LOS DECAPITADOS DE LA HISTORIA
Cecilia Ruiz de Ríos
Escuchando a mi marido berrear en la ducha "Voy a perder la cabeza por tu amoooooooooor" con el jabón por micrófono, recordé que muchos personajes célebres de la historia vieron su testa separada del resto del cuerpo no solo por amor, sino que también a merced de pasiones políticas e intrigas. La historia del cristianismo abunda en ejemplos, y entre los santos que pavimentaron su camino a la segura canonización estuvieron los médicos radicados en Cilicia llamados Cosme y Damián. Diocleciano, el mandamás de turno, no se tragó el cuento que un ángel los había rescatado de peligros, y después de tratar de acabar con ellos por medio de fuego y pedradas (al parecer tenían más vidas que un gato), ordenó que fueran decapitados.
Esta pareja de mellizos hoy en día son los santos patrones de los galenos, mientras que una virgen bella llamada Santa Bárbara pasó a ser la patrona de los artilleros. Bárbara era una linda doncella a quien su padre recluyó en una torre para que no se decidiera por ninguno de los numerosos pretendientes. Pero la quietud de la torre al parecer inclinó a la joven hacia el cristianismo, y cuando su padre se enteró de su devoción la decapitó hacia el año 200 después de Cristo, siendo fulminad o ipso facto por un divino rayo según reza la leyenda. Otra santa que llegó a ser venerada como tal fue una hermosísima virgen oriunda de una familia muy linajuda
de Alejandría, Catalina.
Tras horribles torturas para que la joven renunciara a su devoción cristiana, le cortaron la cabeza. San Albano, soldado romano nacido en Britania, fue otro virtuoso que llegó a santo pagando con su cabeza hacia el año 300 después de Cristo, mientras que Asdrúbal, hijo de Amílcar Barca y hermano de nada menos que del formidable Aníbal el Cartaginés, vio su cabeza separada de su fornido cuerpo cuando se vio derrotado por Publio Cornelio Escipión allá por el año 207 A.C. Tanto Genghis Khan como el sultán otomano Selim el Adusto fueron grandes decapitadores, Genghis contra los desobedientes y Selim cebándose con la cabeza de varios visires. Beatriz Cenci era una linajuda chica romana nacida en 1577, y todo hubiera marchado divinamente para ella si su padre, el Conde Francisco Cenci, no hubiera concebido una pasión incestuosa por ella. Contando con el apoyo de su hermano y su madrastra, Beatriz planificó y ejecutó el asesinato de su lujurioso y confundido padre, pero el Papa Clemente VIII decidió montar en santa ira al ordenar que tanto Beatriz como su madrastra y hermano fueran decapitados por la muerte del viejo verde.
Indudablemente, la real familia inglesa de los Tudor se lleva las palmas por ser los decapitadores más asiduos de la historia. Enrique VIII, glotón, mujeriego y rubicundo rey, encontraba que cualquier motivo era bueno para separar una cabeza de su correspondiente cuerpo. Cuando Sir Thomas More se negó a reconocerle como líder espiritual de la iglesia anglicana (formada cuando el papa de turno no quiso divorciar a Enrique VIII de Catalina de Aragón para que se casara en paz con su Ana Bolena), tuvo que despedirse de su sesera.
Ana Bolena no corrió largo, y tras breve gloria como la segunda esposa del rey y madre de la futura Reina Virgen, Enrique VIII decidió mandarla a decapitar con acusaciones de adulterio y alta traición un 19 de mayo. Posteriormente, cuando Enrique VIII contrajo cuartas nupcias con la espantosa Ana de Cléves, no le perdonó a Sir Thomas Cromwell que él hubiera sido quien arregló el matrimonio con tan horrorosa mujer, y Sir Thomas también perdió la cabeza. Cuando el glotonísimo Enrique descubrió que su quinta esposa Catalina Howard le era infiel y había tenido amores a granel antes de ser su esposa, la acusó de alta traición y de querer confundir su linaje, y la bella "Rosa sin Espinas" fue a parar a la Torre y luego ante el verdugo que la decapitó. Igual suerte corrió el amante de ésta, Thomas Culpepper.
El macabro gusto por arrancar cabezas fue heredado por las hijas de Enrique VIII. María Tudor "La Sangrienta" hizo decapitar a la inocente Lady Jane Grey y a su marido Lord Guildford Dudley solo porque el tísico de su hermano, el rey Eduardo VI, los había dejado de regentes al morir prematuramente.
Elizabeth "La Reina Virgen" por su parte hizo decapitar a su prima la reina María Estuardo de Escocia bajo cargos de alta traición y asesinato de Lord Henry Darnley (el segundo esposo de María Estuardo). Otros que perdieron la cabeza por culpa de esta sagaz pelirroja fueron Lord Thomas Seymour, el hombre que se casó con la viuda de Enrique VIII (Catalina Parr) y que luego quiso manosear a Elizabeth para comprometerla a casarse con él... y Lord Robert Devereux, Earl de Essex, quien sostuvo intensos amores con la Reina Virgen. Curiosamente, Thomas Seymour fue decapitado un 20 de marzo de 1549 y el que ejecutó la orden de decapitación fue su propio hermano Edward, Duque de Somerset. Edward habría de seguirle a la tumba unos años más tarde siendo también decapitado.
Carlos I Estuardo, rey de Inglaterra, fue otro que perdió la cabeza cuando un feo hombre llamado Oliverio Cromwell -destinado a autollamarse Lord Protector-, la emprendió en contra suya. Al igual que su abuela María Estuardo, Carlos fue decapitado.
La guillotina, ese macabro instrumento inventado por un galeno francés llamado Guillotin para ahorrar sufrimiento a los condenados a muerte, fue una máquina que cobró cientos de cabezas al efectuarse la revolución francesa. No solo perecieron en ella el pusilánime rey Luis XVI y su soberbia y estúpida esposa María Antonieta de Habsburgo, sino que también pasaron por ella desde cortesanas hasta astrónomos.
Marie Jeanne Bécu Du Barry, nacida en 1743, fue la famosa condesita Du Barry que puso sesereque al viejo libidinoso que era el rey francés Luis XV. Aunque desde la muerte del rey en 1774 la Du Barry no frecuentaba la corte, el Tribunal de París la consideró delicioso bocado para la guillotina y en 1793 la cortesana pagó sus platos rotos. Maximiliano de Robespierre, dirigente revolucionario que se consideraba infalible e incorruptible, le recetó decapitación a muchos camaradas suyos, entre ellos al poeta Andrea Chénier, a Antoine Barnave y hasta al astrónomo convertido brevemente en alcalde de París Jean Sylvain Bailly, pero Robespierre igual fue a parar a la guillotina cediendo su cabeza ante una serie de intrigas políticas en 1794.
En nuestra América conquistada con fuego y sangre por los cheles, Francisco Hernández de Córdoba, quien fundara Granada, perdió su cabeza merced a las bondades de Pedrarias Dávila, y en el Perú, dos de los dirigentes indígenas más valiosos de todos los tiempos fueron decapitados. Huáscar, hijo del gran Huayna Capác y hermano del bellísimo Atahualpa, fue asesinado por órdenes de su mismo hermano, y Atahualpa conservaba su cabeza convertida en un botijo.
Por su parte, José Gabriel Condorcanqui, un valeroso cacique indígena que recordamos con el nombre de Tupac Amaru, acabó decapitado como "piadosa medida" dado que cuando lo intentaron ejecutar por descuartizamiento como castigo por ser rebelde ante los españoles, los caballos no lograron su cometido en el tiempo deseado.
En nuestros días, la decapitación más macabra fue la del homosexual y brillante novelista nipón Yukio Mishima, quien el 25 de noviembre de 1970 decidió suicidarse en público haciéndose el hara kiri con su amante en un cuartel en Tokyo. Como punto final de su sepukku fue decapitado y su cabeza, con un hachimaki en la frente y yaciendo en un charco de sangre, adornó hasta portadas de revistas como LIFE.
Escuchando a mi marido berrear en la ducha "Voy a perder la cabeza por tu amoooooooooor" con el jabón por micrófono, recordé que muchos personajes célebres de la historia vieron su testa separada del resto del cuerpo no solo por amor, sino que también a merced de pasiones políticas e intrigas. La historia del cristianismo abunda en ejemplos, y entre los santos que pavimentaron su camino a la segura canonización estuvieron los médicos radicados en Cilicia llamados Cosme y Damián. Diocleciano, el mandamás de turno, no se tragó el cuento que un ángel los había rescatado de peligros, y después de tratar de acabar con ellos por medio de fuego y pedradas (al parecer tenían más vidas que un gato), ordenó que fueran decapitados.
Esta pareja de mellizos hoy en día son los santos patrones de los galenos, mientras que una virgen bella llamada Santa Bárbara pasó a ser la patrona de los artilleros. Bárbara era una linda doncella a quien su padre recluyó en una torre para que no se decidiera por ninguno de los numerosos pretendientes. Pero la quietud de la torre al parecer inclinó a la joven hacia el cristianismo, y cuando su padre se enteró de su devoción la decapitó hacia el año 200 después de Cristo, siendo fulminad o ipso facto por un divino rayo según reza la leyenda. Otra santa que llegó a ser venerada como tal fue una hermosísima virgen oriunda de una familia muy linajuda
de Alejandría, Catalina.
Tras horribles torturas para que la joven renunciara a su devoción cristiana, le cortaron la cabeza. San Albano, soldado romano nacido en Britania, fue otro virtuoso que llegó a santo pagando con su cabeza hacia el año 300 después de Cristo, mientras que Asdrúbal, hijo de Amílcar Barca y hermano de nada menos que del formidable Aníbal el Cartaginés, vio su cabeza separada de su fornido cuerpo cuando se vio derrotado por Publio Cornelio Escipión allá por el año 207 A.C. Tanto Genghis Khan como el sultán otomano Selim el Adusto fueron grandes decapitadores, Genghis contra los desobedientes y Selim cebándose con la cabeza de varios visires. Beatriz Cenci era una linajuda chica romana nacida en 1577, y todo hubiera marchado divinamente para ella si su padre, el Conde Francisco Cenci, no hubiera concebido una pasión incestuosa por ella. Contando con el apoyo de su hermano y su madrastra, Beatriz planificó y ejecutó el asesinato de su lujurioso y confundido padre, pero el Papa Clemente VIII decidió montar en santa ira al ordenar que tanto Beatriz como su madrastra y hermano fueran decapitados por la muerte del viejo verde.
Indudablemente, la real familia inglesa de los Tudor se lleva las palmas por ser los decapitadores más asiduos de la historia. Enrique VIII, glotón, mujeriego y rubicundo rey, encontraba que cualquier motivo era bueno para separar una cabeza de su correspondiente cuerpo. Cuando Sir Thomas More se negó a reconocerle como líder espiritual de la iglesia anglicana (formada cuando el papa de turno no quiso divorciar a Enrique VIII de Catalina de Aragón para que se casara en paz con su Ana Bolena), tuvo que despedirse de su sesera.
Ana Bolena no corrió largo, y tras breve gloria como la segunda esposa del rey y madre de la futura Reina Virgen, Enrique VIII decidió mandarla a decapitar con acusaciones de adulterio y alta traición un 19 de mayo. Posteriormente, cuando Enrique VIII contrajo cuartas nupcias con la espantosa Ana de Cléves, no le perdonó a Sir Thomas Cromwell que él hubiera sido quien arregló el matrimonio con tan horrorosa mujer, y Sir Thomas también perdió la cabeza. Cuando el glotonísimo Enrique descubrió que su quinta esposa Catalina Howard le era infiel y había tenido amores a granel antes de ser su esposa, la acusó de alta traición y de querer confundir su linaje, y la bella "Rosa sin Espinas" fue a parar a la Torre y luego ante el verdugo que la decapitó. Igual suerte corrió el amante de ésta, Thomas Culpepper.
El macabro gusto por arrancar cabezas fue heredado por las hijas de Enrique VIII. María Tudor "La Sangrienta" hizo decapitar a la inocente Lady Jane Grey y a su marido Lord Guildford Dudley solo porque el tísico de su hermano, el rey Eduardo VI, los había dejado de regentes al morir prematuramente.
Elizabeth "La Reina Virgen" por su parte hizo decapitar a su prima la reina María Estuardo de Escocia bajo cargos de alta traición y asesinato de Lord Henry Darnley (el segundo esposo de María Estuardo). Otros que perdieron la cabeza por culpa de esta sagaz pelirroja fueron Lord Thomas Seymour, el hombre que se casó con la viuda de Enrique VIII (Catalina Parr) y que luego quiso manosear a Elizabeth para comprometerla a casarse con él... y Lord Robert Devereux, Earl de Essex, quien sostuvo intensos amores con la Reina Virgen. Curiosamente, Thomas Seymour fue decapitado un 20 de marzo de 1549 y el que ejecutó la orden de decapitación fue su propio hermano Edward, Duque de Somerset. Edward habría de seguirle a la tumba unos años más tarde siendo también decapitado.
Carlos I Estuardo, rey de Inglaterra, fue otro que perdió la cabeza cuando un feo hombre llamado Oliverio Cromwell -destinado a autollamarse Lord Protector-, la emprendió en contra suya. Al igual que su abuela María Estuardo, Carlos fue decapitado.
La guillotina, ese macabro instrumento inventado por un galeno francés llamado Guillotin para ahorrar sufrimiento a los condenados a muerte, fue una máquina que cobró cientos de cabezas al efectuarse la revolución francesa. No solo perecieron en ella el pusilánime rey Luis XVI y su soberbia y estúpida esposa María Antonieta de Habsburgo, sino que también pasaron por ella desde cortesanas hasta astrónomos.
Marie Jeanne Bécu Du Barry, nacida en 1743, fue la famosa condesita Du Barry que puso sesereque al viejo libidinoso que era el rey francés Luis XV. Aunque desde la muerte del rey en 1774 la Du Barry no frecuentaba la corte, el Tribunal de París la consideró delicioso bocado para la guillotina y en 1793 la cortesana pagó sus platos rotos. Maximiliano de Robespierre, dirigente revolucionario que se consideraba infalible e incorruptible, le recetó decapitación a muchos camaradas suyos, entre ellos al poeta Andrea Chénier, a Antoine Barnave y hasta al astrónomo convertido brevemente en alcalde de París Jean Sylvain Bailly, pero Robespierre igual fue a parar a la guillotina cediendo su cabeza ante una serie de intrigas políticas en 1794.
En nuestra América conquistada con fuego y sangre por los cheles, Francisco Hernández de Córdoba, quien fundara Granada, perdió su cabeza merced a las bondades de Pedrarias Dávila, y en el Perú, dos de los dirigentes indígenas más valiosos de todos los tiempos fueron decapitados. Huáscar, hijo del gran Huayna Capác y hermano del bellísimo Atahualpa, fue asesinado por órdenes de su mismo hermano, y Atahualpa conservaba su cabeza convertida en un botijo.
Por su parte, José Gabriel Condorcanqui, un valeroso cacique indígena que recordamos con el nombre de Tupac Amaru, acabó decapitado como "piadosa medida" dado que cuando lo intentaron ejecutar por descuartizamiento como castigo por ser rebelde ante los españoles, los caballos no lograron su cometido en el tiempo deseado.
En nuestros días, la decapitación más macabra fue la del homosexual y brillante novelista nipón Yukio Mishima, quien el 25 de noviembre de 1970 decidió suicidarse en público haciéndose el hara kiri con su amante en un cuartel en Tokyo. Como punto final de su sepukku fue decapitado y su cabeza, con un hachimaki en la frente y yaciendo en un charco de sangre, adornó hasta portadas de revistas como LIFE.
2 comentarios:
Genial profesora!
Es cierto lo que dice..yo vi la película de Lady Jane, muy buena en realidad..
Buen escrito! felicidades
Sería mucho pedir..que escribiese sobre un grupo de revolucionarios que se llamaron los sans coulottes (perdone si está mal escrito), es que leí recientemente..una pregunta ¿ese nombre se refiere a los mismos jacobinos de la época del terror??
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