Cecilia Ruiz de Ríos
Hace poco, en una dulcería de Managua casi me da un soponcio al ver el precio de las famosas Orejas Holyfield de Chocolate que sacó el año pasado la mundialmente famosa Chocolatiére Rocher después del mordisco que un sofocado Tyson le propinara a su rival Evander Holyfield... Pero han habido orejas mucho más caras a lo largo de la historia que las exquisitas confituras de la chocolatera francesa... y algunas hasta han ocasionado el desencadenamiento de guerras entre potencias.
Es indudable de que Mike Tyson tuvo que recurrir a sus afilados dientes para mordisquear a su rival cuando vio que los puños no le ayudaban mucho, llegando a cortejar la desgracia cuando lo suspendieron, le retuvieron su costal de reales y quedó tildado de salvaje. Peor fue su sentido del negocio cuando Sylvianne Rocher, gerente general de la firma chocolatera, le ofreció a Tyson que posara para los anuncios publicitarios y el furioso boxeador la mandó a un sitio que huele muy feo sin molestarse en traducirle los insultos al francés. El resultado es que hoy por hoy las orejas de chocolate -algunas de las cuales vienen rellenas de delicioso kirsch de cereza- son los productos bestséllers de la famosa casa de dulces, y se rumora que Tyson ahora se arrepiente de haber sido tan soberbio como para no querer anunciarlas en televisión...
Otra oreja que pasó a la historia universal fue la de un bucanero avispado del siglo XVIII, Robert Jenkins. En 1718 este Jenkins, un inglesito muy aficionado al contrabando y las mujeres livianas, anduvo dando lata a los españoles por el Caribe y cuando lo apresaron en La Habana apenas pudo escaparse de la horca. Su segundo al mando sucumbió ante la soga de los furiosos españoles, pero Jenkins huyó para poderse meter en un lío mayor.
En 1731 lo volvieron a pescar los españoles en las inmediaciones de La Florida, lo capturaron bajo acusaciones de contrabando y los marineros que lo agarraron lo molieron a palos y le cortaron una oreja. Esta oreja le fue entregada a Jenkins con el mensaje de que se la fuera a enseñar a su rey para que todos los ingleses supieran lo que les esperaba si entorpecían el comercio español. Jenkins guardó en formalina su pobre oreja y en 1738 logró presentarse en la Cámara de los Comunes del parlamento inglés. Fue entonces que el primer ministro Robert Walpole tuvo que declararle la guerra a España con la venia del rey de turno, Jorge II. Este conflicto bélico fue apodado La Guerra de la Orejita Jenkins, y fue un sangriento sainete montado por los ingleses para sacarse todas las malas pulgas que albergaban contra los españoles.
El populacho inglés hizo todo un héroe del contrabandista Jenkins, los poetas le cantaron, fue defendido hasta por el autor del Robinson Crusoe (Daniel Defoe, quien tenía una lengua viperina que no le cabía en el cuerpo!). Jenkins por su parte sirvió en la East India Company y hasta fue gobernador de la isla de Santa Helena... Lo cómico es que hace poco en una subasta de objetos famosos apareció un frasco de agua turbia conteniendo un trocito de pellejo que supuestamente era la oreja de Jenkins. Un incauto compró tan dudoso trofeo de guerra por la suma de 100 mil libras esterlinas.
Otra oreja que causó mucha controversia fue la del jovencito rico Jean Paul Getty, nieto del hombre a quien muchos consideraban más estrambótico que Rico Mac Pato. El pecoso muchacho fue secuestrado con el mero propósito de sacarle buen fardo de billetes a su abuelo, pero Jean Paul Getty viejo, era duro de pelar y era más fácil sacarle un eructo a una estatua de mármol que un dólar al archimillonario. Los secuestradores comenzaron a perder la paciencia al ver que el magnate no se mosqueaba mucho por el secuestro del nieto, y fue cuando resolvieron arrancarle la oreja al muchacho y mandarla como prueba de que el chico estaba en su poder. El nieto de Getty tuvo la suerte de nacer en una época en que la cirugía plástica está avanzadísima y cuando se vio de vuelta en casita lo primero que hizo fue pedirle a papi una oreja nueva...
Vicente Van Gogh pasa a la historia como uno de los máximos genios de la pintura universal, loco de atar y un amante estrambótico que no dudaba en ganarse los favores de sus mujeres obsequiando cosas exóticas. Hacia fines de 1888, Van Gogh y el pintor francés Paul Gauguin (el mismito que plasmó el exotismo de los Mares del Sur en sus lienzos) trabaron una amistad tan profunda que vivieron y trabajaron juntos en la ciudad de Arles, en Francia. Esta era una extraña relación de amor-odio, ya que Gauguin a menudo le reprochaba a Van Gogh el hecho de que el holandés era bastante imbañable y hasta incluía heces, orines y semen en la composición de sus pinturas...
En una de estas peleas, estalló el demonio de los celos que sentía Van Gogh porque las meretrices de Arles preferían a Gauguin. Van Gogh sacó una filosa navajita y se cortó buena parte de la oreja izquierda. Luego envolvió primorosamente la oreja en un sobre y se la mandó a la prostituta que seguía prefiriendo a Gauguin. Es de esperarse que la pobre dama de la noche se desmayara tras soltar alaridos al abrir el sobre y ver su contenido... Van Gogh luego se hizo un autorretrato donde aparece con una venda, titulado Retrato con la Oreja Vendada.
Mademoiselle Claude de Chauteabriand Plantagenet fue una de las últimas cortesanas y alcahuetas que conoció París en este siglo. Afirmaba ser descendiente de la casa real de Plantagenet y tuvo amores con hombres tan ilustres como el novelista italiano Gabriele D`Annunzio, a quien le tuvo una hija. Fue ella quien le presentó a la novelista hindú Kamala Napurdalah al arpista palestino Daniel de Armati cuando éste tenía apenas 18 años y era el niño prodigio mimado de la música clásica, mientras que la novelista ya andaba por los 70 y pico de años. Napurdalah, siempre sensual a pesar de que ya parecía una pasa, se prendó del joven palestino y le dijo a Mademoiselle Claude que si no se lo llevaba a la cama enloquecería...
"Si lo conquisto, aunque sea por una noche, le regalo una de mis orejas...", dijo la extasiada Napurdalah.
Mademoiselle hizo de alcahueta eficientemente y Armati acabó en el lecho de la Napurdalah en un lujoso hotel de París. Lo que no se esperaba el joven arpista era que a la mañana siguiente, la venerable y sensual abuela con la que había pasado la noche tuviera palabra de rey, e hiciera llegar hasta su suite vía room service un afilado cuchillo para cumplir la promesa de regalarle una oreja como recuerdo de la noche juntos. Armati al fin logró convencer a la decidida novelista a no automutilarse, rechazando el trofeo de caza de la oreja de la famosa autora de Zinnia. De esta forma, la oreja de la genial hindú quedó en su sitio, pero se sumó a las célebres orejas de la historia.
Hace poco, en una dulcería de Managua casi me da un soponcio al ver el precio de las famosas Orejas Holyfield de Chocolate que sacó el año pasado la mundialmente famosa Chocolatiére Rocher después del mordisco que un sofocado Tyson le propinara a su rival Evander Holyfield... Pero han habido orejas mucho más caras a lo largo de la historia que las exquisitas confituras de la chocolatera francesa... y algunas hasta han ocasionado el desencadenamiento de guerras entre potencias.
Es indudable de que Mike Tyson tuvo que recurrir a sus afilados dientes para mordisquear a su rival cuando vio que los puños no le ayudaban mucho, llegando a cortejar la desgracia cuando lo suspendieron, le retuvieron su costal de reales y quedó tildado de salvaje. Peor fue su sentido del negocio cuando Sylvianne Rocher, gerente general de la firma chocolatera, le ofreció a Tyson que posara para los anuncios publicitarios y el furioso boxeador la mandó a un sitio que huele muy feo sin molestarse en traducirle los insultos al francés. El resultado es que hoy por hoy las orejas de chocolate -algunas de las cuales vienen rellenas de delicioso kirsch de cereza- son los productos bestséllers de la famosa casa de dulces, y se rumora que Tyson ahora se arrepiente de haber sido tan soberbio como para no querer anunciarlas en televisión...
Otra oreja que pasó a la historia universal fue la de un bucanero avispado del siglo XVIII, Robert Jenkins. En 1718 este Jenkins, un inglesito muy aficionado al contrabando y las mujeres livianas, anduvo dando lata a los españoles por el Caribe y cuando lo apresaron en La Habana apenas pudo escaparse de la horca. Su segundo al mando sucumbió ante la soga de los furiosos españoles, pero Jenkins huyó para poderse meter en un lío mayor.
En 1731 lo volvieron a pescar los españoles en las inmediaciones de La Florida, lo capturaron bajo acusaciones de contrabando y los marineros que lo agarraron lo molieron a palos y le cortaron una oreja. Esta oreja le fue entregada a Jenkins con el mensaje de que se la fuera a enseñar a su rey para que todos los ingleses supieran lo que les esperaba si entorpecían el comercio español. Jenkins guardó en formalina su pobre oreja y en 1738 logró presentarse en la Cámara de los Comunes del parlamento inglés. Fue entonces que el primer ministro Robert Walpole tuvo que declararle la guerra a España con la venia del rey de turno, Jorge II. Este conflicto bélico fue apodado La Guerra de la Orejita Jenkins, y fue un sangriento sainete montado por los ingleses para sacarse todas las malas pulgas que albergaban contra los españoles.
El populacho inglés hizo todo un héroe del contrabandista Jenkins, los poetas le cantaron, fue defendido hasta por el autor del Robinson Crusoe (Daniel Defoe, quien tenía una lengua viperina que no le cabía en el cuerpo!). Jenkins por su parte sirvió en la East India Company y hasta fue gobernador de la isla de Santa Helena... Lo cómico es que hace poco en una subasta de objetos famosos apareció un frasco de agua turbia conteniendo un trocito de pellejo que supuestamente era la oreja de Jenkins. Un incauto compró tan dudoso trofeo de guerra por la suma de 100 mil libras esterlinas.
Otra oreja que causó mucha controversia fue la del jovencito rico Jean Paul Getty, nieto del hombre a quien muchos consideraban más estrambótico que Rico Mac Pato. El pecoso muchacho fue secuestrado con el mero propósito de sacarle buen fardo de billetes a su abuelo, pero Jean Paul Getty viejo, era duro de pelar y era más fácil sacarle un eructo a una estatua de mármol que un dólar al archimillonario. Los secuestradores comenzaron a perder la paciencia al ver que el magnate no se mosqueaba mucho por el secuestro del nieto, y fue cuando resolvieron arrancarle la oreja al muchacho y mandarla como prueba de que el chico estaba en su poder. El nieto de Getty tuvo la suerte de nacer en una época en que la cirugía plástica está avanzadísima y cuando se vio de vuelta en casita lo primero que hizo fue pedirle a papi una oreja nueva...
Vicente Van Gogh pasa a la historia como uno de los máximos genios de la pintura universal, loco de atar y un amante estrambótico que no dudaba en ganarse los favores de sus mujeres obsequiando cosas exóticas. Hacia fines de 1888, Van Gogh y el pintor francés Paul Gauguin (el mismito que plasmó el exotismo de los Mares del Sur en sus lienzos) trabaron una amistad tan profunda que vivieron y trabajaron juntos en la ciudad de Arles, en Francia. Esta era una extraña relación de amor-odio, ya que Gauguin a menudo le reprochaba a Van Gogh el hecho de que el holandés era bastante imbañable y hasta incluía heces, orines y semen en la composición de sus pinturas...
En una de estas peleas, estalló el demonio de los celos que sentía Van Gogh porque las meretrices de Arles preferían a Gauguin. Van Gogh sacó una filosa navajita y se cortó buena parte de la oreja izquierda. Luego envolvió primorosamente la oreja en un sobre y se la mandó a la prostituta que seguía prefiriendo a Gauguin. Es de esperarse que la pobre dama de la noche se desmayara tras soltar alaridos al abrir el sobre y ver su contenido... Van Gogh luego se hizo un autorretrato donde aparece con una venda, titulado Retrato con la Oreja Vendada.
Mademoiselle Claude de Chauteabriand Plantagenet fue una de las últimas cortesanas y alcahuetas que conoció París en este siglo. Afirmaba ser descendiente de la casa real de Plantagenet y tuvo amores con hombres tan ilustres como el novelista italiano Gabriele D`Annunzio, a quien le tuvo una hija. Fue ella quien le presentó a la novelista hindú Kamala Napurdalah al arpista palestino Daniel de Armati cuando éste tenía apenas 18 años y era el niño prodigio mimado de la música clásica, mientras que la novelista ya andaba por los 70 y pico de años. Napurdalah, siempre sensual a pesar de que ya parecía una pasa, se prendó del joven palestino y le dijo a Mademoiselle Claude que si no se lo llevaba a la cama enloquecería...
"Si lo conquisto, aunque sea por una noche, le regalo una de mis orejas...", dijo la extasiada Napurdalah.
Mademoiselle hizo de alcahueta eficientemente y Armati acabó en el lecho de la Napurdalah en un lujoso hotel de París. Lo que no se esperaba el joven arpista era que a la mañana siguiente, la venerable y sensual abuela con la que había pasado la noche tuviera palabra de rey, e hiciera llegar hasta su suite vía room service un afilado cuchillo para cumplir la promesa de regalarle una oreja como recuerdo de la noche juntos. Armati al fin logró convencer a la decidida novelista a no automutilarse, rechazando el trofeo de caza de la oreja de la famosa autora de Zinnia. De esta forma, la oreja de la genial hindú quedó en su sitio, pero se sumó a las célebres orejas de la historia.
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