Eduardo VII: El Terror de las Casadas
Cecilia Ruiz de Ríos
Uno de los más zánganos hombres de la historia fue indudablemente el rey inglés Eduardo VII, para quien ninguna mujer era prohibida. Lo divertido del asunto era que este hombre era hijo de una de las mujeres más hipócritas y pudibundas de la historia, la gorda reina Victoria, y su padre Alberto vio su muerte acelerada por un disgusto que le causara este hombre al andar en líos de faldas.
Nacido un 9 de noviembre de 1841 tras un laborioso parto que dejó a su madre resoplando como foca, era el primogénito del matrimonio conformado por la imperiosa reina Victoria de Kent y el fornido príncipe alemanzote Alberto de Saxe Coburgo Gotha. Tuvo una infancia triste porque sus padres querían lograrle perfección al alejarlo de otros chiquillos.Tantos intento por disciplinario hizo que Bertie-a como fue llamado desde bebé- hiciera las del jabón resbaloso, y se hizo un chico problema. Se negaba a abstenerse de comer carne en las fechas religiosas como Viernes Santo, y su padre casi sufre un soponcio al verlo comer enormes lonjas de jamón durante una Semana Santa. Se mofaba de los memorándums al decoro emitidos por sus padres, y se burló opíparamente de la moralidad desde antes de tener sus primeros sueños mojados. Antes de tener 20 años, coleccionaba figuras pornográficas y era empedernido fumador de puros. No conocía la abstinencia ni en la mesa ni en la cama, se hartaba como elefante contratado y se masturbaba repetidas veces al día. Sus saliditas de soltero eran la comidilla de la hipócrita y chismosa sociedad victoriana. Perdió la virginidad a los 19 años de edad cuando sus compañeros oficiales le llevaron a la cama a la actriz Nellie Clifden. Cuando el príncipe Alberto se enteró de la "fechoría" de su hijo se desmayó echando espuma por la boca y decidió que debían casar a Eduardo lo antes posible. Poco después de este morado incidente, Alberto moriría y Victoria siempre culpó a Eduardo por haber acelerado la muerte de su adorado consorte a quien nunca quiso dar lo corona matrimonial.
Eduardo fue matrimoniado con Alejandra, una princesa danesa a quien Victoria escogió y aunque no estaban enamorados, Eduardo no huyó al compromiso, realizándose la boda en 1863. Alejandra habría de darle 5 hijos a su fornido esposo, pero éste jamás le fue fiel. Alejandra no se llamaba a engaños, y sabía que su marido era un soberbio zángano, por lo cual prefirió hacerse la tonta en cuanto a sus numerosos devaneos, que incluían mujeres casadas como Lady Jennie Churchill, la mamá del futuro estadista Winston Churchill. Era apasionado fans de las masajistas y prostitutas, y entre las cortesanas con las cuales se refociló estuvo la célebre española La Bella Otero y la gitana Tadea Mirslác. Otras meretrices célebres que tuvieron momentos alegres con Eduardo fueron Cora Pearl, quien se le presentó vestida solo con un collar de perlas y una ramita de perejil, y Julia Barucci, quien deslizó su traje al suelo apenas le dio la mano Eduardo. Eduardo elogió aparatosamente los encantos de Luisa Weber, la bailarina de cancán que era la estrella del Moulin Rouge de París con el sobriquet de La Goulue (La Golosa) y estuvo a punto de perder la cabeza por la actriz Sarah "la Divina" Bernhardt.
No todas las mujeres de Eduardo eran cabareteras, y lady Harriet Mordaunt se enamoró tanto de él que le dio un hijo que luego resultó ser ciego. Cuando el marido de esta mujer llevó a juicio el asunto, Eduardo tuvo que sudar fuerte y negar que era el amante oficial de la dama en cuestión. En 1877 se enamoró de Lillie Langtry, una mujer quien hacía suspirar hasta al homosexual de Oscar Wilde. El marido de esta modelo quiso divorciarse de ella a causa del devaneo con Eduardo. La que no se molestaba para nada era Alejandra, quien llegó a hacerse muy buena amiga de Lillie y hablaba en elogiosos términos de su "comadre." Alejandra incluso se enojó con su zángano marido cuando éste en cierta ocasión dejó plantada a Lillie por salir con una actriz gringa de apellido Chamberlain, a quien Alejandra apodó Miss Chamberpots (Bacinilla).
Eduardo posteriormente se enamoraría de Daisy Brooke, Condesa de Warwick y una mujer tan exquisita y bella que hasta los animales se volteaban para verla pasar. Daisy era 20 años más joven que Eduardo, y llegaron a intercambiar anillos. Eduardo la llamaba "mi pequeña esposa oculta" y las relaciones duraron 7 años. Pero la última amante de Eduardo fue Alice Keppel, antepasada de la hoy amante del príncipe Carlos, Camila "El Perro" Parker-Bowles.
Alice era 30 años menor que Eduardo, y estaba casada. Durante 12 años el idilio era del conocimiento tanto del marido de ella como de Alejandra, quien aceptaba tranquila el rol de segunda esposa de Alice. Alejandra y Alice se hicieron grandes amigas, y Eduardo a menudo pasaba por el hogar Keppel a jugar con las dos hijas que Alice tenía con su esposo. Alice Keppel fue a la primera persona a quien Alejandra confió, hecha un mar de llanto, que Eduardo se moría de bronquitis a los 68 años de edad. Cuando Eduardo murió un 6 de mayo de 1910 tras apenas 9 años de llegar al trono, ambas se sintieron como cúcalas desarboladas.
Eduardo es recordado como uno de los príncipes de Gales más populares, dado que tuvo amplia oportunidad de conquistar a su pueblo siendo heredero antes de tomar el trono a la muerte de su madre. Eduardo era gran admirador del talento, en la forma que éste se manifestara, y entre los genios a quien admiraba estaba el francés Alfonso Bertillon, el padre de la antropometría que sirve hoy en día para identificar a los criminales más elusivos. Eduardo hizo un viaje exclusivo a París para conocer a Bertillon, y humildemente le pidió al detective francés que le midiera una pareja de criminales delante de él. Eduardo amaba la cocina, y muchas veces incursionó en ella de la mano de chefs como Laszo Breder, creador de numerosos postres que luego llevaron nombres de personajes célebres. Enemigo del protocolo, era un incansable jugador de ajedrez y le fascinaban los chiquillos y las mascotas.
Le encantaban las novelas detectivescas y los relatos del Lejano Oeste, y en una ocasión se retrató a lomos del famosísimo elefante Jumbo antes que Phineas T. Barnum se lo llevara para los Estados Unidos como superestrella de su circo.
Cecilia Ruiz de Ríos
Uno de los más zánganos hombres de la historia fue indudablemente el rey inglés Eduardo VII, para quien ninguna mujer era prohibida. Lo divertido del asunto era que este hombre era hijo de una de las mujeres más hipócritas y pudibundas de la historia, la gorda reina Victoria, y su padre Alberto vio su muerte acelerada por un disgusto que le causara este hombre al andar en líos de faldas.
Nacido un 9 de noviembre de 1841 tras un laborioso parto que dejó a su madre resoplando como foca, era el primogénito del matrimonio conformado por la imperiosa reina Victoria de Kent y el fornido príncipe alemanzote Alberto de Saxe Coburgo Gotha. Tuvo una infancia triste porque sus padres querían lograrle perfección al alejarlo de otros chiquillos.Tantos intento por disciplinario hizo que Bertie-a como fue llamado desde bebé- hiciera las del jabón resbaloso, y se hizo un chico problema. Se negaba a abstenerse de comer carne en las fechas religiosas como Viernes Santo, y su padre casi sufre un soponcio al verlo comer enormes lonjas de jamón durante una Semana Santa. Se mofaba de los memorándums al decoro emitidos por sus padres, y se burló opíparamente de la moralidad desde antes de tener sus primeros sueños mojados. Antes de tener 20 años, coleccionaba figuras pornográficas y era empedernido fumador de puros. No conocía la abstinencia ni en la mesa ni en la cama, se hartaba como elefante contratado y se masturbaba repetidas veces al día. Sus saliditas de soltero eran la comidilla de la hipócrita y chismosa sociedad victoriana. Perdió la virginidad a los 19 años de edad cuando sus compañeros oficiales le llevaron a la cama a la actriz Nellie Clifden. Cuando el príncipe Alberto se enteró de la "fechoría" de su hijo se desmayó echando espuma por la boca y decidió que debían casar a Eduardo lo antes posible. Poco después de este morado incidente, Alberto moriría y Victoria siempre culpó a Eduardo por haber acelerado la muerte de su adorado consorte a quien nunca quiso dar lo corona matrimonial.
Eduardo fue matrimoniado con Alejandra, una princesa danesa a quien Victoria escogió y aunque no estaban enamorados, Eduardo no huyó al compromiso, realizándose la boda en 1863. Alejandra habría de darle 5 hijos a su fornido esposo, pero éste jamás le fue fiel. Alejandra no se llamaba a engaños, y sabía que su marido era un soberbio zángano, por lo cual prefirió hacerse la tonta en cuanto a sus numerosos devaneos, que incluían mujeres casadas como Lady Jennie Churchill, la mamá del futuro estadista Winston Churchill. Era apasionado fans de las masajistas y prostitutas, y entre las cortesanas con las cuales se refociló estuvo la célebre española La Bella Otero y la gitana Tadea Mirslác. Otras meretrices célebres que tuvieron momentos alegres con Eduardo fueron Cora Pearl, quien se le presentó vestida solo con un collar de perlas y una ramita de perejil, y Julia Barucci, quien deslizó su traje al suelo apenas le dio la mano Eduardo. Eduardo elogió aparatosamente los encantos de Luisa Weber, la bailarina de cancán que era la estrella del Moulin Rouge de París con el sobriquet de La Goulue (La Golosa) y estuvo a punto de perder la cabeza por la actriz Sarah "la Divina" Bernhardt.
No todas las mujeres de Eduardo eran cabareteras, y lady Harriet Mordaunt se enamoró tanto de él que le dio un hijo que luego resultó ser ciego. Cuando el marido de esta mujer llevó a juicio el asunto, Eduardo tuvo que sudar fuerte y negar que era el amante oficial de la dama en cuestión. En 1877 se enamoró de Lillie Langtry, una mujer quien hacía suspirar hasta al homosexual de Oscar Wilde. El marido de esta modelo quiso divorciarse de ella a causa del devaneo con Eduardo. La que no se molestaba para nada era Alejandra, quien llegó a hacerse muy buena amiga de Lillie y hablaba en elogiosos términos de su "comadre." Alejandra incluso se enojó con su zángano marido cuando éste en cierta ocasión dejó plantada a Lillie por salir con una actriz gringa de apellido Chamberlain, a quien Alejandra apodó Miss Chamberpots (Bacinilla).
Eduardo posteriormente se enamoraría de Daisy Brooke, Condesa de Warwick y una mujer tan exquisita y bella que hasta los animales se volteaban para verla pasar. Daisy era 20 años más joven que Eduardo, y llegaron a intercambiar anillos. Eduardo la llamaba "mi pequeña esposa oculta" y las relaciones duraron 7 años. Pero la última amante de Eduardo fue Alice Keppel, antepasada de la hoy amante del príncipe Carlos, Camila "El Perro" Parker-Bowles.
Alice era 30 años menor que Eduardo, y estaba casada. Durante 12 años el idilio era del conocimiento tanto del marido de ella como de Alejandra, quien aceptaba tranquila el rol de segunda esposa de Alice. Alejandra y Alice se hicieron grandes amigas, y Eduardo a menudo pasaba por el hogar Keppel a jugar con las dos hijas que Alice tenía con su esposo. Alice Keppel fue a la primera persona a quien Alejandra confió, hecha un mar de llanto, que Eduardo se moría de bronquitis a los 68 años de edad. Cuando Eduardo murió un 6 de mayo de 1910 tras apenas 9 años de llegar al trono, ambas se sintieron como cúcalas desarboladas.
Eduardo es recordado como uno de los príncipes de Gales más populares, dado que tuvo amplia oportunidad de conquistar a su pueblo siendo heredero antes de tomar el trono a la muerte de su madre. Eduardo era gran admirador del talento, en la forma que éste se manifestara, y entre los genios a quien admiraba estaba el francés Alfonso Bertillon, el padre de la antropometría que sirve hoy en día para identificar a los criminales más elusivos. Eduardo hizo un viaje exclusivo a París para conocer a Bertillon, y humildemente le pidió al detective francés que le midiera una pareja de criminales delante de él. Eduardo amaba la cocina, y muchas veces incursionó en ella de la mano de chefs como Laszo Breder, creador de numerosos postres que luego llevaron nombres de personajes célebres. Enemigo del protocolo, era un incansable jugador de ajedrez y le fascinaban los chiquillos y las mascotas.
Le encantaban las novelas detectivescas y los relatos del Lejano Oeste, y en una ocasión se retrató a lomos del famosísimo elefante Jumbo antes que Phineas T. Barnum se lo llevara para los Estados Unidos como superestrella de su circo.
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