El SUBLIME AFICIONADO: DON SALVA
Cecilia Ruiz de Ríos
De un aficionado para aficionados, reza el slogan de las Pequeñas Lecciones de Música en la inmarcesible voz del maestro Salvador Cardenal Argüello, nuestro máximo musicólogo nacido un 29 de octubre. En esa frase se resume la humildad, la modestia y la ternura que siempre caracterizó al inolvidable fundador de Radio Gueguense. Para aquellos que tuvimos el inmenso honor de conocerlo, no es necesario escuchar sus lecciones para recordarlo. Salvador Cardenal, cariñosamente llamado Don Salva, fue un extraordinario ejemplar de hombre, un magnífico esposo, abnegado padre y un severo pero gentil profesor.
A Don Salva yo lo conocí cuando estudiaba en el conservatorio, siendo una adolescente. Una tarde se presentó a buscar entre la chavalada que estudiaba ahí a dos alumnos para tutorear. Los elegidos fuimos el rubio leonés Silvio Alejandro Cortéz y yo. Silvio con su carácter dulce y dócil iba a ser una delicia de pupilo para don Salva, mientras que yo le iba a propinar muchas jaquecas. Era contestona, malcriada y argumentativa. Sin embargo, la férrea disciplina a la que nos sujetó don Salva fue suficiente para que yo comenzara a preocuparme por aprender más que por estarle gastando bromas pesadas a Silvio. Don Salva era el perfecto ejemplo de mano de hierro con guante de seda.
Respetuoso, diligente y puntual, nunca avanzaba hacia nuevos temas al menos que estuviera 100 por ciento seguro que Silvio y yo habíamos asimilado todo. Su protección paternal hacia nosotros abarcaba hasta consejos prácticos, y fue grande mi gozo cuando en una ocasión en que gané una medalla de oro para lanzamiento de la bala en las justas deportivas que se celebraban los 12 de octubre, entre los que me aplaudían estaba don Salva sacando pecho por mí. Fue don Salva quien me enseñó que el aprendizaje no tiene que ser doloroso, y que la historia dista mucho de ser aburrida. Después de la lección, me quedaba un rato con él saboreando cajetas o helados y hablando de cualquier cosa.
Cuando me fui becada a Francia, fue gracias a sus recomendaciones y su aval que pude irme. Una vez allá, no pasaba una semana sin que yo le escribiera, cartas como testamentos, que eran contestadas con un alud de consejos que de mucho me sirvieron, sobre todo su frase de aliento:"para qué querés un 90 si podés obtener un cien." Las Pequeñas Lecciones de Música de mi maestro me habían acompañado en Europa, y una versión traducida al francés por mí está archivada en el Conservatorio de Francia. Apenas regresé con mis cartoncitos, fui a presentárselos humildemente. Era lo menos que podía hacer, debido a que un buen porcentaje de mi formación profesional se la debo a él. Don Salva era tan metódico y ordenado que fue muy agradable ver que todas las cartas y postales enviadas por mí las tenía archivadas cronológicamente, y amarradas con cintitas."La Ofelia goza con esas cartas tan llenas de ocurrencias," me dijo, refiriéndose a su esposa, con quien le unió un eterno y sincero romance.
Poco después de mi regreso de Francia le otorgaron una de sus muchas distinciones, el premio Béla Bartók a la investigación musical. Con el correr del tiempo iban a galardonarlo con la Medalla a La Personalidad Prominente de la Música Latina, unas dos medallas como radiodifusor por parte de la VOA, la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío, el Premio Héitor Villalobos de Musicología y la Medalla de excelencia Musical de la Fundación Marais, siendo ésta última recibida dos años después de su desaparición física un 1o. de septiembre de 1988.
Una de las anécdotas que más recuerdo de mi profe es cuando grabó una serie de programas sobre grandes sinfonías. Al referirse a la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antón Dvórak, pronunciaba borák. Yo le dije que era pronunciado borchák, y me miró con sorna en los ojos. "Ese es el clavo con los pollitos que apenas tienen títulos se las dan más que el gallo," me dijo. Pero la rebatiña por la pronunciación siguió rugiendo por una semana, y para probarle que yo no me equivocaba, le llevé a un checo a que lo sacara del error. Don Salva muy amablemente recibió al checo, charlaron buen rato, y una vez que el hombre se fue me pescó de la coleta de caballo. "Tenías que hacerme pasar ese bochorno? Hasta donde llega tu soberbia? "me dijo con los ojos vidriosos. Y acto seguido me zurró, algo que siempre le voy a agradecer, porque con eso erradicó de una vez por todas ese complejito de engreída sabelotodo que le ataca a uno cuando los títulos se le suben a la cabeza. Al enfriarse el caldo, me dijo,"No te di muy duro, verdad?" A lo cual ambos estallamos en estruendosas carcajadas.
La muerte de don Salva casi acaba conmigo. El Maestro venía de mal en peor desde que su adorada Ofelia había muerto meses atrás, y tenía muchas complicaciones. Yo estaba en el quinto mes de embarazo esperando a mi hija Elizabeth cuando mi Maestro murió. A pesar de que éramos vecinos, y él ya me había hablado de la necesidad que tenía de que yo trabajara a tiempo completo con él, tenía unos 4 días de no verlo cuando me enteré de su fallecimiento por un diario leído cuando regresaba de León a bordo del hoy occiso tren. Mi marido trató de evitar que leyera la noticia y cuando nos bajamos del tren en Managua, yo ya iba en estado de shock.
El médico no me dejó ir al sepelio porque presentaba riesgo de aborto espontáneo. Hoy me consuelo a mí misma por no haberlo visto por última vez pensando que mejor lo recuerdo vivo, y no en el lúgubre féretro. En una gaveta de mi cómoda quedó grabado el cassette que le elaboré en la emisora de rock La Cachorra con el Tarzan Boy y el Berlín de Peter Schilling, porque Salvador Cardenal gustaba de toda expresión musical y no discriminaba contra nadie ni nada.
Don Salva para mí sigue siendo un ejemplo a seguir, el mejor amigo que tuve y toda una lección de la modestia, humildad y ansias de superación que todos debemos cultivar. Hoy en día, las Pequeñas Lecciones de Música de Salvador Cardenal están consideradas por eruditos en la materia como una joya pedagógica, sobre todo tomando en cuenta que el Maestro -de profesión contador- jamás recibió educación formal de música. Muchos que ostentamos títulos en la materia nos daríamos tres caídas por ser siquiera una sombra de lo que simboliza Salvador Cardenal Argüello.
Cecilia Ruiz de Ríos
De un aficionado para aficionados, reza el slogan de las Pequeñas Lecciones de Música en la inmarcesible voz del maestro Salvador Cardenal Argüello, nuestro máximo musicólogo nacido un 29 de octubre. En esa frase se resume la humildad, la modestia y la ternura que siempre caracterizó al inolvidable fundador de Radio Gueguense. Para aquellos que tuvimos el inmenso honor de conocerlo, no es necesario escuchar sus lecciones para recordarlo. Salvador Cardenal, cariñosamente llamado Don Salva, fue un extraordinario ejemplar de hombre, un magnífico esposo, abnegado padre y un severo pero gentil profesor.
A Don Salva yo lo conocí cuando estudiaba en el conservatorio, siendo una adolescente. Una tarde se presentó a buscar entre la chavalada que estudiaba ahí a dos alumnos para tutorear. Los elegidos fuimos el rubio leonés Silvio Alejandro Cortéz y yo. Silvio con su carácter dulce y dócil iba a ser una delicia de pupilo para don Salva, mientras que yo le iba a propinar muchas jaquecas. Era contestona, malcriada y argumentativa. Sin embargo, la férrea disciplina a la que nos sujetó don Salva fue suficiente para que yo comenzara a preocuparme por aprender más que por estarle gastando bromas pesadas a Silvio. Don Salva era el perfecto ejemplo de mano de hierro con guante de seda.
Respetuoso, diligente y puntual, nunca avanzaba hacia nuevos temas al menos que estuviera 100 por ciento seguro que Silvio y yo habíamos asimilado todo. Su protección paternal hacia nosotros abarcaba hasta consejos prácticos, y fue grande mi gozo cuando en una ocasión en que gané una medalla de oro para lanzamiento de la bala en las justas deportivas que se celebraban los 12 de octubre, entre los que me aplaudían estaba don Salva sacando pecho por mí. Fue don Salva quien me enseñó que el aprendizaje no tiene que ser doloroso, y que la historia dista mucho de ser aburrida. Después de la lección, me quedaba un rato con él saboreando cajetas o helados y hablando de cualquier cosa.
Cuando me fui becada a Francia, fue gracias a sus recomendaciones y su aval que pude irme. Una vez allá, no pasaba una semana sin que yo le escribiera, cartas como testamentos, que eran contestadas con un alud de consejos que de mucho me sirvieron, sobre todo su frase de aliento:"para qué querés un 90 si podés obtener un cien." Las Pequeñas Lecciones de Música de mi maestro me habían acompañado en Europa, y una versión traducida al francés por mí está archivada en el Conservatorio de Francia. Apenas regresé con mis cartoncitos, fui a presentárselos humildemente. Era lo menos que podía hacer, debido a que un buen porcentaje de mi formación profesional se la debo a él. Don Salva era tan metódico y ordenado que fue muy agradable ver que todas las cartas y postales enviadas por mí las tenía archivadas cronológicamente, y amarradas con cintitas."La Ofelia goza con esas cartas tan llenas de ocurrencias," me dijo, refiriéndose a su esposa, con quien le unió un eterno y sincero romance.
Poco después de mi regreso de Francia le otorgaron una de sus muchas distinciones, el premio Béla Bartók a la investigación musical. Con el correr del tiempo iban a galardonarlo con la Medalla a La Personalidad Prominente de la Música Latina, unas dos medallas como radiodifusor por parte de la VOA, la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío, el Premio Héitor Villalobos de Musicología y la Medalla de excelencia Musical de la Fundación Marais, siendo ésta última recibida dos años después de su desaparición física un 1o. de septiembre de 1988.
Una de las anécdotas que más recuerdo de mi profe es cuando grabó una serie de programas sobre grandes sinfonías. Al referirse a la Sinfonía del Nuevo Mundo de Antón Dvórak, pronunciaba borák. Yo le dije que era pronunciado borchák, y me miró con sorna en los ojos. "Ese es el clavo con los pollitos que apenas tienen títulos se las dan más que el gallo," me dijo. Pero la rebatiña por la pronunciación siguió rugiendo por una semana, y para probarle que yo no me equivocaba, le llevé a un checo a que lo sacara del error. Don Salva muy amablemente recibió al checo, charlaron buen rato, y una vez que el hombre se fue me pescó de la coleta de caballo. "Tenías que hacerme pasar ese bochorno? Hasta donde llega tu soberbia? "me dijo con los ojos vidriosos. Y acto seguido me zurró, algo que siempre le voy a agradecer, porque con eso erradicó de una vez por todas ese complejito de engreída sabelotodo que le ataca a uno cuando los títulos se le suben a la cabeza. Al enfriarse el caldo, me dijo,"No te di muy duro, verdad?" A lo cual ambos estallamos en estruendosas carcajadas.
La muerte de don Salva casi acaba conmigo. El Maestro venía de mal en peor desde que su adorada Ofelia había muerto meses atrás, y tenía muchas complicaciones. Yo estaba en el quinto mes de embarazo esperando a mi hija Elizabeth cuando mi Maestro murió. A pesar de que éramos vecinos, y él ya me había hablado de la necesidad que tenía de que yo trabajara a tiempo completo con él, tenía unos 4 días de no verlo cuando me enteré de su fallecimiento por un diario leído cuando regresaba de León a bordo del hoy occiso tren. Mi marido trató de evitar que leyera la noticia y cuando nos bajamos del tren en Managua, yo ya iba en estado de shock.
El médico no me dejó ir al sepelio porque presentaba riesgo de aborto espontáneo. Hoy me consuelo a mí misma por no haberlo visto por última vez pensando que mejor lo recuerdo vivo, y no en el lúgubre féretro. En una gaveta de mi cómoda quedó grabado el cassette que le elaboré en la emisora de rock La Cachorra con el Tarzan Boy y el Berlín de Peter Schilling, porque Salvador Cardenal gustaba de toda expresión musical y no discriminaba contra nadie ni nada.
Don Salva para mí sigue siendo un ejemplo a seguir, el mejor amigo que tuve y toda una lección de la modestia, humildad y ansias de superación que todos debemos cultivar. Hoy en día, las Pequeñas Lecciones de Música de Salvador Cardenal están consideradas por eruditos en la materia como una joya pedagógica, sobre todo tomando en cuenta que el Maestro -de profesión contador- jamás recibió educación formal de música. Muchos que ostentamos títulos en la materia nos daríamos tres caídas por ser siquiera una sombra de lo que simboliza Salvador Cardenal Argüello.
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