Cristina de Suecia: Fea, Imbañable pero Erudita
Cecilia Ruiz de Ríos
Cristina de Suecia, reina, erudita y conflictiva
Una de las reinas más controversiales de la historia es la sueca Cristina, cuyo intelecto dejaba boquiabierto a Renato Descartes, no así su aspecto, el cual era lamentable porque ni se peinaba ni se bañaba ni nada por el estilo. Esta erudita solterona es una de las figuras más enigmáticas de la historia, y desde que entró al mundo todo lo que hizo fue dramático y aparatoso.
Cris nació en Estocolmo el 8 de diciembre de 1626, siendo hija del valiente rey guerrero Gustavo Adolfo y su atolondrada esposa María Eleonora de Brandenburgo. La madre de Cristina había salido embarazada en contra de su voluntad y en dos ocasiones durante la preñez trató de abortar a Cris, por lo tanto no es de asombrarse que apenas viera a suretoño, Ma.Eleonora hasta llegara a intentar asesinar a su pobre hija. De esta forma, Cris careció del calor materno debido a que su madre nunca quiso ocuparse de ella. Gustavo Adolfo por su parte casi nunca estaba en casa, y aunque el rey se había regocijado con el nacimiento de su hija a quien consideraba tan buena o mejor que un chico, Cris no estaba destinada a gozar mucho de papi. Este murió seis años después del début de Cris en este mundo, precisamente en la batalla de Lutzen.
Cris desde niña dio muestras de ser algo poco común. No temblaba ante el rugir de cañones, y sentía pasión desmedida por los libros. Al morir su progenitor, Cris fue nombrada reina, pero odiaba los protocolos y ceremonias. Aprendió italiano, francés, latín, hebreo, español y alemán, se sumergía en tratados científicos y era adicta a las novelas y poesía. Una vez proclamada reina, Ma. Eleonora quiso acercarse a ella no tanto por darle ternura sino por su deseo de inmiscuirse en los asuntos del reino. Cris y sus ministros la alejaron definitivamente hasta que la intrigante dio una sorpresa un 29 de julio de 1640, cuando apartando al decoro de una viuda, se montó en un barco danés para irse a refocilar con el rey danés Cristian IV. Esta fuga pasional de su atolondrada madre hizo que Cris aborreciera el sexo, afirmando que muchas mujeres eran poco más que soeces hembras en celo sucumbiendo ante el macho.
Cristina como reina fue muy enérgica. Prefería las virtudes de honestidad y dedicación al trabajo por encima de la alcurnia, y varios de sus allegados y senadores fueron extraídos de las clases populares, lo cual hizo que muchos aristócratas rechinaran las dentaduras postizas de la ira. Aunque Cris no era bonita, cuando se hizo adolescente le habían buscado marido para asegurarla continuidad del reino. Como siempre, Cris puso trabas ordenando que no la forzaran a casarse dado que ella podría dar a luz a un Nerón. Muchos creen que Cris se había enamorado violentamente de Ebba Sparre, era una belleza deslumbrante y pertenecía a la nobleza menor. Nunca fue la reina tan feliz como cuando se iba de picnic con su amiga, pero el idilio acabó cuando Ebba fue casada contra su voluntad con un hombre muy celoso que nunca le permitió reanudar sus paseos con Cris.
Cris quiso tener gente interesante con quien sostener conversaciones de altura y por eso hizo llegar hasta Estocolmo a los más grandes cerebros de la época. Renato Descartes, quien estaba pasando apuros resiendo en La Haya, fue uno de los que se vieron tentados por la jugosa oferta que presentaba Cris. Cris inicialmente puso al hombre quien dijo Cogito Ergo Sum (Pienso , luego existo) a componer versos para veladas culturales, pero posteriormente se lo reservó para ella solita con el objeto de sostener conversaciones filosóficas con el genial francés. El problema es que Cris siempre lo llamaba a sus habitaciones a las 5 de la mañana, dado que era una reina muy madrugadora. A eso hora el frío era peor que el de una morgue, y a la cuarta visita mañanera de Descartes, pescó un fabuloso resfriado que le llevó a la tumba. Descartes, al darse cuenta que se iba de este mundo, dijo con la resignación de católico ferviente,"Alma mía, es hora de partir," y procedió a estirar los tenis.
Esta serenidad de Descartes ante la muerte fue lo que interesó a la luterana Cris por el catolicismo, y el jesuita portugués Antonio Macedo, confesor de embajador lusitano ante Suecia, fue quien terminó la labor de convencimiento de Cris. Macedo se fue a Roma para avisar al papa de la voluntad de la reina, y el sumo pontífice envió a Estocolmo dos jesuitas de incógnito ataviados como cortesanos italianos que andaban de turistas. Cris quiso ser católica de corazón pero luterana de conducta, y cuando los jesuitas le dijeron que no podía navegar en dos aguas, ella decidió abdicar. Al enterarse el rey español Felipe IV de lo que sucedía en Estocolmo, envió a un embajador extraordinario llamado Antonio Pimentel de Prado, por cierto elegantísimo y culto. Nomás llegó a Estocolmo, este hermoso macho se convirtió en gran favorito de la reina, lo cual desató las malas lenguas en cuanto a si se trataba de un amante. Un 11 de febrero de 1654 Cris reunió al senado en Upsala para informarles que iba a abdicar. El 6 de junio del mismo año se quitó la corona y la puso encima del príncipe heredero Carlos Gustavo, quien pasó a ser Carlos X.
Cris inmediatamente sale de Suecia, huyendo a Dinamarca, donde la reina danesa muerta de curiosidad se disfraza de criada para poderse acercar a la extraña mujer que es Cris. Ante esta criada Cris habló horrores del rey danés, mencionando que había seducido a su mamá, solo para palidecer cuando le informaron que la "criada" era la reina de Dinamarca disfrazada, quien tuvo que soportar todo lo que Cris dijera de la aventura de su esposo. Cris luego se disfrazará de hombre para viajar a Hamburgo. El 24 de diciembre de 1654 en Bruselas Cris abjura de su fe luterana y se hace católica.
Luego en Innsbruck hizo la abjuración oficial, y sale rumbo a Roma. Su cortejo aumenta al acercarse a la Ciudad Eterna, y entre los nuevos allegados están el marqués Monaldeschi y el Conde Santinelli. En Roma es recibida con boato y se aloja en el Vaticano unos días para luego pasar al Palacio Farnesio. Cris como huésped es todo un lío, y pronto el palacio queda como si un huracán pasó por ahí. Tras un tiempo, Cris comienza a experimentar aprietos monetarios. Su sucesor le había prometido 200 mil escudos anuales de renta al abdicar, pero Cris solo ha recibido 94 mil. No sabe administrar el dinero, y recurre a empeñar 5 diamantes. Hay amenaza de peste en Roma y Cris se embarca hacia Marsella. La reciben con largos discursos, y tras uno particularmente largo, agradece al orador diciendo: -Os doy las gracias...porque por fin terminaste.
La corte y la sociedad le aplican la ley del hielo a Cris en París y ésta regresa a Roma, donde incluso el papa la recibe con reservas. Cris está casi sin plata y Santinelli le roba descaradamente y el papa le asigna al cardenal Decio Azzolino para que le ayude. Azzolino será la pasión mayor de Cris, dado que se trata de un señor muy atractivo. Azzolino entrega a Santinelli a la justicia, y logra que Cris deje de ser derrochadora. Las lenguas se sueltan afirmando que el cardenal tiene relaciones sexuales con Cris, y el mismo Azzolino opta por explicarle al papa que no hay nada de eso. Cuando el 3 de febrero de 1660 muere en Estocolmo Carlos X, dejando como heredero a un niñito, Cris piensa en volver a su país. Los suecos la reciben fríamente y Cris edifica como venganza una capilla católica en su casa. La capilla es destruida por desconocidos. Cris sale rumbo a Hamburgo, donde cae en las garras del alquimista Borri quien le promete convertir en necesario oro cualquier metal que ella le de. Al ver que Borri es un charlatán, Cris regresa a Roma.
El papa le presta una poca ayuda para montar su corte en el palacio Riario. Vive obsesionada con volver a Suecia. Nuevamente viaja a Hamburgo tratando de apagar su pasión por Azzolino, quien no quiere nada personal con ella. El 7 de mayo de 1677 vuelve a Suecia, donde la reciben de forma glacial. Se convence que ya nada tiene que hacer ahí. Pasa 16 meses inquietos en Hamburgo, donde se echa de enemigo al pueblo al celebrar con fuegos artificiales el ascenso al solio papal del cardenal Rispiglioso como Clemente IX, un real faux pas donde la población era protestante en un 98 %. El pueblo se subleva contra ella y la hace refugiarse en la embajada sueca. El gobierno de Estocolmo emite decreto que le impide pisar de nuevo su país natal. Derrotada huye a Roma, donde Azzolino cada día se porta más frío con ella. En Roma es fácil presa de charlatanes, y la gente se burla de ella. El 15 de abril de 1689 Cris sufre un ataque de apoplejía, y el 19 del mismo mes Cris muere apaciblemente tras haber dado guerra a diestra y siniestra con su erudición envidiable, sus intrigas palaciegas y una lengua mordaz que nunca supo estarse quieta.
Cecilia Ruiz de Ríos
Cristina de Suecia, reina, erudita y conflictiva
Una de las reinas más controversiales de la historia es la sueca Cristina, cuyo intelecto dejaba boquiabierto a Renato Descartes, no así su aspecto, el cual era lamentable porque ni se peinaba ni se bañaba ni nada por el estilo. Esta erudita solterona es una de las figuras más enigmáticas de la historia, y desde que entró al mundo todo lo que hizo fue dramático y aparatoso.
Cris nació en Estocolmo el 8 de diciembre de 1626, siendo hija del valiente rey guerrero Gustavo Adolfo y su atolondrada esposa María Eleonora de Brandenburgo. La madre de Cristina había salido embarazada en contra de su voluntad y en dos ocasiones durante la preñez trató de abortar a Cris, por lo tanto no es de asombrarse que apenas viera a suretoño, Ma.Eleonora hasta llegara a intentar asesinar a su pobre hija. De esta forma, Cris careció del calor materno debido a que su madre nunca quiso ocuparse de ella. Gustavo Adolfo por su parte casi nunca estaba en casa, y aunque el rey se había regocijado con el nacimiento de su hija a quien consideraba tan buena o mejor que un chico, Cris no estaba destinada a gozar mucho de papi. Este murió seis años después del début de Cris en este mundo, precisamente en la batalla de Lutzen.
Cris desde niña dio muestras de ser algo poco común. No temblaba ante el rugir de cañones, y sentía pasión desmedida por los libros. Al morir su progenitor, Cris fue nombrada reina, pero odiaba los protocolos y ceremonias. Aprendió italiano, francés, latín, hebreo, español y alemán, se sumergía en tratados científicos y era adicta a las novelas y poesía. Una vez proclamada reina, Ma. Eleonora quiso acercarse a ella no tanto por darle ternura sino por su deseo de inmiscuirse en los asuntos del reino. Cris y sus ministros la alejaron definitivamente hasta que la intrigante dio una sorpresa un 29 de julio de 1640, cuando apartando al decoro de una viuda, se montó en un barco danés para irse a refocilar con el rey danés Cristian IV. Esta fuga pasional de su atolondrada madre hizo que Cris aborreciera el sexo, afirmando que muchas mujeres eran poco más que soeces hembras en celo sucumbiendo ante el macho.
Cristina como reina fue muy enérgica. Prefería las virtudes de honestidad y dedicación al trabajo por encima de la alcurnia, y varios de sus allegados y senadores fueron extraídos de las clases populares, lo cual hizo que muchos aristócratas rechinaran las dentaduras postizas de la ira. Aunque Cris no era bonita, cuando se hizo adolescente le habían buscado marido para asegurarla continuidad del reino. Como siempre, Cris puso trabas ordenando que no la forzaran a casarse dado que ella podría dar a luz a un Nerón. Muchos creen que Cris se había enamorado violentamente de Ebba Sparre, era una belleza deslumbrante y pertenecía a la nobleza menor. Nunca fue la reina tan feliz como cuando se iba de picnic con su amiga, pero el idilio acabó cuando Ebba fue casada contra su voluntad con un hombre muy celoso que nunca le permitió reanudar sus paseos con Cris.
Cris quiso tener gente interesante con quien sostener conversaciones de altura y por eso hizo llegar hasta Estocolmo a los más grandes cerebros de la época. Renato Descartes, quien estaba pasando apuros resiendo en La Haya, fue uno de los que se vieron tentados por la jugosa oferta que presentaba Cris. Cris inicialmente puso al hombre quien dijo Cogito Ergo Sum (Pienso , luego existo) a componer versos para veladas culturales, pero posteriormente se lo reservó para ella solita con el objeto de sostener conversaciones filosóficas con el genial francés. El problema es que Cris siempre lo llamaba a sus habitaciones a las 5 de la mañana, dado que era una reina muy madrugadora. A eso hora el frío era peor que el de una morgue, y a la cuarta visita mañanera de Descartes, pescó un fabuloso resfriado que le llevó a la tumba. Descartes, al darse cuenta que se iba de este mundo, dijo con la resignación de católico ferviente,"Alma mía, es hora de partir," y procedió a estirar los tenis.
Esta serenidad de Descartes ante la muerte fue lo que interesó a la luterana Cris por el catolicismo, y el jesuita portugués Antonio Macedo, confesor de embajador lusitano ante Suecia, fue quien terminó la labor de convencimiento de Cris. Macedo se fue a Roma para avisar al papa de la voluntad de la reina, y el sumo pontífice envió a Estocolmo dos jesuitas de incógnito ataviados como cortesanos italianos que andaban de turistas. Cris quiso ser católica de corazón pero luterana de conducta, y cuando los jesuitas le dijeron que no podía navegar en dos aguas, ella decidió abdicar. Al enterarse el rey español Felipe IV de lo que sucedía en Estocolmo, envió a un embajador extraordinario llamado Antonio Pimentel de Prado, por cierto elegantísimo y culto. Nomás llegó a Estocolmo, este hermoso macho se convirtió en gran favorito de la reina, lo cual desató las malas lenguas en cuanto a si se trataba de un amante. Un 11 de febrero de 1654 Cris reunió al senado en Upsala para informarles que iba a abdicar. El 6 de junio del mismo año se quitó la corona y la puso encima del príncipe heredero Carlos Gustavo, quien pasó a ser Carlos X.
Cris inmediatamente sale de Suecia, huyendo a Dinamarca, donde la reina danesa muerta de curiosidad se disfraza de criada para poderse acercar a la extraña mujer que es Cris. Ante esta criada Cris habló horrores del rey danés, mencionando que había seducido a su mamá, solo para palidecer cuando le informaron que la "criada" era la reina de Dinamarca disfrazada, quien tuvo que soportar todo lo que Cris dijera de la aventura de su esposo. Cris luego se disfrazará de hombre para viajar a Hamburgo. El 24 de diciembre de 1654 en Bruselas Cris abjura de su fe luterana y se hace católica.
Luego en Innsbruck hizo la abjuración oficial, y sale rumbo a Roma. Su cortejo aumenta al acercarse a la Ciudad Eterna, y entre los nuevos allegados están el marqués Monaldeschi y el Conde Santinelli. En Roma es recibida con boato y se aloja en el Vaticano unos días para luego pasar al Palacio Farnesio. Cris como huésped es todo un lío, y pronto el palacio queda como si un huracán pasó por ahí. Tras un tiempo, Cris comienza a experimentar aprietos monetarios. Su sucesor le había prometido 200 mil escudos anuales de renta al abdicar, pero Cris solo ha recibido 94 mil. No sabe administrar el dinero, y recurre a empeñar 5 diamantes. Hay amenaza de peste en Roma y Cris se embarca hacia Marsella. La reciben con largos discursos, y tras uno particularmente largo, agradece al orador diciendo: -Os doy las gracias...porque por fin terminaste.
La corte y la sociedad le aplican la ley del hielo a Cris en París y ésta regresa a Roma, donde incluso el papa la recibe con reservas. Cris está casi sin plata y Santinelli le roba descaradamente y el papa le asigna al cardenal Decio Azzolino para que le ayude. Azzolino será la pasión mayor de Cris, dado que se trata de un señor muy atractivo. Azzolino entrega a Santinelli a la justicia, y logra que Cris deje de ser derrochadora. Las lenguas se sueltan afirmando que el cardenal tiene relaciones sexuales con Cris, y el mismo Azzolino opta por explicarle al papa que no hay nada de eso. Cuando el 3 de febrero de 1660 muere en Estocolmo Carlos X, dejando como heredero a un niñito, Cris piensa en volver a su país. Los suecos la reciben fríamente y Cris edifica como venganza una capilla católica en su casa. La capilla es destruida por desconocidos. Cris sale rumbo a Hamburgo, donde cae en las garras del alquimista Borri quien le promete convertir en necesario oro cualquier metal que ella le de. Al ver que Borri es un charlatán, Cris regresa a Roma.
El papa le presta una poca ayuda para montar su corte en el palacio Riario. Vive obsesionada con volver a Suecia. Nuevamente viaja a Hamburgo tratando de apagar su pasión por Azzolino, quien no quiere nada personal con ella. El 7 de mayo de 1677 vuelve a Suecia, donde la reciben de forma glacial. Se convence que ya nada tiene que hacer ahí. Pasa 16 meses inquietos en Hamburgo, donde se echa de enemigo al pueblo al celebrar con fuegos artificiales el ascenso al solio papal del cardenal Rispiglioso como Clemente IX, un real faux pas donde la población era protestante en un 98 %. El pueblo se subleva contra ella y la hace refugiarse en la embajada sueca. El gobierno de Estocolmo emite decreto que le impide pisar de nuevo su país natal. Derrotada huye a Roma, donde Azzolino cada día se porta más frío con ella. En Roma es fácil presa de charlatanes, y la gente se burla de ella. El 15 de abril de 1689 Cris sufre un ataque de apoplejía, y el 19 del mismo mes Cris muere apaciblemente tras haber dado guerra a diestra y siniestra con su erudición envidiable, sus intrigas palaciegas y una lengua mordaz que nunca supo estarse quieta.
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