EL PRIMER SULTAN ATADO Y OTRAS BARBARIDADES OTOMANAS
Cecilia Ruiz de Ríos
"Qué tanto hacían las élites palaciegas?", me preguntó mi alumno de inglés Derry Alvarado refiriéndose a los sultanes a los cuales sustituyó el incomparable Ataturk en la forja del destino turco. La respuesta no puede ser más sencilla, y la historia agitada de la línea de Osman (la casa real de Turquía) no puede ostentar más escándalos, asesinatos y tirones de cabellera. Si bien es cierto que en esta dinastía hubo sus cuatro sultanes que fueron hombres de pelo en pecho, como Bayaceto El Rayo, Mehmet el Conquistador, Bayaceto II el Poeta o Solimán El Magnífico, estos mismos soberanos se vieron aquejados de intrigas y otras dolencias dignas de crítica.
Comencemos con Bayaceto I, llamado El Rayo porque se le adjudicaban iras a lo Zeus cuando andaba en campaña. Este hombre, entre el siglo XIV y el siglo XV, logró conquistar grandes extensiones de tierra para el imperio otomano. Pero a inicios del siglo XV se encontró con la horma de sus pantuflas en la persona de un cojo astuto y rapaz, el conquistador tártaro Timur Lang, quien le hizo morder el polvo de la derrota en las afueras de Angora (hoy Ankara) y lo sacó llorando como los famosos gatos mechudos de esa localidad.
Mehmet II fue el hombre que se hizo temer por muchos. Afianzó el dominio sobre Constantinopla, a la cual le puso el nombre de Estambul. Indirectamente a él le debemos que el príncipe de Valaquia, Vladimir Drácula, haya aprendido a ser tan despiadado. Mehmet II, llamado El Conquistador, tuvo a Vlad retenido en su corte durante los años de adolescencia del patriota rumano, y ahí fue que Drácula aprendió que a como dice la ranchera, "la vida no vale nada." Sin embargo, una debilidad de Mehmet II que pocos quieren recordar era su afición por jovencitos y jovencitas apenas núbiles, todo un robacuna de cuidado para quien una mujer de 20 años ya era vista como anciana.
En aquellos entonces, las mujeres del harén eran importadas de los más recónditos rincones de la tierra. Algunas eran capturadas por piratas turcos que eran el azote de las costas del Mediterráneo, otras eran vendidas por ambiciosos campesinos que mercaban la virtud de sus hermosas hijas. Ningún sultán se casaba oficialmente. Las que subían como crema entre la leche del harén eran las afortunadas que lograban parirle hijos varones.
El status más bajo era el de las gediklis, que en turco significa "en el ojo del sultán." Estas retenían su status de gediklis hasta que iban a la cama del sultán, cuando eran llamadas ikbals. De ikbal hacia kadin (esposa) se pasaba por la puerta de los dolores de parto de un hijo varón. La primera en tener un hijo varón era la bas-kadin, o sea, la mamá del heredero. Las otras,
aunque parieran machos después de ella, eran solo esposas. Una vez que el sultán moría, la bas-kadin pasaba a ser la valideh, o reina de las mujeres con velo y mamá del mandamás. Su palabra era ley, y muchas veces el sultán no se atrevía ni a contradecir sus decisiones.
El sultán asumía el mandato al calzarse la espada de Ayub, y existía la espantosa tradición de que el nuevo sultán mandara a matar a todos sus hermanos varones para que no hubiera "competencia" viva que pudiera fomentar rebeliones ni subversiones. No era entonces de extrañarse que las mujeres del sultán vivieran en eternas intrigas para que sus varoncitos fueran herederos, y en estas rebatiñas de todo se valían, desde el veneno hasta el asesinato descarado de infantes.
Bayaceto II, llamado el Poeta por su afición a las letras, la filosofía y las artes, fue un hombre chaparro, muy bello y pacífico que fomentó más el florecimiento de la cultura y la economía turca que la expansión del ya abultado imperio. Víctima de sus pasiones, nunca pudo poner orden entre sus esposas. La segunda mujer de este romántico sultán, Besma, envenenó al heredero Mustafá habido de la bas-kadin Kiusem con el objeto de asegurar para su obeso y odioso hijo Ahmed el trono. Bayaceto El Poeta no quiso ajusticiar a Besma cuando Ahmed estaba chico, y Kiusem murió de tristeza, no sin antes haberle dado a un robusto y guapo segundo hijo, Selim. Cuando Besma quiso envenenar a Selim y a su joven familia, Bayaceto El Poeta montó en cólera, estranguló personalmente a Besma y luego tuvo un ataque de apoplejía.
Fue cuando Selim se calzó la espada de Ayub pasando a la historia primero como Selim el Justo y luego por su carácter agrio Selim el Adusto. Ahmed, el presunto heredero que bebía como beodo, prefería sodomizar a chiquillos y pasaba el día echado y comiendo, fue enviado al más allá en menos que canta un gallo. Selim, cuando comenzó a padecer de úlcera ya siendo un respetable sultán treintón, se sacaba las malas pulgas en sus cortesanos, y era casi maldición ser su gran visir (una especie de ministro de la presidencia) pues muchos tardaban más en ser nombrados que en ser decapitados por alguna trivialidad... Selim fue gruñón hasta en la cama, y una pobre gediklis murió a consecuencia de una sopapeada que él le dio después de descubrir que era candidato perfecto para la Viagra del futuro.
Selim a los 25 años de edad se había enamorado de una escocesa que las malas lenguas (la mía a la cabeza) indican era medio prima del rey escocés de turno, y con ella engendró al espléndido Solimán, destinado a llamarse El Magnífico. Una vez que Solimán llegó a la pubertad, una bella persa que era hermana menor del califa de Bagdad, fue obsequiada a Selim. El sultán optó por dejársela con el nombre de Mahi Debran a su hijo, y ésta le parió un hijo llamado Mustafá. Pero la intrigante Cyra, madre de Solimán, sentía celos por el apego de su hijo hacia la persa y decidió meterse como típica suegra villana. Le presentó a Solimán a una rubia rusa que bordaba los pañuelos del harén: Roxelana. Se dio a la tarea de instruir a Roxelana, a quien llamó Khurrem (en turco, la que siempre ríe...y vaya si se rió de medio mundo!) y ponerla a la orden de Solimán.
Este cayó rendido a los pies de la ambiciosa rusita, quien no solo le parió varios hijos, entre ellos un jorobado, sino que para vencer sobre su predecesora Mahi Debran (también llamada Gulbehar) le exigió que se casara formalmente con ella. Hasta la vez ningún sultán había estimado necesario formalizar su relación marital con una mujer. Solimán manso como corderito hizo oficiar la ceremonia, pero cuando la opinión de su visir y sus hermanas llegó a sus oídos, se divorció en privado de Khurrem aunque la siguió adorando igual. Envalentonada por la fidelidad de su Solimán, Khurrem envenenó al heredero, Mustafá (nacido de Gulbehar) tras un violento pleito con su predecesora en la cual ambas se arrastraron de las mechas a lo largo y lo ancho del harén mientras las mujeres del mismo vitoreaban a la olvidada Gulbehar.
La rusita siguió intrigando y haciendo barbaridades en las ausencias de su marido, quien andaba siempre buscando nuevas tierras que añadir al imperio. Hizo que decapitaran a Ibrahim Pasha, uno de los funcionarios fieles al sultán y por cierto su cuñado por su matrimonio con Nilufer (hermana de padre y madre de Solimán). Urdió miles de intrigas en el harén, envenenando a cuanta mujer osara siquiera mirar al sultán. Tanta jaqueca propinada por Khurrem llegó a afectar la infalibilidad de Solimán en sus guerras de expansión, y aunque una vez se jactó que llegaría a desayunar a una Budapest conquistada por los turcos, no pudo hacer mayor cosa y los húngaros le mandaron el irónico mensaje, a los tres días, de "tu desayuno se enfría."
Fue así que Selim, el hijo habido de Solimán el Magnífico con la rusa, llegó al sultanato cuando Solimán murió en combate. Este Selim no era ni la sombra de su abuelo tocayo, y pasó a la historia como Selim El Borrachín, un hombre más aficionado a la bebida, el juego y los placeres fáciles que a gobernar a como Alá mandaba.
Cecilia Ruiz de Ríos
"Qué tanto hacían las élites palaciegas?", me preguntó mi alumno de inglés Derry Alvarado refiriéndose a los sultanes a los cuales sustituyó el incomparable Ataturk en la forja del destino turco. La respuesta no puede ser más sencilla, y la historia agitada de la línea de Osman (la casa real de Turquía) no puede ostentar más escándalos, asesinatos y tirones de cabellera. Si bien es cierto que en esta dinastía hubo sus cuatro sultanes que fueron hombres de pelo en pecho, como Bayaceto El Rayo, Mehmet el Conquistador, Bayaceto II el Poeta o Solimán El Magnífico, estos mismos soberanos se vieron aquejados de intrigas y otras dolencias dignas de crítica.
Comencemos con Bayaceto I, llamado El Rayo porque se le adjudicaban iras a lo Zeus cuando andaba en campaña. Este hombre, entre el siglo XIV y el siglo XV, logró conquistar grandes extensiones de tierra para el imperio otomano. Pero a inicios del siglo XV se encontró con la horma de sus pantuflas en la persona de un cojo astuto y rapaz, el conquistador tártaro Timur Lang, quien le hizo morder el polvo de la derrota en las afueras de Angora (hoy Ankara) y lo sacó llorando como los famosos gatos mechudos de esa localidad.
Mehmet II fue el hombre que se hizo temer por muchos. Afianzó el dominio sobre Constantinopla, a la cual le puso el nombre de Estambul. Indirectamente a él le debemos que el príncipe de Valaquia, Vladimir Drácula, haya aprendido a ser tan despiadado. Mehmet II, llamado El Conquistador, tuvo a Vlad retenido en su corte durante los años de adolescencia del patriota rumano, y ahí fue que Drácula aprendió que a como dice la ranchera, "la vida no vale nada." Sin embargo, una debilidad de Mehmet II que pocos quieren recordar era su afición por jovencitos y jovencitas apenas núbiles, todo un robacuna de cuidado para quien una mujer de 20 años ya era vista como anciana.
En aquellos entonces, las mujeres del harén eran importadas de los más recónditos rincones de la tierra. Algunas eran capturadas por piratas turcos que eran el azote de las costas del Mediterráneo, otras eran vendidas por ambiciosos campesinos que mercaban la virtud de sus hermosas hijas. Ningún sultán se casaba oficialmente. Las que subían como crema entre la leche del harén eran las afortunadas que lograban parirle hijos varones.
El status más bajo era el de las gediklis, que en turco significa "en el ojo del sultán." Estas retenían su status de gediklis hasta que iban a la cama del sultán, cuando eran llamadas ikbals. De ikbal hacia kadin (esposa) se pasaba por la puerta de los dolores de parto de un hijo varón. La primera en tener un hijo varón era la bas-kadin, o sea, la mamá del heredero. Las otras,
aunque parieran machos después de ella, eran solo esposas. Una vez que el sultán moría, la bas-kadin pasaba a ser la valideh, o reina de las mujeres con velo y mamá del mandamás. Su palabra era ley, y muchas veces el sultán no se atrevía ni a contradecir sus decisiones.
El sultán asumía el mandato al calzarse la espada de Ayub, y existía la espantosa tradición de que el nuevo sultán mandara a matar a todos sus hermanos varones para que no hubiera "competencia" viva que pudiera fomentar rebeliones ni subversiones. No era entonces de extrañarse que las mujeres del sultán vivieran en eternas intrigas para que sus varoncitos fueran herederos, y en estas rebatiñas de todo se valían, desde el veneno hasta el asesinato descarado de infantes.
Bayaceto II, llamado el Poeta por su afición a las letras, la filosofía y las artes, fue un hombre chaparro, muy bello y pacífico que fomentó más el florecimiento de la cultura y la economía turca que la expansión del ya abultado imperio. Víctima de sus pasiones, nunca pudo poner orden entre sus esposas. La segunda mujer de este romántico sultán, Besma, envenenó al heredero Mustafá habido de la bas-kadin Kiusem con el objeto de asegurar para su obeso y odioso hijo Ahmed el trono. Bayaceto El Poeta no quiso ajusticiar a Besma cuando Ahmed estaba chico, y Kiusem murió de tristeza, no sin antes haberle dado a un robusto y guapo segundo hijo, Selim. Cuando Besma quiso envenenar a Selim y a su joven familia, Bayaceto El Poeta montó en cólera, estranguló personalmente a Besma y luego tuvo un ataque de apoplejía.
Fue cuando Selim se calzó la espada de Ayub pasando a la historia primero como Selim el Justo y luego por su carácter agrio Selim el Adusto. Ahmed, el presunto heredero que bebía como beodo, prefería sodomizar a chiquillos y pasaba el día echado y comiendo, fue enviado al más allá en menos que canta un gallo. Selim, cuando comenzó a padecer de úlcera ya siendo un respetable sultán treintón, se sacaba las malas pulgas en sus cortesanos, y era casi maldición ser su gran visir (una especie de ministro de la presidencia) pues muchos tardaban más en ser nombrados que en ser decapitados por alguna trivialidad... Selim fue gruñón hasta en la cama, y una pobre gediklis murió a consecuencia de una sopapeada que él le dio después de descubrir que era candidato perfecto para la Viagra del futuro.
Selim a los 25 años de edad se había enamorado de una escocesa que las malas lenguas (la mía a la cabeza) indican era medio prima del rey escocés de turno, y con ella engendró al espléndido Solimán, destinado a llamarse El Magnífico. Una vez que Solimán llegó a la pubertad, una bella persa que era hermana menor del califa de Bagdad, fue obsequiada a Selim. El sultán optó por dejársela con el nombre de Mahi Debran a su hijo, y ésta le parió un hijo llamado Mustafá. Pero la intrigante Cyra, madre de Solimán, sentía celos por el apego de su hijo hacia la persa y decidió meterse como típica suegra villana. Le presentó a Solimán a una rubia rusa que bordaba los pañuelos del harén: Roxelana. Se dio a la tarea de instruir a Roxelana, a quien llamó Khurrem (en turco, la que siempre ríe...y vaya si se rió de medio mundo!) y ponerla a la orden de Solimán.
Este cayó rendido a los pies de la ambiciosa rusita, quien no solo le parió varios hijos, entre ellos un jorobado, sino que para vencer sobre su predecesora Mahi Debran (también llamada Gulbehar) le exigió que se casara formalmente con ella. Hasta la vez ningún sultán había estimado necesario formalizar su relación marital con una mujer. Solimán manso como corderito hizo oficiar la ceremonia, pero cuando la opinión de su visir y sus hermanas llegó a sus oídos, se divorció en privado de Khurrem aunque la siguió adorando igual. Envalentonada por la fidelidad de su Solimán, Khurrem envenenó al heredero, Mustafá (nacido de Gulbehar) tras un violento pleito con su predecesora en la cual ambas se arrastraron de las mechas a lo largo y lo ancho del harén mientras las mujeres del mismo vitoreaban a la olvidada Gulbehar.
La rusita siguió intrigando y haciendo barbaridades en las ausencias de su marido, quien andaba siempre buscando nuevas tierras que añadir al imperio. Hizo que decapitaran a Ibrahim Pasha, uno de los funcionarios fieles al sultán y por cierto su cuñado por su matrimonio con Nilufer (hermana de padre y madre de Solimán). Urdió miles de intrigas en el harén, envenenando a cuanta mujer osara siquiera mirar al sultán. Tanta jaqueca propinada por Khurrem llegó a afectar la infalibilidad de Solimán en sus guerras de expansión, y aunque una vez se jactó que llegaría a desayunar a una Budapest conquistada por los turcos, no pudo hacer mayor cosa y los húngaros le mandaron el irónico mensaje, a los tres días, de "tu desayuno se enfría."
Fue así que Selim, el hijo habido de Solimán el Magnífico con la rusa, llegó al sultanato cuando Solimán murió en combate. Este Selim no era ni la sombra de su abuelo tocayo, y pasó a la historia como Selim El Borrachín, un hombre más aficionado a la bebida, el juego y los placeres fáciles que a gobernar a como Alá mandaba.
3 comentarios:
El jorobado como despectivamente le llamas, fué el más inteligente de los príncipes, el que debió suceder a su padre, me extraña una persona con educación, resalte de manera despectiva una condición fisica en particular,ignorando las imperfecciones propias.
Cihangir fue tan espléndido intelectualmente como lo fue Mustafá.
Cihangir ,totalmente de acuerdo en no menospreciar a una persona por las diferencias físicas que tienen en comparación con las personas con apariencia normales que si nos ponemos analizarlas dejan harto que desear..
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