Entre el Chompipe y el Patuleco, gracias a dios por qué?
Cecilia Ruiz de Ríos
Jamás se ha probado tanto aquel refrán judío de que el cuerpo y la mente ociosa son el perfecto taller del mero diablo como cuando en 1939, uno de los mejores estadistas de la pelotita del mundo, a pesar de tener amplio quehacer, se puso a hacerle calistenias al cerebro en un ratito libre que se recetó. Franklin Delano Roosevelt, el único presidente gringo quien se vio electo 4 veces a mandamás (y en la última vuelta, dicen las malas lenguas que se voló la cerca ayudado de su perrito Fala), en 1939 venía que buscar cómo el pueblo norteamericano se repusiera de 10 años de lipidia por la Depresión, y para colmo le había caído de corbata el inicio de la II Guerra Mundial en Europa. Cuando los minoristas de Gringolandia le fueron con el lloro que atrasara la festividad de Acción de Gracias por una semana para poder vender mejor para aprovechar la racha consumista navideña, ni se mosqueó en su silla de ruedas antes de darle el sí. Quizás no pensó que el cambio, que parecía pequeño, fuera a causar revuelo cuando salió publicada su Proclamación de Acción de Gracias.
A todos los gringuitos les meten en la cabeza desde cipotillos que la razón por la cual se da gracias a Dios con una cena enorme en la noche del tercer jueves de noviembre es porque los peregrinos que acababan de aterrizar en América(dado que eran vistos como plaga en Inglaterra) tuvieron la sagacidad de ganarse la confianza de los bondadosos indígenas, quienes les ayudaron a adaptarse a su nuevo hogar. Los peregrinos, que eran odiados por los católicos en Inglaterra, vinieron con una mano adelante y otra atrás a bordo del barco Mayflower el 11 de diciembre de 1620 en un estado de imbañabilidad absoluta, y para 1621 entre el 21 de septiembre y el 11 de noviembre, se sentaron a la mesa en una fiesta de 3 días con los indios que les habían echado una mano para establecerse, sin saber que le habían dado un soplo de asistencia al mismito diablo blanco que los iba a despojar de tierras, cosechas y hasta la identidad. Por supuesto que a los chateles gringos no les cuentan la cosa a como fue en realidad, pues por haber sido tan amistosos y solidarios los pieles rojas acabarían ultrajados y hueliéndose el dedo porque al baboso ni Dios lo quiere.
Los rubiecitos peregrinos armaron comilona con unos 90 indios de los Wampanoag incluyendo al cuaco jefe de estos, Massasoil, a quien por poco le acaban diciendo si quería más masa, lorita. La invitación la hizo el gobernador William Bradford. Comieron como contratados, y en el menú iba el chompipe, gansos,zarcetas, bayas, pescado, almejas, ciruelas y calabaza hervida.
Antes que Franklin Delano Roosevelt tuviera el bombillazo de emitir su proclamación, Acción de Gracias ya se celebraba pero sin tanto boato y ruido. Se venía celebrando desde octubre de 1777 cuando en las 13 xolonias iniciales de las que se armó Estados Unidos celebrarom dicha efemérides. No fue hasta en 1789 que la celebración alcanzó categoría de asueto nacional, cuando el chiclán y modosito presidente George Washington proclamó que el jueves 26 de noviembre sería un día “de acción de gracias públicas y oraciones” para dar gracias por tener la oportunidad de vivir en una nueva nación y establecer una nueva constitución(la cual nació con un manchón de lodo en la cara debido a que aún existía la esclavitud!) A pesar de las pomposas palabras de Washington, el Día de Acción de Gracias aún no agarraba terreno como asueto nacional.
Sara Josepha Hale, editora de Godey´s Lady´s Book y autora de aquel sonsonete bobo de “Mary tenía un corderito”, pasó unos 30 años con la insistencia que se hiciera un asueto nacional de Acción de Gracias, ya que para ella esa fecha era la quintesencia de la americanidad(asumiendo que solo Estados Unidos fuera América...pobres gringos?) Tras la cruenta guerra civil(la única cuyo gas han aguantado los gringos en casita, porque todas las otras guerras las han ido a pelear en tierra ajena para no empolvar su terruño), Sarah Josepha volvió a la carga afirmando que se precisaba el día festivo como una forma de infundir esperanza y fe en la nación y en la constitución. El flaco Abe Lincoln ya estaba montado en su taburete en la Casa Blanca cuando como buen político, decidió oir a Sarah como una manera de utilizar una buena idea.
El 3 de octubre de 1863, Lincoln emitió su propia Proclamación de Acción de Gracias que declaraba que el último jueves de noviembre estaría destinado a ser el día de “ acción de gracias y alabanzas” conforme la fecha ya establecida por Washington. Por primera vez la festividad se hizo un asueto nacional, con fecha exacta. Lincoln celebró al año siguiente su propia cena, y reza la leyenda que se encariñó tanto con un robusto pavo bostoniano que en lugar de servirlo a la mesa como plato central, lo tuvo vivo debajo de la mesa a sus pies lan´z+andole mendrugos de pan.
Por 75 años tras la administración de Lincoln, cada presidente celebró lo suyo a como mejor le dio la gana, muchos emitieron otras proclamas para no quedarse atrás, siempre en la misma fecha. En 1939 Franklin Delano Roosevelt no quiso ser mono imitador. Quiso complacer a los detallistas, quienes afirmaban que al ser el último jueves un 30 de noviembre, solo les quedaban 24 días para saquear los bolsillos de los consumistas y que eso no era mucho. FDR, siempre listo a ser complaciente, accedió. Con una semana más, los compradores gastarían más.
Fue así que el asueto se trasladó a como hoy lo conocemos.
Pero no todos estuvieron felices. Siempre se solía tener grandes juegos deportivos en el día de Acción de Gracias, t con el cambio, había que revisar el calendario. Los opositores al patuleco más útil de la historia aprovecharon para hacerle la vida imposible, afirmando que no tenía derecho de cambiar semejante tradición. Algunos iracundos como el alcalde de Atlantic City optó por cambiar el Thanksgiving a Franksgiving, burlándose del nombre del presidente FDR, quien según él cometía solo desatinos.
Aunque en la primera fiesta de Acción de Gracias se consumieron diversos platillos fuertes, fue el chompipe quien tuvo la sal de ser marcado para ser la estrella de la mesa. Dado que el pavo ya fue encontrado por los cheles en América, incluso hubo quienes quisieron hacer de él el animal nacional de los Estados Unidos. Benjamín Franklin, el hombre a quien le debemos la redacción de documentos de Estados de Unidos, los bifocales, y el pararrayos, fue quien propuso que fuera el chompipe el ave nacional de los gringos. La idea le supo a diablos al rubicundo Thomas Jefferson, quien no permitió que esa decisión se tomara. Benjamín Franklin-quien tenía talento para cualquier cosa, incluso para ser mal padre de un chico bastardo que él tenía-se afiló la lengua y llamó a los chompipes machos Tom Pavo (como en los gatos, que para el macho es “tom” y para las hembras reproductoras “queen” o reina), agregando que a Jefferson le encantaba desplegar la cola como el pavo, sobre todo entre las negras como su esclava amante Sally Hemmings.
Lejos estaban los puritanos de saber que estaban echando a andar una industria de megamillones de dólares cuando levantaron sus jarras repletas de cerveza para agradecer a los indios la gran ayuda que ellos les habían brindado. Lo cierto es que los Puritanos habían traído consigo la cerveza a bordo del Mayflower, barco en el cual venían empinando el codo camino a su nuevo hogar. Las cantidades de cerveza hoy consumidas por los gringos para este asueto sería suficiente para crear un Océano Pacífico cada 6 años. Y aunque en América Latina esta tradición netamente gringa no ha sido asimilada ni digerida, en Estados Unidos la movilización de la gente hacia casa para poder trinchar el pavo y comer pastel de calabaza genera ingresos millonarios para aerolíneas, ferrovías, supermercados y tiendas, mientras que apenas aparece noviembre en el calendario, la vida del pobre ave que debió ser el emblema del país capitalista más agresivo del mundo en lugar del águila, languidece con el reloj de arena desmigajando sus últimas horas en este valle de lágrimas.
Cecilia Ruiz de Ríos
Jamás se ha probado tanto aquel refrán judío de que el cuerpo y la mente ociosa son el perfecto taller del mero diablo como cuando en 1939, uno de los mejores estadistas de la pelotita del mundo, a pesar de tener amplio quehacer, se puso a hacerle calistenias al cerebro en un ratito libre que se recetó. Franklin Delano Roosevelt, el único presidente gringo quien se vio electo 4 veces a mandamás (y en la última vuelta, dicen las malas lenguas que se voló la cerca ayudado de su perrito Fala), en 1939 venía que buscar cómo el pueblo norteamericano se repusiera de 10 años de lipidia por la Depresión, y para colmo le había caído de corbata el inicio de la II Guerra Mundial en Europa. Cuando los minoristas de Gringolandia le fueron con el lloro que atrasara la festividad de Acción de Gracias por una semana para poder vender mejor para aprovechar la racha consumista navideña, ni se mosqueó en su silla de ruedas antes de darle el sí. Quizás no pensó que el cambio, que parecía pequeño, fuera a causar revuelo cuando salió publicada su Proclamación de Acción de Gracias.
A todos los gringuitos les meten en la cabeza desde cipotillos que la razón por la cual se da gracias a Dios con una cena enorme en la noche del tercer jueves de noviembre es porque los peregrinos que acababan de aterrizar en América(dado que eran vistos como plaga en Inglaterra) tuvieron la sagacidad de ganarse la confianza de los bondadosos indígenas, quienes les ayudaron a adaptarse a su nuevo hogar. Los peregrinos, que eran odiados por los católicos en Inglaterra, vinieron con una mano adelante y otra atrás a bordo del barco Mayflower el 11 de diciembre de 1620 en un estado de imbañabilidad absoluta, y para 1621 entre el 21 de septiembre y el 11 de noviembre, se sentaron a la mesa en una fiesta de 3 días con los indios que les habían echado una mano para establecerse, sin saber que le habían dado un soplo de asistencia al mismito diablo blanco que los iba a despojar de tierras, cosechas y hasta la identidad. Por supuesto que a los chateles gringos no les cuentan la cosa a como fue en realidad, pues por haber sido tan amistosos y solidarios los pieles rojas acabarían ultrajados y hueliéndose el dedo porque al baboso ni Dios lo quiere.
Los rubiecitos peregrinos armaron comilona con unos 90 indios de los Wampanoag incluyendo al cuaco jefe de estos, Massasoil, a quien por poco le acaban diciendo si quería más masa, lorita. La invitación la hizo el gobernador William Bradford. Comieron como contratados, y en el menú iba el chompipe, gansos,zarcetas, bayas, pescado, almejas, ciruelas y calabaza hervida.
Antes que Franklin Delano Roosevelt tuviera el bombillazo de emitir su proclamación, Acción de Gracias ya se celebraba pero sin tanto boato y ruido. Se venía celebrando desde octubre de 1777 cuando en las 13 xolonias iniciales de las que se armó Estados Unidos celebrarom dicha efemérides. No fue hasta en 1789 que la celebración alcanzó categoría de asueto nacional, cuando el chiclán y modosito presidente George Washington proclamó que el jueves 26 de noviembre sería un día “de acción de gracias públicas y oraciones” para dar gracias por tener la oportunidad de vivir en una nueva nación y establecer una nueva constitución(la cual nació con un manchón de lodo en la cara debido a que aún existía la esclavitud!) A pesar de las pomposas palabras de Washington, el Día de Acción de Gracias aún no agarraba terreno como asueto nacional.
Sara Josepha Hale, editora de Godey´s Lady´s Book y autora de aquel sonsonete bobo de “Mary tenía un corderito”, pasó unos 30 años con la insistencia que se hiciera un asueto nacional de Acción de Gracias, ya que para ella esa fecha era la quintesencia de la americanidad(asumiendo que solo Estados Unidos fuera América...pobres gringos?) Tras la cruenta guerra civil(la única cuyo gas han aguantado los gringos en casita, porque todas las otras guerras las han ido a pelear en tierra ajena para no empolvar su terruño), Sarah Josepha volvió a la carga afirmando que se precisaba el día festivo como una forma de infundir esperanza y fe en la nación y en la constitución. El flaco Abe Lincoln ya estaba montado en su taburete en la Casa Blanca cuando como buen político, decidió oir a Sarah como una manera de utilizar una buena idea.
El 3 de octubre de 1863, Lincoln emitió su propia Proclamación de Acción de Gracias que declaraba que el último jueves de noviembre estaría destinado a ser el día de “ acción de gracias y alabanzas” conforme la fecha ya establecida por Washington. Por primera vez la festividad se hizo un asueto nacional, con fecha exacta. Lincoln celebró al año siguiente su propia cena, y reza la leyenda que se encariñó tanto con un robusto pavo bostoniano que en lugar de servirlo a la mesa como plato central, lo tuvo vivo debajo de la mesa a sus pies lan´z+andole mendrugos de pan.
Por 75 años tras la administración de Lincoln, cada presidente celebró lo suyo a como mejor le dio la gana, muchos emitieron otras proclamas para no quedarse atrás, siempre en la misma fecha. En 1939 Franklin Delano Roosevelt no quiso ser mono imitador. Quiso complacer a los detallistas, quienes afirmaban que al ser el último jueves un 30 de noviembre, solo les quedaban 24 días para saquear los bolsillos de los consumistas y que eso no era mucho. FDR, siempre listo a ser complaciente, accedió. Con una semana más, los compradores gastarían más.
Fue así que el asueto se trasladó a como hoy lo conocemos.
Pero no todos estuvieron felices. Siempre se solía tener grandes juegos deportivos en el día de Acción de Gracias, t con el cambio, había que revisar el calendario. Los opositores al patuleco más útil de la historia aprovecharon para hacerle la vida imposible, afirmando que no tenía derecho de cambiar semejante tradición. Algunos iracundos como el alcalde de Atlantic City optó por cambiar el Thanksgiving a Franksgiving, burlándose del nombre del presidente FDR, quien según él cometía solo desatinos.
Aunque en la primera fiesta de Acción de Gracias se consumieron diversos platillos fuertes, fue el chompipe quien tuvo la sal de ser marcado para ser la estrella de la mesa. Dado que el pavo ya fue encontrado por los cheles en América, incluso hubo quienes quisieron hacer de él el animal nacional de los Estados Unidos. Benjamín Franklin, el hombre a quien le debemos la redacción de documentos de Estados de Unidos, los bifocales, y el pararrayos, fue quien propuso que fuera el chompipe el ave nacional de los gringos. La idea le supo a diablos al rubicundo Thomas Jefferson, quien no permitió que esa decisión se tomara. Benjamín Franklin-quien tenía talento para cualquier cosa, incluso para ser mal padre de un chico bastardo que él tenía-se afiló la lengua y llamó a los chompipes machos Tom Pavo (como en los gatos, que para el macho es “tom” y para las hembras reproductoras “queen” o reina), agregando que a Jefferson le encantaba desplegar la cola como el pavo, sobre todo entre las negras como su esclava amante Sally Hemmings.
Lejos estaban los puritanos de saber que estaban echando a andar una industria de megamillones de dólares cuando levantaron sus jarras repletas de cerveza para agradecer a los indios la gran ayuda que ellos les habían brindado. Lo cierto es que los Puritanos habían traído consigo la cerveza a bordo del Mayflower, barco en el cual venían empinando el codo camino a su nuevo hogar. Las cantidades de cerveza hoy consumidas por los gringos para este asueto sería suficiente para crear un Océano Pacífico cada 6 años. Y aunque en América Latina esta tradición netamente gringa no ha sido asimilada ni digerida, en Estados Unidos la movilización de la gente hacia casa para poder trinchar el pavo y comer pastel de calabaza genera ingresos millonarios para aerolíneas, ferrovías, supermercados y tiendas, mientras que apenas aparece noviembre en el calendario, la vida del pobre ave que debió ser el emblema del país capitalista más agresivo del mundo en lugar del águila, languidece con el reloj de arena desmigajando sus últimas horas en este valle de lágrimas.
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