Bienvenidos a El Mundo según Cecilia

Ni en broma ni en serio sino que en ambas formas y gracias a la guìa de mi hija Elizabeth, aquì estoy dando a luz a mi cuarta intervenciòn en Internet, siendo mis anteriores websites www.cablenet.com.ni/historyarte , www.cablenet.com.ni/historia/histoper y www.cablenet.com.ni/rubendario .Soy Cecilia, historiadora y profesora de idiomas tan orgullosamente nicaraguense como nuestro rìo San Juan, tengo 48 años y 27 dìas al momento de comenzar este parto, y es un intento por saltarme la barrera de las censuras, derribar el muro de Berlìn de los convencionalismos gazmoños y evitar que mis aportes se vean entorpecidos por la mediocridad. Aquì encontrarèis mis artìculos sobre historia, mis relatos de terror que sacan tinta de la sangre de los campos de guerra de la Nicaragua violenta de los años80, mis pensamientos filosòficos y mi amor incondicional por los animales. Quizàs sea la màxima expresiòn del egocentrismo militante y el sadismo utilitario, pero os prometo que no estarèis indiferente a nada, que ya es algo en este mundo de tedio y aburrimiento. Pasad adelante y gozad, o a como dicen los "cops" en Estados Unidos: Relax and enjoy it!
Cecilia Ruiz de Ríos
31 de octubre de 2007,Managua


jueves, 7 de febrero de 2008

ay pero Parìs le costò la vida!



ENRIQUE IV: PARIS BIEN VALIO UNA MISA?
En mis tiempos de estudiante en París, mientras contemplaba la estatua del encantador hombre a quien llaman los franceses El Verde Galante o "le bon roi Henri" (el buen rey Enrique), me pregunté por qué el pasatiempo favorito de revolucionarios o "revoliáticos", a como sucedió con la primera estatua de Enrique IV a manos del populacho parisino poco después del memorable 14 de julio de 1789 cuando se tomaron la Bastilla para encender la mecha de la Revolución Francesa. Muchos ignoran que la actual estatua del mejor monarca que ha tenido Francia data del tiempo de la Restauración en el siglo pasado, y que fue hecha tras fundir dos estatuas de Napoleón Bonaparte (la cual a su vez estaba compuesta por el metal de cañones rusos, prusianos y austríacos). La primera estatua hecha para recordar al buen Enrique IV fue puesta por el Pont Neuf un 23 de agosto de 1614, 4 años después que este imbañable pero genial monarca fuera asesinado por el fanático Ravaillac, y de ese primer monumento no quedó ni un tuco...
El señor que para mucho fue el mejor soberano que tuvo Francia nació en Pau, Bearne, en 1553, fruto del matrimonio de Antonio de Borbón y su castrante esposa Juana. El muchacho, quien muchas veces fue llamado el Príncipe de Viana, fue criado en la rígida doctrina calvinista, pero es obvio que las enseñanzas de Juan Calvino en cuanto a la castidad no hicieron mella en lo que habría de ser su prodigiosa líbido.
Enrique de Navarra desde chico mostró gran curiosidad por todo, ya fueran formas femeninas o métodos de agricultura. Cuando ya era rey de Navarra, lo casaron por razones de estado con nada menos que Margot de Valois, cumiche del desafortunado y prejuiciado rey francés Enrique II de Valois. A pesar de que Margot era bellísima, Enrique sentía desconfianza hacia ella por ser católica. La boda de ambos en agosto de 1572 se vio manchada por la bochornosa y sangrienta Noche de San Bartolomé, cuando la reina Catalina -dominante suegra de Enrique- soltó a sus huestes para que masacraran a los hugonotes (protestantes) que habían asistido a las bodas de Enrique, quien era su líder.
Margot, quien por supuesto no llegó virgen al lecho nupcial gracias a sus refocilamientos con Enrique Duque de Guisa y su propio hermano el futuro Enrique III, se negaba a acostarse con su nuevo marido dado que ya para entonces este hombre era un imbañable de cuidado. Ya casado con Margot, Enrique de Navarra cargó con la dudosa distinción de ser el hombre que más cornamenta llevó sobre su castaña testa, dado que su mujer se acostaba con cualquier cosa que tuviera menudencias. Desde su boda con Margot hasta 1576, Enrique fue virtual prisionero de los monarcas franceses Carlos IX y Enrique III, sus cuñados que descollaban por ser inútiles y degenerados de armas tomar.
Desde 1585 hasta 1587, Enrique de Navarra participa en lo que se llamó la Guerra de los Tres Enriques, siendo estos el rey Enrique III de Valois, Enrique Duque de Guisa (quien aspiraba al trono, y había sido amante de Margot) y nuestro Verde Galante, Enrique de Navarra, ataviado en lujosa armadura y su legendaria pluma blanca en el casco, alcanzó una victoria contundente en Coutras. Enrique III, su cuñado, sin saber para quién trabajaba, limpia el camino hacia el trono para Enrique al eliminar al Duque de Guisa, quien era pretendiente al trono al ser descendiente del legendario Carlomagno. Hábil soldado, estratega brillante y amante apasionado, Enrique de Navarra se convierte en rey de Francia cuando el aberrado Enrique III es asesinado por un monje en 1589 y alcanza con su último suspiro a nombrarlo heredero único. En ese mismo año, Enrique de Navarra gana la batalla de Arques y en 1890 su triunfo es total en Ivry.
En 1593 vuelve a convertirse al catolicismo (en su vida cambió de religión 6 veces) afirmando que París bien vale una misa y un año después entra triunfante a su adorada París para ser reconocido como Enrique IV de Francia. Es el primero de los reyes de la estirpe Borbón que se sentará en el trono galo. Enrique IV, comprendiendo que los franceses quieren paz y trabajo, finaliza la guerra con la Santa Liga en 1596 y en una brillante demostración de buena fe y tolerancia para todas las religiones, firma en 1598 el célebre Edicto de Nantes (llamado así por la ciudad donde se selló) que permite que cada quien practique cualquier religión en paz en Francia. En 1600, Enrique IV se desespera porque Margot, su licenciosa esposa, nunca le tuvo hijos y solo cuenta con bastardos.
Enrique IV negocia su divorcio de Margot en base a la ausencia de hijos, no a la vida licenciosa de ella. Una vez libre,se casa, al igual que su suegro Enrique II de Valois cuando le impusieron a Catalina de Médici, con un feo y gordo costal de reales llamado María de Medici, sobrina del Gran Duque de Toscana. Esta chela gorda y floja habrá de parirle 5 chavalos, entre ellos el heredero Luis XIII y la odiosísima Enriqueta María, destinada a ser la intransigente y necia esposa del rey inglés Carlos I Estuardo.
Enrique IV como gobernante fue precisamente el bálsamo que precisaba la devastada Francia tras tanta guerra de religión. Enrique promovió la industria, apoyó al campesinado (de quienes decía que merecían un enorme gallinón en su olla cada domingo), fomentó la agricultura y apoyó a artistas y artesanos.
Mediante su gestión, convirtió a Francia en una rival de Venecia en cuanto a la producción de cristalería fina, y fue un hombre accesible y bromista de quien sobran leyendas y anécdotas simpáticas.
Su ministro y amigo Sully le apoyó en restablecer la quebrantada economía francesa, y le aconsejaba que no fuera tan botarata con sus queridas. Hábil diplomático, tremendo negociador y gran guerrero, Enrique IV no toleraba la traición y cuando su amado ex compañero de armas Biron urdió un complot en contra suya, hizo que lo decapitaran. Amante de la buena mesa y el buen vino, gozaba metiéndose a la cocina con sus chefs para idear nuevos bocadillos. Adorador de los niños, legitimó a su espurio César habido con su idolatrada amante de baja estofa Gabriela D Estreés. Como amante, la vitalidad sexual de este hombre fue prodigiosa. Sin lugar a dudas la mujer que más amó fue Gabriela, quien provenía de baja ralea, y muchos creen que si la guapa mujer no hubiera muerto de un aborto el 10 de abril de 1599, Enrique IV se hubiera casado con ella.
Cuando Gabriela murió, lloró baldes de lágrimas, pero pronto, su acelerada líbido lo llevó a los brazos de Henriette de Verneuil. Cuando el Verde Galante se encaprichaba con una dama, no había poder sobre la tierra que lo detuviera. Muy poco le importó competir con su asesor y amigo Francois de Bassompierre por el amor de Charlotte de Montmorency.
Enrique IV era supersticioso, y le habían vaticinado que moriría poco después de la coronación de su segunda esposa como reina de Francia. La gordinflona María de Médicis hizo tales berrinches que por fin fue coronada un 13 de mayo. La profecía macabra se cumplió: El viernes 14 de mayo, Enrique IV aborda el fatídico carruaje para ir a visitar al Arsenal a su amigo Sully. Prescinde de la escolta normal.
Iban sobre la Calle de Ferronerie cuando el loco fanático Francisco Ravaillac saltó sobre Enrique IV y le asestó una puñalada a la altura de las costillas. El sangrante rey fue llevado al Louvre y lo acostaron, pero poco después murió mientras la nación entera lloraba a moco tendido. Ravaillac pagó su crimen siendo descuartizado por 4 caballos. Así, el mejor monarca que tuvo Francia murió de la forma que menos merecía, pero su recuerdo y los frutos de su gestión van más allá de una mera estatua a orillas del Sena donde muchas mujeres, en algún punto de nuestras vidas, nos paramos a admirarlo y hasta podríamos jurar que el Verde Galante nos sigue guiñando un coqueto ojo.

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