“Lo primero que se le ocurrió preguntarme, mientras aún se retorcía de dolor al lado de su marido durmiente, fue que por qué la buscaba a ella.Sentí lástima por haber metido mis dedos en su espinazo, tirando fuertemente de las vértebras hacia afuera.No eran suficientes sus dolores naturales de una galopante neuropatía diabética proximal? Pero la necesitaba, le dije, y quizás era porque se trataba de una historiadora y se llamaba Wilhelmina, y me recordaba a la mujer que más amé en mi vida.Vilma, por favor, me llaman Vilma, aunque en mi partida de nacimiento diga Wilhelmina…me siseaba mientras su esposo en la enorme cama seguía durmiendo a pierna suelta sin percatarse que su pobre mujer luchaba conmigo, su pesadilla titular desde hace una semana. Fue cuando decidí apelar a su ego de intelectual, dejando al lado cualquier piropo a su autoestima como mujer.No le dije que tenía fascinantes ojos, o que se miraba mejor tras haber perdido 10 kilos de peso…sino que nadie como ella podría plasmar por escrito la angustia que yo pasé hace tanto tiempo por el mero hecho de haber amado sin medida.
“Eso del amor sin medida parece haber encontrado respuesta. Se sentó erecta en la cama, se alisó la larga camisola con un dibujo de Taz el Diablo de Tasmania, encendió su lámpara de noche verde musgo con un gracioso golpecito de su mano huesuda de iguana y me sonrió por primera vez. Alcanzó un vaso medio lleno de agua, tragó una cápsula blanca y una pastillita azulita, y me dijo que estaba lista. Soltála, pues,dijo, con papel y lápiz dispuesto. Me senté en el borde la cama y ella me pasó una chata almohadita amarilla con funda alusiva a Pikachu.Aplastáte, Fritz, me dijo, que vamos para largo.
“Fritz. Hace cuánto que no oía mi apodo cariñoso? Y lo dijo con tanta suavidad. El tornasolado español nicaraguense se me pegaba en mi lengua germánica, pero intenté hablarle de la mejor manera posible para que no se me escapara de nuevo sin poder plasmarle mi testimonio. Por donde iniciar?Tú sabes que mi papá fue uno de los disciplinarios más grandes de toda la historia, y la caridad comenzaba por casa.A mi mamá le dijo que despidiera al servicio doméstico y la envió a lavar con sus propias manos nuestra ropa.Ese era mi padre.Ahorraba hasta el último centavo, y había trazado un plan para cada uno de nosotros desde que se le hinchaba la barriga a mamá. Fuimos 14, no todos vivimos.Era usual entonces. Yo no di guerra con mis tutores, sacaba buenas notas, me encantaba la historia, pero no habían mayores planes para mí porque ya estaba otros varones mayores que yo.Me pregunto si hubiera sido feliz de no haberse muerto mis hermanos mayores. Una vez que todas las expectativas cayeron sobre mí, entre un entrenamiento con su ejército y una sesión de firma de documentos, mi papá comenzó a ponerme atención. Demasiada. Pero no como la tierna pasadita de mano que le daba a sus enormes sargentones de más de 6 pies de estatura.No había cosa alguna que yo hiciera que según él estuviera correcta. Mi madre chillaba de horror al verlo entrar con la mejor disposición de quitarse la borrachera con una tanda de azotes sobre mí, y tras la tormenta de golpes, yo lloraba en el regazo tibio de Wilhelmina, mi hermana tres años mayor que yo.“Pronto mis desahogos con mi madre y hermana no fueron suficientes para el adolescente rubio en que me estaba convirtiendo.Para colmo mis hormonas se estaban alborotando, y me sabía a diablos que mi padre me anduviera azotando en público por cosas que ni había pensado en hacer. Quién podía entender lo que sentía? No era posible hacerlo con Doris, la hija de mi maestro de música…no después de la tunda que mi padre le hizo dar en público antes de encarcelarala para que no se me volviera a acercar demasiado! Quise escaparme a Francia. Bueno, hablaba la lengua de los Luises mejor que mi propio alemán nativo, y sería posible aprovechar una de las giras de trabajo de mi papá para cruzar la frontera.Pero necesitaba ayuda de algún joven atrevido, osado como yo.Le hablé de mi plan a mis amigos Keith y Katte, quienes estaban de acuerdo que yo no podía seguir siendo la pera de boxear oficial de mi progenitor.
“Pero con Katte, quien tenía unos ojos de cielo atormentado que me hacían pensar cosas inconfesables, me pasó algo extraño.Mientras planificábamos mi huida, me pareció que su piel blanca y sedosa era más yo que mi propio cuerpo, y si no olfateaba su olor a incienso y sudor fresco, no tenía paz ni de día ni de noche. A los 18 años de edad, mis dedos aún tenían la redondez sospechosa de mi niñez gorda, y a Katte le daba risa cuando le pedía que abriera la boca y me dejara pasar el filo de mis cortas uñas por el satín rosa viviente del interior de sus mejillas. Era incluso demasiada casualidad el sonido de su apellido, Katte, tan parecido a la palabra inglesa de cat, gato.Siempre me encantaron los gatos, y para mí Katte era como un gran gato blanco de ojos azules oscuros que siempre deseaba arrullar.Todo estaba listo para mi huida, ya había llorado despidiéndome de mi hermana Wilhelmina, cuando alguien le sopló a mi padre del plan.Keith logró salir raudo, pero Katte y yo fuimos pescados. Días antes, mi hermana nos había advertido que nos jugábamos la cabeza con semejante osadía, y Katte, con los ojos, luminosos, me había reiterado que si perdía cabeza, vida y todo por mí, valía la pena. Mas vale que haya pensado así…para desgracia de ambos.
“Mi padre me interrogó como si yo fuera el peor reo.Le dije que me quería ir pues él no era como un padre, sino como un verdugo.Me dijo que era un asqueroso desertor del glorioso ejército prusiano, y que por eso carecía de honor.Fue cuando le dije que tenía tanto honor como él, y que no soportaba que me tratara como a un vil esclavo, precisamente por ese honor. Mi padre quería matarme, y en efecto creo que fue una cuestión de presión de sus amigos en el extranjero lo que salvó mi pobre pellejo. Incluso le dijo a mi madre que me había matado, aunque luego le tuvo que confesar que solo me había encarcelado en la fortaleza de Kustrin. Quizás hubiera sido mejor que me matase ahí mismo, pues lo que me tocó presenciar definitivamente me exterminó espiritualmente. Katte fue llevado bajo mi ventana de la fortaleza, y obligándome a no cerrar mis ojos para eludir la horrible realidad, mi padre hizo decapitar a Katte.Bárbaro, verdad?No es lo mismo que lo leas en un texto de historia frío, a que yo te lo cuente con lágrimas en los ojos, Vilma, o Wilhelmina, o como quieras llamarte.Allá abajo en el patio de la fortaleza estaba ese cuerpo amado, más adorado por mí que si hubiera sido mi propia carne. Y la cabeza! Una redondez triste y ensangrentada, con los ojos de tormenta sin paz final, la boca abierta en un grito enmudecido para siempre!Nunca más poner mis dedos gordezuelos en el interior de sus mejillas mientras él reía. Se lo llevaron, y nunca pude guardar su cabeza, a como hizo la reina Margot de Valois con la testa de uno de sus amantes. Me quedé solo, encarcelado, sin poder hacer nada más que desmayarme tras su muerte, y llorar y llorar después.Odiaba mi propio cuerpo que seguía con vida, aunque me decía a mí mismo que Katte solo me había amado sin medida.Tenía pesadillas, y en ellas la cabeza sin cuerpo de Katte me seguía, carcajadas tenebrosas saliendo de su boca ensangrentada. Un capellán me fue enviado para que me trajera libros religiosos.A estas alturas, crees que sea posible que tuviera ganas de rezar?Ahí nació el filósofo que algunos insisten que fui, pero ahí murió el hombre que pudo amar.Nunca más pude dormir tranquilo, ni jamás supe amar después de Katte. Luego me casaron con una dulce bobalicona, Isabel Cristina, y aunque fui adorado por mi esposa, nunca pude sentir nada ni hacerle hijos. Goberné y me llamaron el Grande, el forjador de lo que hoy es mi nación, pero en realidad, aunque mi palacio se llamaba Sans Souci(o se sin preocupaciones),no fui más que una cáscara tenue de lo que pude haber sido.Incluso cuando me fui, tras aguantar almorranas, y unos dolores espantosos en una de mis piernas, no tuve paz. Ni la he tenido a través de tantos años de no existir más que como una referencia de la historia.Al irme aquella vez en 1786, sentí que mi esencia o alma o como le querrás llamar, huyó de mi piel hacia un túnel que parecía la boca abierta de Katte cuando murió decapitado. Lo he buscado por doquier en esta nada en que ahora gravito, y recurro ahora a todo, incluso a sacarte de tu merecido sueño para que si por casualidad, como un ente transparente y gentil que navega entre el tráfico , los pelos rojos de tus gatos y el crepúsculo, Katte regresa, sepa que lo busco.Que sepa que nunca me resignaré a perderlo del todo.No crees que me he justificado por haberte molestado aún sabiendo que no debí causarte más dolor del que ya tienes? No dices nada, Vilma.Solo tienes ganas de llorar, aunque la tragedia nunca haya tocado tu vida a como me la desbarató a mí.Perdóname, perdónale a tu Fritz esta molestia, y sigue hablando de mí ante tus alumnos con amor y ternura, menciona que amaba los gatos como tú, tu colega como historiador y militar.Pero cuando digas que Federico II el Grande de Prusia fue un gran rey, piénsalo bien. Me gusta el halago, pero recuerda cuánto sufrí y aún padezco por lo que fui. Ahora guarda tu cuaderno y tu piedad, vuelve a tu cama, déjame acomodarte la almohada de Pikachu bajo tu adolorida rodilla, las pastillas ya te van a hacer efecto y tu columna se enderezará, abraza a tu esposo y trata de dormir, que luego vas a plasmar esto por escrito aunque al hacerlo, quizás tengas unas ganas muy sonrientes de llorar y unos antojos muy lacrimosos de sonreír porque al fin,aunque fuera así y me tildes un poco de sádico, nos conocimos.”
Fritz, a través de Cecilia Ruiz de Ríos.
25 de octubre de 2003.
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