La agitada vida del controversial Papa Bonifacio VIII
Cecilia Ruiz de Ríos
“Qué barbaridad, teacher, basta que Joseph Ratzinger sea tan loco gatero como usted para que le caiga bien y ud. ya se olvide que fue nazi,” me reprochó un alumno luterano al verme contemplando con gran sonrisota una foto del actual papa con los gatos de Roma. Es cierto que el actual sumo pontífice católico ha desatado muchas controversias por su pasado y sus posiciones reacias ante el lío del homosexualismo y la píldora, pero en la historia pocos herederos de la silla de Pedro dieron tanto de qué hablar como el papa medieval Bonifacio VIII, quien falleciera a consecuencia de una sopapeada el 11 de octubre de 1303.
Nacido en medio de una ventisca en el mes de enero de 1235, no provenía de una familia adinerada y no falta quien especule que era el hijo habido tras la puerta por una sirvienta de ricos que pasó buen rato en la cama del patrón. Inicialmente se llamaba Benedicto Cayetano al ser bautizado , pero al pasar a ocupar el solio papal entre 1294 y 1303 se llamaría Bonifacio VIII. Feo y ceniciento, con mejillas mofletudas y ojos saltones, desde chico tuvo gran gusto por la buena mesa y la lectura. Un amigo de su madre lo introdujo a los círculos eclesiásticos, donde su capacidad para almacenar datos en una memoria digna de un historiador le facilitaría un ascenso vertiginoso. Su elección al trono de San Pedro llegó sorpresivamente cuando a su predecesor Celestino V le dio por abdicar ante el cúmulo de problemas que tenía engavetados Apenas se vio ataviado como el nuevo papa, Bonifacio pescó a su antecesor Celestino V y lo echó preso en el castillo de Fumone, donde el ex papa moriría de inanición ,cubierto de piojos y de su propia mugre. Poca auspiciosa la entrada de Bonifacio VIII a su reinado, y más cejas se levantaron cuando irritando al rey inglés Eduardo I Pataslargas recibió en audiencia privada a nada menos que al caudillo independentista escocés William “Corazón Valiente” Wallace.
En 1300, el sentido del negocio se apoderó de Bonifacio VIII al instaurar los famosos jubileos, los cuales serían fuente de gruesos ingre$os y escándalos para la iglesia. Bonifacio VIII siguió enemistándose con Raimundo y medio mundo al meter su narizota en todos los asuntos internacionales del momento. El afirmaba que el mando de los reyes era temporal y meramente terrenal, mientras que el poder del papa era absoluto, eterno y mandado por Dios, por lo cual a menudo decía que cualquier rey se le quedaba chingo. Esto, obviamente, no le hacía el Míster Simpatía del momento. En 1302 emitió una bula llamada Unam Sanctus, en la cual proclamaba que “ era necesario para la salvación que toda criatura viviente que se remitiera sumisa bajo el poder del sumo pontífice”. Es de asumir que a todos los cayó como balde de agua helada semejante aseveración, y entre los pugilatos que sostuvo Bonifacio VIII hubo algunos fuertes con Alberto I de Habsburgo, con la familia de los Colonnas (podridos en reales, por cierto) y con el hermosísimo pero desalmado monarca galo Felipe IV el Bello de Francia. El pleito con el francesito se hizo tan violento que Bonifacio VIII, hirviendo de ira, optó por excomulgar al guapo rey en 1303, siendo la manzana de la discordia-entre otras cosas- el dinero que las iglesias de Francia debían pagar al rey y no a la santa sede. Sin embargo, Felipe IV resultó ser más ágil y astuto que Bonifacio, y antes de que el papa pudiera poner a Francia bajo interdicto ( como quien dice “malditos en capilla”, sin poder realizar misas ni celebrar bodas, bautizos o cualquier acto religioso) el rey mandó a su mano derecha Guillermo de Nogaret para que pescara al papa en Agnani. Al mando de un grupo de montados, Nogaret penetró en la residencia papal, agarró al gordo pontífice del codo y le propinó una de las nalgueadas más sonoras de la historia. Felipe IV, quien estaba aliado con los ricachos italianos de la familia de Sciarra Colonna, había dado órdenes de exigirle al papa la renuncia, pero dado que la soberbia de Bonifacio tenía proporciones casi sacras, contestó que “primero muerto que renunciar!” El papa se había dictado su propia sentencia de muerte sin saberlo, y aunque lo soltaron tres días después de la zurra, no pudo recuperarse de tamaña humillación. Casi un mes después de los sopapos, se murió un 11 de octubre de 1303 maldiciendo a Felipe IV. Fue sepultado en la Basílica de San Pedro en una suntuosa tumba que él mismo había diseñado en sus ratos libres. Felipe IV por su parte aprovechó la situación para confiscar la inmensa riqueza de los caballeros Templarios, acabó con la orden e hizo asado sin sal ni pimienta en el Islote de los Judíos en París a Jacques de Molay, el gran maestre de la orden y uno de los allegados a Bonifacio VIII.
Curiosamente, cuando la tumba de Bonifacio VIII se agrietó unos 300 años tras su muerte, asombrados testigos pudieron ver que su cuerpo yacía incorrupto e íntegro, como si apenas estuviese durmiendo. Para los que creen que este fenómeno es seña segura de santidad, el hecho contrastaba con las acusaciones de tráfico de influencias, sodomía y corrupción que los enemigos de Bonifacio VIII le hacían mientras aún era de este mundo. Ningún papa subsecuente se atrevió a seguir el ejemplo de Bonifacio VIII en cuanto al poder absoluto de la iglesia. Dante Alighieri por su parte ya había hecho un retrato de Bonifacio VIII en su Divina Comedia, a pesar de que el papa estaba aún vivito y coleando cuando el Bardo lo mencionó entre los blasfemos del 8vo. Círculo del infierno en La Divina Comedia.
Todo parece indicar que Dante lo odiaba porque en medio de su bochinche con la familia Colonna, el pontífice demolió la ciudad de Palestrina, mató a 6 mil de sus ciudadanos y entre los monumentos destruidos sin piedad por la ira papal estaban la casa del gran Julio César y un templo dedicado a la Virgen María.
Cecilia Ruiz de Ríos
“Qué barbaridad, teacher, basta que Joseph Ratzinger sea tan loco gatero como usted para que le caiga bien y ud. ya se olvide que fue nazi,” me reprochó un alumno luterano al verme contemplando con gran sonrisota una foto del actual papa con los gatos de Roma. Es cierto que el actual sumo pontífice católico ha desatado muchas controversias por su pasado y sus posiciones reacias ante el lío del homosexualismo y la píldora, pero en la historia pocos herederos de la silla de Pedro dieron tanto de qué hablar como el papa medieval Bonifacio VIII, quien falleciera a consecuencia de una sopapeada el 11 de octubre de 1303.
Nacido en medio de una ventisca en el mes de enero de 1235, no provenía de una familia adinerada y no falta quien especule que era el hijo habido tras la puerta por una sirvienta de ricos que pasó buen rato en la cama del patrón. Inicialmente se llamaba Benedicto Cayetano al ser bautizado , pero al pasar a ocupar el solio papal entre 1294 y 1303 se llamaría Bonifacio VIII. Feo y ceniciento, con mejillas mofletudas y ojos saltones, desde chico tuvo gran gusto por la buena mesa y la lectura. Un amigo de su madre lo introdujo a los círculos eclesiásticos, donde su capacidad para almacenar datos en una memoria digna de un historiador le facilitaría un ascenso vertiginoso. Su elección al trono de San Pedro llegó sorpresivamente cuando a su predecesor Celestino V le dio por abdicar ante el cúmulo de problemas que tenía engavetados Apenas se vio ataviado como el nuevo papa, Bonifacio pescó a su antecesor Celestino V y lo echó preso en el castillo de Fumone, donde el ex papa moriría de inanición ,cubierto de piojos y de su propia mugre. Poca auspiciosa la entrada de Bonifacio VIII a su reinado, y más cejas se levantaron cuando irritando al rey inglés Eduardo I Pataslargas recibió en audiencia privada a nada menos que al caudillo independentista escocés William “Corazón Valiente” Wallace.
En 1300, el sentido del negocio se apoderó de Bonifacio VIII al instaurar los famosos jubileos, los cuales serían fuente de gruesos ingre$os y escándalos para la iglesia. Bonifacio VIII siguió enemistándose con Raimundo y medio mundo al meter su narizota en todos los asuntos internacionales del momento. El afirmaba que el mando de los reyes era temporal y meramente terrenal, mientras que el poder del papa era absoluto, eterno y mandado por Dios, por lo cual a menudo decía que cualquier rey se le quedaba chingo. Esto, obviamente, no le hacía el Míster Simpatía del momento. En 1302 emitió una bula llamada Unam Sanctus, en la cual proclamaba que “ era necesario para la salvación que toda criatura viviente que se remitiera sumisa bajo el poder del sumo pontífice”. Es de asumir que a todos los cayó como balde de agua helada semejante aseveración, y entre los pugilatos que sostuvo Bonifacio VIII hubo algunos fuertes con Alberto I de Habsburgo, con la familia de los Colonnas (podridos en reales, por cierto) y con el hermosísimo pero desalmado monarca galo Felipe IV el Bello de Francia. El pleito con el francesito se hizo tan violento que Bonifacio VIII, hirviendo de ira, optó por excomulgar al guapo rey en 1303, siendo la manzana de la discordia-entre otras cosas- el dinero que las iglesias de Francia debían pagar al rey y no a la santa sede. Sin embargo, Felipe IV resultó ser más ágil y astuto que Bonifacio, y antes de que el papa pudiera poner a Francia bajo interdicto ( como quien dice “malditos en capilla”, sin poder realizar misas ni celebrar bodas, bautizos o cualquier acto religioso) el rey mandó a su mano derecha Guillermo de Nogaret para que pescara al papa en Agnani. Al mando de un grupo de montados, Nogaret penetró en la residencia papal, agarró al gordo pontífice del codo y le propinó una de las nalgueadas más sonoras de la historia. Felipe IV, quien estaba aliado con los ricachos italianos de la familia de Sciarra Colonna, había dado órdenes de exigirle al papa la renuncia, pero dado que la soberbia de Bonifacio tenía proporciones casi sacras, contestó que “primero muerto que renunciar!” El papa se había dictado su propia sentencia de muerte sin saberlo, y aunque lo soltaron tres días después de la zurra, no pudo recuperarse de tamaña humillación. Casi un mes después de los sopapos, se murió un 11 de octubre de 1303 maldiciendo a Felipe IV. Fue sepultado en la Basílica de San Pedro en una suntuosa tumba que él mismo había diseñado en sus ratos libres. Felipe IV por su parte aprovechó la situación para confiscar la inmensa riqueza de los caballeros Templarios, acabó con la orden e hizo asado sin sal ni pimienta en el Islote de los Judíos en París a Jacques de Molay, el gran maestre de la orden y uno de los allegados a Bonifacio VIII.
Curiosamente, cuando la tumba de Bonifacio VIII se agrietó unos 300 años tras su muerte, asombrados testigos pudieron ver que su cuerpo yacía incorrupto e íntegro, como si apenas estuviese durmiendo. Para los que creen que este fenómeno es seña segura de santidad, el hecho contrastaba con las acusaciones de tráfico de influencias, sodomía y corrupción que los enemigos de Bonifacio VIII le hacían mientras aún era de este mundo. Ningún papa subsecuente se atrevió a seguir el ejemplo de Bonifacio VIII en cuanto al poder absoluto de la iglesia. Dante Alighieri por su parte ya había hecho un retrato de Bonifacio VIII en su Divina Comedia, a pesar de que el papa estaba aún vivito y coleando cuando el Bardo lo mencionó entre los blasfemos del 8vo. Círculo del infierno en La Divina Comedia.
Todo parece indicar que Dante lo odiaba porque en medio de su bochinche con la familia Colonna, el pontífice demolió la ciudad de Palestrina, mató a 6 mil de sus ciudadanos y entre los monumentos destruidos sin piedad por la ira papal estaban la casa del gran Julio César y un templo dedicado a la Virgen María.
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