue con un taxista casado para acabar de concubina preñada en un cuartito de miseria. Y ademàs, al no permitir que me desangre por hablar con vos, jamàs volveràs a tener los dolores que màs te abochornan aunque no veo por què de esa actitud.
-Què?-espetè y me sentè erecta con ganas de levantarme. Este carajo si que tenìa lo que los judìos llamamos chutzpah, un atrevimiento y agallas de campeonato. Me alargò una enorme mano cubierta de vellos rojos, una mano del legendario Pie Grande o sasquatch de Norteamérica.
-Sentàte bien y ponè atención. No es por pura casualidad que nos hemos encontrado. La vida tiene un enorme plan, un diseño, y uno solo lo sigue aunque no se de cuenta-dijo sonriendo.
Me reacomodè y lo mirè de frente. Era obvio que estaba haciendo todo lo posible por olvidarse que estaba muy adolorido y con gran riesgo de morirse a los 21 añitos que tenìa.
-Sobre vos corre si me muero, Eili, y es en serio. Si dejàs que me duerma pordiosito que me palmo. A cambio yo te voy a hacer una mujer sin dolor, incluso cuando paras lo haràs sin dolor. Pero sacàme de este riesgo de morirme a mì. Hablàme, hablemos. De lo que sea. Ese es el antídoto para mi veneno de muerte, y el elìxir para que tu sagrada sangre menstrual jamàs te juegue màs malas pasadas.
La soberbia me saliò flotando por los poros momentáneamente.-Sos bastante atrevido, no sabès que te podrìan echar preso por hablarme asì. Yo no te conozco.-dije y me levantè bruscamente, sintiendo fuertes pinchazos en la espalda y preguntàndome si todo el lìquido que sentìa correr espalda abajo era solamente el sudor debido al intenso calor, o sangre de mis heridas.
-Me atrevo porque sè que no diràs nada. Es parte del gran plan. Dejàte de mates y sentàte.-riò y me tirò de la mano hasta casi caer sobre èl.
-Ya, me sentarè, cuidado te caigo y te termino de joder la herida. Por què yo?
-Esa pregunta no me la hagàs a mì.-dijo quitàndose una venda de la mano izquierda.
Y asì comenzò la larguìsima conversación en la cual me dijo que era el hijo mayor de sus padres, que tenìa 4 gatos de angora que me iba a presentar apenas saliera de este percance, y que estaba seguro que estaba destinado a ser el macho con el cual me quedarìa yo porque ìbamos a tener 4 hijos juntos. Apenas pude suprimir una risotada, ya que habìa decidido nunca casarme, incluso estando ya comprometida con anillo y todo, y jamàs se me hubiera ocurrido tener un espurio manufacturado en amores de conejo asustado detrás de una puerta, pero preferì no decirle nada de eso. Va y le provocaba un ataque de tos y el chavalo acababa echando los pulmones encima de mì como maldición hecha lluvia orgànica. Anocheciò y nosotros seguíamos hablando como gallinas viejas en un gallinero tibio, sin notar que estàbamos a la intemperie y obviando la posibilidad de que nos cayera un chaparròn encima ya que el cielo estaba algo nublado .A la hora de la cena, uno de los chavalos del equipo de càmara que andaba con nosotros llegò a dejarme una pana enorme con sopa de frijoles y una cantimplora llena de agua que sospecho tenìa como suplementos proteìnicos una familia entera de guarasapos(sì, ya sè que se dice gusarapos, pero soy nicaragüense y hablo escaliche, no español). Logrè que mi nuevo amigo tomara unos pocos sorbos de sopa y otros de agua, aunque manifestaba no tener apetito. Con ayuda de uno de los de mi equipo logrò ir al excusado y regresò con cara de alivio. Dado que el piso estaba lleno de sangre, lo movimos hacia el otro lado de los sacos de arena tras haber puesto una frazada en el suelo , y otra doblada contra los sacos para que fuese a manera de almohada. Mi asistente me trajo otras cuantas frazadas para improvisar comodidad para mì al lado de mi nuevo amigo.
Por la cantidad de sangre seca que habìa en su camisa deduje que las heridas debìan de ser respetables. Pero podìa caminar, y comer moderadamente. No habìa evidencia que siguiera sangrando.Seguimos conversando interminablemente. Me prometiò que mis dolores menstruales, los cuales he padecido desde mi menarquìa a los once años en un domingo de Ramos, cesarìan apenas èl se curase de sus heridas. Còmo rayos sabìa que me revolvìa de dolor en la cama cuando tenìa la regla?
No sè si sonaba a hechicerìa o què, pero yo seguìa incrèdula. Cuàntos le habìan dicho cosas parecidas a mis padres, incluso que con el primer bebè se me quitarìan los calambres del todo? Eso del primer bebè resultaba incluso un remedio bastante caro. Adquirir una responsabilidad de màs de 21 años de manutención y toda la vida de preocupación a cambio de no tener màs còlicos? Como que no salìa la cuenta,sobre todo si tomabas en cuenta que para hacer a ese hijo tendrìa que estar casada, y eso significaba tener que aguantar ademàs a alguien que a lo mejor no tenìa nada en comùn conmigo excepto el hijo engendrado entre ambos. Y si el padre del hijo para colmo le sudaban los pies, ventoseaba ya acostado y preferìa escuchar a los Tigres del Norte en lugar del Concierto Emperador de Beethoven? Porque uno de novio la daba con dulce, y luego sacaba las uñas tras la boda. Miràme a Chucito, mi Jesús que no era mìo sino de toda la que lo mirara con ojos de almíbar, destinado a casarse conmigo en noviembre de ese año porque me convenìa y me harìa bebès fotogènicos como de calendario de Gerber, y Chucito estaba frondo y fresco allà en el estado mayor general del ejèrcito en Managua, combatiente de escritorio, y yo la estaba agarrando del cuello, con la espalda en sangre y el culo inundado de mi propio sudor, bailando sin moverme de unos sacos de arena con un loco herido de ojos cristalinos que decìa que me iba a quitar los dolores de una sola vez si se salvaba de la sanata tras quedar pasconeado. No era para morirse de la risa? Pero me estaba sucediendo a mì. Y còmo me estaba sucediendo. No sè si serìa el miedo apenas sepultado bajo la piel sudada, pero la sangre seca en la camisa de Rubendarìo Ramírez no olìa a cobre, sino a incienso. Del mismo que le echan a los altares de la virgen para la griterìa.
No sè què me impulsò a hablarle de mis miedos, sustos que ni mi madre conocìa o mi padre hubiese sospechado que sentìa su leoncito bravo que ya llevaba varias heridas de guerra. Primero desfilò el perchero, el que estaba a la salida del àtico, por el balcòn siniestro por el que solìa ver el cielo enojado de tormenta de julio. El perchero que se agitaba con el viento y que una tarde, después de mi siesta infantil, a los tres años de edad, hizo que el corazòn se me congelara en el pecho mientras intentaba bajar aprisa hacia el primer piso de la casa de mi abuela en el viejo barrio de San Antonio en la Managua pre-terremoto 1972. El viento habìa agitado al perchero y me cayò encima, y un capote negro se me apretò alrededor del cuello, y cuando rodè escaleras abajo y mi abuela me recogiò del piso, tenìa una enorme marca de mano roja alrededor del pescuezo y una sensación de ardor en la zona. Me habìan llevado al mèdico, quien habìa rezongado sobre quièn era el grosero de mis tìos que me habìa lastimado tanto. Hasta la vez no tenìa explicación para ese incidente, a como no habìa tampoco para el cenicero sincero.
El cenicero sincero era un cenicero donde una de mis tìas depositaba las clandestinas colillas de su cigarrillos prohibidos, y era feo de remate como el vicio del tabaquismo. Era redondo y tubular, hecho de metal que ya se estaba ensarrando, y en la parte superior tenìa una abertura doble. Apoyando una manigueta, se depositaba la ceniza en el cenicero, el cual parecìa siempre estar acechando, hambriento, anhelante. Al apoyar la manigueta, el cenicero tragaba gustoso, goloso, desesperado, y era posible pincharse un dedo si uno no tenìa cuidado.El cenicero sincero estaba a la par del telèfono negro, contiguo a un maquìn verde, en el comedor, casi al pie de las escaleras que iban al segundo piso de la enorme mansión de mi abuela. Yo estaba segura que el cenicero era malèvolo, y sincero en su odio hacia nosotros los que no fumàbamos. Estaba segura que se meneaba solo, cuando nadie lo veìa., buscaba què comerse, fuera lo que fuera, no solo le gustaba la ceniza, sino tambièn la carne humana aunque fuera la de alguien que no probaba tabaco. Incluso quizàs era posible que prefiriera la carne pura de alguien que no estuviera contaminado del vicio, como yo.
Una tarde no quise ir de tiendas con mi madre y mi abuela, y dado que estaba Miriam, la aplanchadora, en plena faena acabando con 2 tareas de plancha, me quedè sin salir. Yo tenìa unos 4 años de edad, y ya tenìa de compañera inseparable a mi gata Abisinia con angora Buñuelo. Contiguo al comedor habìa un enorme baño con tina azulada, y un gigantesco lavamanos blanco. Yo preferìa, desde mi incidente con el perchero, no ir a hacer mis necesidades al segundo piso si no habìa nadie ahì, y el baño entre la cocina y el comedor me servìa de perlas. Fue cuestión de meterme al inodoro a evacuar el vientre cuando oì el embolismo. Era un sonido metàlico fuerte, agitado, y los maullidos furiosos de mi gata Buñuelo, quien parecìa estar trenzada en una lucha con el diablo. A como pude terminè de hacer lo que estaba haciendo, me limpiè y aùn ponièndome de vuelta las bombachas pude apreciar a mi gata siendo seguida por toda la sala por el cenicero sincero, que parecìa haber cobrado vida para seguirla. La asustada animala se subiò arriba de las cortinas de seda de la sala como ùnica escapatoria ante el ataque del objeto, el cual al aparecer yo se detuvo debajo de las cortinas. Estaba murièndome de miedo que me siguiera el artefacto. Armàndome de valor y de una escoba que la criada habìa dejado por la mesa del comedor, me aproximè al cenicero. Irradiaba calor, como si estuviera semifundido, un olor a cacho quemado. No dudè y levantè la escoba , descargando una sinfonìa de golpes sobre el cenicero hasta que Miriam, la aplanchadora, llegò a quitàrmelo, regañàndome por ser tan traviesa y destructora. El pobre chunche quedò todo chopeado, con grandes abolladuras, y Miriam se lo llevò a su lugar habitual. , mascullando muy enojada que le iba a decir a mi papa que no me mimara tanto porque era una niña mala, jodiendo los chunches caros de la abuela. Eso te pasa por salirte de la piel, dejàs un hoyo adentro y el diablo se te mete ahì, me dijo Miriam, quien era muy supersticiosa.
Què quiso decir? Veìa yo cosas que otros no apreciaban porque habìa un resquicio entre la piel y el alma? Tenìa yo alma? Mi ateo padre decìa que el alma era otro fraude de las iglesias. Buen negocio pagar por la salvaciòn de algo que no tenès, clase de estafa, reìa. Pero aùn sin alma, me percataba de tantas cosas! Me daba la impresión que tenìa unos ojos invisibles el cenicero, y desde ellos me miraba con reproche. Buñuelo logrò bajarse de las cortinas hacia mi regazo, y fue cuando me percatè que le faltaban unos mechones del fin de su espeso rabo. Buñuelo jamàs se volverìa a acercarse al cenicero mientras èste existiò, y cuando un trozo de escombro lo aplanò completamente durante el terremoto de 1972, yo ya era adolescente y me acerquè a verlo. Aùn habìa un mechòn rojo de cabello rizado de Buñuelo, quien seguìa viva y habìa tenido la prudencia de jamàs volverse a echar cerca de èl.
Cada relato de pavores inconfesables que yo le contaba a Rubendarìo Ramírez, èl aprovechaba para tratar de convencerme que era el kismet, el destino, quien me habìa hecho la persona señalada para èl, que esos incidentes ya los conocìa que habìan sucedido, pero que no habìa jamàs visto a la protagonista hasta hoy. Me decìa que ya me conocìa sin haberme visto, y que habìa sido solo una cuestión de tiempo para que kismet juntara a las dos mitades que debìamos ser de un todo. Lo decìa con tanta convicción, con aquel brillo febril en sus ojos claros que brillaban como linternas o cocuyos en la noche que ya caìa.
Dejè de sudar y comencè a sentir frìo. O escalofrìos? Esto no podìa estarme sucediendo a mì, que era el summum de la practicalidad y sensatez. Fue cuando tuve que recurrir a mi carta de triunfo, al as debajo de la manga, al conejo que brotaba del sombrero del mago cuando menos esperabas. Fue cuando le narrè lo del tocadisco de la sala de mi abuela.
Este tocadisco era viejo, anterior a los que traìan radio incorporado en la consola. Era solo el tocadisco donde mi madre me ponìa a girar los longplays repletitos de Vivaldi, Praetorius, Mozart, Beethoven, Verdi y Dvòrak, sin olvidar a Tchaikosvky y por supuesto al orgullo francès de Debussy. Para aquietarme a mì y a mi dìscola Buñuelo, mi mamà o mi abuela solìan poner cuanto disco aguantara el tocadisco, para que no hubiera interrupción al hechizo que la mùsica clàsica ejercìa sobre mi siquis, logrando que me enrollara en una silla junto a la gata, y comenzara a echar baldes de baba fascinada por la mùsica. Pero no me cansè de enfatizarle al joven que no tenìa radio para oir las noticias. El 22 de noviembre de 1963 el presidente gringo John F.Kennedy cayò abatido a tiros en Dallas mientras se mostraba como pavorreal con su elegantìsima esposa en un descapotable, y el mundo llorò. Porque yo llorè tambièn la muerte de semejante estadista tan encantador, aunque no haya sido màs que una niña. Y casi todos lloran del susto cuando de repente, tras haber terminado de escuchar yo Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, el tocadisco comenzò a emitir unos ruidos como de estàtica, y luego oìmos claritos una transmisión de una radio estadounidense dando todos los detalles del juramento tomado por Lyndon B. Johnson a bordo del Air Force One, siendo ya el sustituto de Kennedy, mientras la pobre y glamorosa Jackeline aùn deambulaba como cùcala desarbolada en su traje Chanel rosa pringado de la sangre de su marido al haber caìdo impactado con un tuco de tapa menos sobre los sesos. Todos habìamos escuchado con embeleso la transmisión en inglès y no fue hasta que sonò el himno de los Estados Unidos que nos dimos cuenta que era el tocadisco de donde salìa la transmisión y no del televisor en blanco y negro que estaba apagado. Señores, la tele estaba apagada y el tocadiscos no tenìa radio, agarren ese trompo en la uña,
Explìquen eso y con lògica, nada que histeria colectiva o impresión en grupo, nada que ver, y yo aùn no habìa entrado al colegio donde aprendì inglès, y mi abuela lo hablaba medio cancaneado, y todos entendimos.
Con esta narración sì logrè asustar a Rubendarìo Ramírez, quien comenzò a sentir angustia y a manifestar frìo. Le lancè otra colcha encima, de aquellas rusas oscuras que pican como si a uno le anduvieran jelepates y pulgas y saber si chinches tambièn, y me dijo que no era suficiente, que me pusiera yo debajo de la cobija para pasarle calor humano. Lo acurruquè como si yo hubiera sido quien lo pariò, y seguimos hablando asì. Le dije que no se pusiera propasòn y soltò una estruendosa carcajada, seguida èsta por una estela de pedos, que lo hicieron retorcerse de cosquillas, y no me soltaba.Cuando le dije que me habìan impuesto un novio bonito como caballero de operetta y que se suponìa que tenìa que casarme porque ya era hora de dar heredero y ademàs se hablaba demasiado de mì que por què no me casaba, me dijo que lo harìa sobre su cadáver. Lo dijo rièndose, pero yo sentì que alguien pisaba la làpida de mi futura tumba. Rubendarìo, carajito de mierda, con eso no bromeès, alcancè a decirle antes de acomodarlo mejor para que no se le soltara el cascaròn de coàgulos que tenìa en el costado izquierdo del pecho. Me daba pavor que se desangrara en mis manos, cuando aquì en San Carlos no habìa atención mèdica que pudiera garantizar que sobrevivirìa. A pesar de no haberse podido lavar entero, y tras sudores y sangrados, no apestaba. Serìa si morìa uno de esos cadáveres de santos que no se descomponìan, o como el cuerpo de Daniel de Armati, encontrado años tras su asesinato en las lomas de Souk-el garb encima de Beirut, que yacìa sonriente, con barbas, uñas y cabellera aùn creciendo y con una expresión tan viva que su propia hija Ramona no querìa volverlo a enterrar allà en Parìs ¿ Horror, le estaba deseando la muerte yo a este pobre hombre a quien le faltaba apenas una semana para cumplir sus dos años de servicio militar obligatorio..?
-Apesto?
-No Rubendarìo, nunca apestarìas.
-A como nunca creo que apestarìa tu sangre mensual. La que te causa tanto dolor y hace que aceleres el cocimiento de los frijoles, o reventès llantas de autos.
Lo mirè fijamente a los ojos de linterna.-Ni te imaginàs còmo sè todo eso. Apenas tengàs el primer niño, se irà todo ese dolor, esa sensación de un tiburón navegando vientre arriba con los dientes rompiendo quejidos. Eso te lo prometo. Pero no me dejès morir. Seguìme hablando, no te me durmàs, te pido mucho, estàs cansada, herida, golpeada, harta de ver tanta sangre en esta guerra fraticida que no sirve màs que para dejarnos amargados, hartos, empachados de odio.
La luna saliò en el cielo en medio de un charco de leche de nubes blancas, hermosas nubes almohadas para que si hubiera angeles de verdad, en ellas reclinaran los bucles de sus cabezas para descansar mientras el inexistente de dios durmiera eternamente tras dejar el mundo mal hecho.
-Vos tambièn sos ateo?-preguntè.
-Es lo ùnico que se puede ser si uno es sensato. De veras creès toda esa monserga judìa del Shaddai o el Adonai, que es a como se dirigen uds. A èl.
-Ustedes suena a un montòn de gente-dije mientras le pasaba una mano por los bucles de pelo rubio cenizo apenas humedecidos por un sudor tierno.
Y asì seguimos hablando. Dieron las doce de la noche, y hablàbamos como si el tiempo se iba a acabar. El corresponsal gringo llegò a darme las buenas noches, y mi asistente me avisò que a las 5 y media estarìamos abordando el helicóptero que nos llevarìa a Managua ya que el aparato en que llegamos a San Carlos estaba irremediablemente averiado. Conforme seguimos conversando me di cuenta que el joven en cuestiòn parecìa tener la verdad como una sartèn caliente atrapada por el cocinero por el mango. El miedo se fue apoderando de mì, queriendo preguntar quièn era, y dònde habìa estado antes de conocerle, que por què nunca me lo topè antes si no era mi primer viaje a la zona, que yo me conocìa la zona de guerra como la palma de mi mano. Era increíble, y recordè algunas estrofas de un poema de Juan Alejandro de Normandìa, cuando decìa que el otro era màs èl que su propio cuerpo. Una sensación de calambre se apoderò de mi vientre y reconocì lo que era. Por fecha ya me tocaba. No iba a poderme levantar para ir al excusado o buscar con què detener el flujo, no lo podìa dejar solo. No podìa dejar interrumpida la conversación. No le quise decir lo que ocurrìa, pero su intuición le indicò què estaba pasando.
-Aùn asì, no me dejès. Me està doliendo la herida, mujer.
-Aunque suba bañada en sangre al helicóptero, no me muevo-le reafirmè.
La luna alcanzò el cenit y seguíamos hablando, cada vez màs en voz baja para no causarle irritaciòn a los que dormìan en la barraca a unos 5 metros de donde estàbamos nosotros recostados sobre los sacos de arena.
Yo creì que estaba hablando en sueños después de las 4 de la mañana. Estaba muerta de fatiga. Volví en mì hacia las cinco de la mañana, y me di cuenta cuando el centinela me levantò que me habìa dormido. Una inmensa sensación de pesadez y dolor me invadiò.Aùn tenìa abrazado a Rubendarìo Ramírez, pero el corresponsal gringo me extricò del abrazo del joven.
-No use, baby, you did your best.Let him go,darling.
Como que lo suelte, que lo deje ir, que todo fue inútil?Mierda a la treceava potencia, me habìa dormido! No le continuè hablando,y…carajo, estaba muerto. Rubendarìo Ramírez estaba muerto. Se habìa escapado en la cola de un unicornio negro, se lo llevò la camella negra de la muerte musulmana, se habìa ido mi destino, mi kismet. Y no podìa llorar. No tenìa tiempo para llorar. Las aspas del helicóptero sonaban cerca, y debìamos irnos a Managua. Vi que se llevaban al muchacho y lo metìan en una especie de bolsa de plàstico grueso. Pensè, lo van a asfixiar, solo està dormido, no le hagan eso. Yo no le di permiso que se muriera. Esa es insubordinación, que le caiga auditorìa pero no la muerte. Lo acuso, lo acuso de deserción.
Nos montamos al helicóptero, y no pude tocar la bolsa de plàstico en la que lo echaron.Iban unas 4 bolsas màs, con reclutas muertos. Iba en estado de shock. El corresponsal gringo trataba de consolarme, y le respondì con calma que shut the fuck up your nattering, battering and chatering traps, a como nos decìa el maestro de gramàtica Pletzke, un bello rubio checo-britànico. Cierren sus malditas,parloteantes y disparatantes tapas. Lo decìa cuando se le subìa el azùcar, pues habìa sido diabètico desde los 8 años el pobre Pletzke. Una vez en Managua, no me cambiè de ropa ni fui a reportarme a mis superiores. Me fui en la ambulancia donde llevaron a dos de los cadáveres, le dije al conductor que callara la sirena que eso era vulgaridad porque ya no habìa urgencia de salvar a nadie, y al llegar allà al hospital militar acompañè los dos cuerpos a la morgue. Sacaron el cadáver de Rubendarìo Ramírez y pude contemplar en su grotesco esplendor la herida que le habìa segado la vida.
No fue hasta que vi sus pobres despojos desnudos, con la mancha de lividez cerca de las contorneadas nalgas, que me di cuenta que habìa comenzado a criarle un afecto feroz. Dos mèdicos forenses se hicieron cargo de èl. Fue grande mi sorpresa cuando dijeron que el joven habìa muerto de hemorragia `pulmonar a las 8 de la noche del dìa anterior. Les dije que eran unos charlatanes, pues a esa hora estàbamos conversando animadamente el ahora finado y yo.
-Mire, capitana, con todo respeto ud. Està muy fatigada, entendemos el impacto que esto tiene, hasta se debe de haber impresionado mucho, y usted se deberìa de estar viendo su espalda pues tenemos entendido que fue charneleada, mas siendo mujer…
-Què mujer ni què mierda de mil tormentos, pareja de inútiles desgraciados! Ninguno de ustedes ha estado en las zonas donde yo he sido baleada, fracturada,charneleada y hasta se atreven a hablarme con señorìa porque uds. Tienen un colgajo entre piernas y se cree que ese adminículo les garantiza la valentìa, el arrojo, y la verdad. Son peores que un dolor de regla bien sembrado, jodidos! Lo peor es que no saben ni mierda porque tienen sus tìtulos universitarios por haber andado cortando cafè, no abriendo cadáveres ni quemàndose las pestañas. Mèdicos mi culo!.-estallè y salì a llorar afuera..
Horas màs tarde, me tocò llevar los restos de Rubendarìo Ramírez a su madre en el barrio Riguero. La señora tenìa los mismos ojos de Rìo San Juan del muchacho, y conversando con ella confirmè que todo cuanto el joven me habìa dicho era real y verdadero. La señora hasta me enseñò los gatos peludos de su hijo. Esa noche estuve en la vela del joven que dijo haber sido mi kismet, y amistè con sus gatos. El dictamen decìa que el muchacho habìa muerto de hemorragia pulmonar a las 8 de la noche del dìa anterior, y nadie corroboraba haber oìdo las dos voces, la del recluta y la mìa, màs que el gringo corresponsal. Entonces, habìa hablado yo con un muerto todo ese tiempo? Tantas horas, en las que supe todos los pormenores de su vida, de sus frustraciones, del esperado regreso a la UNI donde esperaba concluir los dos años de ingenierìa que le faltaban? Y lo de la novia traicionera, aùn embarazada de un hombre casado, y que no habìa osado llegar al sepelio? Bueno, y mi promesa de nunca sentir màs dolores? En eso habìa algo de cierto. Aunque estaba menstruando, no habìan calambres. El vientre estaba en calma. Pero iba a sepultar a quien decìa ser mi destino.
No me casè con Chucito.Ni sobre el cadáver de Rubendarìo Ramírez. Lo dejè plantado en la puerta de la iglesia preguntàndose quièn era yo. Pero para entonces yo ya sabìa quièn era yo, y mi destino no era el guapo, bueno para nada y bonvivant de Chucito. Fue una odisea encontrar pareja, y cuando tuve a mis hijas gemelas casi me muero en el parto.Y sigo teniendo las menstruaciones màs dolorosas aùn a una edad en la que muchas mujeres ya yacen en los suaves pero agitados brazos de la menopausia. Las hormonas, dejadas en estado de alarma la noche de la muerte de mi destino, se niegan a reposar. Sigo buscando el ente, el animal, la mujer o el niño que me prometa paz a mis dolores, o por lo menos a mi siquis atea y amoratada que en una noche del ùltimo codo del invierno tropical, estuvo platicando toda la noche segùn lo que la ciencia considera por el estado de lividez que el cuerpo presentaba, un muerto en vida, o un nosferatu. Pero al fin y al cabo mi kismet, a como dicen los turcos.



Cecilia Ruiz de Rìos
9 de diciembre de 2007



lunes, 3 de diciembre de 2007

El embrion de la rodilla


LA BALA PERDIDA
"La bala que me hiera será bala con alma" Salomón de la Selva
Cecilia Ruiz de Ríos
No sé por qué pero desde que nací en Estados Unidos sabía que estaba destinada a vivir uno de los romances más estrambóticos de todos los tiempos. Nada de mi apariencia o configuración me distinguía de tantas miles, millares de otras como yo, no era nada especial, pero desde ese momento recuerdo que me dije que iba a ser especial, memorable, inolvidable. No era un complejo de Mae West susurrando que vinieran a verme alguna vez.Yo tendría que ir a buscar ese destino inescrutable, increíble, único, irrepetible e inescapable. Era una gringa dorada más y punto pero algo me indicaba que estaba destinada a ser una protagonista fuera de serie. Pasé mucho tiempo aburrida, me sentía atada como en una caja de nada, gravitando en espera del suceso, de ese momento mágico en que iba a ser catapultada hacia el evento decisivo y único, esperado y temido a la vez. Comprendí lo que sentían los óvulos gravitando en la maduración de un ovario, o un feto esperando que se rompan las aguas y asomar al mundo. Pero mi fecha de encuentro ya estaba marcada por lo que los árabes llaman kismet, destino, si ud. Quiere fatalidad.
En 1984 conocí al gran amor de mi vida. Andaba con unos pantalones camuflados flojos, una cámara de video al hombro y exhibía un pelo de lianas de varios tonos del caoba. Nos conocimos en Jalapa, Nicaragua, tan lejos de mi sitio de nacimiento en Estados Unidos. La venían siguiendo y como era algo rolliza, le costó subirse a la escalerita que la adentraba al helicóptero militar que la regresaría a ella, otros militares y a 4 corresponsales europeos de vuelta a Managua. Un especie de ruidaje que era el ruido de gatillos, proyectiles silbando y las aspas del helicóptero me desorientaron un poco, pero cuando ya me supe ubicar, el encuentro se había dado.
La mujer se acomodó en el helicóptero junto a un chele francés más hediondo que todas las cebollas del mundo puestas juntas. Este chele la miró con alarma y le dijo que se mirara el pantalón lleno de sangre. Instintivamente la señorita miró a su entrepierna, el sitio más lógico si se es mujer en edad fértil. El francés tuvo la gracia de sonrojarse para decirle que no, no era la regla, sino más abajo. Fue cuando la mujer miró la pata izquierda de su pantalón hecha trizas, y un mar de sangre brotaba de atrás de su rodilla."Pero no sentí nada, merdouze, no sentí nada y me dieron! "recitaba como si estuviera declamando a Walt Whitman o a Guillermo de Aquitania si ése más les gusta.
Era como si estaba indignada que le habían pegado un tiro y ella era tan estúpida como para no haberse dado cuenta. Al lado suyo, un rubio nicaragüense con grados de capitán se sacó un gran pañuelo y le ataron un torniquete fuertemente para evitar que perdiera sangre. El rubio nica le acunó la cabeza entre sus brazos y le dijo,"Ya está,gorda,ya Bat! Ya te llevaremos al hospital militar, pero take it easy,okay?" Era obvio que le costaba sacar palabras tiernas a este hombre, pero era evidente que estaba terriblemente preocupado.Le fue hablando en inglés a lo largo del viaje del helicóptero, y yo iba entendiendo todo lo que le musitaba. Algunas cosas me desgradaban. Quién era él para tocar al amor de mi vida, y ella para dejarse? Yo no sabía que ella y el rubio, a quien llamaban el Rojo Eric eran amigazos desde que eran bebés, y una ráfaga de celos se apoderó de mí.
Una vez en Managua, la mujer fue llevada en una ruidosa ambulancia al hospital. El Rojo Eric se fue con ella. Lejos de los corresponsales extranjeros el hombre dio rienda suelta al llanto."No me perdonaré si te amputan la pata, Bat, tan buenas piernas que tenés, hijueputa, tu padre me matará!"La mujer medio se revolvía en la camilla y tenía una sonrisa rara en la cara, pero no decía nada más que un siseante shut up!A todo esto, una angustia enorme se iba apoderando de mí.
Qué sería de mí? Entrando a manos de los doctores, el Rojo Eric se quedó afuera prometiendo a la mujer que iba a llamar a sus padres. Los galenos procedieron a quitarle las botas y el pantalón a la mujer. La fueron limpiando y les oí decir que iba a ser un caso difícil. No fue hasta a eso de las 7 de la noche, tras incontables exámenes, radiografías, correlinas de los médicos y mucho ajetreo que pude estar en tranquilidad. Los doctores opinaban que debido a lo sucedido, estando el proyectil exactamente en la conjunción donde convergen fémur, huesos de la pierna y la rótula, iba a ser misión imposible hacer extracción alguna. Un hombre de transparentes ojos verdes que fumaba una pipa estaba al lado de la cama de la mujer.
Quedaba descartada la amputación y la extracción. La mujer aprendería a vivir con su proyectil de ahí en adelante. Con el paso de las semanas y los años, el orificio de entrada no dejaría mácula en la pierna perfectamente torneada de ella. Habría dolor con la luna tierna, los aires acondicionados y el frío de diciembre, y alertaría a los sistemas de seguridad de bancos y aeropuerto pues al pasar por ellos, el metal sería detectado.
"Por lo menos no te dio cerca del culo, como a tu tío que estuvo en el Desembarco,"le dijo el padre cuando la fue a sacar del hospital dos días después. Ahí estaba el Rojo Eric, a quien obviamente los padres de la muchacha no lo habían echado preso ni nada por el estilo."Bat, me podrás perdonar? Fui yo quien te llevé en misión,"le dijo el rubio con un asomo de vidriosidad en sus ojos grises."Fuck off, Eric, dejáte de carambadas." le dijo ella mientras yo me retorcía de celos.
A partir de ahí la fui conociendo. Y la comencé a amar con una posesividad viciosa que no creí que fuera capaz de sentir. Estuvo nuevamente de corresponsal de guerra en La Penca y casi se vuelve loca cuando estuvo hablando con un chico llamado Rubén, quien tenía un impacto profundo en el pecho. Bat afirmaba que habló con él toda la noche, pero fue grande su susto al regresar a Managua con el cadáver del recluta y el forense le dijo que llevaba un cerro de horas de muerto. Lloró por horas en el regazo de su padre y el Rojo Eric le dijo que si así se tomaba tan a pecho tantos reclutas muertos en la guerra, iba a pasar solamente con los ojos color tormenta más hinchados que sapos. Cada cierto tiempo la madre la obligaba a pasar consulta con diversos médicos para ver qué se podía hacer. Una vez le mandaron unas pastillas que la hicieron vomitar hasta lo que no había comido en siglos. Yo me sentía culpable de no poder aliviar su dolor. Nunca quise lastimarla, pero la adoraba tanto que no iba a poder soportar que me apartaran de ella.
Tras la muerte de sus padres en una tragedia aérea, se acabó la música de que volviera al médico. El único que podría haberla convencido de visitar más hospitales era el Rojo Eric, pero éste pobre estaba más atribulado que dado a hacer de encargo con sus propias sicosis. Me da la impresión que hasta Bat se cansaba a ratitos de ser su sicoterapeuta sin sueldo, y aunque estaban juntos en la misma unidad militar después que ella optó por ser militar de carrera, Bat nunca gastaba su paciencia. Trataba al Rojo Eric con una dulzura infinita, como una madre a un bebé hiperkinético El Rojo Eric la sentaba en su largo sofá en la oficina, le ponía una guitarra y le pedía que tañera el instrumento. Recordé a Farinelli cantando para disipar la melancolía de Felipe V de España. "Vos sos mi Orfeo y yo las bestias por domar..." decía el Rojo Erik.
Comencé a querer al Rojo Eric Me olvidé que me despertaba unos celos atroces y sin medida. Hablaban en inglés todo el tiempo, y el Rojo Eric le recordaba la vez que Bat le rompió la nariz de un puntapié cuando ambos cursaban secundaria en un colegio carísimo del cual lo único bueno que sacaron fue el idioma de Shakespeare. Otras veces ella le rememoraba cuando ella y un gordo judío lo encontraron en el piso del baño de varones de secundaria, vomitando y temblando de muerte blanca después que el Rojo Eric había consumido marihuana muy verde. Se partían de la risa recordando que quisieron echar presos a ella y al judío tras meter al Rojo Eric a la emergencia de un hospital. Creo que amé más a Bat por ver la alegría que le daba al Rojo Eric con su compañía.
Años después, cuando Bat se salió del ejército sin haber firmado un solo papel, el Rojo Eric seguía dependiendo de ella emocionalmente. Una tarde, ella estaba traduciendo unos documentos confidenciales de una transnacional cuando él la llamó desesperado. Tomando en cuenta que Bat tenía recibos urgentes por pagar de luz, agua y teléfono so amenaza de corte, ella le respondió que no podía abandonar la traducción pues ipso facto de haber finalizado, iban a pagarle de contado y en dólares. El Rojo Eric perdió los estribos y la insultó, gritando que si él se suicidaba iba a ser como si ella le metía el tiro en la cabeza pues no tenía tiempo para él. Bat de seguro ya había escuchado algo parecido en tantos años de amistad, y no hizo más que colgar el auricular. Al día siguiente, el Rojo Eric estaba muerto tras haberse tragado un tiro al mejor estilo Hemingway.Bat esta vez no pudo llorar. Tenía demasiadas otras cosas aque hacer, y el dolor no estaba contemplado en su agenda. Se quedó con una carga de conciencia más pesada que el mundo cargado por Atlas.
El dolor sí tendría que estar metido en su agenda cuando muchos años después le diagnosticaron que estaba diabética. Las neuropatías, esas vergonzantes estelas de dolor que silenciosamente padecen los azucarados, serían peores en su pierna izquierda debido a los antecedentes. Volvió a salir sobre el tapete la extracción del viejo proyectil que databa de 1984. Bat súbitamente quiso saber si era posible que se diera una extracción y fue a parar a un hospital para hacerse el ultrasonido. Reclinada en el diván, volteó sus ojos color tolvanera hacia la pantalla. Era la primera vez que miraba algo parecido. Recordó su embarazo cuando esperaba a sus traviesos gemelos y una oleada de calor maternal la invadió. Ahí estaba, chiquita, reluciente, bien acurrucada. Como un feto. Bat, recordando que ella en una ocasión casi fue abortada, se levantó del diván y abrazó su rodilla.Tenía dolor, pero sonrió."Bajo ninguna circumstancia me saco esta carambada. Sería como si hubiera abortado a mis hijos y yo no soy criminal. Me la quedo.La quiero.No se hable más del asunto."
Por fin pude respirar tranquila. Era amada !Aquí,dentro de Bat, a pesar de su alto conteo de glucosa y sus dolores, tengo el honor de seguir alojada en una preñez amorosa eterna. Cuando muera, seré sepultada con ella en la misma tumba, un privilegio que ni su esposo tendrá pues a él lo echarán en un hoyo aparte, aunque sea al lado de ella. Eso sí, guardadme un secreto! Nunca le diré que la bala de tiro 22 que segó la vida de su amigo el Rojo Eric cuando ella no lo escuchó... era mi propia hermana.

El Romance con un rìo



Juan
Yo sabía que ibas a quedarte conmigo, Manuela Valdivia, de por vida, más atada que en un matrimonio judío ortodoxo, desde esa primera vez en la fraticida década de los ochenta cuando te bajaste de un helicóptero y con unas manos incongruentemente masculinas, me tomaste suavemente y bebiste de mí. Andabas con un uniforme camuflado lodoso, y tras de vos venían varios reclutas del servicio militar gritando. Decían que ya era hora de irse, no capitán, no sea bruta le van a meter su semerendo rafagazo desde la otra orilla, pero nada. Estabas absorta viéndome, un genuino Coup de foudre como decís vos en tu francés de inflecciones parisinas. Flechazo sin retroceso. Más allá, el corresponsal gringo con cara de gorila benévolo y sudor asqueroso sacudía la cabeza. Claro que no te entendía. Yo sí. Estaba tan alegre como vos. Sabía que había logrado una conquista, y no un galanteo fácil. Era un affaire aux trés petit sérieux que iba a durar toda la vida. La tuya y la mía incluida, y eso que ignoro mi edad. Te fuiste, pero solo en cuerpo. Ya sé, ya sé, no me peleés, vos decías que no tenés alma. Pero algo tuyo se quedó conmigo. El helicóptero salió volando y vos en él, ya sintiéndote espeluznantemente incompleta.
Nunca te había pasado nada igual. A vos, tan mundana y pragmática, que recorriste los cuerpos de varios hermanos míos sin más que un breve aleteo que no llegó a ser orgasmo cósmico y definitivo. Ni la música de Bédrich Smétana te hizo sentir mayor cosa, aunque te montaste años atrás en Praga y anduviste en un bote sobre el Moldavia, oyendo el poema sinfónico del mismo nombre de Smétana, y solo alcanzaste a preguntarte por qué alguien quien hizo tan bella obra orquestal tenía que acabar más sordo que una tapia y más loco que una cabra que comió hongos alucinógenos. Te fijás a lo que me refiero? Querés más masa, lorita? Bueno, y la expresión de decepción, otra vez con tu eterna grabadora, oyendo las notas del vals Danubio Azul del mujeriego Juan Straus o las del Vals Ondas del Danubio( estrenado en París en 1889) del rumano Ion Ivanovici, allá en Viena, lamentándote que ni con la música lograbas la ilusión óptica de que el Danubio se viera azul y no café? Lo peor fue cuando un chele te dijo que buena parte de las poblaciones de sus orillas bebían agua de él y que provenía de dos riachuelos –el Brigach y el Breg oriundos de la Selva Negra en Alemania-que se juntaban para armarlo. Casi llorás…este no es el Danubio en el cual Marco Aurelio bañó a su gata Luna durante las Guerras Marcománicas, tampoco donde soñaba la Sissy Emperatriz. Casi le pedís al tipo del barco que te devuelva el dinero. Yo lo hubiera exigido. El que estafa y no te cumple el sueño completo, merece regurgitar el pago. Y doble.
Por eso es que no me asusté de saber que cuando llegaste a San Carlos, estabas tan absorta recordándome que te caíste del helicóptero a poca altura, pero eso fue suficiente para dejarte 2 vértebras lumbares fracturadas. No terminabas de razonar qué te había pasado. Porque vos tenés la maña de querer razonar todo lo que te pasa. Ese racionalismo francés que absorbiste en la teta intelectual de París, ay mujer, estaba destinado a ser tu perdición. Pero no tanto como yo.
En San Carlos estabas tan alelada que creíste hablar con un muerto, según vos pasaste hablando toda la noche con un chavalo que se llamaba Rubén y tenía ojos verdiazules como yo, pero que al llegar a Managua a bordo del mismo helicóptero en que te fuiste vos con tu corresponsal gringo, probó estar más muerto que una piedra. Hasta dijiste que de sus heridas manaba agua celeste, no sangre. Ya estabas obsesionada conmigo, Manuela Valdivia. Por quién en realidad diste alaridos de loba mal tirada, por la muerte del chico en la flor de la juventud, o por haberme dejado?
Era increíble eso que te estaba pasando a vos. Y eso que antes de que vos me conocieras, tuve inmensa competencia. Quién sabe negarse a una noche de otoño, con las flamíferas hojas de los boulevards parisinos cayendo al agua, con las luces de los bateaux-mouches, en el Sena? Olvidás que hasta hay poetas sepultados en sus riberas, y la bella Normandía se peina sus pastizales cabellos enamorando al río con leche y manzanas? El mismo tenía amores con Lutecia, vio nacer en Troyes a su hijo Chrétien, y en Ruán se horrorizó cuando asaron sin sal ni pimienta a la Juana de Arco en 1431. Y qué del azulado pero violento Rin en su desliz del Canal de Alsacia por la fría Estrasburgo, recuerdo asomándote a un puente y preguntándote cuántos se suicidaban ahí? No era para menos, pues la Batalla del bosque de Teutoburgo dejó tres legiones romanas muertas en el año 9 de la era cristiana, y el trauma fue tan grande para Augusto que no quiso meter más las uñas en Germania. No me digás que no sabías que con el Rin pasa lo mismo que conmigo, porque los franceses siempre han tenido jalones de mechas con los alemanes por él. Para 1840 se dio la crisis del Rin dado que el primer ministro francés Thiers hablaba de “la frontera del Rin” y por eso los alemanes compusieron la canción nacionalista La Mirada sobre el Rin y durante la Guerra Franco-Prusiana cuando el bulldog de Otto Von Bismarck arremetió contra el pusilánime Napoleón III y lo deschincacó en Sedán, esta canción fue casi un himno nacional.para los germanos? Cómo competir con el Támesis con su escolta de cisnes, que aunque la vieja cara de chancho de la reina Isabel II diga que son de ella, mío dice el gato cuando ni la cola es de él? Pero no, solo bastó recordar que Amy Johnson estrelló su nave en el estuario del Támesis para que no te gustara más.
Pero yo gané. Con tantas cosas contra mí, me han querido vender como esclavo de los intereses colonialistas, imperialistas y suciamente capitalistas como decís vos. Vi a una pobre bastarda quererse blanquear la tez al hablar siseado como castiza, y luego luchar cegada por su fanatismo de criolla, de española arrimada por el lado de los parientes pobres, y luego supe que se amargó criando chanchos, esperando que el rey español considerara que los patriotismos mal ubicados fueran pagados en abonos suaves. Ni los retoños le sirvieron para mucho a la señora, ya que a través de su rama genealógica la posteridad solo supo joderla y solo salió un mal presidente que incluso ni siquiera sabía ni qué talla de naguas se ponía su bisabuela la Paya que había nacido en Cartagena. Me quisieron manosear muchos hombres, sucios piratas con escorbuto y con manos y piernas menos, imbañables europeos geófagos. Cuando me conociste, aún sabiendo que una prostituta sureña con mala dentadura quería que fuera solo de ella, vos me has pertenecido sin condición. No te imaginás cómo el piojoso de Cristóbal Colón pudo ignorarme en su cuarto viaje en 1502, sin embargo una sonrisa surca como corbeta por la comisura de la mare nostrum tus labios cuando te recuerdo que nada menos que Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, estuvo perdidamente enamorado de mí.
Muchas veces te esperé al atardecer, cuando todos los tonos desde el ocre hasta la púrpura real se lían en una breve pero intensa batalla tras mi ventana al Atlántico, pero no viniste. Hasta llegué a creer que te habías olvidado de mí, que es algo por lo que debés disculparme. Entre murmullos yo me repetía “que vuelve vuelve…ella ama a su Juan”. Y no me equivoqué. Un día te aburriste de ser un simple coronel, no quisiste ser combatiente de escritorio ni llegar a general por andar de cepilla del jefe. Tus mellizos ya estaban grandes, casados y con hijos, y tu esposo ya te había cambiado por una mujer más joven. Una noche, mientras hacías planes de estudio para los que estabas convencida que nunca serían guerreros aunque luego los becaran para Sandhurst o West Point, no quisiste quedarte quieta. Te pusiste tu uniforme de gala, con sus medallas, con las botas jungla nuevecitas aunque te sacaran ampollas.
Quiero pensar que solo fue un arranque de impaciencia, un mendrugo de patriotismo encendido como las ascuas que son los ojos del legendario pero inexistente diablo, pero no. Tomaste a 5 jóvenes tan infatuados como vos, dos de ellos pilotos, y no pudiste contenerte. Tu gato triste y azul te quedaría esperando como en la composición de Roberto Carlos, pero yo no me quedé burlado. No sé cómo esa carimbada vieja de helicóptero aguantó el viaje hasta acá, si hacía más ruido que una estufa vieja, pero ese ruido fue música para mí. Te precipitaste sobre una embarcación foránea armada, y a sus ocupantes solo les dio tiempo de decir que cuando uno es chancho le llueve la mierda del cielo, guevón,pura vida. Al caer el helicóptero estalló en una bola sonora de fuego y ellos quedaron vestidos de pura muerte. Las fotos del rescate de tus restos dieron la vuelta al mundo y nunca más se habló de Tribunal de la Haya donde nunca hubo posibilidad, ni de qué le pertenecía a quien ni nada. Vos, al caer sobre mí, habías dicho o Mío o de Nadie. No te equivocaste, hoy soy tuyo. Soy tu Juan, el Juan de la coronel Manuela Valdivia.
Curiosamente, hay quienes dicen que te han visto vagar de noche por tu antigua oficina en el campo de Marte. Llevas puestas las botas jungla y de tus heridas mana un torrente cristalino y aromático. Tu ex marido ahora se siente apabullado, y dice que el patriotismo es el refugio de los cobardes, porque si no lo dice la nueva mujer se le va con otro y lo manda a dormir al sofá. Es espantoso vivir bajo la sombra de alguien de tu talla.
Nunca más se habló de abrirme el vientre para hacer un canal por el cual pasara la carroña del capitalismo y la basura de la globalización, ni hubo más disputas por mí. Quizás porque ya es obvio que sigo siendo tuyo, el Juan de la Manuela. Nadie se imagina que yo te hice este relato para sentirme en tu compañía, porque para todos sigo siendo solo una atracción ecoturística, esa estela de agua azul que llaman Río San Juan y por la cual ningún hombre-aunque no sé si los políticos lo son, e.e.cummings los catalogaba de culos sobre los cuales todo menos un hombre se había sentado -quiso arriesgarse. A veces, cuando he estado recordando por mucho tiempo, mis aguas se tiñen de rojo. Pero esas sobremaquilladas edecanes que ni hablan buen inglés dicen que es solo efecto del atardecer, pero ningún ocaso dura más que unos instantes.

Cecilia Ruiz de Ríos. 7 de febrero del 2006.

Es todo traje de novia una?



LA MORTAJA

La muy desconocida sensación del miedo comenzó a roerle la piel a Gibraltar Brethous de Chatillon una tarde de lluvia en 1986, mientras con infinita paciencia las costureras de la Casa de Modas Reyna Isabell de Castilla le ajustaban las sisas a lo que sería un traje de novia único en su género. Gibraltar identificó la sensación como miedo aunque nunca lo había sentido siendo adulta porque le causaba una impresión de tener una mano de hielo cerrándole el culo y otra haciéndole masajes juguetones a la costilla rota de su costado izquierdo, la misma que le daba punzadas cuando la luna estaba tierna. Creyendo que estaba con un ataque de diarrea, le dijo a Reyna Isabell de Castilla-la diseñadora, y pordiosito que se llama así aunque de nobleza ibérica solo tiene la soberbia y un pavoroso copete rubio-“con permiso que si no voy a cagar me muero” a lo que la ruborizada artista del vestuario replicó que lo hiciera de pie dentro del vestido, porque más costaba volver a encajar de nuevo todo en su lugar que luego mandar el traje a la dry cleaning para que le sacaran la caca. Gibraltar Brethous resolvió aguantarse y casi una hora después, con los nervios a flor de piel y una sensación de mareo, se sentó en el perfumado inodoro de la oficina de la modista. No había nada de malo con su estómago. Pero era la segunda vez en el mes que le bajaba la regla. Alguien pisó mi futura tumba mientras me medía ese traje, alguien golpeó mi lápida imaginaria, es un sapo real en mi jardín imaginario de duendes, se dijo mientras se acomodaba la ropa.No era supersticiosa. Atea, práctica a punto de ser prematuramente pragmática como un estadista sesentón, Gibraltar Brethous a los 26 años ya había visto demasiadas cosas y estaba familiarizada con el correr de la vida mundana. Como la hija menor de un veterano de los campos de concentración nazi, estaba deprovista de prejuicios y miedos tontos. Ella misma había visto el rostro ensangrentado y putrefacto de la guerra, y había regresado de “más allá del dulce abismo”, a como tan eufemísticamente cantaba las cosas Silvio Rodríguez. Además, la vida parecía sonreírle. En noviembre, cuando la estación lluviosa fuera en mengua en Managua, se iba a casar con el hombre más hermoso que había visto. Sus padres iban a lanzar la casa por la ventana, y solo el traje costaría mil dólares con su diseño exclusivo de satén pesado, encaje de bolillo de Venecia, y rebordado a mano con perlas de semilla y lentejuelas tornasoladas. Solo eso es para parecer un toro encohetado, se decía ella riendo. La boda sería en la Iglesia del Carmen, con recepción y cena a la orilla de la piscina en el Hotel Intercontinental, y una orquesta con músicos importados para la ocasión de las sinfónicas de Costa Rica y El Salvador para que la cosa fuera de altura. El novio, Felipe Antonio de Molina y Mercalli, era un capitán del ejército sandinista con ojos de avellana, tez marmórea, graciosos lunares y apostura de príncipe de opereta. Era botarate, alocado, neurasténico como un caniche francés sobreprotegido, lleno de manías y propenso a ser maniático-depresivo, divorciado(aunque nunca se había casado por la iglesia con la primera mujer pues fue una boda a escopeta cargada para legitimar a Lautaro, su unigénito que ya venía en camino...),zalamero y fanático de Frank Kafka. Felipe Antonio juraba estar muriéndose por Gibraltar Brethous, quien invariablemente le contestaba que ella no era cáncer ni SIDA para estarlo matando. El romance había comenzado cuando él cometió el craso y fachento error de invitarla a comer a Los Ranchos una noche y ella se presentó ahí con dos amigas glotonas, el ex prometido de una prima casquivana, y la abuelita que había quedado en silla de ruedas. Tras quedar sin un cinco ni para pagar el pasaje del bus después de la pantagruélica cuenta que le salió en el restaurante a Felipe Antonio, se convenció que Gibraltar Brethous, con su extrañísima mezcla racial y arbol genealógico que remontaba hasta Guillermo de Aquitania el Trovador, Sofía Paleólogo y Brian Boru de Irlanda, era exactamente el tipo de esposa que deseaba y probablemente la madrastra ideal para su bebé rubio Lautaro. La llave dela infatuación dio tres vueltas para Felipe Antonio cuando le presentó a Gibraltar Brethous a su unigénito Lautaro. El niño echó los brazos a la extraña mujer de ojos transparentes y el amor a primera vista se hizo presente por ambos lados. A partir de entonces Gibraltar Brethous jamás dejó de amar a Lautaro de Molina. Por eso es que ahora, pescando un taxi para irse a casa antes que le cayera semerendo balde de lluvia, no se explicaba la sensación de miedo que le mordió los talones mientras se medía el traje con el cual sellaría su felicidad legítima.
La semilla del miedo comenzó a germinar en Gibraltar Brethous. No era algo constante, pero asomaba cuando el trabajo cotidiano disminuía su paso, saludaba desde una ventana semiabierta, se le untaba en los pantalones como el pelaje omnipresente de sus gatos Aníbal y Emilce, le salía en la comida vegetariana que ingería en cantidades navegables, y volvía a desaparecer. Era solamente cuando se medía el traje que la sensación cobraba intensidad mayor. A tal punto que en una de las últimas sesiones de talla, la misma diseñadora Reyna Isabell de Castilla-quien le había cobrado gran afecto a Gibraltar a pesar de ser tan distintas la una de la otra como mujeres-le dijo,”No tenés cara radiante, de novia feliz.” El comentario le pegó como un morterazo en la cara a Gibraltar Brethous.Qué ganas de desbravarse con la modista, confesarle que sentía remordimientos porque este traje cuesta lo que sería preciso para alimentar a buen número de familias pobres que hacen filas por conseguir comida, y es ridículo, Reyna, es el traje más inútil de todos, la envoltura de los puños de ley y tradición que van en mi boda, el empaque fino de la esclava sexual, el traje más costoso pero el que te quiere arrancar con mayor velocidad y sin delicadezas el hombre para ver ya y gozar de lo que pagó con su apellido y promesas vacuas de una fidelidad que no conoce ni en foto. Es la mortaja de mi independencia, la nota final de una marcha fúnebre a mi autodeterminación, seré solo la señora de Molina, la sombra de Felipe Antonio.
Un mes antes de la boda, el traje de novia fue envuelto en papelillos perfumados y depositado en su caja lujosa. El padre de Gibraltar Brethous pagó billete sobre billete los 1000 dólares completos, y el tesoro fue a parar al closet de tres cuerpos de la habitación de su hija. Era el período de incubación de un mes antes de estar destinado a ser lucido en la fastuosa boda. Como que se lo harten las polillas y se mueran de currutaca por haberse pataguineado algo tan costoso,se reía sola Gibraltar Brethous.
El día del cumpleaños de Gibraltar Brethous estaba a un mes exacto de la fecha de la ruidosa boda. Ya que iba a ser el último que celebrara estando soltera, sus padres optaron por agasajarla en grande en la misma piscina del hotel Intercontinental donde se haría el banquete de boda en noviembre. Gibraltar Brethous tenía recuerdos cómicos de dicha piscina pues cuando era una patuda adolescente que figuraba como el mejor cerebro de ciencia y a la vez como campeona de puñetazos de un colegio inefectivamente caro, en ese mismo escenario su primer ex novio-con quien había estado comprometida desde los 8 hasta los 13 años de edad en convenio matrimonial al mejor estilo de los judíos sefarditas-le había roto las narices a Lázaro Amadeo, el gordito cubano que la había acompañado a una fiesta escolar de lujo. Yusef, que así se llamaba el primer novio sin amor de Gibraltar Brethous, había saltado como sapo enfurecido sobre Lázaro Amadeo, acabando ambos en el fondo de la piscina. Tras el escándalo, Yusef había dicho que aunque ya tuviera 3 años de haber roto el compromiso con Gibraltar, los celos seguían intactos. Esta vez sería un asunto elegante y formal, y de seguro que los miembros de la nomenclatura del sandinismo y el ejército le reprocharían a Felipe Antonio por las costumbres “reaccionarias, despilfarradoras y pequeño-burguesas” de su prometida y pronto esposa.
Felipe Antonio jamás enfrentaría reproches de su comité de base o compañeros de armas porque no estuvo en la fiesta de cumpleaños de Gibraltar Brethous. Mientras ella esperaba, él se refocilaba en un vetusto motel en la carretera vieja a León con Maritza, la secretaria que desde hace un mes se le insinuaba allá en su base militar. Que Maritza tuviera esposo, dos hijos y el trasero repleto de celulitis no importaba. La mujer le traía ganas, y Felipe Antonio nunca había sido marica para negarle el cariño a una hija de Eva. Al salir del motel después de comprobar que Maritza creía que ser sexy era solo estar despatarrada en el lecho sin mover ni un dedo mientras Felipe Antonio gruñía y sudaba como animal torturado, el hombre creyó reconocer estacionado ante una pulpería el carro de Jean, el tío paterno de su prometida. Por más que este maje sea cochón no se va a quedar callado que me vio con una mujer en la parrilla de mi moto, tapas y patas le faltarán para irle con el cuecho a Gibraltar, sobre todo que el muy hijueputa considera que la boda de su sobrina conmigo es casarse muy por debajo de su nivel...jodido se me olvidó que el desgraciado vive por aquí en su finca donde cría caballos, pensó Felipe Antonio mientras enrumbaba su moto MZ plateada evitando salir por la carretera. Ya estaba a punto de salir hacia la carretera nuevamente cuando las luces de la moto se apagaron a causa de un mal contacto que Felipe Antonio no había detectado antes. En la súbita oscurana, Felipe Antonio sintió la moto resbalar en el lodo y fue a pegar contra algo grande, gordo y peludo. Ese algo brotó patas-era una inmensa yegua gris de raza Lippizanner-y levantó la moto con sus dos ocupantes por los aires. La moto fue a dar contra una palmera grande, Felipe Antonio pegó contra un cerco y Maritza aterrizó de culo en unas plantas repletas de espinas. Apenas se recuperaban del impacto cuando una patrulla policial apareció por la carretera a pocos metros del sitio del accidente, y al oir los gritos de dolor de Maritza, llegaron a asomarse. A los pocos minutos estaban siendo llevados a la sala de emergencias de un hospital capitalino, donde el ansioso reportero joven que cubría la fuente de hospitales para la página de sucesos salió de su cabeceante tedio para hacer su noticia con ellos. No era de extrañarse que Felipe Antonio no llegara a la fiesta de Gibraltar Brethous, quien ya desde las 9 de la noche al verse plantada, llamó a Angel Martínez, un asesor militar cubano de ojos azules y pelo rojo, para que la acompañara.
Al día siguiente la noticia salió publicada en la página de sucesos de un diario de gran circulación y cuando la leyó Gibraltar Brethous antes de comenzar a redactar un informe para su jefe, se encogió de hombros. Esta vez me enteré, pensó, y las otras veces? Serán 20? No hice mal en llamar a Angel, quien no está nada mal aunque ya tenga 40 años. Maritza García y Felipe Antonio. Bueno saberlo. Siempre sospeché algo. Yo nunca me equivoco. Y no voy a comenzar equivocándome pronto. Hay mucho que hacer.
Cuando un contrito Felipe Antonio por fin llegó a hacerle la visita formal a la casa, Gibraltar Brethous no dio indicio de saber o sospechar nada. Lo recibió con la misma gélida bondad con la cual los azules de todos los tiempos han tratado a aquellos que consideran inferiores pero dignos de aguantar porque al fin y al cabo el mundo da cabida a todos y alguna vez pueden ser de utilidad. Le regaló un libro de poemas de la Bella Cordelera Luisa Labé, en castellano, querido, para mientras aprendés francés. Deberías de poner a Lautaro en un kinder donde le enseñen francés cuando la hora llegue. Solo el cariño por el robusto bebé quedaba intacto, y Gibraltar Brethous gozaba chineándolo, a tal punto que Felipe Antonio la acusaba de estar más enamorada de su hijo que de él.
El 5 de noviembre, fecha fijada para la boda, todo estaba a punto y listo. La iglesia había sido decorada, el padre que los casaría estaba ya con la mano bien untada para poder llevar a cabo la boda mixta, ya que Gibraltar Brethous se había negado a convertirse al cristianismo, conservando la fe hebrea aunque siempre hubiera sido atea. La madre de ella ya estaba en la iglesia, y Gibraltar Brethous llegaría con su padre en el Mercedes Benz negro de su papá. Guillaume Daniel Brethous quiso ayudar a su hija a meterse en el traje de novia. Cuando el padre por fin acabó de ajustar los 66 botones en los ojales de seda a lo largo de la espalda del vestido, la expresión del rostro de Gibraltar Brethous lo asustó. Eran los ojos de un basilisco. Ma bebé, qué pasa? preguntó afligido. Gibraltar Brethous se sentó en la cama con el traje puesto. Es una mortaja, papá. Si hoy me caso mañana mismo me entierran y con esta mortaja cara puesta. No puedo. El acongojado padre le dijo que era como un poco tarde, pero que prefería perder montaje, dinero, todo el engranaje de la boda, pero no perder a su hija. Yo te apoyo . No vas. Tomá estos cien dólares, ya te mando al chofer para que en la Renault te vaya a dejar a la parada del mercado Huembes y te vas directo donde tu tío Henri, quien siempre estuvo en contra de la boda y por eso no vino. Te vas directo a la granja en Rivas y allá te quedás por una semana. Yo llamo a tu jefe. De inmediato, voy a cancelar la boda. Y tendremos el banquete aunque no haya ceremonia. La comida no se puede desperdiciar.
Al ver entrar intempestivamente y sudado al padre de Gibraltar Brethous a la iglesia, Felipe Antonio se percató que ya no tenía futuro, por lo menos, no con ella. Lautaro, enfundado en un tuxedo, comenzó a llorar. El si amaba con locura a la extraña mujer con olor a incienso mezclado con sudor fresco. El niño miró con reproche a Felipe Antonio, como queriendo decirle que era culpa suya. La vergüenza de Felipe Antonio no conoció límites. Preguntó, gritó, aulló. Por qué? Por qué?
Era una venganza magistral, y Felipe Antonio sabía que la misma mujer que le recitaba poemas sobre lunares como estrellas en la constelación de Orión, era capaz de fraguar algo tan macabro como esto. Felipe Antonio jamás olvidaría tamaña afrenta, y aunque unos trece años después se encontraría de nuevo a Gibraltar Brethous, estando ella ya casada con otro y siendo madre de dos niños, el caldo nunca se enfrió en el sentido que por siempre Felipe Antonio quedó con la sensación de haber muerto en vida sin darse cuenta.
Una tarde de abril de 1999, Gibraltar Brethous se había sentado con un enflaquecido Felipe Antonio a tomarse un café en una librería donde ella estaba comprando unas obras de Jean Paul Sartre. Nunca tomo café, pero esta vez voy a necesitarlo y te acompaño, le dijo con una sonrisa que no subía hasta los ojos. Felipe Antonio, ajustándose la camisa de su uniforme militar, la miró fijamente antes de espetarle la pregunta. Me querías, Gibraltar? Gibraltar Brethous tragó gordo, lo miró fijamente y soltó que no. Pero le hice guevo, añadió para consolarlo. Un año y medio después del encuentro, Felipe Antonio le dijo que se iba a Canadá luego que lo soltaran del ejército. Se reuniría allá con Lautaro, quien estudiaba para ser veterinario. Lautaro nunca olvida tu regazo y tu olor a incienso con sudor, y sueña con volver a verte de nuevo, le dijo Felipe Antonio sin percatarse que la mujer-quien no tenía más que dos hijas-extrañaba al varoncito que pudo ser suyo. Un día antes de que se fuera del país, Gibraltar Brethous le llevó a su ex prometido el traje de novia que nunca se puso. Ayúdate, y no es caridad. Allá en el primer mundo el bordado a mano se cotiza muy alto, lo podés vender por unos 6 mil dólares. Felipe Antonio se guardó el orgullo y en la misma maleta que llevaba los pocos recuerdos físicos de su ex prometida, echó cuidadosamente el traje que para Gibraltar Brethous siempre pareció mortaja.
El avión en que iba Felipe Antonio hacia Canadá fue derribado por una bomba puesta por terroristas de Al Qaeda en Nueva York. Entre los restos, encontraron a Felipe Antonio muerto, sin desfiguraciones, incongruentemente intacto con un líquido transparente con olor a incienso y sudor fresco emanando de sus pocas heridas. Llevaba puesto el traje que a Gibraltar Brethous siempre le pareció una mortaja. Al ser entregado el cuerpo sin vida de Felipe Antonio a su hijo Lautaro, el joven estudiante de veterinaria decidió cremarlo con todo y el traje puesto. Lautaro guardó las cenizas en una urna al estilo griego, en su alcoba, para sentir aún el extraño olor a sudor fresco e incienso.

Cecilia Ruiz de Ríos
31 de agosto de 2004.