EL HOMBRE QUE ECHO A ANDAR AL MUNDO: RODOLFO DIESEL
Cecilia Ruiz de Ríos
Cada vez que echamos combustible a un vehículo solicitando diesel, rendimos homenaje sin percatarnos al genial ingeniero franco-alemán que echó a andar al mundo con su inmenso aporte de los motores que llevan su nombre. Nacido en París un 18 de marzo de 1858 en el seno de una familia pobre de origen alemán, Rodolfo Diesel era un niño muy chele, muy aseado y pavorosamente disciplinado. Su padre era un humilde encuadernador que le mandaba a entregar libros a las direcciones más extraviadas desde que Rudi -que era como le llamaban sus amigos- tenía siete años.
Conocía los mil y un vericuetos de la Ciudad Luz, se levantaba oscuro y aunque el tiempo estuviera muy frío, se tardaba casi una hora en el baño para ser siempre un modelo de pulcritud. Los domingos se iba con su familia al bosque de Vincennes a las afueras de París, le gustaba andar en barca y uno de los lujos de su fin de semana era desayunar con copiosas cantidades de wursters, esos chorizos alemanes con los cuales se originó el hot dog. El origen alemán de los Diesel no les dio problemas hasta que se dio el conflicto de la Guerra Franco-Prusiana.
En medio de este estallido bélico, los franceses comenzaron a ponerle malos apodos a todo aquel que tuviera algún nexo con Alemania, y antes de que Rudi tuviera 12 años ya le llamaban "bosch", o sea cerdo alemán. Los compañeritos de clases ya no quieren jugar con él. Al padre se le hace chiquito el corazón ver el rechazo hacia su hijo, y por eso prefiere mandarlo a Alemania a los trece años a que viva y estudie con un pariente. Rudi entonces pasará de la casa de su padre al hogar de su tío en Ausburgo, donde se hace más disciplinado, hosco y muy independiente.
Adquiere la probervial diligencia alemana, y es el mejor alumno en materias como las matemáticas, las ciencias exactas y la física. Luego, en la escuela politécnica donde va luego de haberse bachillerado, atrae la atención de un profesor forastero. La amistad con este teacher dará pie a que pueda irse con él a Munich a la Escuela Técnica Superior. En 1878, ya estando en Munich, Rudi atiende una conferencia que cambiará el curso de su vida.
El profesor Linde, creador del frigorífico, habla por 45 minutos del gran Sadi Carnot y su ciclo termodinámico. Los pormenores de este proceso mediante el cual se promete convertir en trabajo útil hasta el 70 por ciento de la capacidad calorífica del combustible utilizado, determinan lo que hará este futuro ingeniero. Nace una obsesión de Rudi por Carnot, consigue la patente de la máquina de Carnot, sueña con el proceso. Diesel se quema las pestañas estudiando mientras oye música de Ricardo Wagner y come cantidades astronómicas de wursters. Se levantaba antes de rayar el alba y hacía una minúscula siesta después de almorzar.
En julio de 1893 construye un motor de experimento. En las primeras pruebas el indicador explota y Rudi queda vivo por milagro. Esto no lo amilana. El 17 de febrero de 1894 inicia pruebas de una máquina perfeccionada. Rudi estaba tan ensimismado que no se percató de la primera marcha en vacío. Solo vio que el viejo profesor Linden, el ajustador del montaje, guardando un emocionado silencio se quitó de la cabeza el gorro engrasado mientras una diamantina lágrima de felicidad le bajaba del ojo izquierdo. Era el parto del motor Diesel.
A partir de ahí, Rudi no habría de parar en un sitio por mucho tiempo. Dejaría plantada a una bella rubia llamada Giselle cuando ésta le dijo que no podía estar esperando por él. Viajaba a menudo, por ciudades como Nuremberg, Berlín, Leipzig, Gante y el exterior. Daba conferencias, discursos, asistía a almuerzos y cenas en su honor y el dinero comenzaba a fluir hacia él. Se compró una lujosa villa en Munich. Al iniciarse este siglo, su presencia causó sensación en dos viajes que hizo a Estados Unidos. Le recibían con pompas, y en esas circunstancias pudo conocer al genial Genio de Menlo Park, el adusto Tomás Alva Edison. Cuando quiso entablar conversación con el rubio inventor del fonógrafo y el bombillo incandescente, le preguntó humildemente:No piensa Ud. a veces en la muerte? A lo cual el patán de Edison le contestó: Me dedico a problemas de importancia y no a la metafísica.
Rudi ya en la cincuentena todavía aceleraba corazones femeninos como el combustible líquido a sus motores. Era un hombre alto, de silueta impecable (a pesar de que consumía embutidos grasos y wursters en cantidades navegables), impecablemente vestido, con lentes y perfumado. Una científica noruega lo acosó con incendiarias cartas de amor a las cuales respondía con fría cortesía. En 1913, Rudi y un grupo de eruditos ingenieros se encuentra a bordo del barco Dresde, rumbo a Londres. A bordo había excelente vino, opípara cena, buenos habanos y espléndida conversación. Los compañeros le acompañan hasta el camarote, donde el gran hombre les despide con un apretón de manos y un "hasta mañana."
Al otro día, conociendo su costumbre de madrugar, sus compañeros de viaje echan de menos su presencia y lo van a buscar. Encuentran el camarote vacío, la cama sin tocar, su bolso de viaje y el reloj de oro que no se quitaba ni para bañarse. Dos días después de su extraña desaparición, en la desembocadura del río Schelda, unos pescadores de Flissingen hallan el cadáver de un hombre muy bien vestido. Lo suben a la barca para llevarlo a tierra, pero se desata una pavorosa tormenta que pone encrespadas las olas. Supersticiosos a morir, los pescadores creen que el río Schelda no quiere soltar su presa y lanzan el cadáver de vuelta al agua. Así desaparece para siempre el cuerpo de Rodolfo Diesel, quien tuvo el mar como su inmensa tumba. Pero sus motores, los cuales hasta la vez son la gran fuerza motriz del mundo, conservan su nombre para la inmortalidad.
Cecilia Ruiz de Ríos
Cada vez que echamos combustible a un vehículo solicitando diesel, rendimos homenaje sin percatarnos al genial ingeniero franco-alemán que echó a andar al mundo con su inmenso aporte de los motores que llevan su nombre. Nacido en París un 18 de marzo de 1858 en el seno de una familia pobre de origen alemán, Rodolfo Diesel era un niño muy chele, muy aseado y pavorosamente disciplinado. Su padre era un humilde encuadernador que le mandaba a entregar libros a las direcciones más extraviadas desde que Rudi -que era como le llamaban sus amigos- tenía siete años.
Conocía los mil y un vericuetos de la Ciudad Luz, se levantaba oscuro y aunque el tiempo estuviera muy frío, se tardaba casi una hora en el baño para ser siempre un modelo de pulcritud. Los domingos se iba con su familia al bosque de Vincennes a las afueras de París, le gustaba andar en barca y uno de los lujos de su fin de semana era desayunar con copiosas cantidades de wursters, esos chorizos alemanes con los cuales se originó el hot dog. El origen alemán de los Diesel no les dio problemas hasta que se dio el conflicto de la Guerra Franco-Prusiana.
En medio de este estallido bélico, los franceses comenzaron a ponerle malos apodos a todo aquel que tuviera algún nexo con Alemania, y antes de que Rudi tuviera 12 años ya le llamaban "bosch", o sea cerdo alemán. Los compañeritos de clases ya no quieren jugar con él. Al padre se le hace chiquito el corazón ver el rechazo hacia su hijo, y por eso prefiere mandarlo a Alemania a los trece años a que viva y estudie con un pariente. Rudi entonces pasará de la casa de su padre al hogar de su tío en Ausburgo, donde se hace más disciplinado, hosco y muy independiente.
Adquiere la probervial diligencia alemana, y es el mejor alumno en materias como las matemáticas, las ciencias exactas y la física. Luego, en la escuela politécnica donde va luego de haberse bachillerado, atrae la atención de un profesor forastero. La amistad con este teacher dará pie a que pueda irse con él a Munich a la Escuela Técnica Superior. En 1878, ya estando en Munich, Rudi atiende una conferencia que cambiará el curso de su vida.
El profesor Linde, creador del frigorífico, habla por 45 minutos del gran Sadi Carnot y su ciclo termodinámico. Los pormenores de este proceso mediante el cual se promete convertir en trabajo útil hasta el 70 por ciento de la capacidad calorífica del combustible utilizado, determinan lo que hará este futuro ingeniero. Nace una obsesión de Rudi por Carnot, consigue la patente de la máquina de Carnot, sueña con el proceso. Diesel se quema las pestañas estudiando mientras oye música de Ricardo Wagner y come cantidades astronómicas de wursters. Se levantaba antes de rayar el alba y hacía una minúscula siesta después de almorzar.
En julio de 1893 construye un motor de experimento. En las primeras pruebas el indicador explota y Rudi queda vivo por milagro. Esto no lo amilana. El 17 de febrero de 1894 inicia pruebas de una máquina perfeccionada. Rudi estaba tan ensimismado que no se percató de la primera marcha en vacío. Solo vio que el viejo profesor Linden, el ajustador del montaje, guardando un emocionado silencio se quitó de la cabeza el gorro engrasado mientras una diamantina lágrima de felicidad le bajaba del ojo izquierdo. Era el parto del motor Diesel.
A partir de ahí, Rudi no habría de parar en un sitio por mucho tiempo. Dejaría plantada a una bella rubia llamada Giselle cuando ésta le dijo que no podía estar esperando por él. Viajaba a menudo, por ciudades como Nuremberg, Berlín, Leipzig, Gante y el exterior. Daba conferencias, discursos, asistía a almuerzos y cenas en su honor y el dinero comenzaba a fluir hacia él. Se compró una lujosa villa en Munich. Al iniciarse este siglo, su presencia causó sensación en dos viajes que hizo a Estados Unidos. Le recibían con pompas, y en esas circunstancias pudo conocer al genial Genio de Menlo Park, el adusto Tomás Alva Edison. Cuando quiso entablar conversación con el rubio inventor del fonógrafo y el bombillo incandescente, le preguntó humildemente:No piensa Ud. a veces en la muerte? A lo cual el patán de Edison le contestó: Me dedico a problemas de importancia y no a la metafísica.
Rudi ya en la cincuentena todavía aceleraba corazones femeninos como el combustible líquido a sus motores. Era un hombre alto, de silueta impecable (a pesar de que consumía embutidos grasos y wursters en cantidades navegables), impecablemente vestido, con lentes y perfumado. Una científica noruega lo acosó con incendiarias cartas de amor a las cuales respondía con fría cortesía. En 1913, Rudi y un grupo de eruditos ingenieros se encuentra a bordo del barco Dresde, rumbo a Londres. A bordo había excelente vino, opípara cena, buenos habanos y espléndida conversación. Los compañeros le acompañan hasta el camarote, donde el gran hombre les despide con un apretón de manos y un "hasta mañana."
Al otro día, conociendo su costumbre de madrugar, sus compañeros de viaje echan de menos su presencia y lo van a buscar. Encuentran el camarote vacío, la cama sin tocar, su bolso de viaje y el reloj de oro que no se quitaba ni para bañarse. Dos días después de su extraña desaparición, en la desembocadura del río Schelda, unos pescadores de Flissingen hallan el cadáver de un hombre muy bien vestido. Lo suben a la barca para llevarlo a tierra, pero se desata una pavorosa tormenta que pone encrespadas las olas. Supersticiosos a morir, los pescadores creen que el río Schelda no quiere soltar su presa y lanzan el cadáver de vuelta al agua. Así desaparece para siempre el cuerpo de Rodolfo Diesel, quien tuvo el mar como su inmensa tumba. Pero sus motores, los cuales hasta la vez son la gran fuerza motriz del mundo, conservan su nombre para la inmortalidad.
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