Hidari Jingoro: el padre de los inefables nemurinekos
Cecilia Ruiz de Ríos
Yo me infatué de una vez por todas con el gran escultor nipón Hidaro Jingoro cuando la embajada japonesa en París presentó una colección de esculturas y grabados en las que se enfatizaba los nemurinekos, que en sencillo idioma japonés significa gatos durmientes. Al arribar a otra efemérides mundial del Día del Gato, le brindo el charro al autor del inmarcesible gato que posa sobre la tumba de Ieyasu Tokugawa esperando que el increíble shogún regrese del más allá.
Hidari Jingoro nació en el siglo XVII en un Japón donde aún se escuchaban las espadas gloriosas de los legendarios samuráis y se asomaba una época de crecimiento interno y unificación del Imperio del Sol Naciente gracias a los pujos de los grandes líderes como Oda Nobunaga, su amigo Toyotomi Hideyoshi y finalmente Ieyasu Tokugawa, quien hasta falsificó su linaje afirmando ser azulejo Minamoto para poder mangonear como shogún. Hidari no era muy alto, pero tenía una cara gatuna, preciosa, y un cabello como seda color cuervo. Se calcula que vino al mundo en casa de una familia de artesanos alrededor de 1582, y estaba destinado a mostrar su talento desde pequeñito. Viendo que usaba la manito izquierda más que la derecha le nombraron Hidari, que significa zurdo. Amó a los gatos desde tierno, y con el correr de los años se convirtió en excelso ebanista, tremendo escultor y en resumen excelente artista. Su trabajo no podía pasar desapercibido hacia 1596 cuando Ieyasu Tokugawa se dio cuenta que no solo tenía ante sí a un refinado artista, sino que tenían en común en amor desmedido por los gatos. Al ascender al mando en 1600 como shogún, Ieyasu aprovechó sus plenos poderes para convertirse en patrocinador del genial escultor.
Hidari ya arrastraba una leyenda descomunal gracias a su enorme talento. Se dijo que una vez que halló una mujer “insoportablemente” bella, hizo una escultura de la susodicha. Cuando Hidari comenzó a beber sake ante la escultura, en medio de su borrachera creyó ver que su obra se movía. Al inicio la obra solo imitaba los movimientos de su creador, pero luego tuvo acción propia y se enamoró de su creador ya que el alma de la dama, al ver que como escultura era más bella, se trasladó del cuerpo de carne y hueso hacia la obra maestra. Linda leyenda, pero en realidad Hidari se casó siendo muy joven con una mujer común y corriente llamada Thaka.
El shogún Tokugawa, quien entre otras cosas fue un gran patrono de las artes, no pudo contenerse al escuchar referencias de él y ver parte de sus obras. El gobernante pidió que Hidari entrara en contacto con él. Hidari ni corto ni perezoso se personó ante el hombre más poderoso del Japón llevándole tallada en madera una escultura muy similar a Val, la primera gata que el shogún tuvo cuando era muy joven. El mandamás y el escultor zurdo se cayeron de perlas apenas se vieron Hidari. Hidari comenzó a crear su famosa colección de nemurinekos-gatos durmientes- en madera y esmalte, y cuando el shogún adquirió a la legendaria Taíno (en cuya apariencia está basada el emporio de la presente Hello Kitty), Hidari comenzó a producir incontables versiones de la mimada animalita en todo tipo de postura y con los más variados adornos.
Ieyasu se retiraría del gobierno en 1605 dejando en manos de su hijo Hidetada las riendas del mando, y moriría en 1616. Antes de irse de este valle de lágrimas, el multifacético gobernante encargó que su tumba en Nikko, Tosho Gu fuera decorada por Hidari Jingaro. Le especificó que deseaba que Taíno, convertida en escultura, velara encima de la entrada del mausoleo, durmiente pero vigilante, para mientras ambos pudieran reunirse por fin en el más allá.
En realidad Hidari se tomó algunas libertades con la escultura de la borluda Taíno(era de raza bobtail, o chinga, japonesa), quien sobrevivió a su “socio” el shogún por casi 5 años más. Primero que nada Hidari le puso cola y la hizo gris, cuando las ilustraciones de otros artistas de la corte del shogún, con menos imaginación y quizás menos talento que el sublime zurdo, en realidad era rechoncha, blanca, y con algunas manchas café rojizas y negras en el cuerpo y cola.
Sin embargo, las licencias que Hidari se tomó con la gata más adorada de la historia solo sirvieron para dejarnos un monumento conmovedor a la ternura inmarcesible entre humano y miácido.
Hidari moriría a causa de hipertensión arterial en 1644, mucho después que su mejor benefactor hubiese muerto en 1616. Tras de sí dejó la leyenda de un extraño hombre ambidextro para escribir, ya que al igual que el incomparable Leonardo Da Vinci del renacimiento italiano, podía escribir con ambas manos al mismo tiempo.
El maestro Hidari además practicaba el kendo, o esgrima nipona, y tuvo como teacher en ese difícil arte marcial a Tatsumasa Yamazaki de la escuela Tomita. Hidari además fue aprendiz del arquitecto en jefe de la corte imperial en Kyoto, Hokyo Yoheii Yusa, quien probablemente fue quien lo recomendó al shogún. Ingenioso y muy innovador, Hidari inventó un candelabro automático que se rellenaba solo de cera y a la vez servía de adorno. Hidari solía pasar largos ratos observando a sus gatos y los miácidos del shogún, y en una ocasión paso 8 meses en retiro solo con sus felinos aprendiendo los movimientos de los animalitos. Hidari, al igual que su patrono el shogún, estaba convencido que los gatos eran mensajeros de una deidad universal, y por esos los respetaba y adoraba como si fueran dioses. Lástima que los genios como Hidari, dotados de una profunda ternura y consideración hacia los animales, no se den en palo de guayaba. Sin embargo, todos los que amamos con pasión a los gatos-los animales más perfectos de la chibolita del mundo- celebramos la existencia de ellos reconociendo su valor dentro de la historia, y al lado de uno en este valle de lágrimas, corrupción y gazmoñerías que es el mundo.
Cecilia Ruiz de Ríos
Yo me infatué de una vez por todas con el gran escultor nipón Hidaro Jingoro cuando la embajada japonesa en París presentó una colección de esculturas y grabados en las que se enfatizaba los nemurinekos, que en sencillo idioma japonés significa gatos durmientes. Al arribar a otra efemérides mundial del Día del Gato, le brindo el charro al autor del inmarcesible gato que posa sobre la tumba de Ieyasu Tokugawa esperando que el increíble shogún regrese del más allá.
Hidari Jingoro nació en el siglo XVII en un Japón donde aún se escuchaban las espadas gloriosas de los legendarios samuráis y se asomaba una época de crecimiento interno y unificación del Imperio del Sol Naciente gracias a los pujos de los grandes líderes como Oda Nobunaga, su amigo Toyotomi Hideyoshi y finalmente Ieyasu Tokugawa, quien hasta falsificó su linaje afirmando ser azulejo Minamoto para poder mangonear como shogún. Hidari no era muy alto, pero tenía una cara gatuna, preciosa, y un cabello como seda color cuervo. Se calcula que vino al mundo en casa de una familia de artesanos alrededor de 1582, y estaba destinado a mostrar su talento desde pequeñito. Viendo que usaba la manito izquierda más que la derecha le nombraron Hidari, que significa zurdo. Amó a los gatos desde tierno, y con el correr de los años se convirtió en excelso ebanista, tremendo escultor y en resumen excelente artista. Su trabajo no podía pasar desapercibido hacia 1596 cuando Ieyasu Tokugawa se dio cuenta que no solo tenía ante sí a un refinado artista, sino que tenían en común en amor desmedido por los gatos. Al ascender al mando en 1600 como shogún, Ieyasu aprovechó sus plenos poderes para convertirse en patrocinador del genial escultor.
Hidari ya arrastraba una leyenda descomunal gracias a su enorme talento. Se dijo que una vez que halló una mujer “insoportablemente” bella, hizo una escultura de la susodicha. Cuando Hidari comenzó a beber sake ante la escultura, en medio de su borrachera creyó ver que su obra se movía. Al inicio la obra solo imitaba los movimientos de su creador, pero luego tuvo acción propia y se enamoró de su creador ya que el alma de la dama, al ver que como escultura era más bella, se trasladó del cuerpo de carne y hueso hacia la obra maestra. Linda leyenda, pero en realidad Hidari se casó siendo muy joven con una mujer común y corriente llamada Thaka.
El shogún Tokugawa, quien entre otras cosas fue un gran patrono de las artes, no pudo contenerse al escuchar referencias de él y ver parte de sus obras. El gobernante pidió que Hidari entrara en contacto con él. Hidari ni corto ni perezoso se personó ante el hombre más poderoso del Japón llevándole tallada en madera una escultura muy similar a Val, la primera gata que el shogún tuvo cuando era muy joven. El mandamás y el escultor zurdo se cayeron de perlas apenas se vieron Hidari. Hidari comenzó a crear su famosa colección de nemurinekos-gatos durmientes- en madera y esmalte, y cuando el shogún adquirió a la legendaria Taíno (en cuya apariencia está basada el emporio de la presente Hello Kitty), Hidari comenzó a producir incontables versiones de la mimada animalita en todo tipo de postura y con los más variados adornos.
Ieyasu se retiraría del gobierno en 1605 dejando en manos de su hijo Hidetada las riendas del mando, y moriría en 1616. Antes de irse de este valle de lágrimas, el multifacético gobernante encargó que su tumba en Nikko, Tosho Gu fuera decorada por Hidari Jingaro. Le especificó que deseaba que Taíno, convertida en escultura, velara encima de la entrada del mausoleo, durmiente pero vigilante, para mientras ambos pudieran reunirse por fin en el más allá.
En realidad Hidari se tomó algunas libertades con la escultura de la borluda Taíno(era de raza bobtail, o chinga, japonesa), quien sobrevivió a su “socio” el shogún por casi 5 años más. Primero que nada Hidari le puso cola y la hizo gris, cuando las ilustraciones de otros artistas de la corte del shogún, con menos imaginación y quizás menos talento que el sublime zurdo, en realidad era rechoncha, blanca, y con algunas manchas café rojizas y negras en el cuerpo y cola.
Sin embargo, las licencias que Hidari se tomó con la gata más adorada de la historia solo sirvieron para dejarnos un monumento conmovedor a la ternura inmarcesible entre humano y miácido.
Hidari moriría a causa de hipertensión arterial en 1644, mucho después que su mejor benefactor hubiese muerto en 1616. Tras de sí dejó la leyenda de un extraño hombre ambidextro para escribir, ya que al igual que el incomparable Leonardo Da Vinci del renacimiento italiano, podía escribir con ambas manos al mismo tiempo.
El maestro Hidari además practicaba el kendo, o esgrima nipona, y tuvo como teacher en ese difícil arte marcial a Tatsumasa Yamazaki de la escuela Tomita. Hidari además fue aprendiz del arquitecto en jefe de la corte imperial en Kyoto, Hokyo Yoheii Yusa, quien probablemente fue quien lo recomendó al shogún. Ingenioso y muy innovador, Hidari inventó un candelabro automático que se rellenaba solo de cera y a la vez servía de adorno. Hidari solía pasar largos ratos observando a sus gatos y los miácidos del shogún, y en una ocasión paso 8 meses en retiro solo con sus felinos aprendiendo los movimientos de los animalitos. Hidari, al igual que su patrono el shogún, estaba convencido que los gatos eran mensajeros de una deidad universal, y por esos los respetaba y adoraba como si fueran dioses. Lástima que los genios como Hidari, dotados de una profunda ternura y consideración hacia los animales, no se den en palo de guayaba. Sin embargo, todos los que amamos con pasión a los gatos-los animales más perfectos de la chibolita del mundo- celebramos la existencia de ellos reconociendo su valor dentro de la historia, y al lado de uno en este valle de lágrimas, corrupción y gazmoñerías que es el mundo.
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