OSKAR SCHINDLER: EL ZANGANO QUE SALVO A MILES
Cecilia Ruiz de Ríos
Un 28 de abril de 1908 vino al mundo en Zwittau, ciudad ubicada en una zona morava de los Sudetes, un chelito que habría de ser la salvación de más de mil almas: Oskar Schindler. Oskar era el resultado del poco entusiasmo que le quedaba a su padre, Hans, por su esposa Luisa, y se trataba del vástago de un mal avenido matrimonio de católicos germanos.
Oskar no fue un estudiante demasiado brillante. Conforme se fue haciendo adolescente, mostró gran interés por las motocicletas, los carros de lujo y las hembras de la especie, no necesariamente en ese orden. Después de flirtear con numerosas chavalas, este consumado Don Juan optó por casarse a los 20 años con Emilie, hija única de un próspero granjero de la aldea de Alt Molstein. Era una pareja dispareja, pues Oskar era alto, bellísimo, muy mundano y extrovertido, y Emilie era la típica chica pueblerina con gazmoñería para regalar y prejuicios para subastar. Estaban destinados a ser aparatosamente infelices.
La luna de miel duró poco porque Oskar debió irse a hacer su servicio militar con el ejército checo (recordemos que en aquellos entonces Zwittau formaba parte de Checoslovaquia). Oskar odiaba la disciplina y restricciones de la vida castrense y apenas logró colgar el uniforme, fue a solicitarle a su papá que lo dejara integrarse a la fábrica de maquinaria agrícola que el viejo Hans poseía. Para entonces, Oskar vivía más en las cantinas, burdeles y salas de fiestas que en su casa con Emilie. Cuando en 1935 Oskar se ve forzado a cerrar la fábrica de su padre, encuentra empleo como gerente de mercadeo de una firma alemana de productos electrotécnicos. Sus modales esmerados y carácter jovial hacen maravillas por las ventas, para grata sorpresa de sus jefes.
La única que ha salido perdiendo es Emilie, quien pasa semanas aburriéndose en casa esperando que su marido regrese. Oskar está feliz con su cargo y establece contactos con poderosos y ricos que posteriormente le ayudarán mucho.
En una francachela en 1938, le presentan a Oskar a nada menos que a Eberhard Gebauer, un oficial oriundo de Abwehr que pertenece al Servicio de Inteligencia Secreta del ejército alemán. Gebauer le propone a Oskar que use sus habilidades para conseguir algunas informaciones para el Tercer Reich. Oskar aprovecha el chance y acepta. Las misiones lo llevan hasta Cracovia, donde investiga sobre las debilidades del ejército polaco. En marzo de 1939 Hitler invade los Sudetes y en septiembre del mismo año los nazis se vuelcan sobre Polonia.
Para entonces Oskar se espeluznó ante las crueldades de los alemanes hacia los judíos residentes en Polonia. A pesar de que Oskar continuaba colaborando con Gebauer, se percataba que muchos de los soldados alemanes no estabn de acuerdo con el tratamiento hostil de los nazis hacia los judíos. Fue para este entonces que Oskar conoció a Itzhak Stern, un contador judío polaco que había sido el hombre fuerte de una firma polaca de cierta prosperidad. Stern, quien se había visto desplazado por un alemán, continuaba siendo empleado de la misma firma.
Fue cuando Oskar le pidió al contador judío que indagara sobre oportunidades de negocios. Stern le reportó informes sobre varias empresas y Oskar, quien a los 31 años estaba harto de su empleo, compró una pequeña fábrica de esmalte en Cracovia, sitio que habría de ser la base para todas sus operaciones clandestinas en los años por venir.
La vida privada de Oskar a estas alturas era una vistosa maraña de pasiones. Mientras su esposa se aburría en casa en Zwittau, Oskar vivía una fogosa aventura con su amante alemana Ingrid, una talentosa y rubia mujer que era la administradora de una gran firma ferretera en Cracovia. Oskar y su amante pasaban agitadas noches en el apartamento de la calle Straszewskiego, propiedad que por cierto había sido confiscada a unos judíos de abundantes recursos. Además de Ingrid, Oskar salía con numerosas chicas -algunas apenas adolescentes- y tenía fama de ser un amante incansable que enloquecía de lujuria ante unas piernas bien torneadas y sostenes de encaje negro.
Con Stern a cargo de sus negocios, Oskar pronto vio que su fábrica de esmalte producía utensilios de cocina para todos los comedores militares del ejército nazi. Fue en una fría mañana de diciembre que Oskar se dio cuenta que los judíos de la zona de Kazimierz en Cracovia iban a ser deportados. Se fue raudo donde Stern, para ponerlo al tanto de la situación.
En la primavera de 1940, Oskar dio el primer paso para salvar judíos cuando le pidió a Stern que le consiguiera 150 hombres y mujeres judíos para que trabajaran en la fábrica. Esto era extraordinario cuando en esos días ya había prohibición de darle empleo a los hijos de Israel. Contando con los jugosos contratos que el ejército alemán otorgaba a Oskar, éste decidió echar a andar un sistema de mano de obra barata con judíos, lo cual beneficiaba a los tacaños alemanes. Pronto, fueron más de 150 hombres y mujeres judíos los empleados por Oskar, quien incluso argumentó que solo chiquillos podían ejecutar algunos tipos de trabajo manual debido a los menudo de sus deditos.
Oskar como jefe era una bendición. Justo, abordable, paciente y gentil, nunca cerraba la puerta de su despacho (un ejemplo para cualquier funcionario!). Esta práctica de puertas abiertas no dejó de causarle ciertos problemas, pues en una ocasión un trabajador lo encontró con los pantalones a media rodilla gozando con una de las secretarias. Emilie muy de vez en cuando visitaba a su faldero marido, a pesar de que le gustaba Cracovia. No era muy cómodo ser confundida con la furcia de turno. Emilie por su parte se fue concientizando en cuanto a la situación de los judíos, y pronto estuvo colaborando hasta donde pudo con su donjuanesco esposo.
Oskar gozaba desafiando a los alemanes. Después de ser arrestado por tercera vez, muchos le aconsejaron que no fuera tan audaz. Para entonces el tenebroso militar alemán Amon Goeth ya tenía construido su campo de concentración llamado Plaszow cerca de Cracovia, y muchas veces los trabajadores judíos de Oskar se veían amenazados, brutalizados o sopapeados.Oskar odiaba a Goeth, un sádico de armas tomar, pues tenía como diversión el tomar puntería con judíos desde su balcón.
Cuando los rusos comenzaron a avanzar en el verano de 1944, se dieron órdenes de desbandar el campo de Plaszow, pero Oskar decidió mover de lugar su fábrica salvadora de judíos. Costó mucho lograr el permiso de mudanza, pero al fin de cuentas Oskar ganó otra batalla más por sus amados judíos. Tras dos meses de ajetreo la fábrica de Brunnlitz estuvo lista para la producción. Pasaron los días y las 300 mujeres trabajadoras no arribaban, y cuando Oskar supo que las habían llevado al campo de exterminio de Birkenau, adjunto a Auschwitz, fue tras ellas.
Gracias a los esfuerzos, el heroísmo, los desvelos y el dinero de los Schindler, muchos judíos pudieron sobrevivir para ocupar su lugar en la historia. Tras la guerra, el zángano Oskar y su sufrida Emilie se fueron a Argentina, donde intentaron hacerse granjeros. En 1957, Oskar Schindler estaba en la quiebra, pero los agradecidos judíos siempre le apoyaron aún en aventuras comerciales que nunca tuvieron éxito. Emilie y Oskar finalmente se separaron y ella se quedó sola en Argentina.
En 1961 Oskar fue invitado a Jerusalén para ser homenajeado por el Yad Vashem -El Museo Memorial del Holocausto-, como defensor de la humanidad. Al morir, Oskar Schindler fue sepultado en la tierra donde él quiso estar, en Israel, en una loma a las afueras de Jerusalén. Cada año, los sobrevivientes y descendientes de los más de 1200 judíos rescatados por Oskar, emprenden viaje para ir a rendir tributo al alemán faldero, bon vivant y dicharachero a quien le deben la vida.
Cecilia Ruiz de Ríos
Un 28 de abril de 1908 vino al mundo en Zwittau, ciudad ubicada en una zona morava de los Sudetes, un chelito que habría de ser la salvación de más de mil almas: Oskar Schindler. Oskar era el resultado del poco entusiasmo que le quedaba a su padre, Hans, por su esposa Luisa, y se trataba del vástago de un mal avenido matrimonio de católicos germanos.
Oskar no fue un estudiante demasiado brillante. Conforme se fue haciendo adolescente, mostró gran interés por las motocicletas, los carros de lujo y las hembras de la especie, no necesariamente en ese orden. Después de flirtear con numerosas chavalas, este consumado Don Juan optó por casarse a los 20 años con Emilie, hija única de un próspero granjero de la aldea de Alt Molstein. Era una pareja dispareja, pues Oskar era alto, bellísimo, muy mundano y extrovertido, y Emilie era la típica chica pueblerina con gazmoñería para regalar y prejuicios para subastar. Estaban destinados a ser aparatosamente infelices.
La luna de miel duró poco porque Oskar debió irse a hacer su servicio militar con el ejército checo (recordemos que en aquellos entonces Zwittau formaba parte de Checoslovaquia). Oskar odiaba la disciplina y restricciones de la vida castrense y apenas logró colgar el uniforme, fue a solicitarle a su papá que lo dejara integrarse a la fábrica de maquinaria agrícola que el viejo Hans poseía. Para entonces, Oskar vivía más en las cantinas, burdeles y salas de fiestas que en su casa con Emilie. Cuando en 1935 Oskar se ve forzado a cerrar la fábrica de su padre, encuentra empleo como gerente de mercadeo de una firma alemana de productos electrotécnicos. Sus modales esmerados y carácter jovial hacen maravillas por las ventas, para grata sorpresa de sus jefes.
La única que ha salido perdiendo es Emilie, quien pasa semanas aburriéndose en casa esperando que su marido regrese. Oskar está feliz con su cargo y establece contactos con poderosos y ricos que posteriormente le ayudarán mucho.
En una francachela en 1938, le presentan a Oskar a nada menos que a Eberhard Gebauer, un oficial oriundo de Abwehr que pertenece al Servicio de Inteligencia Secreta del ejército alemán. Gebauer le propone a Oskar que use sus habilidades para conseguir algunas informaciones para el Tercer Reich. Oskar aprovecha el chance y acepta. Las misiones lo llevan hasta Cracovia, donde investiga sobre las debilidades del ejército polaco. En marzo de 1939 Hitler invade los Sudetes y en septiembre del mismo año los nazis se vuelcan sobre Polonia.
Para entonces Oskar se espeluznó ante las crueldades de los alemanes hacia los judíos residentes en Polonia. A pesar de que Oskar continuaba colaborando con Gebauer, se percataba que muchos de los soldados alemanes no estabn de acuerdo con el tratamiento hostil de los nazis hacia los judíos. Fue para este entonces que Oskar conoció a Itzhak Stern, un contador judío polaco que había sido el hombre fuerte de una firma polaca de cierta prosperidad. Stern, quien se había visto desplazado por un alemán, continuaba siendo empleado de la misma firma.
Fue cuando Oskar le pidió al contador judío que indagara sobre oportunidades de negocios. Stern le reportó informes sobre varias empresas y Oskar, quien a los 31 años estaba harto de su empleo, compró una pequeña fábrica de esmalte en Cracovia, sitio que habría de ser la base para todas sus operaciones clandestinas en los años por venir.
La vida privada de Oskar a estas alturas era una vistosa maraña de pasiones. Mientras su esposa se aburría en casa en Zwittau, Oskar vivía una fogosa aventura con su amante alemana Ingrid, una talentosa y rubia mujer que era la administradora de una gran firma ferretera en Cracovia. Oskar y su amante pasaban agitadas noches en el apartamento de la calle Straszewskiego, propiedad que por cierto había sido confiscada a unos judíos de abundantes recursos. Además de Ingrid, Oskar salía con numerosas chicas -algunas apenas adolescentes- y tenía fama de ser un amante incansable que enloquecía de lujuria ante unas piernas bien torneadas y sostenes de encaje negro.
Con Stern a cargo de sus negocios, Oskar pronto vio que su fábrica de esmalte producía utensilios de cocina para todos los comedores militares del ejército nazi. Fue en una fría mañana de diciembre que Oskar se dio cuenta que los judíos de la zona de Kazimierz en Cracovia iban a ser deportados. Se fue raudo donde Stern, para ponerlo al tanto de la situación.
En la primavera de 1940, Oskar dio el primer paso para salvar judíos cuando le pidió a Stern que le consiguiera 150 hombres y mujeres judíos para que trabajaran en la fábrica. Esto era extraordinario cuando en esos días ya había prohibición de darle empleo a los hijos de Israel. Contando con los jugosos contratos que el ejército alemán otorgaba a Oskar, éste decidió echar a andar un sistema de mano de obra barata con judíos, lo cual beneficiaba a los tacaños alemanes. Pronto, fueron más de 150 hombres y mujeres judíos los empleados por Oskar, quien incluso argumentó que solo chiquillos podían ejecutar algunos tipos de trabajo manual debido a los menudo de sus deditos.
Oskar como jefe era una bendición. Justo, abordable, paciente y gentil, nunca cerraba la puerta de su despacho (un ejemplo para cualquier funcionario!). Esta práctica de puertas abiertas no dejó de causarle ciertos problemas, pues en una ocasión un trabajador lo encontró con los pantalones a media rodilla gozando con una de las secretarias. Emilie muy de vez en cuando visitaba a su faldero marido, a pesar de que le gustaba Cracovia. No era muy cómodo ser confundida con la furcia de turno. Emilie por su parte se fue concientizando en cuanto a la situación de los judíos, y pronto estuvo colaborando hasta donde pudo con su donjuanesco esposo.
Oskar gozaba desafiando a los alemanes. Después de ser arrestado por tercera vez, muchos le aconsejaron que no fuera tan audaz. Para entonces el tenebroso militar alemán Amon Goeth ya tenía construido su campo de concentración llamado Plaszow cerca de Cracovia, y muchas veces los trabajadores judíos de Oskar se veían amenazados, brutalizados o sopapeados.Oskar odiaba a Goeth, un sádico de armas tomar, pues tenía como diversión el tomar puntería con judíos desde su balcón.
Cuando los rusos comenzaron a avanzar en el verano de 1944, se dieron órdenes de desbandar el campo de Plaszow, pero Oskar decidió mover de lugar su fábrica salvadora de judíos. Costó mucho lograr el permiso de mudanza, pero al fin de cuentas Oskar ganó otra batalla más por sus amados judíos. Tras dos meses de ajetreo la fábrica de Brunnlitz estuvo lista para la producción. Pasaron los días y las 300 mujeres trabajadoras no arribaban, y cuando Oskar supo que las habían llevado al campo de exterminio de Birkenau, adjunto a Auschwitz, fue tras ellas.
Gracias a los esfuerzos, el heroísmo, los desvelos y el dinero de los Schindler, muchos judíos pudieron sobrevivir para ocupar su lugar en la historia. Tras la guerra, el zángano Oskar y su sufrida Emilie se fueron a Argentina, donde intentaron hacerse granjeros. En 1957, Oskar Schindler estaba en la quiebra, pero los agradecidos judíos siempre le apoyaron aún en aventuras comerciales que nunca tuvieron éxito. Emilie y Oskar finalmente se separaron y ella se quedó sola en Argentina.
En 1961 Oskar fue invitado a Jerusalén para ser homenajeado por el Yad Vashem -El Museo Memorial del Holocausto-, como defensor de la humanidad. Al morir, Oskar Schindler fue sepultado en la tierra donde él quiso estar, en Israel, en una loma a las afueras de Jerusalén. Cada año, los sobrevivientes y descendientes de los más de 1200 judíos rescatados por Oskar, emprenden viaje para ir a rendir tributo al alemán faldero, bon vivant y dicharachero a quien le deben la vida.
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