EL MEJOR REGALO NAVIDEÑO: SIR ISAAC NEWTON
Cecilia Ruiz de Ríos
Nacido un 25 de diciembre de 1642, el hombre que nos legaría las leyes de la gravitación universal fue el mejor regalo navideño que la vida le pudo obsequiar al conocimiento humano. Considerado como uno de los físicos y matemáticos más dotados de todos los tiempos, Isaac logró el Sir (título nobiliario de par del reino británico) cuando la corona inglesa le reconoció sus inmensas contribuciones a la ciencia. "La ignorancia da gritos, la sabiduría susurra," solía decir Isaac.
Como un Niño Dios en versión desnutrida, Isaac vino al mundo en Navidad pesando pocas libras y más pelón que una bola de billar, tres meses después de la prematura muerte de su padre, un modesto pero esforzado campesino quien nunca le hizo asco al trabajo. Solía contar que su madre, asustada ante el tamaño del bebé Isaac, una vez dijo que pudieron haberle dado un baño en una jarra de cerveza.
Durante los tres primeros años de su vida no tuvo competencia por el amor de su hermosa madre, Hannah, pero cuando la pobre mujer tuvo que buscar quién se hiciera cargo de ella (en tiempos en que la mujer sobrevivía solamente si un hombre la mantenía) buscó a un clérigo llamado Barnabás Smith. La boda de Hannah significó una mudanza a una aldea cercana, y Newton, para no ser estorbo de los recién casados pasó al cuidado de su abuelita. 8 años pasó Newton en poder de su abuela y aunque seguía amando a su mamá, odiaba a su padrastro y hasta rechazó el ofrecimiento del hombre de darle el apellido Smith. Una vez adulto, Isaac recordó haber odiado tanto a su papi postizo que una vez amenazó con irles a quemar la casa. Hannah le parió tres hijos al clérigo y cuando Isaac ya tenía once años, Hannah enviudó de nuevo. Isaac entonces pudo volver a vivir bajo el mismo techo que la autora de sus días, y sin lugar a dudas Hannah fue la mujer de su vida.
Isaac desde chico fue adicto a los libros. Era tan estudioso que se olvidaba de bañarse, dormir o comer, una costumbre que le habría de acompañar por el resto de su vida. Se hizo el prototipo del científico distraído, poco afectuoso, parco de palabras, viviendo en un mundo de ecuaciones y teorías. Quizás como tardía compensación a su desnuda mollera de bebé, la naturaleza dotó a Isaac en sus años adultos de una espesa cabellera dorada que era la envidia de las mujeres, solo que el científico era tan descuidado que muchas veces -al igual que el judío Alberto Einstein en este siglo con las mechas paradas- lucía las greñas como nido de oropéndola divorciado del cepillo. Isaac no era nada feo, era un chelote aseado y de buena figura, con unos ojos de mirada muy dulce, pero sus hormonas eran lo menos activo de su organismo, y nunca pareció estar en capacidad de apasionarse por mujer alguna. No en vano se especula que el robusto sabio murió en el perfecto estado de la virginidad, habiéndose salvado de la terrible peste que acabó con buena parte de la población londinense entre 1665 y 1666 al salir huyendo hacia su pueblo natal.
Isaac no era 100 por ciento inmune a los coqueteos de Anne Storey, hijastra de una familia donde él se hospedaba en sus tiempos de estudiante. Su hermano menor Humphrey -quien llegó a ser buen teacher de ciencia porque le faltaba la pasión de Isaac por la investigación- habría de acabar casado con Clara, hermana menor de Anne. En 1661 Isaac se despidió de Anne, con medias promesas de regresar. Posteriormente la muchacha se cansó de esperarle, casándose con otro.
Isaac gozó de una intensa amistad con un bello y joven matemático suizo, Fatio de Duiller, y fueron inseparables desde 1687. Compartían el intenso amor por las matemáticas, la dedicación a la investigación, la afición por los animales (Isaac siempre tuvo perros, pericos y gatos)... y las malas lenguas se agitaron (la mía como siempre a la cabeza) en cuando a si el lecho era compartido también... En 1693 las relaciones entre estos dos hombres se vieron interrumpidas, y aunque siempre se escribían, el afecto se enfrió. Posterior a la partida del suizo, Isaac estuvo deprimido y en estado cercano al colapso mental. Para colmo, en 1692 su adorado perrito Diamante había causado un accidente doméstico al dejar caer una vela sobre unos manuscritos, los cuales fueron devorados en segundos por las llamas. Se sentía agobiado por el acoso y la envidia de sus colegas.
Dos allegados al trono lo cortejaron para que publicara sus teorías: Sir Christopher Wren (un arquitecto célebre), y Sir Edmund Halley (por quien lleva dicho nombre el cometa famoso). Isaac, cada vez más hosco y retraído, era abordable a través de su inseparable Humphrey, quien revoloteaba en torno suyo en funciones de asistente, criado, secretario y confidente como gorrioncito en torno a una flor. Los astutos Wren y Halley sacaron a Humphrey a banquetear una noche, y entre bocado y bocado del novedoso chocolate recién traído del Nuevo Mundo, Humphrey soltó prenda en cuanto a los descubrimientos de Isaac.
Tras una indigestión de padre y señor nuestro, Humphrey logró aplacar a Isaac y hasta lo convenció para que abandonara su ostracismo autoimpuesto. Fue así ques salieron a luz las leyes de la gravedad y otras observaciones valiosísimas para la ciencia. Posteriormente le vino el reconocimiento del título nobiliario, algo que no cambió en lo más mínimo a este callado y modesto hombre que al parecer tuvo su buen chisporrotazo en cuanto a la gravedad cuando una gorda y rojísima manzana le cayó en la frente cuando reposaba bajo un árbol. Hay quienes afirman que el mismo Isaac hizo alusión a la manzana caída cuando un periodista le preguntó por sus logros, pero solo para deshacerse del insistente preguntón.
Si bien hoy en día nos regocijamos que las sandías no crezcan en árboles (porque de haberle caído una en la sesera a Isaac, quizás hubiera buscado como inventar la aspirina), muchos nos lamentamos que este precioso ejemplar de hombre haya escogido ser célibe y no sacara raza, porque seguramente hubiera dejado hijos brillantes... En los 20 años que vivió en Londres, Isaac jamás se atrevió a hablarle de amor a su sobrina Catherine Burton, quien compartía su techo y tenía amores con el futuro Lord Halifax, Charles Montague.
Si bien Isaac la miraba con ojos de plato de almíbar (porque Catherine tenía cierto parecido con la idolatrada madre del sabio), no faltan quienes dicen que el científico se prohibió interferir en los amores de ella con el cada vez más influyente joven para conseguir a través de Montague el cargo de director de la casa de la moneda, un puesto público muy bien pagado. Su cargo en la Casa de la Moneda le sirvió para conversar con uno de los monarcas más fascinantes de todos los tiempos: el zar Pedro El Grande de Rusia. Pedro se hallaba en Londres buscando medios para modernizar y occidentalizar su atrasado imperio, y a Isaac le preguntó de todo sobre cómo acuñar las monedas. Pedro le pidió antes de regresar a Rusia que le enviara sus Bases de las Matemáticas, 6 ediciones en total, una para Pedro y 5 para las principales bibliotecas de Moscú.
El modesto Isaac murió un 20 de marzo de 1727 y hoy en día es considerado como uno de los titanes de la ciencia de todos los tiempos. En realidad, Isaac pudo haber sido el hijo de mamita que nunca pude tomarle gusto a mujer alguna debido a un complejo de Edipo galopante... Lo bueno del asunto es que gracias a la ausencia de una esposa o la distracción de una amante exigente, la ciencia se vio beneficiada por la dedicación en cuerpo y alma de este gran hombre virgen.
domingo, 30 de marzo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario