El Padre de la antropometría: Alphonse Bertillon
Cecilia Ruiz de Ríos
Cuando el gran detective francés Alphonse Bertillon vino al mundo un 23 de abril de 1853, pocos criminales se imaginaban que el mundo pronto se iba a hacer un sitio más difícil donde hacer malabares y quedar impunes. Su papa era el especialista en estadísticas y galeno Louis Bertillon y su hermano mayor nada menos que el demógrafo Jacques Bertillon. En primaria, Alphonse no era el mejor alumno, y a menudo su carácter distraído e indolente le metió en líos. Lo consideraban la oveja negra de la familia y a menudo su papa le rugía que nunca iba a llegar a triunfar en la vida y que sería una mediocridad de peso pesado.
En realidad Alphonse no sabía lo que quería en la vida cuando estaba chavalo, pero la oportunidad de averiguar se dio cuando se lo llevó el servicio militar. Fue a dar a la aburrida ciudad de Clermont-Ferrand y para aprovechar el tiempo que le sobraba, se iba en las noches a las clases de medicina en una universidad local.
Ahí se enamoró de las calaveras, algo que fascinaba también a su adusto señor padre. Al acabar el servicio militar tuvo que colgarse de las influencias de su papi para conseguir un puesto de mediopelo en la seguridad francesa. Ahí se dio cuenta que la mediocridad, el tortuguismo y la burocracia se había apoderado de la seguridad francesa, y que muchos delincuentes se burlaban en grande de la ley pues no había récords fidedignos de sus características. Bastaba que un balandro se cambiara el tono del pelo o se pusiera anteojos y los policías no lo reconocían.
En medio del tedio de ser un empleado público colocado en una de las oficinas más inoperantes del país, Alphonse comenzó a recordar lo que había aprendido en Clermont-Ferrand con sus adoradas calaveras. Habían medidas del ser humano que jamás cambiaban, sin importar la edad o el peso o cirugías: entre ellas la anchura de la cabeza, la oreja derecha, el dedo medio de la mano izquierda...si esas medidas eran tomadas de los criminales, estos serían reconocidos al ser reincidentes.
A 8 meses de haber entrado a la seguridad francesa, y con 31 años encima, Alphonse ideó lo que sería el fundamento de la antropometría, ciencia que mide al ser humano en sus diversas características. Para colmo tuvo el mal tino de caerle mal al mediocre mayor de todos: el prefecto de policía Andrieux. Cuando Alphonse, burbujeante de entusiasmo, le presentó al tipo su sistema, solo se ganó una regañada olímpica. La segunda vez que presentó su idea, ya perfeccionada, la cosa fue peor, porque el iracundo y tortugoso Andrieux mandó una nota al padre de Alphonse para que regañara al “lunático”. Bertillon padre mandó a traer a su hijo casi de las orejas, rezongando que perdería el empleo si seguía de necio. Pero Alphonse solo le pidió al autor de sus días que lo escuchara, y cuando Alphonse terminó de explicar su método, el primer fanático era su mismito padre. Este era el primer sistema científico que la policía utilizaría para medir a los criminales y aunque luego el sistema de huellas dactilares iría suplantando al de la antropometría, las huellas que habría de dejar Alphonse Bertillon como el más grande detective de la historia serían inmarcesibles. Pero el jefe-ogro de Alphonse no daría su brazo a torcer y por esa pura tozudez brutal que muchas veces tienen los policías que son analfabestias, se negó a implementar el método de Alphonse. Tres años luego, Andrieux salió de su puesto y fue reemplazado por un tipo de apellido Camescasse, quien al parecer era un poco más letrado de que antecesor.
Alphonse nuevamente expuso su sistema y Camescasse le dio tres meses para que probara que con su método podría identificar a un reicidente. Si fallaba, Alphonse debería guardar silencio...y no seguir insistiendo.
Alphonse en su tiempo libre se iba a la prisión de La Santé en París, y ahí tomaba medidas mientras presos y policías por igual se orinaban de la risa burlándose de él. Tatuajes, cicatrices y anomalías eran tomadas en cuenta en sus medidas. Fórmulas que aplicaban a una sola persona se derivaban de las medidas. El tiempo galopaba y cuando Alphonse ya estaba en alitas de cucarachas, pudo identificar a un tipo de apellido Dupont, a fines de febrero de 1883. Tras tomarle medidas, el tipo resultó ser el reincidente Martin, quien ya tenía enorme cola que pisarle en asuntos policiales. El prefecto de policía de ascendió, le subió el salario y la prensa lo asediaba. En 1885 la seguridad francesa adoptó oficialmente el método de Alphonse,y para 1888 era el mandamás del departamento de identificación de la seguridad en Francia.
Para entonces, ya tenía 6 años de haberse topado al amor en la persona de una joven chela con acento vienés, a quien conoció en la Rue Rivoli: Amelia Notar. La muchacha era miope y como andaba sin anteojos, le pidió que la ayudara a cruzar la calle. Fue un coup de foudre para él. Amelia había llegado a París buscando vida ahí, y era maestra de alemán. Para no espantarla, Alphonse le pidió que le diese clases de alemán y así poderla conquistar bien. Ya bien remunerado en la seguridad, Alphonse le pidió boda y no fue rechazado. Fue obscenamente feliz con su austríaca, y le encantaba ir de pesca, a nadar o a navegar en bote.
.Pocos errores pueden achacársele a este barbudo hermoso y perfeccionista que fue Alphonse, pero cuando se dio el vergonzoso caso de Alfred Dreyfuss, un capitán judío de artillería acusado de vender secretos militares a Alemania durante la bochornosa Guerra Franco-Prusiana que le costó el trono al imbécil de Napoleón III, fue llamado a dar su dictamen sobre una nota que supuestamente habia escrito el judío. La nota fue falsificada por el mayor Henri, quien luego se suicidó, pero Alphonse, quien no era calígrafo, dio un diagnóstico equivocado. Sería un error que lo mortificaría toda su vida.
Para 1884 la policía inglesa y americana habían adoptado el bertillonage, que es a como se llamó originalmente al método de antropometría. Luego siguieron otros países europeos.A Alphonse también se le debe el desarrollo de la foto policial o mug shots, en las cuales se toma en cuenta el perfil del delincuente. Alphonse también insistió en tomar fotos de la escena del crimen, e incorporó sus vastos conocimientos sicológicos para analizar a los criminales. .
A él le debemos muchas pruebas forenses, incluyendo el análisis de escritura, el uso de compuestos galvanoplásticos para preservar huellas, el análisis balístico y el uso del dinamómetro, que es para determinar con cuánta fuerza se penetró a un local.
La fama fue generosa con Alphonse. El entonces príncipe de Gales-luego Eduardo VII de Inglaterra-le visitó en el laboratorio de la seguridad para pedirle que le midiera un criminal, el zar Nicolás II de Rusia le mandó un reloj de oro, la reina Victoria le dio una medalla, los chefs crearon tortas Bertillon y bananos flambeé Alphonse, las coristas cantaban estrofas en el Moulin Rouge loando los logros de Alphonse, y los gobiernos de Suecia y Austria lo condecoraron. A los 61 años, la muerte se lo llevó en un 13 de febrero de 1914 en Suiza. Tres días más tarde, su funeral en París eclipsó incluso a los brindados a estadistas.
No era para menos. El aporte del barbudo sencillo y trabajólico quien nació en París fue aprovechado por los verdaderos guardianes del orden a nivel mundial, y no pierdo las esperanzas que en Nicaragua algún día nuestras “fuerzas del orden” aprendan a leer y sepan de los gloriosos triunfos de este gran detective francés, y mejor aún, los pongan genuinamente en práctica!
Cecilia Ruiz de Ríos
Cuando el gran detective francés Alphonse Bertillon vino al mundo un 23 de abril de 1853, pocos criminales se imaginaban que el mundo pronto se iba a hacer un sitio más difícil donde hacer malabares y quedar impunes. Su papa era el especialista en estadísticas y galeno Louis Bertillon y su hermano mayor nada menos que el demógrafo Jacques Bertillon. En primaria, Alphonse no era el mejor alumno, y a menudo su carácter distraído e indolente le metió en líos. Lo consideraban la oveja negra de la familia y a menudo su papa le rugía que nunca iba a llegar a triunfar en la vida y que sería una mediocridad de peso pesado.
En realidad Alphonse no sabía lo que quería en la vida cuando estaba chavalo, pero la oportunidad de averiguar se dio cuando se lo llevó el servicio militar. Fue a dar a la aburrida ciudad de Clermont-Ferrand y para aprovechar el tiempo que le sobraba, se iba en las noches a las clases de medicina en una universidad local.
Ahí se enamoró de las calaveras, algo que fascinaba también a su adusto señor padre. Al acabar el servicio militar tuvo que colgarse de las influencias de su papi para conseguir un puesto de mediopelo en la seguridad francesa. Ahí se dio cuenta que la mediocridad, el tortuguismo y la burocracia se había apoderado de la seguridad francesa, y que muchos delincuentes se burlaban en grande de la ley pues no había récords fidedignos de sus características. Bastaba que un balandro se cambiara el tono del pelo o se pusiera anteojos y los policías no lo reconocían.
En medio del tedio de ser un empleado público colocado en una de las oficinas más inoperantes del país, Alphonse comenzó a recordar lo que había aprendido en Clermont-Ferrand con sus adoradas calaveras. Habían medidas del ser humano que jamás cambiaban, sin importar la edad o el peso o cirugías: entre ellas la anchura de la cabeza, la oreja derecha, el dedo medio de la mano izquierda...si esas medidas eran tomadas de los criminales, estos serían reconocidos al ser reincidentes.
A 8 meses de haber entrado a la seguridad francesa, y con 31 años encima, Alphonse ideó lo que sería el fundamento de la antropometría, ciencia que mide al ser humano en sus diversas características. Para colmo tuvo el mal tino de caerle mal al mediocre mayor de todos: el prefecto de policía Andrieux. Cuando Alphonse, burbujeante de entusiasmo, le presentó al tipo su sistema, solo se ganó una regañada olímpica. La segunda vez que presentó su idea, ya perfeccionada, la cosa fue peor, porque el iracundo y tortugoso Andrieux mandó una nota al padre de Alphonse para que regañara al “lunático”. Bertillon padre mandó a traer a su hijo casi de las orejas, rezongando que perdería el empleo si seguía de necio. Pero Alphonse solo le pidió al autor de sus días que lo escuchara, y cuando Alphonse terminó de explicar su método, el primer fanático era su mismito padre. Este era el primer sistema científico que la policía utilizaría para medir a los criminales y aunque luego el sistema de huellas dactilares iría suplantando al de la antropometría, las huellas que habría de dejar Alphonse Bertillon como el más grande detective de la historia serían inmarcesibles. Pero el jefe-ogro de Alphonse no daría su brazo a torcer y por esa pura tozudez brutal que muchas veces tienen los policías que son analfabestias, se negó a implementar el método de Alphonse. Tres años luego, Andrieux salió de su puesto y fue reemplazado por un tipo de apellido Camescasse, quien al parecer era un poco más letrado de que antecesor.
Alphonse nuevamente expuso su sistema y Camescasse le dio tres meses para que probara que con su método podría identificar a un reicidente. Si fallaba, Alphonse debería guardar silencio...y no seguir insistiendo.
Alphonse en su tiempo libre se iba a la prisión de La Santé en París, y ahí tomaba medidas mientras presos y policías por igual se orinaban de la risa burlándose de él. Tatuajes, cicatrices y anomalías eran tomadas en cuenta en sus medidas. Fórmulas que aplicaban a una sola persona se derivaban de las medidas. El tiempo galopaba y cuando Alphonse ya estaba en alitas de cucarachas, pudo identificar a un tipo de apellido Dupont, a fines de febrero de 1883. Tras tomarle medidas, el tipo resultó ser el reincidente Martin, quien ya tenía enorme cola que pisarle en asuntos policiales. El prefecto de policía de ascendió, le subió el salario y la prensa lo asediaba. En 1885 la seguridad francesa adoptó oficialmente el método de Alphonse,y para 1888 era el mandamás del departamento de identificación de la seguridad en Francia.
Para entonces, ya tenía 6 años de haberse topado al amor en la persona de una joven chela con acento vienés, a quien conoció en la Rue Rivoli: Amelia Notar. La muchacha era miope y como andaba sin anteojos, le pidió que la ayudara a cruzar la calle. Fue un coup de foudre para él. Amelia había llegado a París buscando vida ahí, y era maestra de alemán. Para no espantarla, Alphonse le pidió que le diese clases de alemán y así poderla conquistar bien. Ya bien remunerado en la seguridad, Alphonse le pidió boda y no fue rechazado. Fue obscenamente feliz con su austríaca, y le encantaba ir de pesca, a nadar o a navegar en bote.
.Pocos errores pueden achacársele a este barbudo hermoso y perfeccionista que fue Alphonse, pero cuando se dio el vergonzoso caso de Alfred Dreyfuss, un capitán judío de artillería acusado de vender secretos militares a Alemania durante la bochornosa Guerra Franco-Prusiana que le costó el trono al imbécil de Napoleón III, fue llamado a dar su dictamen sobre una nota que supuestamente habia escrito el judío. La nota fue falsificada por el mayor Henri, quien luego se suicidó, pero Alphonse, quien no era calígrafo, dio un diagnóstico equivocado. Sería un error que lo mortificaría toda su vida.
Para 1884 la policía inglesa y americana habían adoptado el bertillonage, que es a como se llamó originalmente al método de antropometría. Luego siguieron otros países europeos.A Alphonse también se le debe el desarrollo de la foto policial o mug shots, en las cuales se toma en cuenta el perfil del delincuente. Alphonse también insistió en tomar fotos de la escena del crimen, e incorporó sus vastos conocimientos sicológicos para analizar a los criminales. .
A él le debemos muchas pruebas forenses, incluyendo el análisis de escritura, el uso de compuestos galvanoplásticos para preservar huellas, el análisis balístico y el uso del dinamómetro, que es para determinar con cuánta fuerza se penetró a un local.
La fama fue generosa con Alphonse. El entonces príncipe de Gales-luego Eduardo VII de Inglaterra-le visitó en el laboratorio de la seguridad para pedirle que le midiera un criminal, el zar Nicolás II de Rusia le mandó un reloj de oro, la reina Victoria le dio una medalla, los chefs crearon tortas Bertillon y bananos flambeé Alphonse, las coristas cantaban estrofas en el Moulin Rouge loando los logros de Alphonse, y los gobiernos de Suecia y Austria lo condecoraron. A los 61 años, la muerte se lo llevó en un 13 de febrero de 1914 en Suiza. Tres días más tarde, su funeral en París eclipsó incluso a los brindados a estadistas.
No era para menos. El aporte del barbudo sencillo y trabajólico quien nació en París fue aprovechado por los verdaderos guardianes del orden a nivel mundial, y no pierdo las esperanzas que en Nicaragua algún día nuestras “fuerzas del orden” aprendan a leer y sepan de los gloriosos triunfos de este gran detective francés, y mejor aún, los pongan genuinamente en práctica!
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