Bienvenidos a El Mundo según Cecilia

Ni en broma ni en serio sino que en ambas formas y gracias a la guìa de mi hija Elizabeth, aquì estoy dando a luz a mi cuarta intervenciòn en Internet, siendo mis anteriores websites www.cablenet.com.ni/historyarte , www.cablenet.com.ni/historia/histoper y www.cablenet.com.ni/rubendario .Soy Cecilia, historiadora y profesora de idiomas tan orgullosamente nicaraguense como nuestro rìo San Juan, tengo 48 años y 27 dìas al momento de comenzar este parto, y es un intento por saltarme la barrera de las censuras, derribar el muro de Berlìn de los convencionalismos gazmoños y evitar que mis aportes se vean entorpecidos por la mediocridad. Aquì encontrarèis mis artìculos sobre historia, mis relatos de terror que sacan tinta de la sangre de los campos de guerra de la Nicaragua violenta de los años80, mis pensamientos filosòficos y mi amor incondicional por los animales. Quizàs sea la màxima expresiòn del egocentrismo militante y el sadismo utilitario, pero os prometo que no estarèis indiferente a nada, que ya es algo en este mundo de tedio y aburrimiento. Pasad adelante y gozad, o a como dicen los "cops" en Estados Unidos: Relax and enjoy it!
Cecilia Ruiz de Ríos
31 de octubre de 2007,Managua


jueves, 22 de noviembre de 2007



LA SENDA QUE NO TOME (PEDIRLE AL TIEMPO QUE VUELVA)

Para Félix Rubén García Sarmiento.

“Dos caminos se presentaban ante mí en la bifurcación del bosque, y lamentando que no podía tomar ambos, tomé el menos transitado, y eso ha hecho toda la diferencia.” Robert Lee Frost, La Senda que no tomé.

A veces los humanos andamos tan ciegos y sordos que no nos damos cuenta cuando la vida, el destino, karma, kismet, o dios si aún estás en estado creyente, nos pone una bifurcación en nuestro camino. Yo estaba destinada a ser el Lázaro Spallanzanni nicaragüense, solo que con cara de muñeca criolla y un trasero más rotundo, pero las lágrimas que me hicieron derramar a escondidas cuando tenía 16 años fueron soltadas para nada. Permití que los inquisidores modernos que formaban parte de la directiva de mi colegio caro y represivo me dijeran que yo jugaba a ser dios, que me creía con derecho a alterar toda la naturaleza con mi experimento de rosas injertas, y no me dejaron ni enseñarles que todo el experimento no era nada nuevo pues estaba en un sencillo manual de jardinería del sultán Mehmet II el Conquistador. De esa forma, mi experimento de injertos de rosas que tanta plata, sudor y desvelo me había costado, fue descalificado de la feria de ciencia y tuve que soportar la rimbombante vergüenza de ganar la competencia con un vodka hecho de papas (por supuesto, los jueces se pusieron más bolos que chanchos irlandeses floreados arreados por San Patricio) y para consolación, premio de segundo lugar por haberle curado el acné galopante a mi ex novio Yoni con tratamiento novedoso(el cual consistía en untarle avena mezclada con su propio semen, pero mi papá me advirtió que no mencionara tan escabrosos detalles). Al haber aceptado esos premios, me sentí peor que las putas del Palo de Gato del Mercado Oriental, y así torcí mi futuro de experimentador de la genética. Adiós Goyito Mendel, adiós Spallanzanni, si te he visto, adiós amor, que te vaya bien, que te parta un rayo que te pase un tren. Nunca el laboratorio para mí, no más bombas de contacto hechas inocentemente con elementos robados por la tarde del surtido laboratorio escolar. Esa fue una bifurcación en la senda de mi vida que no supe analizar, y hoy tengo que contentarme con los resultados de haber tomado un camino más transitado que incluye los honores pueriles de que me llamen Khurrem Alden , vice rectora académica de una universidad a la que no le quieren dar ningún porcentaje(qué menos el 6%), y que me digan doctora ya está listo su té negro y la esperan tres alumnos en su despacho.
Me estiro antojándome de ser gato aletargado y feliz. No soy ni lo uno ni lo otro. No solo me equivoqué de camino, prefiriendo escribir sobre ciencia y filosofía que meter las narices en un laboratorio, sino que parece que en todas las sendas por tomar di la vuelta antes o después de tiempo, y por ende tengo moretones, cicatrices y cardenales de los golpes en el cuerpo de un alma que no estoy segura aún tener. Resultaría pavoroso para los miles de estudiantes de esta universidad si me escucharan decir que solo cagada tras cagada he cometido. Y me perdonan el lenguaje poco académico, que me obligaría a espeluznarme en público aunque me regocije en privado si oigo a uno de mis malpagados docentes hablar así delante de los muchachos en el aula. Cómo que cagada tras cagada...podrían algún día, si ruedo tan alto, oir que me llamen señora reptora en lugar de señora vice rectora? Llegué a rastras hasta donde estoy? Cómo es posible, dirían los muchachos quienes aún el día de la matrícula no tenían ni la más china idea qué carrera iban a estudiar, y menos con esos resultados catastróficos en el examen de ubicación? Pero si es La Khurrem Alden, con sus canas prematuras que le dan un aire de marciano en desgracia(ahora los marcianos no son hombrecillos verdes enanos, son como una mujer de mediana edad, premenopáusica con unas hebras de luna y una tos que ningún doctor le quita). La Khurrem Alden, la esposa del rubio y pleitisto Itamar Calderón, el que si no pierde un caso lo enreda, y la mamá de Nurbanu y Kosem Calderón Alden, las espantosas gemelas que solo sacan cien en los exámenes y hablan como siete idiomas, pero solo han tenido un novio por cabeza desde que se bachilleraron, para que tengan una idea lo desquiciadas que están hasta ellas cuando en la variedad está el gusto, las muy pendejas. La Khurrem Alden que tiene un cerro de libros publicados, y de buena editorial, pasta lustrosa.
Fracaso? No jodás, así quiero fracasar yo.
Cómo explicarle a alguien lo jodido que es ser yo, precisamente por haber tomado la senda que no me correspondía? No faltará quien diga, esta mujer hijueputa solo sarna que rascarse le falta, gana un cachipil de reales, tiene marido, hijas, mascotas modelo, y una sesera que no es jugando. Y se queja? Pero toda esta roña viene porque hoy el día está particularmente nublado-medida exacta para buscar un pretexto lacrimoso-y tengo un ratito que me pertenece solo a mí después de contestar como 30 correos electrónicos. Hoy cumplió un año más de muerto Claudio Ahenobarba Granera, que era el trazador de la senda que podría haber sido la mía.
Ajá, la pescamos a la vieja. Tuvo un querido! Itamar tuvo pata de bolsa, ve que vieja más chancha , y se lo tenía tan zorrita, calladita .Mátalas callando, cara seria culo alegre. Ya me imagino a los chavalos murmurando. Yo conocí a Claudio Ahenobarba Granera, con su extraña pinta que lo asemejaba a Oda Nobunaga en versión quemada y su extraño nombre de patricio romano(como si fuera hermano o algo del horrible Nerón, clase de horrible), cuando el sesentón que él era entonces me mandó a llamar para hablar de un alumno que su empresa tenía becado en la universidad. Tras haber resuelto el caso del perennemente ausente Rolando Balmaceda, Claudio me había presentado su colección de libros de mi autoría, primorosamente preservados.
-Ni cuando era escolar guardé con tanta estimación los libros que usé en el colegio. Mis nietos han estudiado con ellos y yo se los he quitado tras cada año escolar para tenerlos conmigo. Son mágicos, Khurrem. Y yo soy su fanático número uno-dijo Claudio. No pude evitar el fijarme que la poca piel colgante que tenía por su barbilla le temblaba al decir esto.
Por primera vez en la vida me quedé sin poder contestar cosa alguna. Era inaudito. Nadie me dejaba con el pico cerrado a mí. Mis padres se quejaban que era una malcriada contestona, y los alumnos en la universidad le temían a una regañada mía a como mi marido le tenía pavor a los sapos. Cuando mi esposo me propuso matrimonio casi cae sentado al contestarle yo que aceptaba para premiarle por su buen gusto.-Errrrrr-balbuceé.
Sudando a mares, Claudio tomó una de mis manos y sentí que la suya estaba tan húmeda y helada como una ranita de estanque.-Quiero editar todos los libros que aún tengás por escribir, dame ese honor.
-Déjeme pensarlo, pero por favor, no se me muera encima del escritorio, le va a dar una embolia-atiné a expresar.
De esa forma, el acuerdo para publicar mis libros sobre filosofía e historia de los descubrimientos científicos dio sus primeros pasos. Esa tarde, al regresar a casa, le conté a mi esposo sobre el asunto, y mirando encima de sus lentes bifocales, solo me dijo:-Aprovechá a ese viejo para que te hagan un contrato más ventajoso que el que ya tenés con el loco de Alvin Centeno, quien además de tener peinado de peluca de puta es un explotador de mierda. No te portés lenta...si no lo echo preso. Acordáte lo que decía el cardenal Richelieu, que en solo un puñado de palabras él podía encontrar 7 cosas por las cuales mandar a alguien a la horca.
Ahí estaba otro lío. El corazón, o los sentimientos, o lo que uds. quieran llamar el asiento de los afectos, estaba inefablemente vinculado al bolsillo en el caso de mi marido. Era incapaz de amar sin un signo de dólar. Era un adorador ciego del capitalismo y sus mieles-hieles. No preguntó nada más sobre Claudio. No le interesaba. Solo era importante si había perspectiva de mayores entradas económicas, fuera a como fuera. No que yo fuera una consorte gastona. Yo era lo más barato en cuestión de costos. Era vegetariana, mis padres habían muerto en un choque de trenes en lo que fue Yugoslavia, detestaba la ropa de marcas caras y no bebía licor ni fumaba. Itamar Calderón era completamente otro asunto. Ruidoso y rimbombante, era una obligación mantener una imagen de ricachón descuidado, y solo hay una palabra que describe sus gustos y no es en español: ayúdenme, es jaded. Jaded sería con el gusto hastiado por tantos excesos. El amor apasionado por el lujo incluía que las mellizas se vistieran como princesas, gastaran en obsequios costosos para los novios, y fueran al salón de belleza para hacerse la manicura que podían realizarse en casa. El amor por el lujo incluía que cuando Itamar tenía un asuntillo fuera de casa, debía ciertas atenciones a la concubina de turno, como proporcionarle perfume, pagarle el taxi de regreso a casa y dinerito para tonteritas, como poner los clasificados personales en La Prensa en los cuales decía la chica de turno Gracias Divino Niño por haberme conseguido un hombre de reales. La inercia que tanto mencionaba Sir Isaac Newton en su Principia operaba de maravillas en mi caso. Atolondrada, como adormilada, sencillamente nunca hallaba las energías o la determinación para huir de semejante situación en medio de una familia disfuncional. Siempre estaba demasiado ocupada haciendo otras cosas , preferiblemente hacer dinero que era la razón por la cual Itamar Calderón se llenaba la boca al decir Mi Esposssssssssssssssssa (siempre con un siseo muy castizo, olé). La mitad de una cama yerma, una cuarta parte de una mesa con plato y cubiertos, costaba a lo largo un dineral y no solo en metálico, sino que en costo emocional. A pesar de tanta aridez, jamás se me hubiera ocurrido buscar solaz fuera del tálamo nupcial y algunos conocedores del horror detrás del albayalde blanqueado de mi rostro público, me preguntaban por qué? Pues razonaba que si no podía lidiar con un hombre legalmente adquirido con mi obediencia y fidelidad, que a vista de todos lucía perfecto, cómo iba a tener apetito para lidiar con otro macho-perfecto o imperfecto-fuera de casa? No tenía aguante para tanto! Detestaba a los hombres por la capacidad enorme de infligir daño, pero tampoco me gustaban las mujeres. En resumen, como decía el dictador Tacho Somoza, estamos todos ustedes jodidos!
Tratando de ignorar las ausencias vespertinas inexplicadas de mi esposo o las pataletas de las mellizas(mamáaaaaaaaaaaaa, ya casi no pasás en casa! Aunque para qué me querían no sé, si siempre fueron las cómplices incondicionales de su padre), reuní todos los materiales publicables que tenía a mano. Efectivamente salían varios libros de ahí, solo era cuestión de corregir y montarles fotos. Sin fijarme en tanto detalle de cuánto devengaría por la edición de mis libros bajo la batuta de Claudio Granera, firmé el contrato al día siguiente de la propuesta que él me hiciera. Era un ambiente tan distinto al de la universidad estatal donde estaba de vice rectora académica. En la universidad no lograba ni escucharme a mí misma pensar. Claudio Granera me asignó una oficina para que trabajara el material, y había tanto silencio. Demasiado! Pronto se me ocurrió rellenar tanto silencio con mi música, la que nunca oía en casa porque Itamar prefería escuchar La Banda del Carro Rojo o las llorangas melosas de Camilo Sesto, y las niñas se morían por Britney Spears y las gárgaras de gato ahogado de Shakira.
Vivaldi, Dvorák, Bartók, Stravinsky, Giuliani, por fin. Iba tarde de por medio, y más que trabajo era algo relajante. En una ocasión estaba agobiada con tantas láminas de aves y flores para un texto científico, y Claudio Granera ofreció clasificar todo durante el fin de semana mientras yo daba clases en el sabatino de la universidad. Al devolverme el material clasificado solo había 2 errores entre 700 láminas, era increíble.-Yo también me frustré como científico, mi papá necesitaba un abogado para que lo sacara del tabo cada vez que agarraba sus bolencas y se lo llevaba preso la zaranda. Pero tuve chance de aprenderme las clasificaciones de reino para debajo de Carlos Linneo, los experimentos de Mendel, y la tabla periódica de Mendeleiev, y luego como la dejó Henry Moseley. Qué frustrante que Moseley se murió tan joven en la Primera Guerra Mundial, verdad?
Estaba impresionada. Normalmente los editores que había conocido editaban sin leer los libros que producían, eran solo cifras de utilidades, porcentajes y tiraje.
-Leíste Principia de Newton?-pregunté.
-Sí, y leyéndolo y viendo cuánto laboró, no me asusta que murió virgen-dijo Claudio ruborizándose. Era pasmoso que un hombre mayor de 60 años aún supiera sonrojarse.
-También leí el Manual de Jardinería de Mehmet II el Conquistador-me dijo con malicia.
Ay, Claudio, sacá la manota de la llaga! Un incómodo silencio me devoró la lengua. Quien diga que el tiempo cura todas las heridas es tan mentiroso que deberían de fusilarlo en una plaza pública. Hay caldos que nunca se enfrían. Respiré profundo para calmarme.-Mis hijas virtieron una leche condensada encime del viejo librito que tenía en casa. Eso fue hace 6 años. Cuando lloré por la pérdida ellas se desternillaron de la risa, y dijeron que era mejor que se hubiera estropeado el libro porque yo podía tener la tentación de recrear mi experimento escolar, y eso no les convenía, porque yo debía estar en la cocina haciendo pastelillos y no hurgando entre las rosas en un jardín-mencioné.
-De quién sacaron esos genes tan crueles?-espetó Claudio.
-Adivina adivinador-riposté, y con esa respuesta abrí las compuertas de una enorme represa de resentimientos. No todos los rencores que había pastoreado a lo largo de tantos años saltaron de golpe, sería mentirosa y pecaría de indiscreta, infidente, los trapos familiares se lavan en casa, primero la familia, omertá bambina dirían los sicilianos. Esa tarde no entraríamos en detalles Claudio y yo. Había demasiado que hacer con el primer libro que saldría con el sello de su editorial. Pero los puntos se habían salido de la piel, la herida estaba abierta y comenzaba a sangrar de nuevo. Como dicen demagógicamente las fundaciones seudobenéficas, una herida, una quemadura siempre duele. Duele para siempre, aunque uno no ande gritando ayayay y sobándose en público porque hay que tener pudor. Comencé a tenerle miedo a mi propio dolor acumulado desde la adolescencia, empeorado por la farsa de una imagen de felicidad a la medida.
Con el correr de los días, la misma aridez, el vacío emocional que sentía yo iba encontrando alivio en saber que Claudio Granera también estaba horriblemente apabullado por su vida aparentemente perfecta. Sus hijos ya estaban casados, tenían hijos propios, y él vivía con su esposa Manuela en una casa enorme y digna de fotografiar para la sección de decoración de Vanidades. Era el gerente amable, accesible, y sus trabajadores le adoraban. Ganaba buen dinero. Una tarde me dijo que quienes olíamos a incienso éramos maravillosos, pero no estábamos felices al momento de soltar ese aroma mezclado con nuestro sudor. El olor a incienso, en un ser humano, era evidencia innegable de sufrimiento, como las canas, afirmó con seguridad Claudio, quien ya tenía el pelo casi gris, como del color de los pastes de alambre con los cuales yo fregaba las pailas de acero tras hacer una sopa de cebolla.
Sonrió apenas, como queriendo decirme que no tenía una explicación lógica ni científica.-Hay cosas que no se pueden explicar aún con fórmulas, Khurrem. Yo había leído tus obras, escuchado comentarios de quienes fueron tus estudiantes, y ya sentía que te conocía. No hay fórmula química que explique el fanatismo que siento por la profesora Khurrem Alden, no es solo la acción atrevida de feromonas. Khurrem Alden para mí nunca se equivoca, aunque en tu vida hayas cometido la trastada de escoger otro camino que no es el que deseabas, y al casarte sacaste el acta matrimonial como licencia que autorice que te hagan todo el daño posible sin que el malhechor vaya a cadena perpetua por lo que hace.
Y te lo digo porque yo soy el experto en infelicidad. Nací como una máquina diseñada exclusivamente para hacer el ridículo. Si no llego a dormir Manuela se relame del gusto.

Claudio y yo gradualmente nos fuimos convirtiendo en el mutuo depositario de secretos y rencores, magulladuras emocionales y golpes en el alma, como diría Francoise Sagan en sus novelas. Nunca me faltaron los bates de chocolate Babe Ruth, la Fanta Uva, los chiles jalapeños rellenos de cuajada y las pasas rubias al lado de la computadora, y los llevaba personalmente Claudio Granera. El día de mi cumpleaños, mientras horas atrás mi esposo me había regalado el disgusto de recibir a una furcia llamada Gaudi en casa temblando de nervios al creer que la mujerzuela venía a increparle el estar casado aún, arribé a una oficina que se asemejaba súbitamente a un funeral de un mafioso o un político, lo cual viene a ser lo mismo.-Alagranputa y quién se murió?-espeté.
Sandra, la secretaria a la entrada de la oficina, dijo asombrada:-Pues usted, no es hoy su cumpleaños, doña Curri?
Curri, nunca me pudo llamar por mi nombre de reina turca, un poco más y me decía chanchito curro. Gladiolas, girasoles, rosas(Oro de Ofir, Filadelfia, Belleza Americana, triunfos y Príncipe Negro), tulipanes, rododendros, margaritas, campanillas azulejas, juanitas, jalacates, calas pálidas, geranios, pensamientos, Santa Marthas, San Josés radiantes de sol, chinarrosas, hasta moraditas de catapanzas, flores por doquier. Tenía ganas de lanzar un estridente chillido como mono en celo y columpiarme de las canastas y arreglos.-Y de donde sacaron tantas flores, Sandrita?
-Pues don Claudio limpió todas las floristerías de Managua, desde temprano tiene a la Rita ordenando las flores. Y hablando del rey de Roma, él que se asoma! Buenas, don Claudio.
-No sabía qué flores preferías, mujer, y no quise equivocarme. Felicidades, ya viene el queque, las gaseosas, el sorbete y no sé si pudieron conseguir mariachis-me dijo Claudio echándome un brazo encima del hombro.-Para colmo, mañana sale a la venta tu primer libro con sello de acá.
Yo estaba en lucha a brazo partido con las ganas enormes de llorar. Las mellizas ni se habían acordado de mi natalicio, y mi esposo, tras pasar el susto de verse visitado en casa por su amante, acabó balbuceando cualquier galimatía sobre un libro que me iba a dar pero que tenía que irlo a traer. Solamente Enrique de Navarra, el gato angora perteneciente a mi esposo, me había restregado la cola con más ahínco que de costumbre. Una vez que alguien tomó fotos y acabó la fiesta de mi cumpleaños-algo que nunca esperé tener porque si bien mis piñatas eran famosas en la vieja Managua, ya adulta jamás celebré y mas bien llegué a deplorar el haber nacido-Claudio se quedó conmigo en su oficina. –Lástima que tu papa y tu mama estén muertos. Me hubiera gustado agradecerles personalmente por el gran acierto de haberte hecho.
Esas eran las cosas que me hacían perder el equilibrio momentáneamente, hasta llegar a pensar que había la posibilidad que yo fuera como las ofertas, dos en uno. Tendría dos caras yo? Una detestable, despreciable, o inductora de una indiferencia antártica, que no era bienvenida en casa más que los días de pago, y otra amable, deseable que era la que Claudio veía..? -Qué es lo bueno de que yo haya nacido, Claudio?
-Solo la pregunta es necia! No te das cuenta de la alegría que has traído? Que no te aprecien por otro lado incluso aumenta mi felicidad, porque solo yo soy el único proveedor de gentilezas, de todo eso que siempre has merecido y que vos misma te has denegado al escoger la senda equivocada? Recordás aquella cita de Juan Alejandro de Normandía que dice “amo hasta a tus enemigos pues ellos propician que corras raudo a mis brazos”?
-Claudio, Claudio Ahenobarba-barba de bronce y ni siquiera tenés barba. Me abrumás. Aparte de mi padre nadie me ha abrumado así. Me dejás pendeja, echando baba o leche de sapo, no sé. Nunca he tenido poesía para decir las cosas. Y aunque te parezcás al unificador japonés Oda Nobunaga, y por ende no seás un adonis, quiero pedirte que me des por lo menos una de las fotos donde salís conmigo en el relajito que armaste hoy con mi cumpleaños. Y voy a ponerle alfileres para garantizar que sigás siendo mi fan. Aunque me da miedo.
-Khurrem, pase lo que pase no te olvidés que siempre hay regreso, que la senda se puede desandar. Dijo Toño Machado “caminante no hay camino, se hace camino al andar, golpe a golpe, verso a verso-dijo reclinándose en su silla negra ejecutiva.
Súbitamente una sombra pareció cruzar frente a Claudio. Un escalofrío doloroso subió por mi columna vertebral Y Claudio me miró atónito, con la piel de los antebrazos hecha carne de gallina, erizo:-Viste? Alguien caminó sobre mi tumba.Clase de horrible! Yo sé que lo sentiste vos también! Hasta se me pararon los pelos!
-Cuales pelos si sos más lampiño que un culo de botella de Coca Cola-le riposté sin pensar.
-Vos ya no te componés, Khurrem Alden. Pero no lo hagás, así estás...hecha a la medida-me dijo tratando de olvidar el escalofrío súbito que nos ensombreció la tarde momentáneamente. Tenía una expresión radiante en los ojos, como si el sol se le hubiera metido tras las negras pupilas. Pero noté que seguía con la piel eriza del miedo.

En casa todo seguía igual. Itamar insistió en darme un regalo que yo ya no quería. Confites en el infierno, hubiera dicho mi madre, quien fue obscenamente feliz con mi padre. También Itamar y las gemelas hostigaron hasta que Enrique de Navarra fue llevado al más elegante consultorio de veterinario-el de un venezolano que odiaba a Hugo Chávez y pensaba que Pérez Jiménez era lo máximo aunque lo hubieran derrocado por tirano-para perder sus cojones bajo anestesia exquisita y sábanas perfumadas, creo que con Miss Dior. de Christian Dior. Yo me preguntaba para qué habían decidido esterilizar al pobre miácido si con solo la atmósfera que se respiraba en casa era suficiente para neutralizarle la guevera o los ovarios a cualquiera, independientemente de que la cama donde yo dormía a menudo apestaba a ozono cuando estando yo ausente mi maridito se refocilaba con sus paramours en la tarde. No sé si era la responsabilidad recién adquirida de saber que alguien me consideraba infalible, como el dogma católico que dice que el papa nunca se equivoca, tuviera un efecto benéfico en mi gestión en la universidad. Perdí el color de implacable, de inflexible, de irritable que siempre tenía la razón. Le echaron ablandador a la mano de piedra de la Khurrem Alden. Ya sonríe, será que la van a despedir y como los funcionarios del estado solo sonríen cuando ya van para la calle y no serán más ministros? Ya no es prima hermana de Dios la vieja hijueputa! Y no me vas a creer, cuando vino la orquestita chilindrujera esa que dicen que son de cámara y malmataron en su propia versión el Saludo de Amor de un inglés que se llama Elgar, la tal Khurrem Alden puso los ojos vidriosos, pordiosito que la vi con estos ojos que son alérgicos a la marbellina barata!
Pero también, no te le acerqués por detrás! Ayer el profe de física que nos da clase a nosotros la abordó por la espalda y la mujer pegó brinco, casi le pega con la sombrilla negra esa de Batman que anda ahora en la temporada lluviosa. Le tiene miedo a algo! Anda así desde su último cumpleaños. Será que cree que fue el último cumpleaños y que se va a morir ella? Bueno todos nos vamos a morir.
La salida al mercado del primer título publicado bajo el sello de la editorial de Claudio Granera fue un éxito. El libro se agotó en menos de una semana. Inmediatamente Claudio me habló de sacar una segunda edición, pues el Ministerio de Educación lo había incluido en la lista de textos de rigor para el próximo año escolar. Aunque no hubo lanzamiento oficial del libro pues a mí me ha repugnado siempre utilizar la salida de un libro para servir daiquiris y aparentar lo que uno no es, de los periódicos solicitaron fotos mías, preferiblemente con el editor. Tanto las fotos de mi fiestecilla vespertina de cumpleaños como las que un fotógrafo peludo tomó –de carácter oficial- con Claudio mostraron una inquietante característica: Claudio no salía ni en sombra en las fotos! Como si no existiera. Estábamos espeluznados. –Chocho, cierto que no soy lindo pero que la cámara no registre mi figura, que ignore mi presencia, eso es grave! Ni que fuera vampiro o fantasma, que dicen que no se ven ni en foto ni en espejo-exclamó Claudio indignado.
-Drácula era lindo, pero no era vampiro, Claudio. Y aunque tengás cara de plátano arrastrado, deberías salir en la foto. A lo mejor la película está vencida-le dije.
-Vos no perdés chance de darme un piñazo en la torre, no? Qué consuelo tener una cara que dan ganas de mirar en el espejo del gabinete al afeitarse, o al maquillarse, perdón. Pero va a ser necesario que pueda salir en fotos yo, y no solo para los anuncios y los periódicos-comentó Claudio.
-Para qué querés quebrar más cámaras?
-Para la boda, Khurrem.
-Cual boda?
-Sentáte ahí en el sofá, vení, mejor sentada para que no caigás como sapo del tercer piso. La boda es nuestra boda. Ya inicié los trámites del divorcio unilateral para despedirme de Manuela. Te vas a casar conmigo, y será prudente que vos también vayás haciendo lo mismo con Itamar. Si querés a tus mellizas, yo las acepto que vivan con nosotros. Pero hay que agilizar los trámites. Quiero casarme con todas las de ley, porque yo sé que yo soy la senda que el destino te depara.
No. No era yo. No podía ser yo la que estaba sentada ahí en el sofá mullido de la oficina de Claudio Granera oyendo semejante sarta de disparates. En días anteriores, el asesor legal de la editorial había tenido una encerrona con Claudio, pero yo creía que era para discutir sobre los derechos de autor de los que firmarían contrato de publicación de unos libros de álgebra. Y Manuela? Había envejecido con él, había perdido la cintura-si acaso la tuvo alguna vez-pariendo a los 5 hijos que manufacturaron juntos, solo se había rebelado al no cargar el apellido del esposo, pero en todo había sido una esposa obediente y sumisa, mujer de su casa, que le había aguantado su fama de don Juan Tenorio con cuanta secretaria, afanadora, técnico o corrector de pruebas pasara por delante con naguas. Me indignaba. Y si fuera que Itamar venía a mí y me dijera que no, no podía vivir más sin la atrevida y golosa Gaudi o la chichona cubana estilista que se vino de Camaguey porque decía que en Cuba Fidel no permitía abrir la boca ni para sacarse las cordales donde el dentista y por ende dicha operación se hacía por el culo? Le haría carta de despido...por este medio le informo que ya no necesito sus pellejosos y canosos servicios de cocinera-lavandera-radiador calentador de cama y anfitriona, ni amansalocos que me aguantaba gritos cuando me mataba la cruda porque ya casi no bebo desde que me escapó de dar pasón.
Le ruego pasar por mi despacho para su preaviso, y ajustar una pensión que le dé para que coma la lora copete amarillo que nos queda pero una pensión de monto inferior a la que el cuchillero seguro social nicaragüense le pasa a los viejitos que quedaron birecos con el lomo torcido tras tantos años de trabajar sin que nadie les dijera gracias. Atentamente y esperando que ud. entienda que preciso un modelo nuevo que parezca Lamborghini y que haya equivocado su senda para rectificársela yo, me suscribo, Claudio Ahenobarba Granera.
-Pero es que...yo estoy casada!-apenas atiné a balbucear muerta de vergüenza.-Y nunca te he puesto una mano encima, ni vos a mí, y...
-Eso se remedia a como yo digo. Te puedo prestar a mi asesor legal para que agilice tu trámite. Si querés voy a hablar con tu marido.
Cómo? Iba a hacer como Augusto César cuando se fue donde el papá de Tiberio y le exigió que se divorciara de Livia, quien por cierto estaba pipona en esos instantes? A qué extremo estaban las cosas? Y me preguntaba yo misma si yo tenía la culpa, le dí cuerda yo a este señor? Nunca lo había tocado. No sé que me daba la idea de ponerle una mano encima. Sería como vencer el miedo a tocar una araña picacaballo? La primera vez que había tocado un papalote negro me había quedado rascando por media hora. La curiosidad científica me tomó por asalto. Cómo sería pasarle una mano encima a Claudio Granera? A pesar de ser una cuarentona, mi tez aún carecía de arrugas o manchas cafecitas de esas que tan vulgarmente gritan vejez. Lo había tenido lo suficientemente cerca como para saber que era aseado, que olía rico y no solo porque se untaba más colonia que una puta del Moulin Rouge. Olía a almendras. Pero no! Detuve ese tren antes de que partiera! No puedo estar pensando eso! Aún el solo pensarlo es infidelidad. Todos los prejuicios, los resabios de mi crianza judía ortodoxa salieron a bailar en traje de gala. –No hablemos más del asunto por hoy, Claudio. Me has dejado pendeja. Tregua, por favor.
Por qué no le dije que no de una forma definitiva? Cualquier mujer honesta lo hubiera hecho, hubiese dicho mi madre con el ceño fruncido. Pero era mi forma de comprar tiempo para reunir mis fuerzas y asestar un rotundo NO sin dejar cabos sueltos. Por qué me costaba tanto soltar la negativa en estos momentos? Claudio Granera me miró fijamente, con los ojos radiantes, se sonrojó-tenía acaso algún mecanismo para hacerlos? Sabías que ese rubor me conmovía?-y sonrió.-Tenés razón. Hablamos mañana. Pero consúltalo con la almohada.
Esa noche no importó que Enrique de Navarra se subiera arriba de la mesa y volteara el fresco de pitahaya encima de mi nueva blusa negra, las gemelas se trenzaron a gritos en un pleito por quién ganaría las elecciones presidenciales y mi marido estaba tan hambriento que solo devoraba como si fuese el último día que iba a haber comida en el mundo, elogiando la sazón del pollo en salsa que hice. No tenía ganas de pelear, ni de abrir siquiera la boca, ni para comer.
Esto era ridículo. Al igual que el hombre casado que mantiene a la sucursal, a la otra, la concubina, la mujerzuela tras la puerta, esperando, jadeando por ser esposa sin posibilidad de lograrlo, yo era animal de costumbre. Ya estaba habituada a los gruñidos de fiera domada de mi marido, a las pulgosidades extrañas de mis gemelas tan idénticas que hasta que tuvieron opiniones políticas no las podía distinguir bien(alrededor de los 5 años de edad), a la malacrianza de mis mascotas, al presupuesto de la casa, al teléfono que a veces sonaba tan intensamente que me parecía verlo levantarse en el aire. No podría vivir sin los pelos flamíferos de Enrique de Navarra, todo me ataba a casa, desde el gato rubicundo hasta mi costumbre de ser una misántropa de fin de semana. Uno no cambiaba así como así, la dirección de mi vida estaba trazada por la mismita vuelta que di antes, después o quién sabe a qué tiempo. Estaba atada a mis prejuicios, pero aunque no lo quisiera confesar, eran parte de mi composición química.
Nunca hubiera creído que al decir Claudio” mañana” el destino diera tales volteretas que no hubiera el futuro que estaba por plantilla. Al día siguiente de la súbita propuesta de matrimonio, cuando creí que aún no podía salir airosamente del aprieto, un accidente aparentemente insignificante iba a torcer el curso de los acontecimientos. Claudio estaba inspeccionando los contenidos de unas viejas cajas de madera en su bodega cuando casi sin percatarse se abrió la palma de la mano izquierda con un clavo sarroso. Cuando entré a su oficina, lo encontré solo, mirando la mano que emitía pulsaciones de sangre. Estaba como alelado. Tomé su mano entre las mías y busqué un pañuelo en mi cartera. En cuestión de segundos la tela del pañuelo estaba empapada en sangre. No había forma de parar la hemorragia. Busqué al chofer de Claudio y sosteniendo su mano por el trayecto lo llevé a un hospital privado. Me había dejado el vestido empapado en sangre, y mientras se lo llevaban a emergencia se me ocurrió probar la sangre que había hecho un charquito en mi falda. Madrecita, qué estaba haciendo? Estaba loca? Como para noticia: Khurrem Alden se vuelve vampiro. La versión nica de Erzébet Báthory, la condesa de sangre que aterrorizó a Hungría a finales del siglo XVI! Una hora más luego, Claudio salió con la mano vendada, pero se negó a tomar reposo. Volvió a su oficina. Pero en la tarde la mano estaba espantosamente hinchada, y él se negaba a ir de nuevo al galeno. Decía que nadie se moría de una mano cortada, y que de antitetánica nada, que solo agua le inyectaban a uno los siverguenzas médicos, y uno quedaba creído que estaba inmune. Bah, chochadas!
Al día siguiente Claudio llegó a la oficina pero se desmayó durante una reunión de la junta directiva. Lo mandaron a casa. Una vez en casa parecía estar dispuesto a reírse de todo con unas carcajadas huecas, estridentes y un rictus extraño en torno a la boca. Sentía escalofríos, se echó varias sábanas encima y dijo que la luz le molestaba horrores, que le apagaran esa chochada de la lámpara de noche al lado de su lecho. Al entrar la noche comenzó a experimentar rigidez de los miembros y apenas lo llevaron al mismo hospital privado donde le zurcieron la mano, comenzó a convulsionar. Cuando las convulsiones cesaron, dijo tener un regusto como a pimienta amarga en el cielo de la boca. Decidieron dejarlo internado. Manuela, su esposa, lo dejó a medianoche aduciendo cansancio. Le creo. No era fácil un matrimonio de tantos años, y para colmo que el hombre se enfermara cuando había decidido echar por la borda tantas cosas en común.
Yo no sabía qué decir. Estaba atontada. Tétano. Eran todos los síntomas de un galopante tétano. Recordé el caso de un agricultor y poeta jinotepino quien a inicios de la década del 60 murió de tétano porque su joven esposa-quien era lesbiana y se había casado con él por interés nomás- lo había dejado abandonado a su suerte sin proveerle cuidados médicos. Al comprobarse que la sádica mujer lo había dejado morir esperando heredar su enorme granja, la familia del agricultor la había echado a ella y a la hija recién nacida de ambos a la calle, amenazando con sacar el caso a luz pública y con llevarla a la policía. Pero era imposible que la cosa pasara a más en estos tiempos. La medicina estaba demasiado avanzada! Una cosa era que yo me negara a casarme con Claudio y otra que no me preocupara por su estado de salud. Pero había un nuevo libro que promover, sacar a las librerías, y con o sin Claudio yo iba a seguir con su labor. Dos días después de ser internado en el hospital, saqué tiempo para irlo a ver. Terminé temprano en el despacho con el rector universitario, sudé copiosamente al ver que los estudiantes nuevamente iban a las calles a protestar para reclamar el desembolso final del 6 por ciento correspondiente al año en curso y entré silenciosamente al largo pasillo de hospital que llevaba al cuarto donde estaba Claudio.
No había nadie con él. Estaba tendido en una cama que dominaba el cuarto pintado en colores oscuros. Las ventanas estaban tapadas con cortinas oscuras. Recordé que no se podía dejar entrar luz, o el paciente podría convulsionar. En la semipenumbra pude distinguir su rostro macilento, con un rictus extraño, y el cuerpo gastado y enflaquecido. Una ardorosa lágrima me brotó sin quererlo. Era horrible sentir lástima por alguien que decía amarte con locura. De repente, Claudio se despertó.
-Tardaste en venir, Khurrem, pero sabía que vendrías-me dijo en una voz ronca y débil, mascullando cada sílaba como si tuviera la mandíbula trabada.
-No podía dejar de venir. El libro ya está en los supermercados y librerías.
-Voy a morirme, Khurrem, verdad? Y sin haberte puesto ni una mano encima, es lo peor. Resignándome a que estés fuera de mi alcance, pero bueno...así es la vida, o la muerte.
-No seás loco, Claudio. Vos no te podés morir. No podés dejar este mundo.
-Te haría falta, Khurrem? Sí, verdad? Porque nadie puede negarse consistentemente a tanto amor. Solo que seás de piedra, y aunque cabe la posibilidad, tanto le cae el agua al guijarro que lo hace perfecto.
-Esa cita no es tuya, es de Rabindranath Tagore!
-Mi erudita Khurrem, ocurrente y con memoria fotográfica hasta en las situaciones más horribles.
Tomé la mano vendada entre las mías y la besé.-No te murás, Claudio!
-Te vas a quedar conmigo? Te casarás conmigo después de todo?
-Claudio, primero pensá en vos. Después, todo viene detrás. Y a propósito, ya me voy que tengo una clase que dar, hoy debo sustituir a una de mis profesoras y los alumnos me estarán esperando. Te vendré a ver mañana, Claudio.
Claudio pareció estirarse en la cama y con dificultad se sentó.-Siempre te vas! Siempre la máquina al servicio de los demás! Y tu propia vida, Khurrem? Y la mía? Siempre fría y cortés! Ya me voy. Vos vas a cagar con un plan, y si te tardás más de 3 minutos con cronómetro en mano, es tragedia. Tu agenda se desmorona. Hasta el inodoro puede salir corriendo, porque todo es por plan. Tanta eficiencia y no tenés corazón! No sé para qué me molesto en sentir algo por vos, si no tenés sangre sino horchata en las venas! Andáte a la santísima verga, eximia vice rectora! Largo de aquí-aulló Claudio con la cara enrojecida. Asió un vaso con agua y me lo lanzó encima.-Prefiero morirme sin vos que aguantar tanta amabilidad hipócrita! Sos un témpano de hielo! Pero te juro pordiosito que regresaré del abismo, a hacerte cumplir la palabra que espero de vos! Aunque tenga que vengarme, me vendré a llevar a Enrique de Navarra si es preciso, y lamentarás no haber querido aceptarme. Alguien sí lo hará, ya verás! Fueeeeeeera!A la mieeeeeeeeerda!
Salí huyendo y llamé a la enfermera que lo viniera a ver, le dije que estaba como loco. Me temblaban las piernas y me escapé de caer. Me había lanzado una maldición! Yo que no creía en nada ni en nadie, yo con mi capacidad analítica científica, iba muriéndome de miedo. Tenía que buscar cómo serenarme para no decir disparates al dar la clase. Me monté como zombie al primer taxi que pasó y le dije:-Lléveme a la universidad, doncito, veloz!
-Y al cual de tantas, señora, solo universidades de garage son como 25 y las de los chavalos rechivueltos del 6 por ciento son como 5. Entonces?
Le di la dirección y sonrió a medias.-Lleva tremendo pedo atuto, no? Llore si le hace bien, conmigo no hay falla-me dijo el grueso y sudoroso chofer. El temblor de mis extremidades cesó, me compuse el rostro con mis aperos de maquillaje y ya. Aún tenía escalofríos pero pude recuperar la compostura. Era urgente si iba a dar clase.
Bueno, para no cansarles el cuento, esa fue la última vez que vi con vida a Claudio Ahenobarba Granera. Les juro que no creí que se muriera, a pesar del deterioro físico que mostraba. A la mañana siguiente, di mi clase normalmente y saqué a los chicos a un receso a eso de las once de la mañana. Fui a tomarme una gaseosa y cuando regresé, uno de los alumnos me dijo que un señor con pinta de japonés, de jeans y camisa a cuadros había entrado al aula a buscarme y al no encontrarme se largó enojado y refunfuñando que nunca estaba. Esa tarde no fui a la editorial ni pasé por el hospital. Mi suegro estaba de visita y todo el fin de semana estuve ocupada con la interpretación de mi rol de esposa modélica y anfitriona complaciente. La imagen de Claudio tendido en su cama me perseguía. No fue hasta el lunes en la mañana, cuando entré a mi espaciosa oficina de la universidad, que miré el paquete de periódicos. En primera plana de uno de los diarios estaba una foto de Claudio en la que se parecía un poco al almirante Yamamoto que deschincacó a Pearl Habor en 1941. Tras leer la nota-que era un obituario- me quedé helada. Y ni mi secretaria ni la afanadora pudieron conmigo. Daba gritos como coyote mal tirado, me revolqué en el piso de dolor. Me estaba muriendo. No podía ser posible! Me ahogaba el remordimiento, la impotencia! El sepelio había sido el día anterior y yo no me había dado cuenta. Claudio había muerto tres días atrás a las once de la mañana...huy! Precisamente a la hora que mi alumno me dijo que vio a un señor de jeans salir del aula de clases. Me había recordado al momento de irse de este valle de lágrimas?
Lo peor fue cuando regresé a la editorial. Dado que se había hecho contrato por dos años, aún tenía obligaciones con la editorial. Ernesto Mendoza, el nuevo mandamás, me recibió con mucha amabilidad.-Lo vamos a echar de menos, Doctora Alden. Verdad?
-Más de lo que ud. se imagina, don Ernesto. Pero ni modo. La vida sigue adelante, y hay mucho que hacer aún.
Los compromisos entre la editorial y yo continuaron, y no me pude quejar del apoyo que me dieron. Pero ver la oficina vacía de Claudio- la cual por quién sabe qué motivo Ernesto Mendoza se negó a ocupar-era una espina cotidiana en el costado. Mis hijas- con afán de convertirse en filósofas embrionarias- me repetían que aunque no fuera sano y que cualquier siquiatra me diría que era enfermizo y morboso mantener a Claudio vivo en mi mente, si yo me sentía bien haciéndolo que me sintiera tranquila, y que ellas estaban para escucharme si quisiera evocar y hablar de él. Quizás lo hicieron porque mis mellizas sentían que mi esposo estaba demasiado distanciado de mi dolor, y litigaba un caso mayor de una empresa acusada de fraude y casi no paraba en la casa. Mi suegro, en otra visita, dejó a un lado su rostro adusto y me recordó que los dioses eran extraños, que mandaban sufrimiento por gusto. Me lo dijo mientras yo chineaba a Enrique de Navarra, secándolo tras un improvisado baño de burbujas.- Ay, Khurremcita, que los dioses ya hayan terminado con vos! No les gusta que los humanos sean tan eficientes, o tan amados, o tan suerteros! Y vos que tenés tanto que dar, sos la persona perfecta para alborotarles los celos a los dioses, mi muchachita.
Qué sabía mi suegro? Sonreía apenas mientras saboreaba su copa de vino rosado. Era la primera vez que me hubiera dejado entrever que yo le importaba. Más sabe el diablo por viejo que por diablo, pendeja, me dije. Pero sentí un atemorizador escalofrío. Alguien corrió sobre mi tumba, y esta vez fue sobre la mía porque Claudio ya se está pudriendo en el cementerio en la suya.
En las noches, soñaba con Claudio. Lo veía levantarse de su tumba, caminando como zombie todo lleno de lodo, hojas secas y sangre coagulada, con el rostro de Oda Nobunaga luciendo un tono violáceo que no se consigue ni en las mejores sombras de ojos de Esteé Lauder. Como yo sueño musicalizado y con créditos al final, era uno de los movimientos-el más macabro- de la Sinfonía Fantástica de Berlioz. Hasta el ruidaje de los trombones y la tuba de la orquesta que interpretaba el tema me sonaban tan reales, como ventosidades siniestras de dinosaurios imaginarios. Me despertaba dando gritos, y mi pobre esposo me reconfortaba mientras me recordaba que era consecuencia de haberme despachado tres nacatamales, con dos barras grandes de pan, media libra de mantequilla sin sal, encurtidos y casi un litro de gaseosa para la cena.
6 meses después de la súbita muerte de Claudio, el adorado gato Enrique de Navarra se murió de un fulminante ataque cardíaco mientras perseguía una mariposa negra en el traspatio de la casa. Mi esposo y las mellizas lo lloraron a mares, y yo no me quedé atrás. Lo peor fue que el veterinario que lo había visto tres días antes del paro cardíaco hasta hizo el chiste que el pobre miácido había muerto de un pedo atravesado. Me dio tanta ira que me fui al Colegio de Veterinarios y grité tanto que quedé ronca, acusando al tipo de malpraxis médica, pero como no conseguí que le quitaran la licencia para ejercer lo denuncié a la Dirección General de Ingresos aduciendo que no daba facturas y evadía al fisco. Eso sí funcionó, y los fedatarios del gobierno le cerraron la clínica por evasión fiscal por 2 meses.
Enterramos al bello Enrique de Navarra en una enorme maceta de barro y le sembramos una rosa Príncipe Negro, pero en un descuido los zompopos se hartaron la plantita y mas bien pasamos vergüenza ante el fracaso de lo que creímos era un buen mausoleo para el gato más lindo del mundo. En mi fuero interno, recordaba las palabras de mi suegro. Y las de Claudio, agitado en su cama porque veía llegar la muerte y yo no me quedaba a su lado un rato más. Me había amenazado. Me iba a quitar al gato. Lo dijo explícitamente. Se conformaría con eso? Y si quería más? Me pesqué a mí misma con estos pensamientos y sentí una ola de rubor abochornado subirme al rostro. Me autorregañé, por supuesto...Khurrem Alden, es imposible que vos, una científica seria, que sabe que muerto es muerto y basta y no porque lo dijo Stephen King en Cementerio de Mascotas, esté pensando semejantes disparates. Claudio murió, mejor admití que lo querías un poco, que nadie te había adorado así, que no dejó de encandilarte tanta idolatría, que tu ego lo absorbía todo con sed de caminante del desierto, y a lo mejor esa veneración que Claudio te daba era tu taza de té y no te diste cuenta pero el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Aunque te duela que el gato ya no salga a recibirte no vas a pensar que el pobre Claudio vino a traerlo para llevárselo delivery express a un dios que estás casi segura que no existe y aún si existiera puede crear por sí solo cuantos gatos le de la gana para estarlos tocando, no? Es duro perder a dos seres queridos, uno tras otro, pero ya. Hay que seguir adelante. Este año las mellizas acaban los estudios universitarios, está su graduación, y hay tantas cosas por preparar. Que Itamar se vaya a dar cuenta de lo que pasó sería buscarme clavos por gusto. Infidelidad mental con un muerto? De eso te puede acusar? Como para morirse de la risa. Hay tanto que hacer en la universidad, y vos de pendeja masturbándote con tanto dolor.
Quisiera poderles brindar un final feliz, pero si bien es cierto que el papel aguanta cualquier tontería que uno quiera ponerle encima, manchando para siempre la memoria del árbol que algún día fue esa hoja de papel, Claudio Ahenobarba Granera siguió estando presente en cada día de mi vida. Sería bonito decir que Itamar se compuso completamente, y que pasó a ser un esposo a como receta el doctor. Con el correr de los años se hizo más posesivo, y disimuló mejor sus aventuras. En mis momentos de optimismo, pienso que dejó de tenerlas por completo. Yo nunca volví a pensar que me había tragado el cielo de un bocado, y me resigné a que la senda que había tomado era la que al fin y al cabo conocía mejor, y ya era demasiado tarde para desandarla. Siempre leo al poeta gringo Robert Frost y un suspiro que disfrazo de estornudo me sale volando involuntariamente.
Mi sentido del humor me ha hecho tragar gotas muy amargas que me ha servido la copa de la vida. Jamás olvidaré la humillación, la pena y el dolor que sentí cuando creí poder tener amor en manos de un hombre que me prometió sacarme de la concha blindada donde él insistía que yo vivía, y solo resultó que era un catedrático que envidiaba mi posición y apenas quería involucrarme en un escándalo para evitar que llegara más alto en la escalera académica de mi universidad. Talvez pensó, si la conocen por adúltera no la querrán para elegirla rectora, y los padres de familia hasta pueden pedir su cabeza. Qué pavor siento cuando pienso que casi mordí el anzuelo, probando así que al mejor mono se le puede caer el zapote, y que la envidia que siente un macho por una hembra casi perfecta lleva unos visos de odio y rencor como para levantar hasta a un muerto. Aferrándome al recuerdo de la veneración que me profesaba Claudio pude salir airosa de ese trance del cual mi esposo tampoco se dio cuenta pues ya lo habían puesto de juez en la corte y no tenía ojos para nadie ni nada.
Un día abrí la gaveta y hallé las fotos de mi cumpleaños cuando Claudio repletó mi oficina de flores. Un reflejo de tristeza se desperezó. Y uno se cree que los mató el tiempo y la ausencia, cantaba Serrat, pero su tren compró boleto de ida y vuelta. Ustedes recordarán que en esas fotos originalmente no había salido su imagen. Quizás ahora que ya está muerto y se lo golosinearon los gusanos, la imagen quedó pulida y fue grata sorpresa al ver las fotos de nuevo que Claudio sí estaba plasmado en el satinado papel. A qué fenómeno se debió eso, no sé. Como científica me gustaría saberlo. Pero si pienso con el corazón que Claudio dijo que yo no tenía, no quiero explicaciones. A veces cuando paso por una pileta donde están los gansos de la universidad, creo ver el rostro de Claudio flotando en las aguas tranquilas. Pero eso no me causa aspaviento. Mejor silbo el Saludo de Amor de Elgar, pues prefiero creer que esa momentánea y deliciosa alucinación, esa jugarreta de mis sentidos, esa broma de mi nostalgia es el saludo de Claudio desde saber dónde que ahora gravita. Se supone que ya estoy en paz, y no estoy para esos aspavientos. Soy la rectora, tengo varios libros más por sacar con mi contrato renovado, y en el escándalo está el pecado. O viceversa. Mejor me preocupo que mi hija Nurbanu dejó a su novio de tantos años, y me ha dicho que un seductor hombre de ojos rasgados, un macho que se parece al shogún Iyeyasu Tokugawa cuando éste estaba joven, la anda siguiendo, prometiéndole el amor más completo que jamás se haya imaginado. Demasiada coincidencia, no? Si acaso es lo que yo sospecho, que Claudio después de todo sigue existiendo en algo más allá de mi memoria y este relato, regresará de alguna forma, y así no tendré que arrepentirme de haber escogido mi senda y no tendré que pedirle al tiempo que vuelva.

Cecilia Ruiz de Ríos

18 de enero, 2005, Día del Escritor. Efemérides del nacimiento de Félix Rubén(Darío).

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