Historias de Amor sin final Feliz
Cecilia Ruiz de Ríos
Hoy que se conmemora otro Día de los Enamorados recordando a San Valentín, quien casaba soldados romanos aún cuando el emperador lo tenía prohibido, recordaremos a algunas parejas de la historia que aunque se amaron mucho, fueron opíparamente infelices.
En la Edad media, era común que cualquier compromiso de boda se viniera a pique por cualquier motivo. No sería excepción el de la bella princesa Isabella de Angulema con su adorado Hugo de Lusignan. Aymé, el papi de Isabella, era todo un negociante y decidió mercadear a su hija al mejor postor cuando el rey inglés Juan sin Tierra se enamoró violentamente de la muchacha. Isabella y Juan vivieron como perros y gatos y se fueron mutuamente infieles hasta la saciedad, pero cuando Juan murió Isabella decidió reanudar el romance con su recordado Hugo. Para poder tener acceso a él, hizo la comedia de que iba a casarlo con su hijita preadolescente Juana, pero al final de cuentas Isabella se quedó con el mandado de Hugo y se casó con él, dejando a su propia hija vestida y alborotada. Isabella tuvo varios hijos más con Hugo, pero al final de cuentas acabó trastornada y encerrada en un convento tras haber intentado acabar con la vida del rey francés de turno. La concuña de Isabella, Berenguela de Navarra, protagonizaría otra triste historia de amor. resulta que la bella princesa fue matrimoniada con Ricardo Corazón de León(hermano mayor del Juan de Isabella), pero dado que este rey inglés era maricón de remate, Berenguela estaba destinada a suspirar sola. Ricardo nunca la tomó en cuenta para nada y al final de cuentas la dejó botada como cualquier cosa. Sin embargo Berenguela, quien ganaba campeonatos por masoquista, le fue eternamente fiel y a la muerte de Ricardo se metió a un convento.
La hermosísima e infame Lucrecia Borgia sería otra mujer que lloraría amargas lágrimas por amor. Si bien su primer matrimonio fue de conveniencia, Lucre experimentó un flechazo violento cuando le presentaron al que sería su segundo consorte, Alfonso. A pesar de que su padre el papa Alejandro VI había escogido a Alfonso sin consultarla, se juntaron el hambre con las ganas de comer y Lucre se enamoró como adolescente de su segundo marido, con quien tuvo un hijo. El final triste de esta historia de amor fue que César, el criminal y sifilítico hermano de Lucre, acabó asesinando al guapo Alfonso, dejando a Lucre aúllando de dolor como loba mal tirada.
No siempre fueron mujeres las que lloraron por amor. Pedro I de Portugal, apodado El Cruel, fue un rey que lloró amargas lágrimas cuando su propio padre mandó a asesinar a la mujer de su vida, su segunda consorte Inés de Castro. Inés fue atrozmente eliminada delante de sus chiquillos, dejando a su regio consorte como papalote sin cola e hirviendo de deseos de venganza. La muerte de Inés ocasionó que Pedro se alzara contra su padre, pero cuando a Pedro le tocó ceñirse la corona de Portugal, quiso reivindicar el recuerdo de su amada Inés. La hizo desenterrar, la vistió con ricos ropajes y anillo de sello, y obligó a sus nobles a que le rindieran pleitesía. El gran sultán otomano Solimán habría de derramar baldes de llanto por haberse enamorado de la intrigante y rubia rusita Roxelana, a quien él llamaba Khurrem. Khurrem no solo abortó uno de sus hijos al saber que Solimán había devaneado con otra, sino que hizo asesinar al heredero al trono que Solimán había
manufacturado con su primera mujer, Mahi Debran Gulbehar. Al poderoso monarca mugalo Sha Jehan también le tocaría sollozar abundantemente por amor, pero no por algún desmán de su idolatrada segunda esposa, Mumtaz Mahal. Resulta que la pobre mujer se murió de parto al producir al décimocuarto hijo, y fue tan grande el disgusto que se llevó Sha Jehan que de ahí en adelante fue solo una sombra de lo que fue, y apenas alcanzó a construirle el Taj Mahal como tumba del amor.
Felipe II de Borbón, duque de Orléans y regente de Francia tras la muerte del Rey Sol Luis XIV, sería inmensamente infeliz tras romper con su amante Ma. Teresa de Parabére, quien indudablemente fue el amor de su vida. Felipe estaba casado sin amor con su prima Ma. Francisca, hija espuria de Luis XIV y su amante Athenaís de Montespán, cuando conoció a Ma. Teresa, quien ya estaba casada sin amor también. El hermoso Felipe colmaría a su concubina de mimos y joyas, pero ésta al parecer tenía un temperamente sexual demasiado ardoroso y no se conformó con amar solamente a Felipe. Cuando éste se percató que su adorada amante andaba con otros, la escapó de estrangular y nunca más quiso saber nada de ella. Otro hombre que lloraría por amor sería el rey español Alfonso XII. Alfonsito, hijo de la casquivana y sonsa Isabel II de Borbón, tuvo la inmensa dicha de casarse por amor con la princesa francesa Ma. Mercedes de Orléans, quien lo idolatraba a morir. No acababa el pueblo español de secarse las lágrimas de felicidad por la boda del rey enamorado cuando les tocó desempacar pañuelos para llorar nuevamente. Ma. Mercedes se murió de tisis poco después de la boda, y el pueblo cantó al dolor de Alfonso con coplas como "Adonde vas Alfonso XII, donde vas triste de tí, voy en busca de Mercedes que ayer tarde no la vi." Aunque Alfonso XII se casaría de nuevo y tendría su ansiado heredero varón, nunca volvería a amar a nadie. Para colmo, a su hijo Alfonso XIII le tocó saborear la desdicha tras casarse loco enamorado de Ena Victoria Eugenia de Battenberg, la princesa inglesa que intrdujo el gen de la hemofilia a la familia de los Borbones españoles. Alfonso XIII, quien sabía desde antes de casarse con su Ena que la muchacha era portadora del gen de la hemofilia, posteriormente castigaría injustamente con su desprecio a Ena tras el nacimiento de hijos hemofílicos.
Amores tremendamente desdichados fueron los de la princesa belga Carlota y su esposo Maximiliano de Habsburgo, destinados ambos a ser los emperadores postizos de México. Carlota se casó temblando de amor por Max, pero éste a pocos meses de la luna de miel se le escapó en un crucero al Brasil, de donde regresó infectado de sífilis como consecuencia de sus correrías con meretrices. Carlota no quiso volver a compartir jamás la cama de su marido.
El llorar por amor no fue privilegio de monarcas, y la cantante francesa Edith Piaf habría de derramar barriles de lágrimas cuando el amor de su vida murió en un accidente aéreo. El Gorrioncito de París, a como era apodada la romántica Piaf, tuvo un gran affaire con el boxeador marroquí Marcel Cerdan, quien ya estaba casado y tenía tres hijos. La Piaf insistió en que su adorado púgil la visitara en Nueva York mientras ella cantaba ahí, con la desgracia de que el avión en que iba Marcel para encontrarse con ella se estrelló encima de las Azores.La Piaf casi se suicida al saber la noticia y aunque ella posteriormente se casaría dos veces, jamás se quitó de encima el complejo de culpa y la añoranza por su amante árabe.
Cecilia Ruiz de Ríos
Hoy que se conmemora otro Día de los Enamorados recordando a San Valentín, quien casaba soldados romanos aún cuando el emperador lo tenía prohibido, recordaremos a algunas parejas de la historia que aunque se amaron mucho, fueron opíparamente infelices.
En la Edad media, era común que cualquier compromiso de boda se viniera a pique por cualquier motivo. No sería excepción el de la bella princesa Isabella de Angulema con su adorado Hugo de Lusignan. Aymé, el papi de Isabella, era todo un negociante y decidió mercadear a su hija al mejor postor cuando el rey inglés Juan sin Tierra se enamoró violentamente de la muchacha. Isabella y Juan vivieron como perros y gatos y se fueron mutuamente infieles hasta la saciedad, pero cuando Juan murió Isabella decidió reanudar el romance con su recordado Hugo. Para poder tener acceso a él, hizo la comedia de que iba a casarlo con su hijita preadolescente Juana, pero al final de cuentas Isabella se quedó con el mandado de Hugo y se casó con él, dejando a su propia hija vestida y alborotada. Isabella tuvo varios hijos más con Hugo, pero al final de cuentas acabó trastornada y encerrada en un convento tras haber intentado acabar con la vida del rey francés de turno. La concuña de Isabella, Berenguela de Navarra, protagonizaría otra triste historia de amor. resulta que la bella princesa fue matrimoniada con Ricardo Corazón de León(hermano mayor del Juan de Isabella), pero dado que este rey inglés era maricón de remate, Berenguela estaba destinada a suspirar sola. Ricardo nunca la tomó en cuenta para nada y al final de cuentas la dejó botada como cualquier cosa. Sin embargo Berenguela, quien ganaba campeonatos por masoquista, le fue eternamente fiel y a la muerte de Ricardo se metió a un convento.
La hermosísima e infame Lucrecia Borgia sería otra mujer que lloraría amargas lágrimas por amor. Si bien su primer matrimonio fue de conveniencia, Lucre experimentó un flechazo violento cuando le presentaron al que sería su segundo consorte, Alfonso. A pesar de que su padre el papa Alejandro VI había escogido a Alfonso sin consultarla, se juntaron el hambre con las ganas de comer y Lucre se enamoró como adolescente de su segundo marido, con quien tuvo un hijo. El final triste de esta historia de amor fue que César, el criminal y sifilítico hermano de Lucre, acabó asesinando al guapo Alfonso, dejando a Lucre aúllando de dolor como loba mal tirada.
No siempre fueron mujeres las que lloraron por amor. Pedro I de Portugal, apodado El Cruel, fue un rey que lloró amargas lágrimas cuando su propio padre mandó a asesinar a la mujer de su vida, su segunda consorte Inés de Castro. Inés fue atrozmente eliminada delante de sus chiquillos, dejando a su regio consorte como papalote sin cola e hirviendo de deseos de venganza. La muerte de Inés ocasionó que Pedro se alzara contra su padre, pero cuando a Pedro le tocó ceñirse la corona de Portugal, quiso reivindicar el recuerdo de su amada Inés. La hizo desenterrar, la vistió con ricos ropajes y anillo de sello, y obligó a sus nobles a que le rindieran pleitesía. El gran sultán otomano Solimán habría de derramar baldes de llanto por haberse enamorado de la intrigante y rubia rusita Roxelana, a quien él llamaba Khurrem. Khurrem no solo abortó uno de sus hijos al saber que Solimán había devaneado con otra, sino que hizo asesinar al heredero al trono que Solimán había
manufacturado con su primera mujer, Mahi Debran Gulbehar. Al poderoso monarca mugalo Sha Jehan también le tocaría sollozar abundantemente por amor, pero no por algún desmán de su idolatrada segunda esposa, Mumtaz Mahal. Resulta que la pobre mujer se murió de parto al producir al décimocuarto hijo, y fue tan grande el disgusto que se llevó Sha Jehan que de ahí en adelante fue solo una sombra de lo que fue, y apenas alcanzó a construirle el Taj Mahal como tumba del amor.
Felipe II de Borbón, duque de Orléans y regente de Francia tras la muerte del Rey Sol Luis XIV, sería inmensamente infeliz tras romper con su amante Ma. Teresa de Parabére, quien indudablemente fue el amor de su vida. Felipe estaba casado sin amor con su prima Ma. Francisca, hija espuria de Luis XIV y su amante Athenaís de Montespán, cuando conoció a Ma. Teresa, quien ya estaba casada sin amor también. El hermoso Felipe colmaría a su concubina de mimos y joyas, pero ésta al parecer tenía un temperamente sexual demasiado ardoroso y no se conformó con amar solamente a Felipe. Cuando éste se percató que su adorada amante andaba con otros, la escapó de estrangular y nunca más quiso saber nada de ella. Otro hombre que lloraría por amor sería el rey español Alfonso XII. Alfonsito, hijo de la casquivana y sonsa Isabel II de Borbón, tuvo la inmensa dicha de casarse por amor con la princesa francesa Ma. Mercedes de Orléans, quien lo idolatraba a morir. No acababa el pueblo español de secarse las lágrimas de felicidad por la boda del rey enamorado cuando les tocó desempacar pañuelos para llorar nuevamente. Ma. Mercedes se murió de tisis poco después de la boda, y el pueblo cantó al dolor de Alfonso con coplas como "Adonde vas Alfonso XII, donde vas triste de tí, voy en busca de Mercedes que ayer tarde no la vi." Aunque Alfonso XII se casaría de nuevo y tendría su ansiado heredero varón, nunca volvería a amar a nadie. Para colmo, a su hijo Alfonso XIII le tocó saborear la desdicha tras casarse loco enamorado de Ena Victoria Eugenia de Battenberg, la princesa inglesa que intrdujo el gen de la hemofilia a la familia de los Borbones españoles. Alfonso XIII, quien sabía desde antes de casarse con su Ena que la muchacha era portadora del gen de la hemofilia, posteriormente castigaría injustamente con su desprecio a Ena tras el nacimiento de hijos hemofílicos.
Amores tremendamente desdichados fueron los de la princesa belga Carlota y su esposo Maximiliano de Habsburgo, destinados ambos a ser los emperadores postizos de México. Carlota se casó temblando de amor por Max, pero éste a pocos meses de la luna de miel se le escapó en un crucero al Brasil, de donde regresó infectado de sífilis como consecuencia de sus correrías con meretrices. Carlota no quiso volver a compartir jamás la cama de su marido.
El llorar por amor no fue privilegio de monarcas, y la cantante francesa Edith Piaf habría de derramar barriles de lágrimas cuando el amor de su vida murió en un accidente aéreo. El Gorrioncito de París, a como era apodada la romántica Piaf, tuvo un gran affaire con el boxeador marroquí Marcel Cerdan, quien ya estaba casado y tenía tres hijos. La Piaf insistió en que su adorado púgil la visitara en Nueva York mientras ella cantaba ahí, con la desgracia de que el avión en que iba Marcel para encontrarse con ella se estrelló encima de las Azores.La Piaf casi se suicida al saber la noticia y aunque ella posteriormente se casaría dos veces, jamás se quitó de encima el complejo de culpa y la añoranza por su amante árabe.
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