El águila del norte: el infatigable Roald Amundsen
Cecilia Ruiz de Ríos
A Roald Engebreth Gravning Amundsen de Noruega le encantaba ser llamado “el último de los vikingos”. Este hermosísimo machazo de ojos azules y más de 6 pies de estatura figura como uno de los exploradores más osados de todos los tiempos, y fue el primer hombre en poner pie en la congelada Antártida. Este workaholic a quien también llaman por el sobriquet de “el Aguila del Norte” nació en Borge, Noruega, un 16 de julio de 1872 en una familia de capitanes de marina mercantil, y desde que era un bebé se enamoró del mar.
Desgraciadamente, su madre desde que nació Roald soñó con que él fuera médico, y este vigoroso chele mostró una obediencia total ante los deseos de sus progenitores. Alternando una vida de deportes al aire libre con los libros de medicina, Roald se dedicó mansamente a ir a la universidad sin chistar, pero apenas fallecieron sus padres, vendió los libros de medicina, la calavera con que estudiaba anatomía y decidió que nunca sería un matasanos. Puso todas sus energías en concentrarse en su gran sueño: arribar a la Antártida. En 1903 se lanzó a la vida de marinero y explorador surcando las aguas del Pasadizo Noroeste encima de Canadá. Durante tres años, batalló contra el hielo en esta expedición de calentamiento. Una vez en Noruega se enteró de los pormenores del fracaso de un inglés apellidado Shackleton, quien fracasó en su expedición al Polo Sur. Siendo un gran organizador y considerado por su tripulación como firme y severo pero justo, Roald se decidió por enrumbarse hacia el Continente Frigorífico. Para agosto de 1910 Roald ya estaba listo para zarpar aunque todos creían que iba para el Polo Norte.
En realidad, Roald era muy soberbio y se negaba a ser un seguidor o segundón, y para entonces ya los gringos Robert Peary y Frederick Cook se vanagloriaban de haber llegado al Polo Norte. Ni al gobierno noruego le quiso confesar Roald para dónde iba. Ya montados en el navío Fram, a las Alturas de las costas de Marruecos, fue que Roald le avisó a sus marineros que iban a la Antártida y no al techo del mundo. Los únicos que no quedaron atónitos a bordo del barco fueron los mechudos y alegres perros huskies que al llegar a la Antártida serían los que jalaran los trineos. Roald los había seleccionado cuidadosamente, y eran priorizados a tal punto que este adusto noruego les llamaba “nuestros niños”. Sentía tal pasión por los animalitos que era capaz de privarse él mismo de un bocado si alguno de los canes lo miraba con antojo. Aparte de que Roald era amante de las criaturas, sabía que de ellos dependía el éxito de su misión. Hacia el 18 de octubre de 1911 Roald ya estaba en la Bahía de las Ballenas en la Antártida, listo con su equipo para llegar hacia el polo sur. El británico Robert Scott le había antecedido en el arribo, y Scott iba provisto de ponis siberianos destinados a quedar congelados como filetes para deportistas. El clima favoreció a Roald y el 14 de diciembre de 1911 a las tres de la tarde el robusto noruego alzó la bandera de su amada Noruega en el polo. “estamos en Polheim...casa en el polo...y si no lloro es porque se me van a congelar las chibolas de los ojos” dijo a sus camaradas. El 25 de enero de 1912, a 99 días y 1860 millas de haber partido de Noruega, Roald iniciaba el viaje de regreso a casa, cubierto de gloria. Roald Amundsen seguiría en su agitada vida de explorador, negándose a dormirse en sus laureles. Siempre inquieto y audaz, no dejaría que nada lo detuviera en sus ansias por explorar. Quizás por eso, aunque era tremendamente atractivo para las hembras de la especie y sintió gran pasión por una compatriota suya, jamás quiso casarse. Roald no siempre fue el darling del mundo. Los británicos jamás le perdonaron que haya sido él y no Scott quien puso la bandera en el polo sur. Lo peor es que antes de arribar a la Antártida ya Roald había enviado desde Madeira una comunicación a Scott(quien iba saliendo de Melbourne, Australia, hacia la Antártida) pidiendo que abriera paso porque no iba a lograr su cometido. Muchos supersticiosos afirmaron luego que Roald había lanzado una maldición con esa misiva al pobre Scott, quien quedó hecho posicle en su malograda expedición!
Para colmo, Kristine Elisabeth Bennet( la amante de Roald) era una bella chela noruega que estaba casada por interés pecuniario con un inglesito cuando Roald se enamoró de ella y cometió flagrante adulterio sin importar los compromisos de la señora en cuestión. El relincho con Kristin Elisabeth iba a hacerle perder 3 años valiosos a Roald, quien estaba tan infatuado como un colegial después de haber perdido su virginidad. Lo peor del descaro de Roald fue, tras ordenar la construcción de su barco Maud, que le puso los nombres Kristin y Elisabeth (en honor a su querida) a los nuevos aviones que compró. Al no poderle dar hijos su amante adoptó dos chiquillos esquimales, ya que sentía gran ternura por los niños. Tanto los aviones como los chicos tendrían final triste. Los aviones destinados para sobrevolar el Polo Norte resultaron salados. El Elisabeth acabó nadando como pato herido en una laguna, y el Kristin se descalachó y chocó al intentar levantar vuelo. Los puritanos afirmaron que era porque Roald estaba con mujer ajena y que Dios lo castigaba tomando partido por el cornudo pata de bolsa del maridito inglés. Tras el fiasco con los aviones, hasta los noruegos le dieron la espalda a su famoso paisano. En la ruina, Roald no tenía ni para alimentar a sus dos niños esquimales y los mandó de regreso a Siberia. En 1925, huyendo de tanta envidia y barbaridad, Roald llegó a Nueva York para encontrar patrocinio para su próxima expedición. Ahí encontró a su mecenas, el rico aviador gringo Ellsworth Lincoln, con cuyo patronato pudo comprar otros aviones. Aunque el gringo y Amundsen se quedaron a 150 millas del Polo Norte por falta de combustible y les tomó 24 días para enterarse que había que abortar la misión debido al resquebrajamiento del hielo polar, tanto Estados Unidos como Noruega alabaron a los héroes, probando que la fama y el amor del populacho son sentimientos más veleidosos que la pasión de una meretriz pintada. La gente ama la historia de un buen desastre, pero en 1926 Ellsworth y Roald compraron un dirigible en Italia. El panzudo animalote se llamaría Norge. El exhibicionista dictadorzuelo Mussolini ofrecía regalar el dirigible, siempre que volara bajo bandera italiana. Roald se negó a cumplir ese capricho y Ellsworth acabó abriendo la billetera para pagar. El piloto del Norge sería un coronelito italiano llamado Humberto Nobile, que de noble no tenía ni el pelo. Se suponía que le sabía todas las mañas al zeppelín. Nobile y Roald protagonizaron una historia de odio a primera vista. El fachento italiano se adjudicaba el rol de jefe, y Roald afirmaba que era apenas como un chofer de globo, medio rival del actual gato volador. Comenzaron a lanzarse imprecaciones en público y la prensa hizo una fiesta de escándalos. Una vez en el viaje de 71 horas, Nobile fingió que el radiocomunicador estaba roto y luego informó sobre la hazaña como que él había sido el protagonista, lo que enfureció al noruego.
Mussolini ascendió a Nobile a general y lo promovió con un zeppelín propio al que llamaron Italia. Pero desgraciadamente el Italia se estrelló en el Polo Norte, y fue ahí donde la nobleza genuina de Roald se evidenció. Olvidando diferencias, corrió hacia Mussolini ofreciendo ir a rescatar a Nobile. Mussolini prefirió dejar a Nobile perdido para aprovechar el impacto político de la tragedia, y Roald inició su viaje personal para ir a rescatar a su rival. Tomó un avión para irlo a buscar sin saber que ese altruista gesto habría de costarle la vida. Roald no volvió de esa misión en junio de 1928 pues su hidroplano se estrelló en el océano Artico. Un tiempo atrás le había dicho el Aguila del Norte a un periodista,”Amo la nieve y si vieras qué espléndido y majestuoso es el polo, entenderías por qué quiero morir ahí.” Presintió Roald que el Artico sería su tumba? Por ironía del destino, un piloto sueco hallo casi congelado pero vivo a Humberto Nobile, quien fue retornado a Italia, donde un furioso Mussolini le dio de baja sin mayor gloria. Pero Roald Amundsen tuvo como tumba el mausoleo más grande y majestuoso de la tierra: el Polo Norte, probando que efectivamente fue el último de los legendarios vikingos.
Cecilia Ruiz de Ríos
A Roald Engebreth Gravning Amundsen de Noruega le encantaba ser llamado “el último de los vikingos”. Este hermosísimo machazo de ojos azules y más de 6 pies de estatura figura como uno de los exploradores más osados de todos los tiempos, y fue el primer hombre en poner pie en la congelada Antártida. Este workaholic a quien también llaman por el sobriquet de “el Aguila del Norte” nació en Borge, Noruega, un 16 de julio de 1872 en una familia de capitanes de marina mercantil, y desde que era un bebé se enamoró del mar.
Desgraciadamente, su madre desde que nació Roald soñó con que él fuera médico, y este vigoroso chele mostró una obediencia total ante los deseos de sus progenitores. Alternando una vida de deportes al aire libre con los libros de medicina, Roald se dedicó mansamente a ir a la universidad sin chistar, pero apenas fallecieron sus padres, vendió los libros de medicina, la calavera con que estudiaba anatomía y decidió que nunca sería un matasanos. Puso todas sus energías en concentrarse en su gran sueño: arribar a la Antártida. En 1903 se lanzó a la vida de marinero y explorador surcando las aguas del Pasadizo Noroeste encima de Canadá. Durante tres años, batalló contra el hielo en esta expedición de calentamiento. Una vez en Noruega se enteró de los pormenores del fracaso de un inglés apellidado Shackleton, quien fracasó en su expedición al Polo Sur. Siendo un gran organizador y considerado por su tripulación como firme y severo pero justo, Roald se decidió por enrumbarse hacia el Continente Frigorífico. Para agosto de 1910 Roald ya estaba listo para zarpar aunque todos creían que iba para el Polo Norte.
En realidad, Roald era muy soberbio y se negaba a ser un seguidor o segundón, y para entonces ya los gringos Robert Peary y Frederick Cook se vanagloriaban de haber llegado al Polo Norte. Ni al gobierno noruego le quiso confesar Roald para dónde iba. Ya montados en el navío Fram, a las Alturas de las costas de Marruecos, fue que Roald le avisó a sus marineros que iban a la Antártida y no al techo del mundo. Los únicos que no quedaron atónitos a bordo del barco fueron los mechudos y alegres perros huskies que al llegar a la Antártida serían los que jalaran los trineos. Roald los había seleccionado cuidadosamente, y eran priorizados a tal punto que este adusto noruego les llamaba “nuestros niños”. Sentía tal pasión por los animalitos que era capaz de privarse él mismo de un bocado si alguno de los canes lo miraba con antojo. Aparte de que Roald era amante de las criaturas, sabía que de ellos dependía el éxito de su misión. Hacia el 18 de octubre de 1911 Roald ya estaba en la Bahía de las Ballenas en la Antártida, listo con su equipo para llegar hacia el polo sur. El británico Robert Scott le había antecedido en el arribo, y Scott iba provisto de ponis siberianos destinados a quedar congelados como filetes para deportistas. El clima favoreció a Roald y el 14 de diciembre de 1911 a las tres de la tarde el robusto noruego alzó la bandera de su amada Noruega en el polo. “estamos en Polheim...casa en el polo...y si no lloro es porque se me van a congelar las chibolas de los ojos” dijo a sus camaradas. El 25 de enero de 1912, a 99 días y 1860 millas de haber partido de Noruega, Roald iniciaba el viaje de regreso a casa, cubierto de gloria. Roald Amundsen seguiría en su agitada vida de explorador, negándose a dormirse en sus laureles. Siempre inquieto y audaz, no dejaría que nada lo detuviera en sus ansias por explorar. Quizás por eso, aunque era tremendamente atractivo para las hembras de la especie y sintió gran pasión por una compatriota suya, jamás quiso casarse. Roald no siempre fue el darling del mundo. Los británicos jamás le perdonaron que haya sido él y no Scott quien puso la bandera en el polo sur. Lo peor es que antes de arribar a la Antártida ya Roald había enviado desde Madeira una comunicación a Scott(quien iba saliendo de Melbourne, Australia, hacia la Antártida) pidiendo que abriera paso porque no iba a lograr su cometido. Muchos supersticiosos afirmaron luego que Roald había lanzado una maldición con esa misiva al pobre Scott, quien quedó hecho posicle en su malograda expedición!
Para colmo, Kristine Elisabeth Bennet( la amante de Roald) era una bella chela noruega que estaba casada por interés pecuniario con un inglesito cuando Roald se enamoró de ella y cometió flagrante adulterio sin importar los compromisos de la señora en cuestión. El relincho con Kristin Elisabeth iba a hacerle perder 3 años valiosos a Roald, quien estaba tan infatuado como un colegial después de haber perdido su virginidad. Lo peor del descaro de Roald fue, tras ordenar la construcción de su barco Maud, que le puso los nombres Kristin y Elisabeth (en honor a su querida) a los nuevos aviones que compró. Al no poderle dar hijos su amante adoptó dos chiquillos esquimales, ya que sentía gran ternura por los niños. Tanto los aviones como los chicos tendrían final triste. Los aviones destinados para sobrevolar el Polo Norte resultaron salados. El Elisabeth acabó nadando como pato herido en una laguna, y el Kristin se descalachó y chocó al intentar levantar vuelo. Los puritanos afirmaron que era porque Roald estaba con mujer ajena y que Dios lo castigaba tomando partido por el cornudo pata de bolsa del maridito inglés. Tras el fiasco con los aviones, hasta los noruegos le dieron la espalda a su famoso paisano. En la ruina, Roald no tenía ni para alimentar a sus dos niños esquimales y los mandó de regreso a Siberia. En 1925, huyendo de tanta envidia y barbaridad, Roald llegó a Nueva York para encontrar patrocinio para su próxima expedición. Ahí encontró a su mecenas, el rico aviador gringo Ellsworth Lincoln, con cuyo patronato pudo comprar otros aviones. Aunque el gringo y Amundsen se quedaron a 150 millas del Polo Norte por falta de combustible y les tomó 24 días para enterarse que había que abortar la misión debido al resquebrajamiento del hielo polar, tanto Estados Unidos como Noruega alabaron a los héroes, probando que la fama y el amor del populacho son sentimientos más veleidosos que la pasión de una meretriz pintada. La gente ama la historia de un buen desastre, pero en 1926 Ellsworth y Roald compraron un dirigible en Italia. El panzudo animalote se llamaría Norge. El exhibicionista dictadorzuelo Mussolini ofrecía regalar el dirigible, siempre que volara bajo bandera italiana. Roald se negó a cumplir ese capricho y Ellsworth acabó abriendo la billetera para pagar. El piloto del Norge sería un coronelito italiano llamado Humberto Nobile, que de noble no tenía ni el pelo. Se suponía que le sabía todas las mañas al zeppelín. Nobile y Roald protagonizaron una historia de odio a primera vista. El fachento italiano se adjudicaba el rol de jefe, y Roald afirmaba que era apenas como un chofer de globo, medio rival del actual gato volador. Comenzaron a lanzarse imprecaciones en público y la prensa hizo una fiesta de escándalos. Una vez en el viaje de 71 horas, Nobile fingió que el radiocomunicador estaba roto y luego informó sobre la hazaña como que él había sido el protagonista, lo que enfureció al noruego.
Mussolini ascendió a Nobile a general y lo promovió con un zeppelín propio al que llamaron Italia. Pero desgraciadamente el Italia se estrelló en el Polo Norte, y fue ahí donde la nobleza genuina de Roald se evidenció. Olvidando diferencias, corrió hacia Mussolini ofreciendo ir a rescatar a Nobile. Mussolini prefirió dejar a Nobile perdido para aprovechar el impacto político de la tragedia, y Roald inició su viaje personal para ir a rescatar a su rival. Tomó un avión para irlo a buscar sin saber que ese altruista gesto habría de costarle la vida. Roald no volvió de esa misión en junio de 1928 pues su hidroplano se estrelló en el océano Artico. Un tiempo atrás le había dicho el Aguila del Norte a un periodista,”Amo la nieve y si vieras qué espléndido y majestuoso es el polo, entenderías por qué quiero morir ahí.” Presintió Roald que el Artico sería su tumba? Por ironía del destino, un piloto sueco hallo casi congelado pero vivo a Humberto Nobile, quien fue retornado a Italia, donde un furioso Mussolini le dio de baja sin mayor gloria. Pero Roald Amundsen tuvo como tumba el mausoleo más grande y majestuoso de la tierra: el Polo Norte, probando que efectivamente fue el último de los legendarios vikingos.
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