LA RECHAZADA INGEBURGA DE DINAMARCA…ERA HERMAFRODITA?
Cecilia Ruiz de Ríos
La Edad Media fue indudablemente uno de los períodos de la historia en el cual las mujeres fuimos más maltratadas pero lo sucedido con la pobre danesita Ingeburga de Dinamarca, reina de Francia por su desventurada boda con el guapo pero ambidextro rey Felipe II Augusto, ya parece cuento de terror. Muchos historiadores nos hemos preguntado el motivo de tan súbito y rotundo rechazo de parte del monarca quien tuvo un affaire muy pegajoso con varios mozalbetes antes de casarse (incluyendo su devaneo durante la III Cruzada con el mariconazo de Ricardo Corazón de León)justamente en la noche de bodas. Cuando estudiaba en Francia, una de nuestras maestras afirmaba que la princesita danesa tenía ciertas deformidades en sus partes nobles, y hace poco leí una reseña de un historiador inglés de apellido Goldsmith que en efecto Ingeburga era hermafrodita, a como había sido una hermana mayor suya que murió siendo una bebé de apenas 2 meses! Goldsmith llegó hasta a aseverar en Secretos Reales de Alcoba que Ingeburga poseía tanto un pene de mediano tamaño con capacidad eréctil como una vagina plenamente viable, aunque ligada a una matriz con infantilismo. Indudablemente que el monarca francés debe haber pasado semerendo susto al descubrir esta configuración, y peor si recordamos que él y el monarca inglés Ricardo Corazón de León tuvieron un romance que tuvo mal final.
Ingeburga venía de la familia más prominente de la Dinamarca medieval, siendo su papá nada menos que el rey Valdemar I . Nacida en 1175, era una rubia a quien le dieron la mejor educación posible en aquel entonces. Además, estaba colmada de talentos ya que tocaba varios instrumentos, escribía poesía y sus bordados eran bellísimos. Aunque no estaba enamorada del bello Felipe II Augusto de Francia, se esperaba que pronto se prendara del hermoso y culto monarca. Felipe II Augusto ya había enviudado de su primera esposa Isabel de Hainault en 1190 y tras guardarle respetuoso luto por tres años, fue matrimoniado un 15 de agosto de 1193 con la adolescente danesa de 17 años. Los esponsales estuvieron colmados de brindis, boato y alegría y finalmente la real pareja se retiró a sus habitaciones.
Ahí comenzó el diablo a menear su cola, pues en horas de la madrugada, un alterado y semidesnudo Felipe salió dando gritos de la cámara nupcial y exigió que “se lleven a esa mujer, si así se le puede decir,de aquí”. Sin disimular su asco y repulsión, Felipe pidió que jamás la dejaran acercarse a él porque sería pecado contra la naturaleza y contra Dios. Drásticas palabras para un recién casado. Ingeburga, lejos de atacarse en llanto, conservó su calma digna y solo afirmó no haber hecho nada para ofender a su majestad. Con el correr de los días, mientras noticia del escándalo galopaba por lo ancho y lo largo de Francia, Ingeburga trató de ablandar a su marido pero ante sus protestas, el airado soberano la confinó a un convento. No quiso Felipe que la coronaran reina y pidió la separación inmediata a las autoridades conocidas como el Consejo de Compiégne. Los azorados prelados consintieron en otorgar la separación en un 5 de noviembre de 1193. Humillada y rechazada, y para colmo ya enamorada del canalla que tan mal la trató, Ingeburga optó por apelar a la Santa Sede, y sucesivamente los papas Celestino III e Inocencio III la defendieron, amonestando a Felipe por el maltrato a su esposa y ordenándole que regresara con ella.
Airado porque el sumo pontífice defendía a “esa monstruosidad” Felipe pidió al papa una anulación afirmando que no había podido consumar el matrimonio y que debido a que no había tocado a su esposa, lo mejor era disolver el vínculo nupcial. Ingeburga, profundamente indignada, afirmó que sí había existido una relación sexual y que había cohabitado maritalmente con el rey, por ende lo de la falta de consumación no podía ser válida. Como tal, era la legítima mujer de Felipe, y también por derecho la auténtica reina consorte de Francia. Celestino III se negó a dar la anulación. Exasperado, Felipe dijo que se había enterado que eran consanguíneos demasiado cercanos, y que su unión estaba maldita por ser incesto. Fue cuando el clérigo franco-danés Guillermo de París intervino en el caso al ver la obstinación ciega con la cual Felipe trataba de repudiar a Ingeburga. Guillermo tuvo que desengavetar todita la genealogía de los reyes daneses para botar el argumento de que había impedimento por consanguinidad. Dos libros de las cartas de Guillermo de París quedan de testimonio del bochornoso caso.
Es de comprenderse la sofocación que sentía el monarca galo por deshacerse de Ingeburga. Se había enamorado como un chiquillo colegial de una princesita de origen germano, Agnés de Méran, y en junio de 1196, sin haber sido su segundo matrimonio anulado, el rey había cometido bigamia al casarse con Agnés, quien ya andaba la barriguita cargada de la simiente de Felipe. La excomunión para Felipe no tardó en llegar, y su reino fue colocado bajo interdicto(o sea que no podían haber bodas, bautismos, misas ni nada religioso porque estaban castigados). En esta época en que el vulgo era ciegamente y supersticiosamente religioso, esta prohibición mermaba en grande la autoridad del rey y cualquiera podía matarlo o destronarlo aunque fuera “ungido de Dios”. Agnés fue apartada pero a Ingeburga en represalia Felipe la encerró en el Castillo de Etampes en una torre como en el cuento de Rapunzel(la lechuguita de cabellera larga de los cuentos infantiles). A Ingeburga le mandaban comida cuando se acordaban (y padecían de Alzheimer en la corte de Felipe), poco agua(a veces ella debió beberse sus orines), y no tenía derecho a recibir amistades ni nada. Solo dos capellanes daneses la visitaban muy de vez en cuando.
Agnés de Méran acabaría su vida odiada y sola, y olvidada por quien profesó pasión alborotada por ella, e Ingeburga lograría tener a su marido de vuelta con ella aunque nunca en el lecho. Felipe después de haber humillado a Ingeburga, hizo una reconciliación de a medias con ella en 1213, pero no fue porque se arrepintiera de nada de lo que le hizo. Para entonces se dio cuenta que el linaje de su esposa lo acercaba a la posibilidad de ocupar el codiciado trono inglés. Pero la galopante infatuación que la danesita había sentido por su esposo se había evanescido, y aunque Felipe le hablaba, ella prefería estarse en el convento de Saint-Jean de.L´Ile, centro religioso que ella misma había fundado. Le quedaba cerca de Corbeil, en una islita llamada Essonne, donde finalmente había encontrado un poco de reposo. Ella sobreviviría a su esposo por más de 14 años, muriendo de achaques de vejez un 29 de julio de 1236, sin hijos y llevándose a la tumba el secreto que le cambió su destino.
Cecilia Ruiz de Ríos
La Edad Media fue indudablemente uno de los períodos de la historia en el cual las mujeres fuimos más maltratadas pero lo sucedido con la pobre danesita Ingeburga de Dinamarca, reina de Francia por su desventurada boda con el guapo pero ambidextro rey Felipe II Augusto, ya parece cuento de terror. Muchos historiadores nos hemos preguntado el motivo de tan súbito y rotundo rechazo de parte del monarca quien tuvo un affaire muy pegajoso con varios mozalbetes antes de casarse (incluyendo su devaneo durante la III Cruzada con el mariconazo de Ricardo Corazón de León)justamente en la noche de bodas. Cuando estudiaba en Francia, una de nuestras maestras afirmaba que la princesita danesa tenía ciertas deformidades en sus partes nobles, y hace poco leí una reseña de un historiador inglés de apellido Goldsmith que en efecto Ingeburga era hermafrodita, a como había sido una hermana mayor suya que murió siendo una bebé de apenas 2 meses! Goldsmith llegó hasta a aseverar en Secretos Reales de Alcoba que Ingeburga poseía tanto un pene de mediano tamaño con capacidad eréctil como una vagina plenamente viable, aunque ligada a una matriz con infantilismo. Indudablemente que el monarca francés debe haber pasado semerendo susto al descubrir esta configuración, y peor si recordamos que él y el monarca inglés Ricardo Corazón de León tuvieron un romance que tuvo mal final.
Ingeburga venía de la familia más prominente de la Dinamarca medieval, siendo su papá nada menos que el rey Valdemar I . Nacida en 1175, era una rubia a quien le dieron la mejor educación posible en aquel entonces. Además, estaba colmada de talentos ya que tocaba varios instrumentos, escribía poesía y sus bordados eran bellísimos. Aunque no estaba enamorada del bello Felipe II Augusto de Francia, se esperaba que pronto se prendara del hermoso y culto monarca. Felipe II Augusto ya había enviudado de su primera esposa Isabel de Hainault en 1190 y tras guardarle respetuoso luto por tres años, fue matrimoniado un 15 de agosto de 1193 con la adolescente danesa de 17 años. Los esponsales estuvieron colmados de brindis, boato y alegría y finalmente la real pareja se retiró a sus habitaciones.
Ahí comenzó el diablo a menear su cola, pues en horas de la madrugada, un alterado y semidesnudo Felipe salió dando gritos de la cámara nupcial y exigió que “se lleven a esa mujer, si así se le puede decir,de aquí”. Sin disimular su asco y repulsión, Felipe pidió que jamás la dejaran acercarse a él porque sería pecado contra la naturaleza y contra Dios. Drásticas palabras para un recién casado. Ingeburga, lejos de atacarse en llanto, conservó su calma digna y solo afirmó no haber hecho nada para ofender a su majestad. Con el correr de los días, mientras noticia del escándalo galopaba por lo ancho y lo largo de Francia, Ingeburga trató de ablandar a su marido pero ante sus protestas, el airado soberano la confinó a un convento. No quiso Felipe que la coronaran reina y pidió la separación inmediata a las autoridades conocidas como el Consejo de Compiégne. Los azorados prelados consintieron en otorgar la separación en un 5 de noviembre de 1193. Humillada y rechazada, y para colmo ya enamorada del canalla que tan mal la trató, Ingeburga optó por apelar a la Santa Sede, y sucesivamente los papas Celestino III e Inocencio III la defendieron, amonestando a Felipe por el maltrato a su esposa y ordenándole que regresara con ella.
Airado porque el sumo pontífice defendía a “esa monstruosidad” Felipe pidió al papa una anulación afirmando que no había podido consumar el matrimonio y que debido a que no había tocado a su esposa, lo mejor era disolver el vínculo nupcial. Ingeburga, profundamente indignada, afirmó que sí había existido una relación sexual y que había cohabitado maritalmente con el rey, por ende lo de la falta de consumación no podía ser válida. Como tal, era la legítima mujer de Felipe, y también por derecho la auténtica reina consorte de Francia. Celestino III se negó a dar la anulación. Exasperado, Felipe dijo que se había enterado que eran consanguíneos demasiado cercanos, y que su unión estaba maldita por ser incesto. Fue cuando el clérigo franco-danés Guillermo de París intervino en el caso al ver la obstinación ciega con la cual Felipe trataba de repudiar a Ingeburga. Guillermo tuvo que desengavetar todita la genealogía de los reyes daneses para botar el argumento de que había impedimento por consanguinidad. Dos libros de las cartas de Guillermo de París quedan de testimonio del bochornoso caso.
Es de comprenderse la sofocación que sentía el monarca galo por deshacerse de Ingeburga. Se había enamorado como un chiquillo colegial de una princesita de origen germano, Agnés de Méran, y en junio de 1196, sin haber sido su segundo matrimonio anulado, el rey había cometido bigamia al casarse con Agnés, quien ya andaba la barriguita cargada de la simiente de Felipe. La excomunión para Felipe no tardó en llegar, y su reino fue colocado bajo interdicto(o sea que no podían haber bodas, bautismos, misas ni nada religioso porque estaban castigados). En esta época en que el vulgo era ciegamente y supersticiosamente religioso, esta prohibición mermaba en grande la autoridad del rey y cualquiera podía matarlo o destronarlo aunque fuera “ungido de Dios”. Agnés fue apartada pero a Ingeburga en represalia Felipe la encerró en el Castillo de Etampes en una torre como en el cuento de Rapunzel(la lechuguita de cabellera larga de los cuentos infantiles). A Ingeburga le mandaban comida cuando se acordaban (y padecían de Alzheimer en la corte de Felipe), poco agua(a veces ella debió beberse sus orines), y no tenía derecho a recibir amistades ni nada. Solo dos capellanes daneses la visitaban muy de vez en cuando.
Agnés de Méran acabaría su vida odiada y sola, y olvidada por quien profesó pasión alborotada por ella, e Ingeburga lograría tener a su marido de vuelta con ella aunque nunca en el lecho. Felipe después de haber humillado a Ingeburga, hizo una reconciliación de a medias con ella en 1213, pero no fue porque se arrepintiera de nada de lo que le hizo. Para entonces se dio cuenta que el linaje de su esposa lo acercaba a la posibilidad de ocupar el codiciado trono inglés. Pero la galopante infatuación que la danesita había sentido por su esposo se había evanescido, y aunque Felipe le hablaba, ella prefería estarse en el convento de Saint-Jean de.L´Ile, centro religioso que ella misma había fundado. Le quedaba cerca de Corbeil, en una islita llamada Essonne, donde finalmente había encontrado un poco de reposo. Ella sobreviviría a su esposo por más de 14 años, muriendo de achaques de vejez un 29 de julio de 1236, sin hijos y llevándose a la tumba el secreto que le cambió su destino.
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