LOS ALBOROTOS DE LA EDAD MEDIA
A pesar de que muchos afirman que nuestra época es una de las más convulsionadas y juran que los peores dictadores y genocidas vinieron al mundo en el siglo XX, en el período histórico que se denomina Edad Media hubo sus cuatro alborotos y su buena docena de seres peligrosos. A pesar de que para entonces ya solo quedaba el chingaste del poderío que tuvo Roma, esta
ciudad seguía siendo codiciada por toda una horda de bárbaros. Aunque los galos ya le habían echado guante a la idea de saquear Roma, los visigodos le echaron una ofensiva que duró 3 días, logrando lo que Aníbal el Cartaginés nunca pudo hacer, llegando hasta el mero centro de la ciudad. Los visigodos primero pusieron a salvo los tesoros de la Ciudad Eterna y luego procedieron al pillaje, violación de hembras y matansinga de inocentes.
Esperando su turno para saquear Roma estaba un pueblo peligroso, los Hunos. Ya llevaban consigo la distinción de haber sacado de las orillas de Danubio a los ostrogodos como piara en desbandada en el año 411 después de Cristo. Cuando Atila se hizo rey de los hunos se le vino el antojo de entrar con casi un millón de hombres para buscar el camino a Roma.
Europa temblaba mientras el rey visigodo Teodorico I- llamado "el azote de Dios"- se enyuntaba con el general romano Aecio. Juntos lograron derrotar al huno en la batalla de Chalons cerca de Troyes en 451. Furioso en su retirada, Atila dejó tras de sí un reguero de sangre, ciudades enteras quemadas y decidió entrarle de lleno a Roma. El emperador Valentiniano III salió huyendo
cuando los gansos de las unidades militares en las afueras de Roma avisaron de la presencia enemiga, pero el Papa Leo I, armado hasta los dientes y con un buen saco de oro atuto, se enfrentó a Atila en la mesa de negociaciones y logró comprar al aguerrido huno. Atila luego habría de sentirse muy mal por haber sido comprado, y prometió regresar a Roma para dejarla en trizas.
Lamentablemente, este chaparro feo de nariz chata y ojos oblicuos era bueno a sus mujeres y mejor a su licor. Añadió una esposa más a su harén y en la noche de bodas, un violento sangrado de nariz se apoderó de él después de estrenar a su nueva esposa, y mientras la mujer daba gritos de pavor, las Parcas cortaron el hilo de la vida de Atila. Aunque el imperio huno iba desde el Mar Caspio hasta el Río Rin, los incompetentes hijos de Atila desmintieron el refrán de que el hijo del tigre sale rayado. Los mimados muchachitos estaban más interesados en engullir licor y andar de mujeriegos que en conservar el patrimonio de su padre. Para colmo uno de ellos era afeminado y cuenta la leyenda que entró voluntariamente a un harén. El imperio se desmoronó como un queque con demasiadas pasas...
Otra gran figura de la Edad Media que echó por tierra el refrán de "tal palo tal astilla" fue el guapísimo y fornido Carlomagno. Fue el padre de Carlomagno quien echó por tierra la dinastía de los Merovingios en Francia. Estos reyes, quienes comenzaron con Clodoveo, tenían la mala costumbre de llevarse a pobres sirvientas al lecho para extricarles hijos que luego serían reyes. Una vez visitadas por la cigueña, estas muchachas se tornaban más altivas que las nacidas en cuna de oro y procedìan a inmiscuirse en asuntos de estado...
En el siglo octavo después de Cristo, el astuto mayordomo del palacio (una especie de cachimber-boy glorificado), Pipino el Breve, se quedó con el mandado de la corona. Conservó la costumbre de andarse acostando con cualquier hembra, y en sus correrías preñó a Bertha La Patuda, una hija del Conde Cariberto que tenía mala fama. De esta forma, Carlomagno, vino al mundo siendo bastardo, pues Pipino se casó con Bertha hasta después del début del muchachito en este valle de lágrimas. Midiendo 6 pies de estatura, con simpático bigote pero sin barba a pesar de la leyenda, Carlomagno fue emperador de las Galias por 42 años, presidiendo sobre un alborotado palacio en el cual gastó 5 sucesivas esposas (Himiltruda, Desireé, Hildegarda, Fastradia y Lutgarda), 4 favoritas suplementarias, todo un harén de queridas y un batallón de machos alegres para amantes de sus hijas. Varias de sus esposas se vieron repudiadas por él mismo cuando una nueva silueta entraba en sus caprichos...
Hasta la emperatriz Irene de Bizancio lo quiso para marido, pero el orgulloso Carlomagno prefirió ser rey por sí solo y no emperador consorte sujeto a los caprichos de una hembra que seguramente lo hubiera mandado a morir lejos una vez que se hubiera aburrido de él. No es de extrañarse que con tanta promiscuidad en tiempos en que la pildorita antibaby de Pincus estaba a más de mil años en el futuro, los hijos de Carlomagno no fueran precisamente distinguidos dado que su libidinoso padre se acostaba con cualquier cosa que anduviese falda, desde criadas hasta princesas...
Entre sus cortesanos favoritos estuvo el aguerrido Rolando, inmortalizado en El Cantar de Roldán, quien era tan piadoso que se dio a la cristianísima tarea de masacrar a niños y mujeres en Pamplona, algo que le revolvió las tripas del asco hasta al mismo Carlomagno quien en su ambición por sumar tierras a su imperio se escudaba tras la cruz. Mientras no estaba conquistando nuevas tierras, este rey se dedicaba a fomentar la educación obligatoria. Carlomagno tuvo que orquestar muy bien sus campañas de expansión, disfrazadas de expediciones de cristianización, para poder tener cierto control sobre su vasto reino heterogéneo,
pero una vez que la muerte se lo llevó, sus hijos probaron estar hechos de una fibra muy inferior a la de él. Cada uno se hizo cargo de un tuquito de Europa sin saber un ápice de cómo gobernar. De esta forma, el gran imperio de Carlomagno aterrizó como helicóptero impactado de antiaérea, quebrándose en mil anónimos pedazos. No fue hasta que, dos siglos después de la muerte de
Carlomagno, la dinastía Capeto se montó al trono de Francia que se puso fin al desorden.
A pesar de que muchos afirman que nuestra época es una de las más convulsionadas y juran que los peores dictadores y genocidas vinieron al mundo en el siglo XX, en el período histórico que se denomina Edad Media hubo sus cuatro alborotos y su buena docena de seres peligrosos. A pesar de que para entonces ya solo quedaba el chingaste del poderío que tuvo Roma, esta
ciudad seguía siendo codiciada por toda una horda de bárbaros. Aunque los galos ya le habían echado guante a la idea de saquear Roma, los visigodos le echaron una ofensiva que duró 3 días, logrando lo que Aníbal el Cartaginés nunca pudo hacer, llegando hasta el mero centro de la ciudad. Los visigodos primero pusieron a salvo los tesoros de la Ciudad Eterna y luego procedieron al pillaje, violación de hembras y matansinga de inocentes.
Esperando su turno para saquear Roma estaba un pueblo peligroso, los Hunos. Ya llevaban consigo la distinción de haber sacado de las orillas de Danubio a los ostrogodos como piara en desbandada en el año 411 después de Cristo. Cuando Atila se hizo rey de los hunos se le vino el antojo de entrar con casi un millón de hombres para buscar el camino a Roma.
Europa temblaba mientras el rey visigodo Teodorico I- llamado "el azote de Dios"- se enyuntaba con el general romano Aecio. Juntos lograron derrotar al huno en la batalla de Chalons cerca de Troyes en 451. Furioso en su retirada, Atila dejó tras de sí un reguero de sangre, ciudades enteras quemadas y decidió entrarle de lleno a Roma. El emperador Valentiniano III salió huyendo
cuando los gansos de las unidades militares en las afueras de Roma avisaron de la presencia enemiga, pero el Papa Leo I, armado hasta los dientes y con un buen saco de oro atuto, se enfrentó a Atila en la mesa de negociaciones y logró comprar al aguerrido huno. Atila luego habría de sentirse muy mal por haber sido comprado, y prometió regresar a Roma para dejarla en trizas.
Lamentablemente, este chaparro feo de nariz chata y ojos oblicuos era bueno a sus mujeres y mejor a su licor. Añadió una esposa más a su harén y en la noche de bodas, un violento sangrado de nariz se apoderó de él después de estrenar a su nueva esposa, y mientras la mujer daba gritos de pavor, las Parcas cortaron el hilo de la vida de Atila. Aunque el imperio huno iba desde el Mar Caspio hasta el Río Rin, los incompetentes hijos de Atila desmintieron el refrán de que el hijo del tigre sale rayado. Los mimados muchachitos estaban más interesados en engullir licor y andar de mujeriegos que en conservar el patrimonio de su padre. Para colmo uno de ellos era afeminado y cuenta la leyenda que entró voluntariamente a un harén. El imperio se desmoronó como un queque con demasiadas pasas...
Otra gran figura de la Edad Media que echó por tierra el refrán de "tal palo tal astilla" fue el guapísimo y fornido Carlomagno. Fue el padre de Carlomagno quien echó por tierra la dinastía de los Merovingios en Francia. Estos reyes, quienes comenzaron con Clodoveo, tenían la mala costumbre de llevarse a pobres sirvientas al lecho para extricarles hijos que luego serían reyes. Una vez visitadas por la cigueña, estas muchachas se tornaban más altivas que las nacidas en cuna de oro y procedìan a inmiscuirse en asuntos de estado...
En el siglo octavo después de Cristo, el astuto mayordomo del palacio (una especie de cachimber-boy glorificado), Pipino el Breve, se quedó con el mandado de la corona. Conservó la costumbre de andarse acostando con cualquier hembra, y en sus correrías preñó a Bertha La Patuda, una hija del Conde Cariberto que tenía mala fama. De esta forma, Carlomagno, vino al mundo siendo bastardo, pues Pipino se casó con Bertha hasta después del début del muchachito en este valle de lágrimas. Midiendo 6 pies de estatura, con simpático bigote pero sin barba a pesar de la leyenda, Carlomagno fue emperador de las Galias por 42 años, presidiendo sobre un alborotado palacio en el cual gastó 5 sucesivas esposas (Himiltruda, Desireé, Hildegarda, Fastradia y Lutgarda), 4 favoritas suplementarias, todo un harén de queridas y un batallón de machos alegres para amantes de sus hijas. Varias de sus esposas se vieron repudiadas por él mismo cuando una nueva silueta entraba en sus caprichos...
Hasta la emperatriz Irene de Bizancio lo quiso para marido, pero el orgulloso Carlomagno prefirió ser rey por sí solo y no emperador consorte sujeto a los caprichos de una hembra que seguramente lo hubiera mandado a morir lejos una vez que se hubiera aburrido de él. No es de extrañarse que con tanta promiscuidad en tiempos en que la pildorita antibaby de Pincus estaba a más de mil años en el futuro, los hijos de Carlomagno no fueran precisamente distinguidos dado que su libidinoso padre se acostaba con cualquier cosa que anduviese falda, desde criadas hasta princesas...
Entre sus cortesanos favoritos estuvo el aguerrido Rolando, inmortalizado en El Cantar de Roldán, quien era tan piadoso que se dio a la cristianísima tarea de masacrar a niños y mujeres en Pamplona, algo que le revolvió las tripas del asco hasta al mismo Carlomagno quien en su ambición por sumar tierras a su imperio se escudaba tras la cruz. Mientras no estaba conquistando nuevas tierras, este rey se dedicaba a fomentar la educación obligatoria. Carlomagno tuvo que orquestar muy bien sus campañas de expansión, disfrazadas de expediciones de cristianización, para poder tener cierto control sobre su vasto reino heterogéneo,
pero una vez que la muerte se lo llevó, sus hijos probaron estar hechos de una fibra muy inferior a la de él. Cada uno se hizo cargo de un tuquito de Europa sin saber un ápice de cómo gobernar. De esta forma, el gran imperio de Carlomagno aterrizó como helicóptero impactado de antiaérea, quebrándose en mil anónimos pedazos. No fue hasta que, dos siglos después de la muerte de
Carlomagno, la dinastía Capeto se montó al trono de Francia que se puso fin al desorden.
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