KISMET
“esa piel era màs yo que mi propio cuerpo.”Juan Alejandro de Normandìa, Infatuación.
Salir de mì misma para encontrarme con mi kismet serìa lo màs difícil que harìa en esta vida, pero de alguna forma todo tuvo que ver con aquella tarde calurosa de 1986 en el departamento de Rìo San Juan, en Nicaragua, cuando el destino me presentarìa al hombre que me señalarìa cuàl serìa mi kismet en la vida, kismet a como dicen los turcos. Salir de mì misma no era a travès de la poca sangre que saliò a borbotones de mi columna, mojando la lodosa camisa verde olivo de corresponsal de guerra que andaba, ni el dolor que los tres charnelazos me propinaban como mordiscos cariñosos de un cachorrito juguetón. Tras ser vista por el sanitario de la unidad militar al pie de la loma en San Carlos, y con unas vendas sujetadas por un esparadrapo que se me andaba zafando merced a las correntadas de sudor que me bajaban por la espalda hacia el culo, creìa ser afortunada. No me iba a morir, por lo menos no de momento. Otros habìan quedado peor, mucho peor, y el gringo hediondo que andaba haciendo su reportaje para la cadena televisiva que le pagaba jugosamente estaba a salvo. Quizàs el abanico de charneles de la bomba antipersonal que pisò un recluta del servicio militar estaba para èl, para el rubio de sobacos cebollosos, pero yo me interpuse y agarrè terminaciòn. Heroica. A los 26 años uno tiene antojos de ser hèroe porque suena sexy en las novelas, pero la realidad es otra. Tras comer unos frijoles que parecìan perdigones, me fui a reclinar en el patio de las barracas donde estaban unos enormes sacos de arena formando una especie de barrera, porque no eran una genuina barricada.
Fue ahì que me encontrè a Rubendarìo Ramírez. A manera de saludo le preguntè que si estaba herido por què rayos estaba tendido ahì afuera y no en la rudimentaria enfermerìa. Me ripostò que estaba afuera por la misma razòn por la cual yo me negaba a estar tirada en una litera, que era màs posible salir màs enfermo del dispensario debido al desaseo y las moscas. Los ojos del joven eran del color del Rìo san Juan cuando estaba de buen humor. Me sentè a la par suya.
-Tres charneles en la espalda, camarada-dije, para romper el hielo.
-Dos tiros y varios charneles en el pecho, se supone que no me pueden tocar porque el tejido pulmonar es màs frágil que un velo de novia hecho de encaje. Me dijeron que no me moviera, que mañana me voy en un helicóptero para Managua y allà veràn si me rajan. Rubèndario Ramírez, para servirle,capitana.
-Eileen de Beaufort, aunque no creo que ni vos ni yo sirvamos para servirnos en nada ahorita mismo.-dije y me acomodè mejor contra los sacos de arena.
-Pero no me dijeron que cerrara el pico, y es màs, estoy convencido que si hablo constantemente, la sangre no se me saldrà por completo y podrè sobrevivir y llegar bien a Managua. Estoy seguro que si hablamos toda la noche, la calaca se me corre. Eso va a ser en lo que vos me vas a servir, capitana.
-Eili, no capitana. Eso no va en mi partida de nacimiento. Ajà, y vos en què me vas a servir?
-Tendràs el privilegio de hablar con un encantador muchacho del barrio Riguero, a quien su novia se le fue con un taxista casado para acabar de concubina preñada en un cuartito de miseria. Y ademàs, al no permitir que me desangre por hablar con vos, jamàs volveràs a tener los dolores que màs te abochornan aunque no veo por què de esa actitud.
-Què?-espetè y me sentè erecta con ganas de levantarme. Este carajo si que tenìa lo que los judìos llamamos chutzpah, un atrevimiento y agallas de campeonato. Me alargò una enorme mano cubierta de vellos rojos, una mano del legendario Pie Grande o sasquatch de Norteamérica.
-Sentàte bien y ponè atención. No es por pura casualidad que nos hemos encontrado. La vida tiene un enorme plan, un diseño, y uno solo lo sigue aunque no se de cuenta-dijo sonriendo.
Me reacomodè y lo mirè de frente. Era obvio que estaba haciendo todo lo posible por olvidarse que estaba muy adolorido y con gran riesgo de morirse a los 21 añitos que tenìa.
-Sobre vos corre si me muero, Eili, y es en serio. Si dejàs que me duerma pordiosito que me palmo. A cambio yo te voy a hacer una mujer sin dolor, incluso cuando paras lo haràs sin dolor. Pero sacàme de este riesgo de morirme a mì. Hablàme, hablemos. De lo que sea. Ese es el antídoto para mi veneno de muerte, y el elìxir para que tu sagrada sangre menstrual jamàs te juegue màs malas pasadas.
La soberbia me saliò flotando por los poros momentáneamente.-Sos bastante atrevido, no sabès que te podrìan echar preso por hablarme asì. Yo no te conozco.-dije y me levantè bruscamente, sintiendo fuertes pinchazos en la espalda y preguntàndome si todo el lìquido que sentìa correr espalda abajo era solamente el sudor debido al intenso calor, o sangre de mis heridas.
-Me atrevo porque sè que no diràs nada. Es parte del gran plan. Dejàte de mates y sentàte.-riò y me tirò de la mano hasta casi caer sobre èl.
-Ya, me sentarè, cuidado te caigo y te termino de joder la herida. Por què yo?
-Esa pregunta no me la hagàs a mì.-dijo quitàndose una venda de la mano izquierda.
Y asì comenzò la larguìsima conversación en la cual me dijo que era el hijo mayor de sus padres, que tenìa 4 gatos de angora que me iba a presentar apenas saliera de este percance, y que estaba seguro que estaba destinado a ser el macho con el cual me quedarìa yo porque ìbamos a tener 4 hijos juntos. Apenas pude suprimir una risotada, ya que habìa decidido nunca casarme, incluso estando ya comprometida con anillo y todo, y jamàs se me hubiera ocurrido tener un espurio manufacturado en amores de conejo asustado detrás de una puerta, pero preferì no decirle nada de eso. Va y le provocaba un ataque de tos y el chavalo acababa echando los pulmones encima de mì como maldición hecha lluvia orgànica. Anocheciò y nosotros seguíamos hablando como gallinas viejas en un gallinero tibio, sin notar que estàbamos a la intemperie y obviando la posibilidad de que nos cayera un chaparròn encima ya que el cielo estaba algo nublado .A la hora de la cena, uno de los chavalos del equipo de càmara que andaba con nosotros llegò a dejarme una pana enorme con sopa de frijoles y una cantimplora llena de agua que sospecho tenìa como suplementos proteìnicos una familia entera de guarasapos(sì, ya sè que se dice gusarapos, pero soy nicaragüense y hablo escaliche, no español). Logrè que mi nuevo amigo tomara unos pocos sorbos de sopa y otros de agua, aunque manifestaba no tener apetito. Con ayuda de uno de los de mi equipo logrò ir al excusado y regresò con cara de alivio. Dado que el piso estaba lleno de sangre, lo movimos hacia el otro lado de los sacos de arena tras haber puesto una frazada en el suelo , y otra doblada contra los sacos para que fuese a manera de almohada. Mi asistente me trajo otras cuantas frazadas para improvisar comodidad para mì al lado de mi nuevo amigo.
Por la cantidad de sangre seca que habìa en su camisa deduje que las heridas debìan de ser respetables. Pero podìa caminar, y comer moderadamente. No habìa evidencia que siguiera sangrando.Seguimos conversando interminablemente. Me prometiò que mis dolores menstruales, los cuales he padecido desde mi menarquìa a los once años en un domingo de Ramos, cesarìan apenas èl se curase de sus heridas. Còmo rayos sabìa que me revolvìa de dolor en la cama cuando tenìa la regla?
No sè si sonaba a hechicerìa o què, pero yo seguìa incrèdula. Cuàntos le habìan dicho cosas parecidas a mis padres, incluso que con el primer bebè se me quitarìan los calambres del todo? Eso del primer bebè resultaba incluso un remedio bastante caro. Adquirir una responsabilidad de màs de 21 años de manutención y toda la vida de preocupación a cambio de no tener màs còlicos? Como que no salìa la cuenta,sobre todo si tomabas en cuenta que para hacer a ese hijo tendrìa que estar casada, y eso significaba tener que aguantar ademàs a alguien que a lo mejor no tenìa nada en comùn conmigo excepto el hijo engendrado entre ambos. Y si el padre del hijo para colmo le sudaban los pies, ventoseaba ya acostado y preferìa escuchar a los Tigres del Norte en lugar del Concierto Emperador de Beethoven? Porque uno de novio la daba con dulce, y luego sacaba las uñas tras la boda. Miràme a Chucito, mi Jesús que no era mìo sino de toda la que lo mirara con ojos de almíbar, destinado a casarse conmigo en noviembre de ese año porque me convenìa y me harìa bebès fotogènicos como de calendario de Gerber, y Chucito estaba frondo y fresco allà en el estado mayor general del ejèrcito en Managua, combatiente de escritorio, y yo la estaba agarrando del cuello, con la espalda en sangre y el culo inundado de mi propio sudor, bailando sin moverme de unos sacos de arena con un loco herido de ojos cristalinos que decìa que me iba a quitar los dolores de una sola vez si se salvaba de la sanata tras quedar pasconeado. No era para morirse de la risa? Pero me estaba sucediendo a mì. Y còmo me estaba sucediendo. No sè si serìa el miedo apenas sepultado bajo la piel sudada, pero la sangre seca en la camisa de Rubendarìo Ramírez no olìa a cobre, sino a incienso. Del mismo que le echan a los altares de la virgen para la griterìa.
No sè què me impulsò a hablarle de mis miedos, sustos que ni mi madre conocìa o mi padre hubiese sospechado que sentìa su leoncito bravo que ya llevaba varias heridas de guerra. Primero desfilò el perchero, el que estaba a la salida del àtico, por el balcòn siniestro por el que solìa ver el cielo enojado de tormenta de julio. El perchero que se agitaba con el viento y que una tarde, después de mi siesta infantil, a los tres años de edad, hizo que el corazòn se me congelara en el pecho mientras intentaba bajar aprisa hacia el primer piso de la casa de mi abuela en el viejo barrio de San Antonio en la Managua pre-terremoto 1972. El viento habìa agitado al perchero y me cayò encima, y un capote negro se me apretò alrededor del cuello, y cuando rodè escaleras abajo y mi abuela me recogiò del piso, tenìa una enorme marca de mano roja alrededor del pescuezo y una sensación de ardor en la zona. Me habìan llevado al mèdico, quien habìa rezongado sobre quièn era el grosero de mis tìos que me habìa lastimado tanto. Hasta la vez no tenìa explicación para ese incidente, a como no habìa tampoco para el cenicero sincero.
El cenicero sincero era un cenicero donde una de mis tìas depositaba las clandestinas colillas de su cigarrillos prohibidos, y era feo de remate como el vicio del tabaquismo. Era redondo y tubular, hecho de metal que ya se estaba ensarrando, y en la parte superior tenìa una abertura doble. Apoyando una manigueta, se depositaba la ceniza en el cenicero, el cual parecìa siempre estar acechando, hambriento, anhelante. Al apoyar la manigueta, el cenicero tragaba gustoso, goloso, desesperado, y era posible pincharse un dedo si uno no tenìa cuidado.El cenicero sincero estaba a la par del telèfono negro, contiguo a un maquìn verde, en el comedor, casi al pie de las escaleras que iban al segundo piso de la enorme mansión de mi abuela. Yo estaba segura que el cenicero era malèvolo, y sincero en su odio hacia nosotros los que no fumàbamos. Estaba segura que se meneaba solo, cuando nadie lo veìa., buscaba què comerse, fuera lo que fuera, no solo le gustaba la ceniza, sino tambièn la carne humana aunque fuera la de alguien que no probaba tabaco. Incluso quizàs era posible que prefiriera la carne pura de alguien que no estuviera contaminado del vicio, como yo.
Una tarde no quise ir de tiendas con mi madre y mi abuela, y dado que estaba Miriam, la aplanchadora, en plena faena acabando con 2 tareas de plancha, me quedè sin salir. Yo tenìa unos 4 años de edad, y ya tenìa de compañera inseparable a mi gata Abisinia con angora Buñuelo. Contiguo al comedor habìa un enorme baño con tina azulada, y un gigantesco lavamanos blanco. Yo preferìa, desde mi incidente con el perchero, no ir a hacer mis necesidades al segundo piso si no habìa nadie ahì, y el baño entre la cocina y el comedor me servìa de perlas. Fue cuestión de meterme al inodoro a evacuar el vientre cuando oì el embolismo. Era un sonido metàlico fuerte, agitado, y los maullidos furiosos de mi gata Buñuelo, quien parecìa estar trenzada en una lucha con el diablo. A como pude terminè de hacer lo que estaba haciendo, me limpiè y aùn ponièndome de vuelta las bombachas pude apreciar a mi gata siendo seguida por toda la sala por el cenicero sincero, que parecìa haber cobrado vida para seguirla. La asustada animala se subiò arriba de las cortinas de seda de la sala como ùnica escapatoria ante el ataque del objeto, el cual al aparecer yo se detuvo debajo de las cortinas. Estaba murièndome de miedo que me siguiera el artefacto. Armàndome de valor y de una escoba que la criada habìa dejado por la mesa del comedor, me aproximè al cenicero. Irradiaba calor, como si estuviera semifundido, un olor a cacho quemado. No dudè y levantè la escoba , descargando una sinfonìa de golpes sobre el cenicero hasta que Miriam, la aplanchadora, llegò a quitàrmelo, regañàndome por ser tan traviesa y destructora. El pobre chunche quedò todo chopeado, con grandes abolladuras, y Miriam se lo llevò a su lugar habitual. , mascullando muy enojada que le iba a decir a mi papa que no me mimara tanto porque era una niña mala, jodiendo los chunches caros de la abuela. Eso te pasa por salirte de la piel, dejàs un hoyo adentro y el diablo se te mete ahì, me dijo Miriam, quien era muy supersticiosa.
Què quiso decir? Veìa yo cosas que otros no apreciaban porque habìa un resquicio entre la piel y el alma? Tenìa yo alma? Mi ateo padre decìa que el alma era otro fraude de las iglesias. Buen negocio pagar por la salvaciòn de algo que no tenès, clase de estafa, reìa. Pero aùn sin alma, me percataba de tantas cosas! Me daba la impresión que tenìa unos ojos invisibles el cenicero, y desde ellos me miraba con reproche. Buñuelo logrò bajarse de las cortinas hacia mi regazo, y fue cuando me percatè que le faltaban unos mechones del fin de su espeso rabo. Buñuelo jamàs se volverìa a acercarse al cenicero mientras èste existiò, y cuando un trozo de escombro lo aplanò completamente durante el terremoto de 1972, yo ya era adolescente y me acerquè a verlo. Aùn habìa un mechòn rojo de cabello rizado de Buñuelo, quien seguìa viva y habìa tenido la prudencia de jamàs volverse a echar cerca de èl.
Cada relato de pavores inconfesables que yo le contaba a Rubendarìo Ramírez, èl aprovechaba para tratar de convencerme que era el kismet, el destino, quien me habìa hecho la persona señalada para èl, que esos incidentes ya los conocìa que habìan sucedido, pero que no habìa jamàs visto a la protagonista hasta hoy. Me decìa que ya me conocìa sin haberme visto, y que habìa sido solo una cuestión de tiempo para que kismet juntara a las dos mitades que debìamos ser de un todo. Lo decìa con tanta convicción, con aquel brillo febril en sus ojos claros que brillaban como linternas o cocuyos en la noche que ya caìa.
Dejè de sudar y comencè a sentir frìo. O escalofrìos? Esto no podìa estarme sucediendo a mì, que era el summum de la practicalidad y sensatez. Fue cuando tuve que recurrir a mi carta de triunfo, al as debajo de la manga, al conejo que brotaba del sombrero del mago cuando menos esperabas. Fue cuando le narrè lo del tocadisco de la sala de mi abuela.
Este tocadisco era viejo, anterior a los que traìan radio incorporado en la consola. Era solo el tocadisco donde mi madre me ponìa a girar los longplays repletitos de Vivaldi, Praetorius, Mozart, Beethoven, Verdi y Dvòrak, sin olvidar a Tchaikosvky y por supuesto al orgullo francès de Debussy. Para aquietarme a mì y a mi dìscola Buñuelo, mi mamà o mi abuela solìan poner cuanto disco aguantara el tocadisco, para que no hubiera interrupción al hechizo que la mùsica clàsica ejercìa sobre mi siquis, logrando que me enrollara en una silla junto a la gata, y comenzara a echar baldes de baba fascinada por la mùsica. Pero no me cansè de enfatizarle al joven que no tenìa radio para oir las noticias. El 22 de noviembre de 1963 el presidente gringo John F.Kennedy cayò abatido a tiros en Dallas mientras se mostraba como pavorreal con su elegantìsima esposa en un descapotable, y el mundo llorò. Porque yo llorè tambièn la muerte de semejante estadista tan encantador, aunque no haya sido màs que una niña. Y casi todos lloran del susto cuando de repente, tras haber terminado de escuchar yo Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, el tocadisco comenzò a emitir unos ruidos como de estàtica, y luego oìmos claritos una transmisión de una radio estadounidense dando todos los detalles del juramento tomado por Lyndon B. Johnson a bordo del Air Force One, siendo ya el sustituto de Kennedy, mientras la pobre y glamorosa Jackeline aùn deambulaba como cùcala desarbolada en su traje Chanel rosa pringado de la sangre de su marido al haber caìdo impactado con un tuco de tapa menos sobre los sesos. Todos habìamos escuchado con embeleso la transmisión en inglès y no fue hasta que sonò el himno de los Estados Unidos que nos dimos cuenta que era el tocadisco de donde salìa la transmisión y no del televisor en blanco y negro que estaba apagado. Señores, la tele estaba apagada y el tocadiscos no tenìa radio, agarren ese trompo en la uña,
Explìquen eso y con lògica, nada que histeria colectiva o impresión en grupo, nada que ver, y yo aùn no habìa entrado al colegio donde aprendì inglès, y mi abuela lo hablaba medio cancaneado, y todos entendimos.
Con esta narración sì logrè asustar a Rubendarìo Ramírez, quien comenzò a sentir angustia y a manifestar frìo. Le lancè otra colcha encima, de aquellas rusas oscuras que pican como si a uno le anduvieran jelepates y pulgas y saber si chinches tambièn, y me dijo que no era suficiente, que me pusiera yo debajo de la cobija para pasarle calor humano. Lo acurruquè como si yo hubiera sido quien lo pariò, y seguimos hablando asì. Le dije que no se pusiera propasòn y soltò una estruendosa carcajada, seguida èsta por una estela de pedos, que lo hicieron retorcerse de cosquillas, y no me soltaba.Cuando le dije que me habìan impuesto un novio bonito como caballero de operetta y que se suponìa que tenìa que casarme porque ya era hora de dar heredero y ademàs se hablaba demasiado de mì que por què no me casaba, me dijo que lo harìa sobre su cadáver. Lo dijo rièndose, pero yo sentì que alguien pisaba la làpida de mi futura tumba. Rubendarìo, carajito de mierda, con eso no bromeès, alcancè a decirle antes de acomodarlo mejor para que no se le soltara el cascaròn de coàgulos que tenìa en el costado izquierdo del pecho. Me daba pavor que se desangrara en mis manos, cuando aquì en San Carlos no habìa atención mèdica que pudiera garantizar que sobrevivirìa. A pesar de no haberse podido lavar entero, y tras sudores y sangrados, no apestaba. Serìa si morìa uno de esos cadáveres de santos que no se descomponìan, o como el cuerpo de Daniel de Armati, encontrado años tras su asesinato en las lomas de Souk-el garb encima de Beirut, que yacìa sonriente, con barbas, uñas y cabellera aùn creciendo y con una expresión tan viva que su propia hija Ramona no querìa volverlo a enterrar allà en Parìs ¿ Horror, le estaba deseando la muerte yo a este pobre hombre a quien le faltaba apenas una semana para cumplir sus dos años de servicio militar obligatorio..?
-Apesto?
-No Rubendarìo, nunca apestarìas.
-A como nunca creo que apestarìa tu sangre mensual. La que te causa tanto dolor y hace que aceleres el cocimiento de los frijoles, o reventès llantas de autos.
Lo mirè fijamente a los ojos de linterna.-Ni te imaginàs còmo sè todo eso. Apenas tengàs el primer niño, se irà todo ese dolor, esa sensación de un tiburón navegando vientre arriba con los dientes rompiendo quejidos. Eso te lo prometo. Pero no me dejès morir. Seguìme hablando, no te me durmàs, te pido mucho, estàs cansada, herida, golpeada, harta de ver tanta sangre en esta guerra fraticida que no sirve màs que para dejarnos amargados, hartos, empachados de odio.
La luna saliò en el cielo en medio de un charco de leche de nubes blancas, hermosas nubes almohadas para que si hubiera angeles de verdad, en ellas reclinaran los bucles de sus cabezas para descansar mientras el inexistente de dios durmiera eternamente tras dejar el mundo mal hecho.
-Vos tambièn sos ateo?-preguntè.
-Es lo ùnico que se puede ser si uno es sensato. De veras creès toda esa monserga judìa del Shaddai o el Adonai, que es a como se dirigen uds. A èl.
-Ustedes suena a un montòn de gente-dije mientras le pasaba una mano por los bucles de pelo rubio cenizo apenas humedecidos por un sudor tierno.
Y asì seguimos hablando. Dieron las doce de la noche, y hablàbamos como si el tiempo se iba a acabar. El corresponsal gringo llegò a darme las buenas noches, y mi asistente me avisò que a las 5 y media estarìamos abordando el helicóptero que nos llevarìa a Managua ya que el aparato en que llegamos a San Carlos estaba irremediablemente averiado. Conforme seguimos conversando me di cuenta que el joven en cuestiòn parecìa tener la verdad como una sartèn caliente atrapada por el cocinero por el mango. El miedo se fue apoderando de mì, queriendo preguntar quièn era, y dònde habìa estado antes de conocerle, que por què nunca me lo topè antes si no era mi primer viaje a la zona, que yo me conocìa la zona de guerra como la palma de mi mano. Era increíble, y recordè algunas estrofas de un poema de Juan Alejandro de Normandìa, cuando decìa que el otro era màs èl que su propio cuerpo. Una sensación de calambre se apoderò de mi vientre y reconocì lo que era. Por fecha ya me tocaba. No iba a poderme levantar para ir al excusado o buscar con què detener el flujo, no lo podìa dejar solo. No podìa dejar interrumpida la conversación. No le quise decir lo que ocurrìa, pero su intuición le indicò què estaba pasando.
-Aùn asì, no me dejès. Me està doliendo la herida, mujer.
-Aunque suba bañada en sangre al helicóptero, no me muevo-le reafirmè.
La luna alcanzò el cenit y seguíamos hablando, cada vez màs en voz baja para no causarle irritaciòn a los que dormìan en la barraca a unos 5 metros de donde estàbamos nosotros recostados sobre los sacos de arena.
Yo creì que estaba hablando en sueños después de las 4 de la mañana. Estaba muerta de fatiga. Volví en mì hacia las cinco de la mañana, y me di cuenta cuando el centinela me levantò que me habìa dormido. Una inmensa sensación de pesadez y dolor me invadiò.Aùn tenìa abrazado a Rubendarìo Ramírez, pero el corresponsal gringo me extricò del abrazo del joven.
-No use, baby, you did your best.Let him go,darling.
Como que lo suelte, que lo deje ir, que todo fue inútil?Mierda a la treceava potencia, me habìa dormido! No le continuè hablando,y…carajo, estaba muerto. Rubendarìo Ramírez estaba muerto. Se habìa escapado en la cola de un unicornio negro, se lo llevò la camella negra de la muerte musulmana, se habìa ido mi destino, mi kismet. Y no podìa llorar. No tenìa tiempo para llorar. Las aspas del helicóptero sonaban cerca, y debìamos irnos a Managua. Vi que se llevaban al muchacho y lo metìan en una especie de bolsa de plàstico grueso. Pensè, lo van a asfixiar, solo està dormido, no le hagan eso. Yo no le di permiso que se muriera. Esa es insubordinación, que le caiga auditorìa pero no la muerte. Lo acuso, lo acuso de deserción.
Nos montamos al helicóptero, y no pude tocar la bolsa de plàstico en la que lo echaron.Iban unas 4 bolsas màs, con reclutas muertos. Iba en estado de shock. El corresponsal gringo trataba de consolarme, y le respondì con calma que shut the fuck up your nattering, battering and chatering traps, a como nos decìa el maestro de gramàtica Pletzke, un bello rubio checo-britànico. Cierren sus malditas,parloteantes y disparatantes tapas. Lo decìa cuando se le subìa el azùcar, pues habìa sido diabètico desde los 8 años el pobre Pletzke. Una vez en Managua, no me cambiè de ropa ni fui a reportarme a mis superiores. Me fui en la ambulancia donde llevaron a dos de los cadáveres, le dije al conductor que callara la sirena que eso era vulgaridad porque ya no habìa urgencia de salvar a nadie, y al llegar allà al hospital militar acompañè los dos cuerpos a la morgue. Sacaron el cadáver de Rubendarìo Ramírez y pude contemplar en su grotesco esplendor la herida que le habìa segado la vida.
No fue hasta que vi sus pobres despojos desnudos, con la mancha de lividez cerca de las contorneadas nalgas, que me di cuenta que habìa comenzado a criarle un afecto feroz. Dos mèdicos forenses se hicieron cargo de èl. Fue grande mi sorpresa cuando dijeron que el joven habìa muerto de hemorragia `pulmonar a las 8 de la noche del dìa anterior. Les dije que eran unos charlatanes, pues a esa hora estàbamos conversando animadamente el ahora finado y yo.
-Mire, capitana, con todo respeto ud. Està muy fatigada, entendemos el impacto que esto tiene, hasta se debe de haber impresionado mucho, y usted se deberìa de estar viendo su espalda pues tenemos entendido que fue charneleada, mas siendo mujer…
-Què mujer ni què mierda de mil tormentos, pareja de inútiles desgraciados! Ninguno de ustedes ha estado en las zonas donde yo he sido baleada, fracturada,charneleada y hasta se atreven a hablarme con señorìa porque uds. Tienen un colgajo entre piernas y se cree que ese adminículo les garantiza la valentìa, el arrojo, y la verdad. Son peores que un dolor de regla bien sembrado, jodidos! Lo peor es que no saben ni mierda porque tienen sus tìtulos universitarios por haber andado cortando cafè, no abriendo cadáveres ni quemàndose las pestañas. Mèdicos mi culo!.-estallè y salì a llorar afuera..
Horas màs tarde, me tocò llevar los restos de Rubendarìo Ramírez a su madre en el barrio Riguero. La señora tenìa los mismos ojos de Rìo San Juan del muchacho, y conversando con ella confirmè que todo cuanto el joven me habìa dicho era real y verdadero. La señora hasta me enseñò los gatos peludos de su hijo. Esa noche estuve en la vela del joven que dijo haber sido mi kismet, y amistè con sus gatos. El dictamen decìa que el muchacho habìa muerto de hemorragia pulmonar a las 8 de la noche del dìa anterior, y nadie corroboraba haber oìdo las dos voces, la del recluta y la mìa, màs que el gringo corresponsal. Entonces, habìa hablado yo con un muerto todo ese tiempo? Tantas horas, en las que supe todos los pormenores de su vida, de sus frustraciones, del esperado regreso a la UNI donde esperaba concluir los dos años de ingenierìa que le faltaban? Y lo de la novia traicionera, aùn embarazada de un hombre casado, y que no habìa osado llegar al sepelio? Bueno, y mi promesa de nunca sentir màs dolores? En eso habìa algo de cierto. Aunque estaba menstruando, no habìan calambres. El vientre estaba en calma. Pero iba a sepultar a quien decìa ser mi destino.
No me casè con Chucito.Ni sobre el cadáver de Rubendarìo Ramírez. Lo dejè plantado en la puerta de la iglesia preguntàndose quièn era yo. Pero para entonces yo ya sabìa quièn era yo, y mi destino no era el guapo, bueno para nada y bonvivant de Chucito. Fue una odisea encontrar pareja, y cuando tuve a mis hijas gemelas casi me muero en el parto.Y sigo teniendo las menstruaciones màs dolorosas aùn a una edad en la que muchas mujeres ya yacen en los suaves pero agitados brazos de la menopausia. Las hormonas, dejadas en estado de alarma la noche de la muerte de mi destino, se niegan a reposar. Sigo buscando el ente, el animal, la mujer o el niño que me prometa paz a mis dolores, o por lo menos a mi siquis atea y amoratada que en una noche del ùltimo codo del invierno tropical, estuvo platicando toda la noche segùn lo que la ciencia considera por el estado de lividez que el cuerpo presentaba, un muerto en vida, o un nosferatu. Pero al fin y al cabo mi kismet, a como dicen los turcos.
Cecilia Ruiz de Rìos
9 de diciembre de 2007
“esa piel era màs yo que mi propio cuerpo.”Juan Alejandro de Normandìa, Infatuación.
Salir de mì misma para encontrarme con mi kismet serìa lo màs difícil que harìa en esta vida, pero de alguna forma todo tuvo que ver con aquella tarde calurosa de 1986 en el departamento de Rìo San Juan, en Nicaragua, cuando el destino me presentarìa al hombre que me señalarìa cuàl serìa mi kismet en la vida, kismet a como dicen los turcos. Salir de mì misma no era a travès de la poca sangre que saliò a borbotones de mi columna, mojando la lodosa camisa verde olivo de corresponsal de guerra que andaba, ni el dolor que los tres charnelazos me propinaban como mordiscos cariñosos de un cachorrito juguetón. Tras ser vista por el sanitario de la unidad militar al pie de la loma en San Carlos, y con unas vendas sujetadas por un esparadrapo que se me andaba zafando merced a las correntadas de sudor que me bajaban por la espalda hacia el culo, creìa ser afortunada. No me iba a morir, por lo menos no de momento. Otros habìan quedado peor, mucho peor, y el gringo hediondo que andaba haciendo su reportaje para la cadena televisiva que le pagaba jugosamente estaba a salvo. Quizàs el abanico de charneles de la bomba antipersonal que pisò un recluta del servicio militar estaba para èl, para el rubio de sobacos cebollosos, pero yo me interpuse y agarrè terminaciòn. Heroica. A los 26 años uno tiene antojos de ser hèroe porque suena sexy en las novelas, pero la realidad es otra. Tras comer unos frijoles que parecìan perdigones, me fui a reclinar en el patio de las barracas donde estaban unos enormes sacos de arena formando una especie de barrera, porque no eran una genuina barricada.
Fue ahì que me encontrè a Rubendarìo Ramírez. A manera de saludo le preguntè que si estaba herido por què rayos estaba tendido ahì afuera y no en la rudimentaria enfermerìa. Me ripostò que estaba afuera por la misma razòn por la cual yo me negaba a estar tirada en una litera, que era màs posible salir màs enfermo del dispensario debido al desaseo y las moscas. Los ojos del joven eran del color del Rìo san Juan cuando estaba de buen humor. Me sentè a la par suya.
-Tres charneles en la espalda, camarada-dije, para romper el hielo.
-Dos tiros y varios charneles en el pecho, se supone que no me pueden tocar porque el tejido pulmonar es màs frágil que un velo de novia hecho de encaje. Me dijeron que no me moviera, que mañana me voy en un helicóptero para Managua y allà veràn si me rajan. Rubèndario Ramírez, para servirle,capitana.
-Eileen de Beaufort, aunque no creo que ni vos ni yo sirvamos para servirnos en nada ahorita mismo.-dije y me acomodè mejor contra los sacos de arena.
-Pero no me dijeron que cerrara el pico, y es màs, estoy convencido que si hablo constantemente, la sangre no se me saldrà por completo y podrè sobrevivir y llegar bien a Managua. Estoy seguro que si hablamos toda la noche, la calaca se me corre. Eso va a ser en lo que vos me vas a servir, capitana.
-Eili, no capitana. Eso no va en mi partida de nacimiento. Ajà, y vos en què me vas a servir?
-Tendràs el privilegio de hablar con un encantador muchacho del barrio Riguero, a quien su novia se le fue con un taxista casado para acabar de concubina preñada en un cuartito de miseria. Y ademàs, al no permitir que me desangre por hablar con vos, jamàs volveràs a tener los dolores que màs te abochornan aunque no veo por què de esa actitud.
-Què?-espetè y me sentè erecta con ganas de levantarme. Este carajo si que tenìa lo que los judìos llamamos chutzpah, un atrevimiento y agallas de campeonato. Me alargò una enorme mano cubierta de vellos rojos, una mano del legendario Pie Grande o sasquatch de Norteamérica.
-Sentàte bien y ponè atención. No es por pura casualidad que nos hemos encontrado. La vida tiene un enorme plan, un diseño, y uno solo lo sigue aunque no se de cuenta-dijo sonriendo.
Me reacomodè y lo mirè de frente. Era obvio que estaba haciendo todo lo posible por olvidarse que estaba muy adolorido y con gran riesgo de morirse a los 21 añitos que tenìa.
-Sobre vos corre si me muero, Eili, y es en serio. Si dejàs que me duerma pordiosito que me palmo. A cambio yo te voy a hacer una mujer sin dolor, incluso cuando paras lo haràs sin dolor. Pero sacàme de este riesgo de morirme a mì. Hablàme, hablemos. De lo que sea. Ese es el antídoto para mi veneno de muerte, y el elìxir para que tu sagrada sangre menstrual jamàs te juegue màs malas pasadas.
La soberbia me saliò flotando por los poros momentáneamente.-Sos bastante atrevido, no sabès que te podrìan echar preso por hablarme asì. Yo no te conozco.-dije y me levantè bruscamente, sintiendo fuertes pinchazos en la espalda y preguntàndome si todo el lìquido que sentìa correr espalda abajo era solamente el sudor debido al intenso calor, o sangre de mis heridas.
-Me atrevo porque sè que no diràs nada. Es parte del gran plan. Dejàte de mates y sentàte.-riò y me tirò de la mano hasta casi caer sobre èl.
-Ya, me sentarè, cuidado te caigo y te termino de joder la herida. Por què yo?
-Esa pregunta no me la hagàs a mì.-dijo quitàndose una venda de la mano izquierda.
Y asì comenzò la larguìsima conversación en la cual me dijo que era el hijo mayor de sus padres, que tenìa 4 gatos de angora que me iba a presentar apenas saliera de este percance, y que estaba seguro que estaba destinado a ser el macho con el cual me quedarìa yo porque ìbamos a tener 4 hijos juntos. Apenas pude suprimir una risotada, ya que habìa decidido nunca casarme, incluso estando ya comprometida con anillo y todo, y jamàs se me hubiera ocurrido tener un espurio manufacturado en amores de conejo asustado detrás de una puerta, pero preferì no decirle nada de eso. Va y le provocaba un ataque de tos y el chavalo acababa echando los pulmones encima de mì como maldición hecha lluvia orgànica. Anocheciò y nosotros seguíamos hablando como gallinas viejas en un gallinero tibio, sin notar que estàbamos a la intemperie y obviando la posibilidad de que nos cayera un chaparròn encima ya que el cielo estaba algo nublado .A la hora de la cena, uno de los chavalos del equipo de càmara que andaba con nosotros llegò a dejarme una pana enorme con sopa de frijoles y una cantimplora llena de agua que sospecho tenìa como suplementos proteìnicos una familia entera de guarasapos(sì, ya sè que se dice gusarapos, pero soy nicaragüense y hablo escaliche, no español). Logrè que mi nuevo amigo tomara unos pocos sorbos de sopa y otros de agua, aunque manifestaba no tener apetito. Con ayuda de uno de los de mi equipo logrò ir al excusado y regresò con cara de alivio. Dado que el piso estaba lleno de sangre, lo movimos hacia el otro lado de los sacos de arena tras haber puesto una frazada en el suelo , y otra doblada contra los sacos para que fuese a manera de almohada. Mi asistente me trajo otras cuantas frazadas para improvisar comodidad para mì al lado de mi nuevo amigo.
Por la cantidad de sangre seca que habìa en su camisa deduje que las heridas debìan de ser respetables. Pero podìa caminar, y comer moderadamente. No habìa evidencia que siguiera sangrando.Seguimos conversando interminablemente. Me prometiò que mis dolores menstruales, los cuales he padecido desde mi menarquìa a los once años en un domingo de Ramos, cesarìan apenas èl se curase de sus heridas. Còmo rayos sabìa que me revolvìa de dolor en la cama cuando tenìa la regla?
No sè si sonaba a hechicerìa o què, pero yo seguìa incrèdula. Cuàntos le habìan dicho cosas parecidas a mis padres, incluso que con el primer bebè se me quitarìan los calambres del todo? Eso del primer bebè resultaba incluso un remedio bastante caro. Adquirir una responsabilidad de màs de 21 años de manutención y toda la vida de preocupación a cambio de no tener màs còlicos? Como que no salìa la cuenta,sobre todo si tomabas en cuenta que para hacer a ese hijo tendrìa que estar casada, y eso significaba tener que aguantar ademàs a alguien que a lo mejor no tenìa nada en comùn conmigo excepto el hijo engendrado entre ambos. Y si el padre del hijo para colmo le sudaban los pies, ventoseaba ya acostado y preferìa escuchar a los Tigres del Norte en lugar del Concierto Emperador de Beethoven? Porque uno de novio la daba con dulce, y luego sacaba las uñas tras la boda. Miràme a Chucito, mi Jesús que no era mìo sino de toda la que lo mirara con ojos de almíbar, destinado a casarse conmigo en noviembre de ese año porque me convenìa y me harìa bebès fotogènicos como de calendario de Gerber, y Chucito estaba frondo y fresco allà en el estado mayor general del ejèrcito en Managua, combatiente de escritorio, y yo la estaba agarrando del cuello, con la espalda en sangre y el culo inundado de mi propio sudor, bailando sin moverme de unos sacos de arena con un loco herido de ojos cristalinos que decìa que me iba a quitar los dolores de una sola vez si se salvaba de la sanata tras quedar pasconeado. No era para morirse de la risa? Pero me estaba sucediendo a mì. Y còmo me estaba sucediendo. No sè si serìa el miedo apenas sepultado bajo la piel sudada, pero la sangre seca en la camisa de Rubendarìo Ramírez no olìa a cobre, sino a incienso. Del mismo que le echan a los altares de la virgen para la griterìa.
No sè què me impulsò a hablarle de mis miedos, sustos que ni mi madre conocìa o mi padre hubiese sospechado que sentìa su leoncito bravo que ya llevaba varias heridas de guerra. Primero desfilò el perchero, el que estaba a la salida del àtico, por el balcòn siniestro por el que solìa ver el cielo enojado de tormenta de julio. El perchero que se agitaba con el viento y que una tarde, después de mi siesta infantil, a los tres años de edad, hizo que el corazòn se me congelara en el pecho mientras intentaba bajar aprisa hacia el primer piso de la casa de mi abuela en el viejo barrio de San Antonio en la Managua pre-terremoto 1972. El viento habìa agitado al perchero y me cayò encima, y un capote negro se me apretò alrededor del cuello, y cuando rodè escaleras abajo y mi abuela me recogiò del piso, tenìa una enorme marca de mano roja alrededor del pescuezo y una sensación de ardor en la zona. Me habìan llevado al mèdico, quien habìa rezongado sobre quièn era el grosero de mis tìos que me habìa lastimado tanto. Hasta la vez no tenìa explicación para ese incidente, a como no habìa tampoco para el cenicero sincero.
El cenicero sincero era un cenicero donde una de mis tìas depositaba las clandestinas colillas de su cigarrillos prohibidos, y era feo de remate como el vicio del tabaquismo. Era redondo y tubular, hecho de metal que ya se estaba ensarrando, y en la parte superior tenìa una abertura doble. Apoyando una manigueta, se depositaba la ceniza en el cenicero, el cual parecìa siempre estar acechando, hambriento, anhelante. Al apoyar la manigueta, el cenicero tragaba gustoso, goloso, desesperado, y era posible pincharse un dedo si uno no tenìa cuidado.El cenicero sincero estaba a la par del telèfono negro, contiguo a un maquìn verde, en el comedor, casi al pie de las escaleras que iban al segundo piso de la enorme mansión de mi abuela. Yo estaba segura que el cenicero era malèvolo, y sincero en su odio hacia nosotros los que no fumàbamos. Estaba segura que se meneaba solo, cuando nadie lo veìa., buscaba què comerse, fuera lo que fuera, no solo le gustaba la ceniza, sino tambièn la carne humana aunque fuera la de alguien que no probaba tabaco. Incluso quizàs era posible que prefiriera la carne pura de alguien que no estuviera contaminado del vicio, como yo.
Una tarde no quise ir de tiendas con mi madre y mi abuela, y dado que estaba Miriam, la aplanchadora, en plena faena acabando con 2 tareas de plancha, me quedè sin salir. Yo tenìa unos 4 años de edad, y ya tenìa de compañera inseparable a mi gata Abisinia con angora Buñuelo. Contiguo al comedor habìa un enorme baño con tina azulada, y un gigantesco lavamanos blanco. Yo preferìa, desde mi incidente con el perchero, no ir a hacer mis necesidades al segundo piso si no habìa nadie ahì, y el baño entre la cocina y el comedor me servìa de perlas. Fue cuestión de meterme al inodoro a evacuar el vientre cuando oì el embolismo. Era un sonido metàlico fuerte, agitado, y los maullidos furiosos de mi gata Buñuelo, quien parecìa estar trenzada en una lucha con el diablo. A como pude terminè de hacer lo que estaba haciendo, me limpiè y aùn ponièndome de vuelta las bombachas pude apreciar a mi gata siendo seguida por toda la sala por el cenicero sincero, que parecìa haber cobrado vida para seguirla. La asustada animala se subiò arriba de las cortinas de seda de la sala como ùnica escapatoria ante el ataque del objeto, el cual al aparecer yo se detuvo debajo de las cortinas. Estaba murièndome de miedo que me siguiera el artefacto. Armàndome de valor y de una escoba que la criada habìa dejado por la mesa del comedor, me aproximè al cenicero. Irradiaba calor, como si estuviera semifundido, un olor a cacho quemado. No dudè y levantè la escoba , descargando una sinfonìa de golpes sobre el cenicero hasta que Miriam, la aplanchadora, llegò a quitàrmelo, regañàndome por ser tan traviesa y destructora. El pobre chunche quedò todo chopeado, con grandes abolladuras, y Miriam se lo llevò a su lugar habitual. , mascullando muy enojada que le iba a decir a mi papa que no me mimara tanto porque era una niña mala, jodiendo los chunches caros de la abuela. Eso te pasa por salirte de la piel, dejàs un hoyo adentro y el diablo se te mete ahì, me dijo Miriam, quien era muy supersticiosa.
Què quiso decir? Veìa yo cosas que otros no apreciaban porque habìa un resquicio entre la piel y el alma? Tenìa yo alma? Mi ateo padre decìa que el alma era otro fraude de las iglesias. Buen negocio pagar por la salvaciòn de algo que no tenès, clase de estafa, reìa. Pero aùn sin alma, me percataba de tantas cosas! Me daba la impresión que tenìa unos ojos invisibles el cenicero, y desde ellos me miraba con reproche. Buñuelo logrò bajarse de las cortinas hacia mi regazo, y fue cuando me percatè que le faltaban unos mechones del fin de su espeso rabo. Buñuelo jamàs se volverìa a acercarse al cenicero mientras èste existiò, y cuando un trozo de escombro lo aplanò completamente durante el terremoto de 1972, yo ya era adolescente y me acerquè a verlo. Aùn habìa un mechòn rojo de cabello rizado de Buñuelo, quien seguìa viva y habìa tenido la prudencia de jamàs volverse a echar cerca de èl.
Cada relato de pavores inconfesables que yo le contaba a Rubendarìo Ramírez, èl aprovechaba para tratar de convencerme que era el kismet, el destino, quien me habìa hecho la persona señalada para èl, que esos incidentes ya los conocìa que habìan sucedido, pero que no habìa jamàs visto a la protagonista hasta hoy. Me decìa que ya me conocìa sin haberme visto, y que habìa sido solo una cuestión de tiempo para que kismet juntara a las dos mitades que debìamos ser de un todo. Lo decìa con tanta convicción, con aquel brillo febril en sus ojos claros que brillaban como linternas o cocuyos en la noche que ya caìa.
Dejè de sudar y comencè a sentir frìo. O escalofrìos? Esto no podìa estarme sucediendo a mì, que era el summum de la practicalidad y sensatez. Fue cuando tuve que recurrir a mi carta de triunfo, al as debajo de la manga, al conejo que brotaba del sombrero del mago cuando menos esperabas. Fue cuando le narrè lo del tocadisco de la sala de mi abuela.
Este tocadisco era viejo, anterior a los que traìan radio incorporado en la consola. Era solo el tocadisco donde mi madre me ponìa a girar los longplays repletitos de Vivaldi, Praetorius, Mozart, Beethoven, Verdi y Dvòrak, sin olvidar a Tchaikosvky y por supuesto al orgullo francès de Debussy. Para aquietarme a mì y a mi dìscola Buñuelo, mi mamà o mi abuela solìan poner cuanto disco aguantara el tocadisco, para que no hubiera interrupción al hechizo que la mùsica clàsica ejercìa sobre mi siquis, logrando que me enrollara en una silla junto a la gata, y comenzara a echar baldes de baba fascinada por la mùsica. Pero no me cansè de enfatizarle al joven que no tenìa radio para oir las noticias. El 22 de noviembre de 1963 el presidente gringo John F.Kennedy cayò abatido a tiros en Dallas mientras se mostraba como pavorreal con su elegantìsima esposa en un descapotable, y el mundo llorò. Porque yo llorè tambièn la muerte de semejante estadista tan encantador, aunque no haya sido màs que una niña. Y casi todos lloran del susto cuando de repente, tras haber terminado de escuchar yo Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, el tocadisco comenzò a emitir unos ruidos como de estàtica, y luego oìmos claritos una transmisión de una radio estadounidense dando todos los detalles del juramento tomado por Lyndon B. Johnson a bordo del Air Force One, siendo ya el sustituto de Kennedy, mientras la pobre y glamorosa Jackeline aùn deambulaba como cùcala desarbolada en su traje Chanel rosa pringado de la sangre de su marido al haber caìdo impactado con un tuco de tapa menos sobre los sesos. Todos habìamos escuchado con embeleso la transmisión en inglès y no fue hasta que sonò el himno de los Estados Unidos que nos dimos cuenta que era el tocadisco de donde salìa la transmisión y no del televisor en blanco y negro que estaba apagado. Señores, la tele estaba apagada y el tocadiscos no tenìa radio, agarren ese trompo en la uña,
Explìquen eso y con lògica, nada que histeria colectiva o impresión en grupo, nada que ver, y yo aùn no habìa entrado al colegio donde aprendì inglès, y mi abuela lo hablaba medio cancaneado, y todos entendimos.
Con esta narración sì logrè asustar a Rubendarìo Ramírez, quien comenzò a sentir angustia y a manifestar frìo. Le lancè otra colcha encima, de aquellas rusas oscuras que pican como si a uno le anduvieran jelepates y pulgas y saber si chinches tambièn, y me dijo que no era suficiente, que me pusiera yo debajo de la cobija para pasarle calor humano. Lo acurruquè como si yo hubiera sido quien lo pariò, y seguimos hablando asì. Le dije que no se pusiera propasòn y soltò una estruendosa carcajada, seguida èsta por una estela de pedos, que lo hicieron retorcerse de cosquillas, y no me soltaba.Cuando le dije que me habìan impuesto un novio bonito como caballero de operetta y que se suponìa que tenìa que casarme porque ya era hora de dar heredero y ademàs se hablaba demasiado de mì que por què no me casaba, me dijo que lo harìa sobre su cadáver. Lo dijo rièndose, pero yo sentì que alguien pisaba la làpida de mi futura tumba. Rubendarìo, carajito de mierda, con eso no bromeès, alcancè a decirle antes de acomodarlo mejor para que no se le soltara el cascaròn de coàgulos que tenìa en el costado izquierdo del pecho. Me daba pavor que se desangrara en mis manos, cuando aquì en San Carlos no habìa atención mèdica que pudiera garantizar que sobrevivirìa. A pesar de no haberse podido lavar entero, y tras sudores y sangrados, no apestaba. Serìa si morìa uno de esos cadáveres de santos que no se descomponìan, o como el cuerpo de Daniel de Armati, encontrado años tras su asesinato en las lomas de Souk-el garb encima de Beirut, que yacìa sonriente, con barbas, uñas y cabellera aùn creciendo y con una expresión tan viva que su propia hija Ramona no querìa volverlo a enterrar allà en Parìs ¿ Horror, le estaba deseando la muerte yo a este pobre hombre a quien le faltaba apenas una semana para cumplir sus dos años de servicio militar obligatorio..?
-Apesto?
-No Rubendarìo, nunca apestarìas.
-A como nunca creo que apestarìa tu sangre mensual. La que te causa tanto dolor y hace que aceleres el cocimiento de los frijoles, o reventès llantas de autos.
Lo mirè fijamente a los ojos de linterna.-Ni te imaginàs còmo sè todo eso. Apenas tengàs el primer niño, se irà todo ese dolor, esa sensación de un tiburón navegando vientre arriba con los dientes rompiendo quejidos. Eso te lo prometo. Pero no me dejès morir. Seguìme hablando, no te me durmàs, te pido mucho, estàs cansada, herida, golpeada, harta de ver tanta sangre en esta guerra fraticida que no sirve màs que para dejarnos amargados, hartos, empachados de odio.
La luna saliò en el cielo en medio de un charco de leche de nubes blancas, hermosas nubes almohadas para que si hubiera angeles de verdad, en ellas reclinaran los bucles de sus cabezas para descansar mientras el inexistente de dios durmiera eternamente tras dejar el mundo mal hecho.
-Vos tambièn sos ateo?-preguntè.
-Es lo ùnico que se puede ser si uno es sensato. De veras creès toda esa monserga judìa del Shaddai o el Adonai, que es a como se dirigen uds. A èl.
-Ustedes suena a un montòn de gente-dije mientras le pasaba una mano por los bucles de pelo rubio cenizo apenas humedecidos por un sudor tierno.
Y asì seguimos hablando. Dieron las doce de la noche, y hablàbamos como si el tiempo se iba a acabar. El corresponsal gringo llegò a darme las buenas noches, y mi asistente me avisò que a las 5 y media estarìamos abordando el helicóptero que nos llevarìa a Managua ya que el aparato en que llegamos a San Carlos estaba irremediablemente averiado. Conforme seguimos conversando me di cuenta que el joven en cuestiòn parecìa tener la verdad como una sartèn caliente atrapada por el cocinero por el mango. El miedo se fue apoderando de mì, queriendo preguntar quièn era, y dònde habìa estado antes de conocerle, que por què nunca me lo topè antes si no era mi primer viaje a la zona, que yo me conocìa la zona de guerra como la palma de mi mano. Era increíble, y recordè algunas estrofas de un poema de Juan Alejandro de Normandìa, cuando decìa que el otro era màs èl que su propio cuerpo. Una sensación de calambre se apoderò de mi vientre y reconocì lo que era. Por fecha ya me tocaba. No iba a poderme levantar para ir al excusado o buscar con què detener el flujo, no lo podìa dejar solo. No podìa dejar interrumpida la conversación. No le quise decir lo que ocurrìa, pero su intuición le indicò què estaba pasando.
-Aùn asì, no me dejès. Me està doliendo la herida, mujer.
-Aunque suba bañada en sangre al helicóptero, no me muevo-le reafirmè.
La luna alcanzò el cenit y seguíamos hablando, cada vez màs en voz baja para no causarle irritaciòn a los que dormìan en la barraca a unos 5 metros de donde estàbamos nosotros recostados sobre los sacos de arena.
Yo creì que estaba hablando en sueños después de las 4 de la mañana. Estaba muerta de fatiga. Volví en mì hacia las cinco de la mañana, y me di cuenta cuando el centinela me levantò que me habìa dormido. Una inmensa sensación de pesadez y dolor me invadiò.Aùn tenìa abrazado a Rubendarìo Ramírez, pero el corresponsal gringo me extricò del abrazo del joven.
-No use, baby, you did your best.Let him go,darling.
Como que lo suelte, que lo deje ir, que todo fue inútil?Mierda a la treceava potencia, me habìa dormido! No le continuè hablando,y…carajo, estaba muerto. Rubendarìo Ramírez estaba muerto. Se habìa escapado en la cola de un unicornio negro, se lo llevò la camella negra de la muerte musulmana, se habìa ido mi destino, mi kismet. Y no podìa llorar. No tenìa tiempo para llorar. Las aspas del helicóptero sonaban cerca, y debìamos irnos a Managua. Vi que se llevaban al muchacho y lo metìan en una especie de bolsa de plàstico grueso. Pensè, lo van a asfixiar, solo està dormido, no le hagan eso. Yo no le di permiso que se muriera. Esa es insubordinación, que le caiga auditorìa pero no la muerte. Lo acuso, lo acuso de deserción.
Nos montamos al helicóptero, y no pude tocar la bolsa de plàstico en la que lo echaron.Iban unas 4 bolsas màs, con reclutas muertos. Iba en estado de shock. El corresponsal gringo trataba de consolarme, y le respondì con calma que shut the fuck up your nattering, battering and chatering traps, a como nos decìa el maestro de gramàtica Pletzke, un bello rubio checo-britànico. Cierren sus malditas,parloteantes y disparatantes tapas. Lo decìa cuando se le subìa el azùcar, pues habìa sido diabètico desde los 8 años el pobre Pletzke. Una vez en Managua, no me cambiè de ropa ni fui a reportarme a mis superiores. Me fui en la ambulancia donde llevaron a dos de los cadáveres, le dije al conductor que callara la sirena que eso era vulgaridad porque ya no habìa urgencia de salvar a nadie, y al llegar allà al hospital militar acompañè los dos cuerpos a la morgue. Sacaron el cadáver de Rubendarìo Ramírez y pude contemplar en su grotesco esplendor la herida que le habìa segado la vida.
No fue hasta que vi sus pobres despojos desnudos, con la mancha de lividez cerca de las contorneadas nalgas, que me di cuenta que habìa comenzado a criarle un afecto feroz. Dos mèdicos forenses se hicieron cargo de èl. Fue grande mi sorpresa cuando dijeron que el joven habìa muerto de hemorragia `pulmonar a las 8 de la noche del dìa anterior. Les dije que eran unos charlatanes, pues a esa hora estàbamos conversando animadamente el ahora finado y yo.
-Mire, capitana, con todo respeto ud. Està muy fatigada, entendemos el impacto que esto tiene, hasta se debe de haber impresionado mucho, y usted se deberìa de estar viendo su espalda pues tenemos entendido que fue charneleada, mas siendo mujer…
-Què mujer ni què mierda de mil tormentos, pareja de inútiles desgraciados! Ninguno de ustedes ha estado en las zonas donde yo he sido baleada, fracturada,charneleada y hasta se atreven a hablarme con señorìa porque uds. Tienen un colgajo entre piernas y se cree que ese adminículo les garantiza la valentìa, el arrojo, y la verdad. Son peores que un dolor de regla bien sembrado, jodidos! Lo peor es que no saben ni mierda porque tienen sus tìtulos universitarios por haber andado cortando cafè, no abriendo cadáveres ni quemàndose las pestañas. Mèdicos mi culo!.-estallè y salì a llorar afuera..
Horas màs tarde, me tocò llevar los restos de Rubendarìo Ramírez a su madre en el barrio Riguero. La señora tenìa los mismos ojos de Rìo San Juan del muchacho, y conversando con ella confirmè que todo cuanto el joven me habìa dicho era real y verdadero. La señora hasta me enseñò los gatos peludos de su hijo. Esa noche estuve en la vela del joven que dijo haber sido mi kismet, y amistè con sus gatos. El dictamen decìa que el muchacho habìa muerto de hemorragia pulmonar a las 8 de la noche del dìa anterior, y nadie corroboraba haber oìdo las dos voces, la del recluta y la mìa, màs que el gringo corresponsal. Entonces, habìa hablado yo con un muerto todo ese tiempo? Tantas horas, en las que supe todos los pormenores de su vida, de sus frustraciones, del esperado regreso a la UNI donde esperaba concluir los dos años de ingenierìa que le faltaban? Y lo de la novia traicionera, aùn embarazada de un hombre casado, y que no habìa osado llegar al sepelio? Bueno, y mi promesa de nunca sentir màs dolores? En eso habìa algo de cierto. Aunque estaba menstruando, no habìan calambres. El vientre estaba en calma. Pero iba a sepultar a quien decìa ser mi destino.
No me casè con Chucito.Ni sobre el cadáver de Rubendarìo Ramírez. Lo dejè plantado en la puerta de la iglesia preguntàndose quièn era yo. Pero para entonces yo ya sabìa quièn era yo, y mi destino no era el guapo, bueno para nada y bonvivant de Chucito. Fue una odisea encontrar pareja, y cuando tuve a mis hijas gemelas casi me muero en el parto.Y sigo teniendo las menstruaciones màs dolorosas aùn a una edad en la que muchas mujeres ya yacen en los suaves pero agitados brazos de la menopausia. Las hormonas, dejadas en estado de alarma la noche de la muerte de mi destino, se niegan a reposar. Sigo buscando el ente, el animal, la mujer o el niño que me prometa paz a mis dolores, o por lo menos a mi siquis atea y amoratada que en una noche del ùltimo codo del invierno tropical, estuvo platicando toda la noche segùn lo que la ciencia considera por el estado de lividez que el cuerpo presentaba, un muerto en vida, o un nosferatu. Pero al fin y al cabo mi kismet, a como dicen los turcos.
Cecilia Ruiz de Rìos
9 de diciembre de 2007
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