Sicopompos (ALGO)
Para José II de Habsburgo y Lorena, fundador de la dinastía gatuna que rige mi casa.
¨Todos los factores estaban ahí: fuiste vos quien decidió engavetar toda tu andadura de detective práctica, nadie más que vos quien obvió sus instintos básicos de investigadora, ninguna otra más que vos quien creyó a pesar de tu experiencia de vida que todo cuento tiene final feliz. Traías el kismet para el final de nuestro encuentro desde los genes de tu antepasado loco quien desenterró a su tercera mujer para coronarla, o desde que huíste espantada ante el brioso ímpetu amoroso de aquel argelino quien a pesar de ser descendiente de Abderrhamán III jamás pudo inspirarte otra cosa que un nacatamal sentimental de asco con lástima. Ya esto era historia antigua, y no encuentro yo ahora piso ni techo para este edificio de culpas que me dejás caer encima. No señora mía, no acepto que me echés el muerto de tus calambres cotidianos, los espasmos dolorosos de volverte más sabia, las neuropatías que te trae el parecerte cada vez más a tu amado Nicolás Maquiavelo a quien tanto admirás. Todas las circunstancias fueron como sicopompos, avisando de mi inminente partida, pero a vos no te dio la regalada gana reconocerlos como tales. Vamos a ser analíticos, a como vos afirmás que te gusta ser, aunque yo creo que jamás en la historia del mundo ha habido alguien como yo que pueda desmenuzar esta escala de enredos y desencuentros entre vos y yo.
Cuando te conocí, a pocas horas de mi arribo a este valle de lágrimas, tenías ya la vida complicada porque estabas casada y eras madre de una niña prodigio. Te habías solidificado en tu aspecto de matrona a prueba de tentaciones, y apenas tendrías tiempo y espacio para mí. Curioso que fue tu esposo quien me aceptó primero. Vos misma solías decir que el que demasiada belleza anda encima, suele cojear lamentablemente del otro pie. Cierto. La mayor parte de los bellos son estúpidos, pero en mi caso el talón de Aquiles era mi quebradiza salud. Si hubiera sido estúpido no estuvieras escribiendo esto por órdenes mías. Y bien, yo pasaría más tiempo hospitalizado que andando, pero cuando estaba bien yo lograba hacerte reír como nadie. Habías hallado a la yunta perfecta sin tener que casarte con ella. Amor ideal, aunque parezca mentira. Predestinados a un eterno affaire au trés petit sérieux. Te llevabas bien hasta con mi madre, quien a menudo te piropeaba por tu buen gusto por las faldas largas, modestamente cubriendo tus piernas con una pléyade colores cuyos nombres solo vos los sabías en francés.
El primer sicopompo apareciò arriba del árbol de mango en forma de un aleteo invisible pero que sonaba un poco como el inicio de uno de los movimientos del poema sinfónico El Mar de Claudio Debussy. Nunca supiste qué era, yo quise saberlo mientras me quedé esperando que regresara mi mamá, porque no me percataba de lo súbito que es el zarpazo que da la garra translúcida de la muerte. Lloraste por mi madre muerta, fuiste a su sepelio, pero nunca le echaste tierra encima del jardín fértil de tu memoria. Ahí sigue en capilla ardiente, de cuerpo presente, porque ustedes los ateos por no creer en una vida luego de la muerte están condenados a no tener consuelo y a dejar insepultas las ascuas de sus muertos. Por eso te repito lo que decía el general Tacho Somoza Debayle, estamos jodidos todos ustedes! El palo de mango sería un sicopompo más, porque cuando te mudaste de casa ahí estaba otro palo de mango, y ahí estaría anidado mi kismet de partida.
A veces, en las noches cortas en que tu columna rota comienza a bailar al ritmo de esa atrocidad llamada El Gato Volador de Mr.Chombo, te preguntás si la geografía hubiera cambiado el final del asunto. Yo insisto, no es para consolarte, fijáte que no. Todo hubiera sido igual. Un día, mucho antes que gritaras al verme echar una enorme cucarachota aleteante encima del delicioso kimchi que preparabas para la Nochebuena, pero después que capturases una mirada gélida en la pupila oscura de tu esposo, tu hija dijo haber visto algo en el palo de mango del traspatio. Algo, con unos ojos como carbones encendidos y forma difusa, pero ella sospechaba que era redondo y tenía pelo pero no nombre.
Este algo sería un sicopompo más en la larga cadena de peldaños hacia la despedida. Antes de mudarte de casa, a los árabes les dio por vengarse del largo intervencionismo gringo y les zamparon dos aviones en las torres gemelas de Nueva Cork, y creíste ver la cara del diablo en la humareda de uno de los edificios antes que la torre colapsara. Lloraste a solas allá en tu aula de clases por los perros de rescate que fallecieron en cumplimiento del deber. Vos poco llorás por los humanos, quienes marchan a la guerra porque son estúpidos como ellos solos, sobre todo los hombres. Poco más de 40 días después del atentado del 11 de septiembre del 2001 te habías tenido que servir un tazón de lágrimas cuando tu socio murió de un pedo atravesado, sí, lo siento, eso fue, aunque el acta de defunción dijera que fue un ridículo dengue hemorrágico, pero la realidad es que Tiberio se murió con un pedo atravesado en el corazón después de pelearse con vos y hasta haberte lanzado un vaso de agua allá en el hospital, preso de la desesperación porque vos nunca tuviste tiempo para él, ni para nadie. Murió tan arrecho que luego soñabas que él venía, te rascaba tus malolientes pies de iguana y te amenazaba que iba a matarte a alguien que mucho quisieras para desquitarse que nunca le diste ni un pellizco de atención.
Entre una y otra cosa estaba mi mala salud, los sobresaltos constantes para mantenerme vivo, las prisas en fin de semana permitiendo que el lépero del galeno con ojos de chulo y voracidad de lobo te dejara sin un centavo ni para el destartalado bus, el miedo constante, la mirada fija en mi caja torácica(estás durmiendo amor, o no respirás apenas, criatura?), y siempre en las noches sin luna, la sombra, ese algo peludo, de ojos encendidos y con olor acre en el árbol de mango del patio, ese hálito a presentimiento de lo fatal sin poder hacer nada para espantarlo y lanzarlo lejos a que fuera a joder a otro lado.
Una cosa tenés que reconocerme, sin embargo, a pesar de tanto que te hice sufrir. Yo te enseñé a amar sin egoísmos, a valorar los pocos momentos alegres que da la vida, aunque estuvieran rodeados de penas que eran campeonas en natación. Me perdonaste desmanes, como cuando en arrebatos de rabia rompía todos tus perfumes-y no seás fachenda diciendo que todos eran franceses-o te arruinaba algún vestido cuando ya estabas emperifollada para salir. Te desternillaste de la risa cuando casi rompo la pantalla de tu televisor mientras mirabas un especial de la II Guerra Mundial y le di un puñetazo al cañón de sepa judas cuantos milímetros que apuntaba amenazante desde el nunca jamás. Lo peor fue cuando me cagué en tu lavamanos, no lo hice por ofenderte, no sería la única vez que un macho hiciera algo semejante, vos misma contaste que el Che Guevara siendo cipote se cagó arriba de un piano (y no faltan los derechistas que digan que luego embarró de ñaña a toda Cuba) pero ustedes las hembras, qué cosas no le aguantan al macho cuando están locas por él? Ni a tu esposo le aguantaste las cosas que soportaste conmigo, pero ahí estabas, y solo mirabas a este pelirrojo y la sonrisa te partía la cara redonda como un machete destapa una jugosa sandía en verano.
Pero estaba el algo, ese algo sin nombre, en el palo de mango. Cómo le llamaste al algo…Azrael, el Jinn, el Dybbuk o el Desolado?Como que desolé, Desolé,madame, il est mort! Madame s´est meurt, madame s´est meurt gritaron las criadas cuando se palmó la infiel cuñada de Luis XIV en plena juventud, empachada y tras habérselas pegado a su maricón marido Felipe. El Triste, como la canción del bolo José José?
Nunca te dignaste aponerle nombre, ni cuando un 20 de abril, antes que pudieras probar bocado y salir a darle clase a un gordiflón koreano con cara de piña y total inmunidad en cuanto al aprendizaje, esa silueta siniestra se me metió en el cuerpo y no quiso salir. Me fui dando gritos, porque ya estaba enamorado de la vida, y entusiasmado con las travesuras que te iba a hacer. No alcancé a recibir ayuda médica, me morí camino a una clìnica, en el semáforo frente a un asqueroso mall capitalista, en el lento semáforo que luego la alcaldía convirtió en rotonda con una escalera de escultura para justificar el saqueo del erario. No morí en tus brazos, sino que mi último aliento lo absorbió tu esposo al quedar yo en su regazo. No había más que hacer. Quisieron plantar una rosa roja encima de mi tumba pero hasta para eso fuiste un fracaso, pues la mata por la que hizo viaje tu familia entera a un vivero en la carretera vieja a León la descachimbó a mordiscos una voraz perra que tenías y el resto fue comido para la cena por un agresivo ejército de zompopos más efectivos que los soldados aliados del Desembarco de Normandía donde estuvo tu papá y tres hermanos suyos más.
El algo siguió apareciendo nuevamente a ratos en el palo de mango, y cuando mi viuda murió en una efemérides más de la Noche de los Cuchillos largos, quisiste pensar que ese sicopompo del dolor reaparecía para echarte a llorar de nuevo. Nunca creíste que venía por vos. Desde el momento en que estoy usando tus manos y un teclado electrónico para escribir este relato a través de vos, es obvio que no te has muerto. Pero te esperaba un calvario de sufrimientos, y a veces me echás la culpa de haber quedado diabética a los 43 años. No es justo. Tu genética y tu muela voraz trituradora de millardos de caramelos mientras estudiabas tienen la culpa, no yo. Y no fue que Tiberio viniese por mí para vengarse de tu indiferencia, nadie te quitó a este macho que aún te ama. Al morirme, pasé a ser únicamente de tu propiedad, aunque Abraham Lincoln haya emancipado a los esclavos en 1864 y el zar Alejandro II haya soltado a los siervos en Rusia en 1861. Sigo siendo esclavo de tu prodigiosa memoria historiadora, sigo siendo el sirviente de esa máquina del tiempo en la cual me atrapaste, y si de veras confesás todo por escrito, no olvidés poner que en la noche, cuando ya tu esposo duerme como olla de nacatamales roncando a tu lado, yo llego y sentís que algo-pero no el algo del palo de mango- pasó por tu costado dejando una sensación tibia de pelo rojo y un ligero ronroneo. Porque en realidad nunca me he ido, y aunque sintás un nudo de garganta como si te comiste un burro muy gordo con todo y albarda y se te pegó en el gaznate, cuando leés a Tagore (¨el niño se ha ido, ya no está su cuerpecito…¨) o cantás sin que te oigan el Angelito de la Violeta Parra(a dònde se fue su gracia, a dònde fue su dulzura, por qué se cae su cuerpo, como una fruta madura?¨), yo sigo siempre al pie de ese cañón que has sido para mí desde que nací.
El algo de aquel palo de mango y otros sicopompos que te anunciaron que yo sería breve en la realidad pero eterno en el recuerdo quedaron a la zaga, desperdigados pero latentes. Solamente la pequeña dosis de glibenclamida y metformina en la mañana te recuerdan que la diabetes vive en tu organismo, pero yo no te la di. Hoy gravito en la nada y te uso de escritor fantasma. Es lo menos que podrías hacer por mí, y desde la foto que adorna el pasillo, donde estoy espléndido en el trono de alegría casera que yo ayudé a construir, te sugiero nada más que sigás adelante, mujer. Y tengo de buena fuente, a como dicen los buenos periodistas y no los mercenarios de la información y las ventajas sucias, que algún día nos volveremos a encontrar. Si de alguien jamás podrás escapar es de mí, tu gato pelirrojo y peludo que solo vivió 13 meses, 13 días y casi 7 horas, tu gato del imperial nombre de José II de Habsburgo, quien no quiere que lo ridiculicés llamándole angel de la guarda porque algo estará siempre escuchándote y con los sicopompos del adiós nunca se juega. Pero para mientras vas aprendiendo con qué cosas se juegan y con cuáles otras no, aquí estoy. No soy un fantasma pues no existen. Mirá más de cerca, me tenés cargado. Si, regresé dentro del cuerpo de tu gato al que le pusiste mi mismo nombre, retorné en la forma de mi propio bisnieto, porque la gran desgracia tuya es que creás adicción, peor que la Cocacola que ya dejaste. ¨
Cecilia Ruiz de Ríos, 16 de febrero del 2006.
Para José II de Habsburgo y Lorena, fundador de la dinastía gatuna que rige mi casa.
¨Todos los factores estaban ahí: fuiste vos quien decidió engavetar toda tu andadura de detective práctica, nadie más que vos quien obvió sus instintos básicos de investigadora, ninguna otra más que vos quien creyó a pesar de tu experiencia de vida que todo cuento tiene final feliz. Traías el kismet para el final de nuestro encuentro desde los genes de tu antepasado loco quien desenterró a su tercera mujer para coronarla, o desde que huíste espantada ante el brioso ímpetu amoroso de aquel argelino quien a pesar de ser descendiente de Abderrhamán III jamás pudo inspirarte otra cosa que un nacatamal sentimental de asco con lástima. Ya esto era historia antigua, y no encuentro yo ahora piso ni techo para este edificio de culpas que me dejás caer encima. No señora mía, no acepto que me echés el muerto de tus calambres cotidianos, los espasmos dolorosos de volverte más sabia, las neuropatías que te trae el parecerte cada vez más a tu amado Nicolás Maquiavelo a quien tanto admirás. Todas las circunstancias fueron como sicopompos, avisando de mi inminente partida, pero a vos no te dio la regalada gana reconocerlos como tales. Vamos a ser analíticos, a como vos afirmás que te gusta ser, aunque yo creo que jamás en la historia del mundo ha habido alguien como yo que pueda desmenuzar esta escala de enredos y desencuentros entre vos y yo.
Cuando te conocí, a pocas horas de mi arribo a este valle de lágrimas, tenías ya la vida complicada porque estabas casada y eras madre de una niña prodigio. Te habías solidificado en tu aspecto de matrona a prueba de tentaciones, y apenas tendrías tiempo y espacio para mí. Curioso que fue tu esposo quien me aceptó primero. Vos misma solías decir que el que demasiada belleza anda encima, suele cojear lamentablemente del otro pie. Cierto. La mayor parte de los bellos son estúpidos, pero en mi caso el talón de Aquiles era mi quebradiza salud. Si hubiera sido estúpido no estuvieras escribiendo esto por órdenes mías. Y bien, yo pasaría más tiempo hospitalizado que andando, pero cuando estaba bien yo lograba hacerte reír como nadie. Habías hallado a la yunta perfecta sin tener que casarte con ella. Amor ideal, aunque parezca mentira. Predestinados a un eterno affaire au trés petit sérieux. Te llevabas bien hasta con mi madre, quien a menudo te piropeaba por tu buen gusto por las faldas largas, modestamente cubriendo tus piernas con una pléyade colores cuyos nombres solo vos los sabías en francés.
El primer sicopompo apareciò arriba del árbol de mango en forma de un aleteo invisible pero que sonaba un poco como el inicio de uno de los movimientos del poema sinfónico El Mar de Claudio Debussy. Nunca supiste qué era, yo quise saberlo mientras me quedé esperando que regresara mi mamá, porque no me percataba de lo súbito que es el zarpazo que da la garra translúcida de la muerte. Lloraste por mi madre muerta, fuiste a su sepelio, pero nunca le echaste tierra encima del jardín fértil de tu memoria. Ahí sigue en capilla ardiente, de cuerpo presente, porque ustedes los ateos por no creer en una vida luego de la muerte están condenados a no tener consuelo y a dejar insepultas las ascuas de sus muertos. Por eso te repito lo que decía el general Tacho Somoza Debayle, estamos jodidos todos ustedes! El palo de mango sería un sicopompo más, porque cuando te mudaste de casa ahí estaba otro palo de mango, y ahí estaría anidado mi kismet de partida.
A veces, en las noches cortas en que tu columna rota comienza a bailar al ritmo de esa atrocidad llamada El Gato Volador de Mr.Chombo, te preguntás si la geografía hubiera cambiado el final del asunto. Yo insisto, no es para consolarte, fijáte que no. Todo hubiera sido igual. Un día, mucho antes que gritaras al verme echar una enorme cucarachota aleteante encima del delicioso kimchi que preparabas para la Nochebuena, pero después que capturases una mirada gélida en la pupila oscura de tu esposo, tu hija dijo haber visto algo en el palo de mango del traspatio. Algo, con unos ojos como carbones encendidos y forma difusa, pero ella sospechaba que era redondo y tenía pelo pero no nombre.
Este algo sería un sicopompo más en la larga cadena de peldaños hacia la despedida. Antes de mudarte de casa, a los árabes les dio por vengarse del largo intervencionismo gringo y les zamparon dos aviones en las torres gemelas de Nueva Cork, y creíste ver la cara del diablo en la humareda de uno de los edificios antes que la torre colapsara. Lloraste a solas allá en tu aula de clases por los perros de rescate que fallecieron en cumplimiento del deber. Vos poco llorás por los humanos, quienes marchan a la guerra porque son estúpidos como ellos solos, sobre todo los hombres. Poco más de 40 días después del atentado del 11 de septiembre del 2001 te habías tenido que servir un tazón de lágrimas cuando tu socio murió de un pedo atravesado, sí, lo siento, eso fue, aunque el acta de defunción dijera que fue un ridículo dengue hemorrágico, pero la realidad es que Tiberio se murió con un pedo atravesado en el corazón después de pelearse con vos y hasta haberte lanzado un vaso de agua allá en el hospital, preso de la desesperación porque vos nunca tuviste tiempo para él, ni para nadie. Murió tan arrecho que luego soñabas que él venía, te rascaba tus malolientes pies de iguana y te amenazaba que iba a matarte a alguien que mucho quisieras para desquitarse que nunca le diste ni un pellizco de atención.
Entre una y otra cosa estaba mi mala salud, los sobresaltos constantes para mantenerme vivo, las prisas en fin de semana permitiendo que el lépero del galeno con ojos de chulo y voracidad de lobo te dejara sin un centavo ni para el destartalado bus, el miedo constante, la mirada fija en mi caja torácica(estás durmiendo amor, o no respirás apenas, criatura?), y siempre en las noches sin luna, la sombra, ese algo peludo, de ojos encendidos y con olor acre en el árbol de mango del patio, ese hálito a presentimiento de lo fatal sin poder hacer nada para espantarlo y lanzarlo lejos a que fuera a joder a otro lado.
Una cosa tenés que reconocerme, sin embargo, a pesar de tanto que te hice sufrir. Yo te enseñé a amar sin egoísmos, a valorar los pocos momentos alegres que da la vida, aunque estuvieran rodeados de penas que eran campeonas en natación. Me perdonaste desmanes, como cuando en arrebatos de rabia rompía todos tus perfumes-y no seás fachenda diciendo que todos eran franceses-o te arruinaba algún vestido cuando ya estabas emperifollada para salir. Te desternillaste de la risa cuando casi rompo la pantalla de tu televisor mientras mirabas un especial de la II Guerra Mundial y le di un puñetazo al cañón de sepa judas cuantos milímetros que apuntaba amenazante desde el nunca jamás. Lo peor fue cuando me cagué en tu lavamanos, no lo hice por ofenderte, no sería la única vez que un macho hiciera algo semejante, vos misma contaste que el Che Guevara siendo cipote se cagó arriba de un piano (y no faltan los derechistas que digan que luego embarró de ñaña a toda Cuba) pero ustedes las hembras, qué cosas no le aguantan al macho cuando están locas por él? Ni a tu esposo le aguantaste las cosas que soportaste conmigo, pero ahí estabas, y solo mirabas a este pelirrojo y la sonrisa te partía la cara redonda como un machete destapa una jugosa sandía en verano.
Pero estaba el algo, ese algo sin nombre, en el palo de mango. Cómo le llamaste al algo…Azrael, el Jinn, el Dybbuk o el Desolado?Como que desolé, Desolé,madame, il est mort! Madame s´est meurt, madame s´est meurt gritaron las criadas cuando se palmó la infiel cuñada de Luis XIV en plena juventud, empachada y tras habérselas pegado a su maricón marido Felipe. El Triste, como la canción del bolo José José?
Nunca te dignaste aponerle nombre, ni cuando un 20 de abril, antes que pudieras probar bocado y salir a darle clase a un gordiflón koreano con cara de piña y total inmunidad en cuanto al aprendizaje, esa silueta siniestra se me metió en el cuerpo y no quiso salir. Me fui dando gritos, porque ya estaba enamorado de la vida, y entusiasmado con las travesuras que te iba a hacer. No alcancé a recibir ayuda médica, me morí camino a una clìnica, en el semáforo frente a un asqueroso mall capitalista, en el lento semáforo que luego la alcaldía convirtió en rotonda con una escalera de escultura para justificar el saqueo del erario. No morí en tus brazos, sino que mi último aliento lo absorbió tu esposo al quedar yo en su regazo. No había más que hacer. Quisieron plantar una rosa roja encima de mi tumba pero hasta para eso fuiste un fracaso, pues la mata por la que hizo viaje tu familia entera a un vivero en la carretera vieja a León la descachimbó a mordiscos una voraz perra que tenías y el resto fue comido para la cena por un agresivo ejército de zompopos más efectivos que los soldados aliados del Desembarco de Normandía donde estuvo tu papá y tres hermanos suyos más.
El algo siguió apareciendo nuevamente a ratos en el palo de mango, y cuando mi viuda murió en una efemérides más de la Noche de los Cuchillos largos, quisiste pensar que ese sicopompo del dolor reaparecía para echarte a llorar de nuevo. Nunca creíste que venía por vos. Desde el momento en que estoy usando tus manos y un teclado electrónico para escribir este relato a través de vos, es obvio que no te has muerto. Pero te esperaba un calvario de sufrimientos, y a veces me echás la culpa de haber quedado diabética a los 43 años. No es justo. Tu genética y tu muela voraz trituradora de millardos de caramelos mientras estudiabas tienen la culpa, no yo. Y no fue que Tiberio viniese por mí para vengarse de tu indiferencia, nadie te quitó a este macho que aún te ama. Al morirme, pasé a ser únicamente de tu propiedad, aunque Abraham Lincoln haya emancipado a los esclavos en 1864 y el zar Alejandro II haya soltado a los siervos en Rusia en 1861. Sigo siendo esclavo de tu prodigiosa memoria historiadora, sigo siendo el sirviente de esa máquina del tiempo en la cual me atrapaste, y si de veras confesás todo por escrito, no olvidés poner que en la noche, cuando ya tu esposo duerme como olla de nacatamales roncando a tu lado, yo llego y sentís que algo-pero no el algo del palo de mango- pasó por tu costado dejando una sensación tibia de pelo rojo y un ligero ronroneo. Porque en realidad nunca me he ido, y aunque sintás un nudo de garganta como si te comiste un burro muy gordo con todo y albarda y se te pegó en el gaznate, cuando leés a Tagore (¨el niño se ha ido, ya no está su cuerpecito…¨) o cantás sin que te oigan el Angelito de la Violeta Parra(a dònde se fue su gracia, a dònde fue su dulzura, por qué se cae su cuerpo, como una fruta madura?¨), yo sigo siempre al pie de ese cañón que has sido para mí desde que nací.
El algo de aquel palo de mango y otros sicopompos que te anunciaron que yo sería breve en la realidad pero eterno en el recuerdo quedaron a la zaga, desperdigados pero latentes. Solamente la pequeña dosis de glibenclamida y metformina en la mañana te recuerdan que la diabetes vive en tu organismo, pero yo no te la di. Hoy gravito en la nada y te uso de escritor fantasma. Es lo menos que podrías hacer por mí, y desde la foto que adorna el pasillo, donde estoy espléndido en el trono de alegría casera que yo ayudé a construir, te sugiero nada más que sigás adelante, mujer. Y tengo de buena fuente, a como dicen los buenos periodistas y no los mercenarios de la información y las ventajas sucias, que algún día nos volveremos a encontrar. Si de alguien jamás podrás escapar es de mí, tu gato pelirrojo y peludo que solo vivió 13 meses, 13 días y casi 7 horas, tu gato del imperial nombre de José II de Habsburgo, quien no quiere que lo ridiculicés llamándole angel de la guarda porque algo estará siempre escuchándote y con los sicopompos del adiós nunca se juega. Pero para mientras vas aprendiendo con qué cosas se juegan y con cuáles otras no, aquí estoy. No soy un fantasma pues no existen. Mirá más de cerca, me tenés cargado. Si, regresé dentro del cuerpo de tu gato al que le pusiste mi mismo nombre, retorné en la forma de mi propio bisnieto, porque la gran desgracia tuya es que creás adicción, peor que la Cocacola que ya dejaste. ¨
Cecilia Ruiz de Ríos, 16 de febrero del 2006.
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