PEDRO: NADA SINO UN SOLITARIO CORAZON
Cecilia Ruiz de Ríos
Un 7 de mayo de 1840 vino al mundo el genio musical más grande que ha dado Rusia: Pedro Ilitch Tchaikovsky. La mayor parte de sus obras son tarareadas hasta por personas que nunca han visto un retrato suyo con esos maravillosos ojos azules, y existen versiones hasta en jazz y cumbia de temas suyos como el Concierto No. 1 para piano y orquesta o El Lago de los Cisnes.
Sin embargo, lo que muchos no saben es que detrás de tanta dulzura, melodiosidad inagotable y belleza increíble, Pedro Ilitch Tchaikovsky fue uno de los seres más atormentados que han existido.
Pedro de chiquillo era un muchachito muy lindo, pero muy sobreprotegido por sus padres. Su familia pertenecía a la nobleza menor, y aunque su padre Ilya fue un botarate que dilapidó la fortuna familiar, Pedro fue criado entre mimos y con bastante comodidad.
Era muy apegado a su institutriz Fanny Durbach, quien al dejar el empleo le ocasionó la primera de sus grandes crisis emocionales. Al contar con apenas 14 años, la muerte le arrebató a Pedro a su idolatrada madre. Cuando acabó la secundaria, le impusieron que estudiara leyes. Hasta entonces solo había recibido unas cuantas lecciones de piano, y nadie hubiera pensado que este hombre estaba destinado a ser el máximo genio musical de la historia rusa.
Pedro trabajó como pasante de leyes en el ministerio de justicia en San Petersburgo, pero en 1863 decidió ser valiente y dejar todo para dedicarse a la música. Completó sus estudios musicales y pasó un tiempo dando lecciones en el conservatorio. De su hábil pluma habrían de ir brotando una por una obras tan importantes como Manfredo, Capricho Italiano (concebido en una visita a Italia), Obertura Solemne 1812 (para conmemorar la derrota de Napoleón en Rusia en 1812), Marcha Eslava (para animar a los soldados rusos que partían hacia el frente de guerra contra Turquía), El Lago de los Cisnes, El Cascanueces (en el cual estrenó un nuevo instrumento llamado celesta), La Bella Durmiente, la ópera Eugenio Oneguin (basada en Pushkin), La Tempestad, Romeo y Julieta, y la preciosa Serenata para Cuerdas.
Entre sus canciones, Nada Sino Un Solitario Corazón, se destaca como la más popular, y su amigo Antón Rubinstein (a quien inicialmente dedicó su primer concierto para piano y orquesta... y con quien se peleó cuando éste le dijo que la obra era vocinglera y vulgar) solía decir que esta preciosa miniatura era el autorretrato de Pedro. Además, compuso 6 sinfonías, entre las que se destaca la última, llamada La Patética.
Ya a estas alturas, Pedro se percataba de que no le gustaban mucho las mujeres. Quizás fue a causa de una desilusión amorosa que tuvo con una cantante de ópera llamada Desireé Artot, pero Pedro se fue encaminando hacia el homosexualismo. El primero en saber de lo que Pedro llamaba su "sensación Z" fue su hermano Modesto, quien también era homosexual y hasta compartió su cama. Comenzó a escribir su diario, en el cual revelaba los tormentos de ocultar su afición por los hombres en medio de una sociedad mojigata en la cual el declararse abiertamente gay era casi un suicidio en vida.
Desesperado, quiso hacer un último intento por llevar una vida heterosexual. Se casó con una alumna suya del conservatorio llamada Antonina. El clavo es que la tal Antonina estaba más loca que una cabra que come hongos, y Pedro huyó de ella en la misma noche de bodas y hasta se lanzó al gélido río para acabar consigo mismo. Antonina le hizo la vida un infierno atosigándole y exigiéndole que consumara el matrimonio. Pedro inventó adulterios y rarencias para conseguir su divorcio, y ante la negativa de la loca de darle la libertad, hasta consideró como posibilidad el asesinarla. Antonina, cada vez más trastornada, se dedicó a la vida casquivana, teniendo varios espurios de sus aventuras. Pedro, temeroso que divulgara a todos que él era homosexual, la mantuvo hasta que él murió en 1893. Antonina siguió dando guerra hasta 1914, cuando fue recluida en un manicomio, muriendo en 1917.
A pesar de que Pedro tuvo numerosos amantes varones, prefiriendo los jóvenes morenos y altos, estaba destinado a protagonizar una extrañísima historia de amor con una viuda llamada Nadezhda von Meck. Esta ricachona jugó el papel de mecenas para Tchaikovsky, manteniéndolo en buen nivel de vida siempre y cuando él respetara su condición: que nunca intentara conocerla personalmente. Las cartas que cruzaron entre ella y el compositor ruso dan testimonio de una pasión reprimida y alto voltaje emocional. Esta correspondencia, que ocupa 3 volúmenes, es el documento más importante sobre Pedro aparte de su atormentado diario (el cual por cierto me arrancó mares de lágrimas cuando lo leí siendo estudiante en Francia).
En 1888 Pedro inauguró en un 5 de mayo la sala de conciertos Carnegie Hall en Estados Unidos, donde durante su gira triunfal fue aclamado como un dios viviente. En 1890 la enigmática Nadezhda interrumpió su correspondencia con Pedro. Para entonces el músico ya tenía suficientes ingresos como para mantenerse bien, pero lo que más le dolió fue la pérdida de su alma gemela. Desde entonces, Pedro se volvió frágil y huidizo. En 1893, tras haber escrito la lacrimosa sinfonía no.6, rugía una epidemia del cólera en Rusia.
Pedro, a sabiendas que beber agua sin hervir era peligroso, se tomó un vaso de agua contaminada. Inmediatamente sucumbió al cólera en lo que creen que fue un suicidio mal disimulado. En medio de sus fiebres y dolores, llamaba a Nadezhda von Meck y la maldecía. El zar Alejandro III, afligido ante la postración del compositor, le envía a su médico de cabecera para que lo atienda. Su hermano Modesto no se despega de su lado, y un 6 de noviembre de 1893, Pedro Ilitch Tchaikovsky muere vencido por el cólera.
Muchos han interpretado su última sinfonía, la Patética, como una misiva de suicida. A pesar de que debió de haber sido enterrado de inmediato por el peligro del contagio, el cadáver del bello Pedro es expuesto al público, y miles de sollozantes admiradores desfilan ante su féretro para besar su mano inerte. Nadie de estos fans, curiosamente, se contagió del cólera, y su música, fascinante, melodiosa, sentimental y pegajosa como ella sola, sigue siendo entre las favoritas en las salas de concierto y ballets.
Un 7 de mayo de 1840 vino al mundo el genio musical más grande que ha dado Rusia: Pedro Ilitch Tchaikovsky. La mayor parte de sus obras son tarareadas hasta por personas que nunca han visto un retrato suyo con esos maravillosos ojos azules, y existen versiones hasta en jazz y cumbia de temas suyos como el Concierto No. 1 para piano y orquesta o El Lago de los Cisnes.
Sin embargo, lo que muchos no saben es que detrás de tanta dulzura, melodiosidad inagotable y belleza increíble, Pedro Ilitch Tchaikovsky fue uno de los seres más atormentados que han existido.
Pedro de chiquillo era un muchachito muy lindo, pero muy sobreprotegido por sus padres. Su familia pertenecía a la nobleza menor, y aunque su padre Ilya fue un botarate que dilapidó la fortuna familiar, Pedro fue criado entre mimos y con bastante comodidad.
Era muy apegado a su institutriz Fanny Durbach, quien al dejar el empleo le ocasionó la primera de sus grandes crisis emocionales. Al contar con apenas 14 años, la muerte le arrebató a Pedro a su idolatrada madre. Cuando acabó la secundaria, le impusieron que estudiara leyes. Hasta entonces solo había recibido unas cuantas lecciones de piano, y nadie hubiera pensado que este hombre estaba destinado a ser el máximo genio musical de la historia rusa.
Pedro trabajó como pasante de leyes en el ministerio de justicia en San Petersburgo, pero en 1863 decidió ser valiente y dejar todo para dedicarse a la música. Completó sus estudios musicales y pasó un tiempo dando lecciones en el conservatorio. De su hábil pluma habrían de ir brotando una por una obras tan importantes como Manfredo, Capricho Italiano (concebido en una visita a Italia), Obertura Solemne 1812 (para conmemorar la derrota de Napoleón en Rusia en 1812), Marcha Eslava (para animar a los soldados rusos que partían hacia el frente de guerra contra Turquía), El Lago de los Cisnes, El Cascanueces (en el cual estrenó un nuevo instrumento llamado celesta), La Bella Durmiente, la ópera Eugenio Oneguin (basada en Pushkin), La Tempestad, Romeo y Julieta, y la preciosa Serenata para Cuerdas.
Entre sus canciones, Nada Sino Un Solitario Corazón, se destaca como la más popular, y su amigo Antón Rubinstein (a quien inicialmente dedicó su primer concierto para piano y orquesta... y con quien se peleó cuando éste le dijo que la obra era vocinglera y vulgar) solía decir que esta preciosa miniatura era el autorretrato de Pedro. Además, compuso 6 sinfonías, entre las que se destaca la última, llamada La Patética.
Ya a estas alturas, Pedro se percataba de que no le gustaban mucho las mujeres. Quizás fue a causa de una desilusión amorosa que tuvo con una cantante de ópera llamada Desireé Artot, pero Pedro se fue encaminando hacia el homosexualismo. El primero en saber de lo que Pedro llamaba su "sensación Z" fue su hermano Modesto, quien también era homosexual y hasta compartió su cama. Comenzó a escribir su diario, en el cual revelaba los tormentos de ocultar su afición por los hombres en medio de una sociedad mojigata en la cual el declararse abiertamente gay era casi un suicidio en vida.
Desesperado, quiso hacer un último intento por llevar una vida heterosexual. Se casó con una alumna suya del conservatorio llamada Antonina. El clavo es que la tal Antonina estaba más loca que una cabra que come hongos, y Pedro huyó de ella en la misma noche de bodas y hasta se lanzó al gélido río para acabar consigo mismo. Antonina le hizo la vida un infierno atosigándole y exigiéndole que consumara el matrimonio. Pedro inventó adulterios y rarencias para conseguir su divorcio, y ante la negativa de la loca de darle la libertad, hasta consideró como posibilidad el asesinarla. Antonina, cada vez más trastornada, se dedicó a la vida casquivana, teniendo varios espurios de sus aventuras. Pedro, temeroso que divulgara a todos que él era homosexual, la mantuvo hasta que él murió en 1893. Antonina siguió dando guerra hasta 1914, cuando fue recluida en un manicomio, muriendo en 1917.
A pesar de que Pedro tuvo numerosos amantes varones, prefiriendo los jóvenes morenos y altos, estaba destinado a protagonizar una extrañísima historia de amor con una viuda llamada Nadezhda von Meck. Esta ricachona jugó el papel de mecenas para Tchaikovsky, manteniéndolo en buen nivel de vida siempre y cuando él respetara su condición: que nunca intentara conocerla personalmente. Las cartas que cruzaron entre ella y el compositor ruso dan testimonio de una pasión reprimida y alto voltaje emocional. Esta correspondencia, que ocupa 3 volúmenes, es el documento más importante sobre Pedro aparte de su atormentado diario (el cual por cierto me arrancó mares de lágrimas cuando lo leí siendo estudiante en Francia).
En 1888 Pedro inauguró en un 5 de mayo la sala de conciertos Carnegie Hall en Estados Unidos, donde durante su gira triunfal fue aclamado como un dios viviente. En 1890 la enigmática Nadezhda interrumpió su correspondencia con Pedro. Para entonces el músico ya tenía suficientes ingresos como para mantenerse bien, pero lo que más le dolió fue la pérdida de su alma gemela. Desde entonces, Pedro se volvió frágil y huidizo. En 1893, tras haber escrito la lacrimosa sinfonía no.6, rugía una epidemia del cólera en Rusia.
Pedro, a sabiendas que beber agua sin hervir era peligroso, se tomó un vaso de agua contaminada. Inmediatamente sucumbió al cólera en lo que creen que fue un suicidio mal disimulado. En medio de sus fiebres y dolores, llamaba a Nadezhda von Meck y la maldecía. El zar Alejandro III, afligido ante la postración del compositor, le envía a su médico de cabecera para que lo atienda. Su hermano Modesto no se despega de su lado, y un 6 de noviembre de 1893, Pedro Ilitch Tchaikovsky muere vencido por el cólera.
Muchos han interpretado su última sinfonía, la Patética, como una misiva de suicida. A pesar de que debió de haber sido enterrado de inmediato por el peligro del contagio, el cadáver del bello Pedro es expuesto al público, y miles de sollozantes admiradores desfilan ante su féretro para besar su mano inerte. Nadie de estos fans, curiosamente, se contagió del cólera, y su música, fascinante, melodiosa, sentimental y pegajosa como ella sola, sigue siendo entre las favoritas en las salas de concierto y ballets.
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