“La ciencia puede ser como Kronos, quien acabò devorando a sus hijos.” Albert Einstein, cientìfico judìo quien fue el padre involuntario de la bomba atòmica.
“Cuando originalmente vine al mundo, aquel 18 de enero de1867, a bordo de una carreta mientras mi madre Rosa recordaba en medio de sus dolores todos los insultos proferidos por su marido a lo largo de una tormentosa convivencia conyugal, yo debì haber presentido que no estaba destinado a tener paz, aunque un flaco caudillo vietnamita sì haya dicho que tenemos el derecho de vivir en paz. Que de mì hayan salido posteriormente algunos de los escritos màs famosos de la literatura hispana y las palabras de amor màs convincentes posibles, fueron otros cien pesos. Tuve una azarosa trayectoria, de mano en mano después de ser separado de mi cavidad inicial, y nadie supo dònde fui a dar. Hasta que el llanto de Rosàngela Abaunza habrìa de convencer a su hermano, el cientìfico loco, que no serìa feliz mientras no saliera un hijo de sus entrañas.
Si la hubiera conocido en mi primera vida, ataviada de gasas o desnuda, o como fuera, y a lo mejor en Parìs mientras cazaba a mi ìdolo a la salida de un bistro, yo me hubiera enamorado como loco de Rosàngela Abaunza. Hubiera tenido que morderme la lengua y echar a la basura lo que dije en cuanto a la querida que fuera de Parìs y la esposa del paìs. Aùn hallada en Parìs, Rosàngela hubiera sido el amor a la medida. Pero cuando hube de conocerla, esta mujer que no parecìa gente sino muñeca, ya estaba irremediablemente casada por amor con el ucraniano Rodion Fantaleiko a pesar de que existìa sospecha de que el hombre, por haber estado cerca de Chernobyl en 1986, podrìa ser machorro o peor, transmitir tantos genes mutantes que cualquier hijo suyo podrìa ser mitad Godzilla y mitad quien sabe que otra cosa. Rosàngela Abaunza, con los cabellos màs negros que el azabache, tez cetrina y una naricilla de gata mimada, consideraba que no tenìa motivo de existir mientras no fuera madre de familia y se dedicò en cuerpo y alma, mientras estudiaba el ùltimo año de lengua rusa allà en lo que fue la Uniòn Soviètica, a buscar còmo salir encinta. Yo gravitaba desde el escondrijo donde la historia me ocultò, esperando ver què pasaba.
Una vez en Nicaragua, de vuelta en la patria, y aùn sin señas de estar gestante, Rosàngela Abaunza comenzò a deprimirse. El rubio marido hacìa lo imposible para levantarle los ánimos, y hasta la acusò de usarlo como semental. La obsesión de la mujer era vecina de la locura, y hasta en la universidad donde daba clases de ruso estaban observando que tenìa una conducta erràtica. Lejos de su terruño, hablando un papiamento de español enrevesado, sin blinis ni pirozhki ni borscht y con la mujer atorada en las aguas pantanosas de su monomanía, el ucraniano hasta estaba considerando hacer las maletas y regresarse a Kiev, de donde era oriundo. No lo detenìa ni el buen empleo que habìa conseguido con una transnacional petrolera en Nicaragua ni el amor por su esposa, quien de alguna forma habìa perdido control de sì misma en la bùsqueda de un hijo que a lo mejor jamàs podrìan tener.
Una tarde de abril, al faltarle la regla, Rosàngela Abaunza acudiò al laboratorio y pidiò que le hicieran la prueba Gravindex de embarazo. Cuando le dieron el resultado, fue tan grande el jùbilo que llorò delante de sus alumnos. Por fin. Fue a sacar a su esposo de la oficina y cuando le dijeron que andaba en la refinerìa amenazò con ir a meterse allà. No lo hizo y se fue a casa sintièndose un poco decepcionada y hasta avergonzada por haber dicho que de los mismos tubos de la refinerìa lo sacarìa aunque hubiera una detonación. Al regresar a casa el ucraniano, la encontrò dormida. La mirò detenidamente. Estaba asustado. Se suponìa que no iba a poder engendrar hijos, segùn le habìa dicho el galeno allà en Kiev, después de examinarlo tras la hecatombe de Chernobyl. Eso nunca se lo habìa dicho a su esposa. Le habìa dado demasiado pavor perderla. Ahora, què serìa lo que vendrìa al mundo? Era demasiado tarde para echar hacia fuera sus sospechas. Rosàngela Abaunza le preguntarìa airada que por què hasta ahora hablaba de lo que debiò de haber dicho antes de firmar el acta de matrimonio.
Rodion Fantaleiko hizo lo mejor que pudo para esbozar una sonrisa y alegrarse.
Mi participación en este lìo no tuvo lugar hasta unos meses después del jùbilo inicial por la gravidez de Rosàngela Abaunza. La feliz embarazada que era Rosàngela Abaunza se hizo a la costumbre de consultar todo con su ginecòlogo y hacerse exàmenes habidos y por haber para controlar su gestaciòn. Cuando perdiò la cintura se hizo un ultrasonido, y el ceño arrugado del mèdico le pareciò una enorme nube negra y ominosa. El alarmado especialista la remitiò a hacerse otras pruebas bajo excusa de que era mejor tener todo minuciosamente controlado. En realidad, el mèdico le dijo algo muy grave a Rodion Fantaleiko: el bebè carecìa de cerebro y lo ùnico que podìa hacerse era remitir al feto a la nada mediante un aborto terapèutico.
Es curiosa la definición de la palabra terapèutico,no? Entonces razonen conmigo. Con arrancar a dentelladas al bebè del seno materno no iban a remediarlo, o darle lo que le faltaba. Se supone que cualquier cosa que sea terapèutica es para curar, no? Què se cura con matar? Dràstico remedio. La ùnica cura para la vida es la muerte. Al matar a alguien sencillamente se le privaba de sus dolores. Tambièn de las posibles dichas y momentos inolvidables. El mèdico no se atreviò a decirle nada a Rosàngela Abaunza, quizàs porque en las visitas que ella hizo acompañada del esposo el galeno olisqueò que el hombre tenìa resquemores, que habìa un asomo de duda, un hàlito a miedo tras las pupìlas grises del ucraniano. Algo le decìa que Rodion Fantaleiko tenìa miedo, y no deseaba el embarazo de su mujer. El ucraniano comenzò su campaña pro aborto, dicièndole que ya tendrìan otros hijos. Le dijo que era tonta al querer conservar un hijo que quizàs nacerìa muerto.
Pero la mujer no era tonta. Rosàngela Abaunza se fue a otra clìnica y bajo nombre ficticio hizo que le practicaran todas las pruebas, y una vez habidas, las llevò donde Andrès, su hermano a quien todos calificaban de peligroso porque era un cientìfico loco, un genetista estudiado en Londres, y hasta le achacaban tener pacto con el diablo, que es a como los ignorantes logran explicar cosas que estàn màs allà de sus mentecatas ideas. Andrès, macabramente incrèdulo y con unos ojos negros de gitano, tenìa una enorme debilidad ùnica: su apego a la ùnica hermanita tras siete machos que eran los hermanos de Rosàngela Abaunza.
Miren, señores, no solo es celeste la carne de la mujer a como yo he dicho. Es celeste su llanto, y las làgrimas de la hermana menor eran potente veneno para mover a Andrès. Los lloros de Rosàngela, a quien adorò desde que saliò del vientre materno, eran conjuros de sal, sortilegios de nubes internas, celestes mandatos para Andrès. Andrès examinò minuciosamente los exàmenes de su hermana. El mismo ceño fruncido, y luego una sonrisa torcida, casi una mueca de dolor, un rictus de duda y ya.-Creo tener lo que necesitàs. Venìte pasado mañana y veremos què hacemos.
Al oirlo me agitè. Unas ondas casi imperceptibles surcaron en la enorme campana de vidrio donde yo estaba. Era mi alegrìa. Nuevamente, iba a estar completo. Nunca habìa olvidado la sensación acogedora de ser parte de algo, de alguien, de estar cobijado por hueso, amortiguado por lìquido viviente, alimentado por sangre y no suero proteìnico. Otra vez yacer bajo piel y cuero cabelludo, tener correspondencia con la almohada, sentirse coqueto bajo un sombrero. La sensación de emitir y recibir sensaciones y que el pensamiento mìo serìa como una orden a la que darìan seguimiento los dedos, la mano, el brazo, el cuerpo. Todo. Ser parte de un todo y gobernar a ese todo. Con razòn los reyes morìan en el exilio, languidecìan al perder el cetro y la corona, lloraban por sus tronos. Lo mejor era que iba a conocer a Rosàngela Abaunza desde lo profundo de su ser, iba a poseer ese cuerpo perfecto màs allà del efìmero momento de una còpula, iba a residir aunque fuera brevemente dentro de ella, la conocerìa a como ningún macho conoce a su hembra. Jodido, què privilegio màs ùnico!
Cuando comencè a funcionar dentro del cuerpecito del bebè de Rosàngela Abaunza, pudo darme cuenta de poderes que yo tenìa. Su barriga gestante no poseìa sombra, y para ser exactos ni la misma Rosàngela la tenìa, aunque no se dio cuenta de ello. Yo estaba feliz. Casi olvidaba la delicia de recibir alimentos, el sabor de la glucosa energizante, el olor a èxtasis del producto de la pineal o el aroma a incienso que creo haber detectado en la pituitaria. Mi felicidad no estuvo empañada por el apretujòn continuo del parto cuando Rosàngela Abaunza por fin dio a luz a su bebè. Era increíble la expresión de alivio del pobre ucraniano cuando el obstetra le entregò en sus brazos lo que èl esperò que serìa quien sabe què fenómeno con cola y escamas fosforescentes. –Rubèn, Rodion Fèlix Rubèn seràs-dijo Rodion Fantaleiko, con làgrimas de alegrìa y tambièn remordimiento al sostener al bebè de cabellos rubios.
Ver el rostro de Rosàngela Abaunza fue uno de los momentos màs inolvidables de mi vida. Tras haber visto estampas o imàgenes o ìconos de la iglesia ortodoxa rusa en mi anterior turno en el valle de la piel y la existencia terrenal, me daba cuenta què desperdicio de yeso y esmalte eran todas esas vírgenes de Guadalupe, de Fàtima, del Socorro, de Coromoto en Venezuela, incluso la Virgen Negra de Praga. Ficciòn. Recordè fugazmente a la Rosa, la que me habìa hecho y luego parido a bordo de una carreta mientras odiaba al hombre que le implantò la semilla. No, ni ella era comparable a esta obra de arte en carne y hueso que era Rosàngela Abaunza. Fue un coup de foudre, el flechazo consabido, el golpe de gracia. Desde mi envoltorio blanco y suave con que me llevaron a la sala cuna me di cuenta que nunca màs amarìa con mayor intensidad.
Ir creciendo poco a poco al lado de Rosàngela Abaunza y Rodion Fantaleiko serìa una experiencia distinta. Era tan rico tener a ambos padres bajo el mismo techo, gozarlos, no estar posando con allegados que en cualquier momento podrìan arrepentirse de darte un sencillo plato de comida. Y la biblioteca de estos señores! Mi primera frase fue mitad en español y mitad en ruso. Aprendì a leer nuevamente a los tres años. Rosàngela Abaunza me llevaba a su oficina y todos me admiraban. Me peinaba la cabellera rubia en bucles. Y me adoraba. Me sentìa bien abrigado, protegido. Contento y amado, agradecido de ser parte de un todo y ser el todo a la vez. De los tres nombres me quedò como hàbito solo el Rubèn. Y era bueno eso, pues era al ùnico al que debìa de responder.
Tenìa solamente como unos 9 meses de haber sorprendido a mis padres leyendo y escribiendo de corrido a los tres años cuando sucediò lo inesperado. Ya asistìa yo a un parvulario cuando mi padre llamò a mi madre para avisarle que debido a una emergencia en la refinerìa donde èl laboraba, no podrìa irme a traer al colegio a las doce del mediodìa a como usualmente hacìa, y que serìa mejor si solo por hoy, ella fuera por mì. Mi mamà, quien estaba en medio de una campaña educativa, tambièn estaba atareada. Ese dìa se desocupò hacia las 3 de la tarde y corriò a buscarme al colegio. La maestra, quien ya se iba a casa, estaba sorprendida al verla llegar. Le dijo que hacia la una de la tarde, una mujer que dijo llegar en nombre de mi padre, me habìa llevado a casa. Mi mamà supuso que era Brenda, la secretaria de mi papà, quien a veces le hacìa mandados personales. Rosàngela se devolviò a su oficina y no fue hasta las 7 de la noche que ella regresò al hogar. Nomàs entraba cuando mi papà le preguntò:-Y el niño?
Rosàngela Abaunza palideciò.-No està con vos? No lo mandaste al fin a traer con Brenda?
-Yo ni te llamè pues supuse que lo tendrìas en tu oficina con vos, porque aquì en la casa no està. Brenda incluso està de vacaciones.
Asì comenzò la pàgina màs amarga de mi historia con mis padres. En realidad una mujer me habìa llegado a traer, diciendo a la profesora que iba en nombre de mi padre. No me llevò a mi casa, pero era tan amistosa que no le tuve miedo al inicio. Mis padres se hicieron locos buscàndome, yendo a los medios de comunicación, ofreciendo recompensa, pero obviamente no me habìan secuestrado para sacarle dinero a nadie. Nadie pedìa rescate por mì. Era obvio que no habìa intenciòn de devolverme. El corazòn se me hizo pesado pensando en que jamàs verìa de nuevo a Rosàngela Abaunza, que ya nunca jugarìa con Rodion y que mis numerosos gatos y mi perrito collie me extrañarìan horriblemente. De alguna forma yo intuìa que tarde o temprano volverìa a verlos en la vida, pero la espera se iba a hacer interminable.
Pero no era solo intuición lo que me indicaba que alguna vez volverìa a verlos. Podìa percibir la angustia desmedida de mi madre, la aflicción de mi padre(no me imaginaba que me amaba tanto, y me estaba dando cuenta hasta ahora que ya no lo tenìa a mi lado!) Sentìa el pasillar del perro buscàndome en mi habitación, el letargo triste de mis gatos durmiendo encima de mis almohadas como tratando de hacer algún sortilegio para que yo volviera a su lado. Claro, aùn estaba a pocos kilómetros de donde residìan mis padres. Pero pronto mi secuestradora tomò medidas dràsticas. Casi a un mes de haberme secuestrado, la mujer montò en un aviòn conmigo, llegamos a Nueva York y ahì tomamos un Concorde rumbo a Londres, donde ya me esperaban. Fue al arribar a esa ciudad que me di cuenta de las intenciones que tenìa la persona que me habìa secuestrado. Un lord inglès, cuyo hijo estaba muriendo por un defecto congènito del corazòn, le habìa encargado conseguir un niño saludable de màs o menos la misma edad del moribundo, para extraerle el corazòn y poder realizar el transplante que salvarìa la vida del muchacho. O sea, la mujer era un miembro màs de una organización que se dedicaba al tràfico de òrganos para transplante, y en eso habìa millones de dólares de por medio. Quièn sabe cuànto habìa recibido como bolsa de reales por mì la muy maldita. Ahora yo estaba en aprietos. Iban a abrirme el pecho, sacarme el corazòn donde estaba Rosàngela Abaunza para siempre, y se lo iban a dar a otro niño quien tenìa el privilegio de ser muy amado y que su padre tenìa un montòn de plata. Al andar puesto mi corazòn, comenzarìa el inglesito a amar a distancia a Rosàngela? Para los egipcios era el corazòn y no el cerebro donde estaba asentada el alma, algo en lo cual no acabo de creer.
Sir John Armstrong Heathstone entrò en un pavoroso dilema apenas me vio. Quedò asombrado por mi inteligencia y el hecho de que ya hablaba algunas palabras en inglès. En resumen, quedò flechado. A la par mìa, su moribundo hijo de 4 años era apenas una sombra. El lord inglès cometiò el craso error de prendarse de mì, de hacer amistad conmigo, como Abraham Lincoln que se encariñò tanto con sus pavos que no los sacrificò para la cena de Acciòn de Gracias y si los tuvo a la mesa, fue debajo de ella lanzàndoles mendrugos de comida. Sir John se vio salvado por el kismet-a como llaman los islàmicos al destino- cuando una noche antes de la operación programada, su hijito muriò durante el sueño con una sonrisa en los labios.
El rubio inglès, viudo y sin màs hijos o familia cercana, se aferrò a mì como nàufrago a una tablita. Era inútil pensar que me iba a dejar ir, a devolverme a Nicaragua. En primer lugar habrìa tenido demasiado que explicar sobre còmo lleguè a sus manos! Para garantizar que el derecho lo asistìa, llamò a su abogado. Me adoptò formalmente, dejando mi nombre como Jan Rubens Armstrong, y màs luego me aclararìa que el Jan Rubens era por el padre del gran pintor flamenco Pedro Pablo Rubens, el que pintaba bellas gordas. El inglès admiraba a Jan Rubens por bandido, por pìcaro que se dio el lujo de juguetear con la princesa Ana de Sajonia cuando èsta ya estaba casada con el famoso padre de la independencia holandesa, Guillermo el Silencioso. Jan Rubens se atreviò a preñar a la desquiciada princesa allà en tiempos del Renacimiento, aunque tuvo que guardar càrcel por ello. No sè si me incomodaba o me daba risa llevar el nombre de semejante granuja.
Lo cierto es que fui tratado con esmero. Me metiò a un colegio privado carìsimo, el Eton, y ahì me tocaron por compañeros algunos de los vàndalos màs temibles de Inglaterra, pero estaban amparados por tìtulos nobiliarios y reales. Era como crecer en medio de una pandilla de lujo. Habìan miembros de la familia reinante de Inglaterra, un montòn de tufosos de cuidado. Ninguno sacaba buenas notas por esfuerzo propio. Mi padre adoptivo jamàs tuvo que pagar tutores por mì, ya que en todo iba arriba de 98. Mis maestros me consideraban el alumno modèlico, y derramaban alabanzas sobre mì. Al descubrir mi padre adoptivo mi amor por las criaturas, me asignò 4 gatos, dos perros y una lora importada del Africa que le debe haber costado un ojo de la cara. Sabiendo que si yo proponìa regresar a Nicaragua iba a reventar la burbuja de cristal en la que vivìa, decidì aguardar por largos años mientras adquirìa mi esmerada educación. Iba ahorrando dinero de la gruesa mesada que me daba Sir John. Era para el pasaje de vuelta a Managua.
No tenìa caso escribirle a mis padres. Creerìan que era un burla, o a lo mejor habìan comenzado una nueva vida en otro lado. O ya no me recordaban. Pensar en lo ùltimo dolìa. Y mucho.
Para mientras, habìan ciertos paliativos para el dolor de la distancia. En mis ratos libres estaban Godofredo Chaucer, Alfred Lord Tennyson, George Gordon Lord Byron, John Keats, Percy Bysshe Shelley, William Butler Yeats, Oscar Wilde, Alexander Pope Jane Austen, Charlotte y Emily Bronte, Sir Walter Scott, la inefable Mary Godwin Shelley y los escritos feministas de su mamà Mary Wollstonecraft, Jonathan Swift, Ben Jonson, Christopher Marlowe, William Shakespeare, John Donne, Robert y Elizabeth Browning, Charles Dickens, Rudyard Kipling, George Orwell. Daniel Defoe, Dante y Cristina Rosetti, George Bernard Shaw, William Makepeace Thackeray, James Joyce...
La literatura inglesa e irlandesa me devoraban por completo. De por sì mi padre adoptivo era un hombre muy letrado quien promovìa mi hàbito de la lectura, pero los libros que faltaban en su biblioteca poco a poco fueron adquiridos por mì. Comencè a escribir mis primeros poemas a los 10 años. A partir de los doce años, no habìa una sola velada del colegio en la cual no estuviera yo. Me graduè con honores y mi padre adoptivo propuso mandarme a Sandhurst, una academia militar inglesa que tenìa entre sus ex alumnos a nada menos que a Winston Churchill. En realidad no me atraìa tanto ser militar a como tampoco me hubiera gustado ser gay-con lo loco que me volvìan las mujeres-pero no querìa contrariar al viejo. El querìa un militar y si yo podìa darle el gusto se lo iba a dar. Al cumplir mis 18 años me habìa contado la verdad de còmo yo lleguè a Inglaterra y para què. Para entonces ya estaba puesto a mi nombre en el banco un gordo fideicomiso que garantizarìa que yo no tuviera que trabajar jamàs si asì lo deseaba, lo cual me parecìa lo màs ridìculo del mundo. En su testamento a la cabeza estaba yo como heredero de una vasta fortuna, con fuertes sumas para unos refugios-consultorios de animales en Inglaterra y Francia, una cantidad respetable para Ian Heathstone(un sobrino en segundo grado) y una donaciòn para dos museos. Encantado por mi talento para la literatura, Sir John financiò la ediciòn de mi primer libro de poesìas escritas en inglès-con un tiraje de apenas 30 mil ejemplares-y no fue antes que una buena mitad de estos libros fueron vendidos que mi padre adoptivo procediò a morirse de un infarto explosivo mientras disfrutaba de una chavala de 19 años recièn llegada de la India.
Con la muerte de Sir John nada me detenìa para regresar a Nicaragua. Desde que lleguè a Londres, el sobrino en segundo grado de Sir John habìa mostrado muy buena voluntad hacia mì y a menudo ìbamos a practicar deportes juntos. Era solamente nueve años mayor que yo, y estaba mencionado con una suma en el testamento de Sir John. Hace dos años habìa egresado con una licenciatura en administración de empresas y estaba laborando para una firma que no le daba buen salario. Decidì contactar a Ian, y tras pasar unos dìas juntos, aceptò gustoso hacerse cargo de las empresas que Sir John habìa dejado a mi nombre. Nombrado como presidente de las mismas y con un salario enorme, màs acciones en todas las tres empresas, Ian estaba contento. Quizàs por eso se sintiò en obligación de contarme la razòn por la cual su tìo me habìa traìdo en primer lugar.
Fue grande su sorpresa cuando le manifestè que yo ya sabìa por boca de su mismo tìo, quien me lo contò ya siendo yo un adolescente.-Querràs regresar a tu paìs, no? Por eso me cargas con tanta responsabilidad?
Mi paìs? Habìa arribado a Inglaterra siendo muy pequeño. De alguna forma, encontrè educación, cariño, comida, lujos y aceptación en Inglaterra. Era ahora Sir Jan Rubens Armstrong, vigèsimo earl de Heathstone, con un tìtulo conferido al ancestro de mi padre adoptivo en tiempos de la Guerra de las Rosas. Nunca sufrì discriminación, y aunque ahora sabìa el verdadero motivo por el cual fui traìdo, no guardaba rencor hacia Sir John. Yo hubiera hecho lo mismo quizàs para salvar a un hijo. O a una madre. Si Rosàngela Abaunza hubiera estado en peligro de muerte, no hubiera yo ofrecido parte o todo mi cuerpo por ella? Hasta la vez el recuerdo càlido del regazo tibio de mi madre tenìa el poder inmenso de conmoverme. En mi libro de poemas habìan varios poemas alusivos a ella. Què dirìa ella si me viera ahora, convertido en un lord inglès, con un libro publicado y melena oscura y desordenada? Ella de seguro recordaba los rizos de oro que tuve al nacer, heredados de mi papà ucraniano, pero me habìa pasado la de las focas que nacen blancas y luego se hacen negras. O las del zopilote, dirìan en Nicaragua? Era Nicaragua mi paìs? O era la Inglaterra abundante y culta la que merecìa ser llamada patria por mì?-Tengo dos paìses, Ian. Nacì en Managua, pero Londres es mi casa.
-Yo te entiendo pues yo crecì en Irlanda, me fui de Inglaterra a los dos años de edad. Mis padres estàn sepultados allà en Dublín. Hasta hace cuatro años que vivo acà, y si te he de confesar algo, me cuesta aclimatarme pero lo voy a tener que lograr. No sè si me entiendes, pero dime si cuando estuviste en Irlanda no te enamoraste de lo verde que es?
-Bueno, es verdad. Es una isla bella, con gente linda. Veremos què pasa cuando vaya a Nicaragua.Lo que recuerdo de Nicaragua es muy lindo, un paìs tropical lleno de frutas sabrosas
Ian pasò un brazo por encima de los hombros de Rubèn.-Yo prefiero que te quedes acà, aunque cualquiera me dirìa que te deje ir para despeluzarte las empresas y quedarme con todo...Pero yo creo que cada quien ya trae para què va a servir o una lìnea de vida por cumplir. Que hayas venido a dar a Londres no fue accidente, y si lo fue de veras que se tratò de un afortunado accidente para mi tìo John, para vos mismo y hasta para mì. Nadie lo hizo màs feliz que tù, ya que mi tìa Amanda al morirse en el parto del niño, y luego al fallecer mi primo a los cuatro años, virtieron solo tristezas sobre el pobre hombre. Pero quiero que me prometas una cosa. Si de veras no logras encontrar en Nicaragua lo que tù esperas hallar, si eres infeliz, si te rechazan, si no encuentras a Rodion y Rosàngela, volveràs acà?
Rubèn mirò detenidamente el rostro claro, los ojos verdes de su familiar. Habìa sinceridad en Ian.-Por supuesto que vuelvo. Vos tambièn sos familia, aunque haya llegado a vos y a John de la forma menos idònea.
Despedirme de Ian fue màs difícil de lo que imaginè serìa. Confiaba plenamente en que Ian administrarìa las empresas con buen tino. En realidad yo estaba muerto de miedo porque me lanzaba al vacìo, a un paìs que era donde dejè mi ombligo pero con el cual no tenìa ninguna relaciòn. No solo iba yo en una aventura sino que llevaba la responsabilidad de mis gatos, los dos perros y la lora vieja. No tenìa la menor idea què iba a hacer, aunque ya Ian me habìa contactado a una agente de bienes raìces en Managua para llegar a caer a un apartamento amoblado con todas las buenas condiciones a las cuales estaba acostumbrado en Londres. Ningún hotel me acomodarìa con semejante cantidad de animales y maletas que llevaba. De dònde habìa sacado yo tantos cachivaches? Una vez que leì sobre San Bernardo de Clairvaux, el cisterciense que fue amante del irlandès San Malaquìas, el santo decìa que en el templo solo Dios y vos, como si le salìan sobrando los altares recamados de pedrerìas o las imàgenes con rubor casi natural. Yo iba con un cerro de maletas, como gitano expulsado. Por lo menos sabìa que si me iba mal, podrìa volver a Londres y vivir bien. Mi pasaporte britànico que me identificaba como Jan Rubens Armstrong me lo ratificaba, aunque hubiera comenzado mi vida como Rodion Fèlix Rubèn Fantaleiko Abaunza.
En el aeropuerto los que registraron mis maletas quisieron quedarse con algunas cosas que traìa. Al no dejar que me quitaran nada, descaradamente solicitaron un soborno alegando que el poteen-cususa irlandesa- que yo traìa pagaba impuestos. Tras repartir unos 50 dòlares entre los empleados de aduanas, salì y busquè un taxi. Le di la direcciòn del apartamento que me habìan conseguido y tras mirar con desprecio las jaulas donde venìan mis animales me dijo que no alcanzaba tanto calache, que mejor conseguìa una camioneta de tina con un amigo suyo del mercado Oriental. A los 20 minutos el otro hombre con su camioneta destartalada estaba en el parqueo del aeropuerto, y tras exigirle que no golpeara las jaulas porque los animales tambièn sienten, en 30 minutos màs luego yo estaba ante el apartamento donde vivirìa. Estaba en casa...pero serìa un hogar?Habìa un enorme traspatio techado, protegido por una enorme muralla, con piso de tierra y exòticas plantas. No habìa forma de salir de ahì. Soltè a los miàcidos y a los perros, y coloquè la jaula con la lora debajo de un enorme arbol de mango. Alimentè a los animales, los acariciè y los observè un rato. Iban a estar bien, aùn en un paìs donde sus nativos salvo raras excepciones sentìan un profundo desprecio por las criaturas. Què dirìa el Mahatma Gandhi sobre Nicaragua?Reafirmarìa que una civilización es tan avanzada en la medida en que traten bien a los animales y a los viejos.Y yo?
Fui al interior de la casa, examinè cuidadosamente el mobiliario, y abrì la nevera. Estaba repleta de comida. Extrañè violentamente el yorkshire pudding y el rosbif de Londres, pero me tuve que contentar con unos alimentos de los que estaban refrigerados. Ya estaba aquì. Me lancè sobre el enorme lecho y dormì como piedra. Cuando me despertè ya eran las ocho de la noche. Fui a chequear a los animales, quienes se estaban adaptando mucho mejor que yo. Desempaquè solo una caja, y la guia telefònica, que estaba sobre la mesa del telèfono, me llamò la atención. Ahì podrìa estar el telèfono de mis padres. Pero decidì comenzar la bùsqueda de mi pasado para el dìa siguiente. Ya estaba adaptàndome a Nicaragua, donde todo se deja para mañana aunque se pueda hacer anteayer. O estaba eso en mis genes? Mañana ya serìa otro dìa.
Estaba yo despertàndome, aùn cansado por el jet lag, a las 8 de la mañana cuando alguien timbrò a la puerta. Me asomè por la ventana y vi a una señora cincuentona, gorda, muy morena. Tras hacerla pasar, algo que no debì haber hecho siempre pues Nicaragua estaba sacudida por una ola considerable de delincuencia, me dijo que ella era el ama de llaves que mi agente de bienes raìces me habìa conseguido. Presentò sus cartas de recomendación, cèdula de identidad y todos sus documentos pertinentes. Era doña Mercedes Solìs viuda de Ramìrez, viuda de un militar que muriò poco después que yo naciera, y era madre de tres hijos, dos de los cuales que ya estaban casados en Estados Unidos y otro que trabajaba en la refinerìa petrolera. Doña Mercha. Nos pusimos de acuerdo para su salario y metiò sus cosas al dormitorio asignado para el servicio domèstico. Inmediatamente después, se puso manos a la obra con mi desayuno.
Recordando que mi padre trabajaba para una petrolera, le preguntè:-Su hijo no conocerà en el trabajo a un ingeniero ucraniano llamado Rodion Fantaleiko?
Doña Mercha me mirò quedamente.-Un rusote grande de barba chela que es ingeniero?
-El mismo.
-Mi hijo Enrique a menudo lo lleva a casa a cenar, es muy simpàtico, bien parejo y campechano, y ya es màs nica que el pinol, pero se le mira que tiene una gran mocepa adentro, tiene unos ojos bien tristes a veces. La esposa del ingeniero parece muñeca, y aunque trata de verse alegre, tambièn anda como metido el diablo. Y de dònde los conoce usted, señorito Rubèn, si acaba de venir de Inglaterra?
-Referencias, nomàs referencias, doña Mercha. Tienen hijos?
Sirviendo una enorme porciòn del gallo pinto que tanto extrañaba yo, la mujer me dijo:-No, del todo. Se mira que son un matrimonio bien llevado, pero no hay hijos. Enrique me ha contado que solo tuvieron uno allà por 1988 o 1987, no me acuerdo, y era un muchachito lindo, pero tuvieron la sal de que se lo secuestraron y movieron cielo y tierra por hallarlo, ofrecieron recompensa, y nada. A los meses la policía les devolviò un cadáver todo machacado, irreconocible, y con el pechito abierto, como si lo hubieran usado para algún brujul de los indios de antes, porque le faltaba el corazòn. Nadie les pudo decir con seguridad si era el cuerpo del muchachito, pero le dieron sepultura en el cementerio de Monseñor Lezcano. Aunque la policía prometiò una investigación a fondo, usted sabrà que la policía de Nicaragua es màs corrupta que los mismos criminales. Bueno, coma, señorito, que bien podrìa aumentar unas libritas. Està todo mayato y flaco, todo un quijongo y aquì en Nicaragua la comida es bien sabrosa, y yo lo voy a cuidar bien.
En realidad, yo recordaba el gallo pinto, el maduro frito, los huevos rancheros y las cuajadas ahumadas. En algún rinconcito de mi memoria estaba el pinolillo helado que tomaba cuando niño. Tras desayunar me sentìa listo para enfrentarme al mundo. No quise seguir preguntando a doña Mercha, quien se puso a hacer otras
faenas. Alimentè a los animales, quienes ya estaban superando el jet lag mejor que yo. Dos de los uñudos ya estaban en una rama del palo de mango, colgados como leopardos en miniatura. Me bañè, me vestì, le di instrucciones a doña Mercha de desempacar todo y me dispuse a salir. Busquè antes de irme el nombre de mis padres en la guìa telefònica y lo hallè. Era otra la direcciòn, ya no vivìan en Bolonia, que era donde yo habìa habitado con ellos en mi remota niñez.
Còmo iba a presentarme donde ellos? Incluso me daban por muerto! La deficiente policía del paìs, con tal de no enredarse màs ni tener problemas, les habìa presentado el cadáver de saber què infortunado muchachito, y ellos se tragaron el cuento que era yo. Llevaba el corazòn en la boca, e iba sudando a chorros. El taxi me dejò a una cuadra de la casa de mis padres. Me envalentonè para apretar el timbre en la alta muralla que rodeaba a la casa. Una domèstica gorda y sudorosa saliò, y sin abrir el portòn, me preguntò què deseaba.
-Mala pata joven. Doña Rosa està en la universidad desde las siete, y don Rodion hace ratito se fue a la refinerìa. No vuelven hasta después de las 6 de la tarde. Algún mensaje que quiera dejar, con gusto se los transmito, o si me deja el nùmero de telèfono donde lo puedan localizar?
Me quedè perplejo. Còmo podrìa dejar el recado: miren, los busca su hijo secuestrado y supuestamente descuartizado, espero estèn bien, no les vengo a pedir nada sino que tras tan larga ausencia, no me cae mal ver a los viejos. Còmo estàn? Al verme titubear, la criada me dijo:-Ud. debe ser estudiante de la UNAN, allà con doña Rosa...pues bùsquela allà, o es que lo aplazaron y quiere quejarse con la vice-rectora?
-Gracias, señorita. Allà la buscarè, creo que es mejor-dije, y casi salgo corriendo.
Vice-rectora mi Rosàngela? Estarà arrugada, con rictus de amargura, con canas en el pelo de tiniebla? O serìa la misma belleza que yo recordaba, electrizante, increíble, tan perfecta? Pero yo sabìa que daba igual, Rosàngela Abaunza serìa para mì siempre lo perfecto, lo ideal, lo propio, lo ùnico.
Casi me alegrè de no encontrar ni a ella ni a mi padre. Era como una situación bastante complicada. No habìa ni desempacado totalmente, no conocìa esta Managua màs desordenada, tenìa que organizarme para poderme presentar ante mis padres. Iba a ser un cataclismo emocional.
Pensàndolo bien, quizàs la mejor manera de suavizar el encontronazo era matriculàndome en la universidad donde ella era vice-rectora. En realidad nunca quise ir a Sandhurst, y querìa seguir mi inclinación por las letras. Ya que era septiembre, me fui a informar para entrar al año siguiente, cuando ya tuviera todo en orden, quizàs comprara hasta un auto, y estuviera mejor aclimatado a Managua. Una vez que hube tenido todo desempacado, llevè mis documentos y diploma de Eton y paguè la prematrìcula. Me quisieron asustar con el cuento que el examen de admisión era casi impasable. Mi español nunca se habìa visto resentido en Inglaterra, pues lo practicaba continuamente con unos amigos españoles y leì vorazmente a todos los autores del siglo de Oro, y cuantos genios españoles habìan publicado obras. Me fascinaba Miguel Hernàndez, sobre todo su Nanas de la Cebolla que me hacìa llorar cada vez que lo leìa, y podìa recitar de memoria a Machado, Aleixandre, y Lope de Vega. Por matemàticas no habìa problemas, pues los maestros de Eton se garantizaron de que nunca bajara yo de 95. El examen fue fijado para mitad de diciembre. Ian heathstone, a quien le escribìa casi diario, me recomendaba que consiguiera un tutor para no dar vergüenza en matemàticas, y aplaudìa que yo estudiara filologìa y comunicación. El siempre habìa querido estudiar artes y
letras, pero no habiendo mucho dinero en su lado de la familia mientras crecìa, tuvo que aceptar una beca para estudiar administración de empresas. Adquirí una camioneta Nissan doble cabina, una computadora nuevecita con todas sus extras, y doña Mercha me consiguió un monito titì para añadir a mi colección de animalitos. Los gatos al principio le tuvieron pavor, pero luego amistaron con èl.
Poco a poco fui tomando una rutina, y aunque tenìa el enorme respaldo monetario en el banco con mi fideicomiso, y Ian Heathstone siempre me mandaba
un enorme estipendio, tuve las ganas de trabajar como cualquiera. Mi inglès britànico me consiguió un cargo de docente de niños y adolescentes en un centro de idiomas, impartiendo clases en las tardes y las noches. Pasè el examen de ubicación de la universidad estatal con 98, lo cual en medio de tantos 40s, 30s y menos, resultò una agradable sorpresa para los miembros del consejo nacional de universidades. Estaba tan baja la escolaridad en Nicaragua que hasta un reportero de un periòdico me pidiò una entrevista, la cual concedì en mi casa. Cuando fui a pagar mi matrìcula y escoger la carrera que era mi primera opciòn por fin vi a Rosàngela Abaunza.
La fila para realizar las gestiones de matrìcula, asentar la carrera y sacar el carnet eran enormes. Yo estaba ahì en fila cuando primero sentì el aroma que siempre he identificado como el olor de mi madre, y luego la vi. Parecìa màs joven de lo que era, apenas unas patas de gallo surcaban sus pàrpados, y tenìa el cabello tan negro como yo lo recordaba. Estaba enojadìsima. Le irritaba el tortuguismo de los funcionarios de la universidad.
-Còmo es posible que toda esta gente de nuevo ingreso aùn estè en fila y ustedes no se menean ni que les lance una carga cerrada a los pies? Miren què impresión màs horrible se estaràn llevando nuestros pelones... cuidado que muchos salen huyendo antes de matricularse y no los culpo! Y vos, que supuestamente sos la divulgadora de acà y debìas tener los brochures hechos, donde rayos los tenès que se llegaron a quejar varios que ni los querès atender, Marìa Josè?-reclamò Rosàngela Abaunza.
La aludida, una mujer gorda, cuadrada y con aspecto de travesti lamentable, balbuceò cualquier disparate y saliò a buscar los tales brochures. Rosàngela Abaunza iba tras de ella cuando se detuvo y me quedò mirando.-Vos sos el del 98 en el examen de ubicaciòn, saliste en El Nuevo Diario. Te vi de refilón, a veces no me queda ni tiempo para leer los periòdicos, pero sì vi la foto.
-Jan Rubens Armstrong para servirle señora.
-Rubèn en Nicaragua, aunque no seas nica.
-Lo soy, màs nica que el pinol.
-Encantador, muchacho, pero bueno, ya hablaremos. Esta es mi tarjeta, buscàme en mi oficina cuando tengàs un tiempito. Soy la vice-rectora acadèmica, Rosàngela Abaunza de Fantaleiko. Para servirte. Què vas a estudiar?
-Filologìa y comunicación. Ya soy aspirante a literato!
-Tan joven? Yo estudiè idiomas y literatura rusa.
-19 años.
-Debo irme, hijo, pero espero verte pronto. Que tengàs un buen dìa, Rubèn.
Buen dìa? No señora, no tuve un buen dìa. La mirè alejarse, y a como dijo Gerardo Hernàndez en su poema titulado La Emperatriz China, tuve que echarle muchos nudos a mis sentimientos para que no salieran a encontrarla, hubo mucho control de mi parte para no salir tras de ella, abalanzàrmele encima como un guepardo al impala, levantarla en el aire y matarla de un susto. No me habìa reconocido! Una profunda decepciòn amenazaba con cometerme, hasta que puse a trabajar la frìa lògica inglesa con la cual habìa sido criado por Sir John. Rosàngela Abaunza perdiò hace tantos años a un gordito rubio de ojos grises de menos de 4 años de edad, su muñeco chele, su bebè. Lo buscò, lo llorò, y no lo olvidò. Y què veìa ante ella ahora? Un extraño, un flaco quien construyò su bronceado en Biarritz, Marruecos y Brighton, un joven de 19 años cuyo color moreno se debìa a miles gastados en Coppertone, làmparas solares y quièn sabe què menjunjes màs. Sir John , quien era de un tono rosàceo que en las mujeres llamaban English Rose, se reìa a mandíbula batiente de mis intentos por parecer negrito. Mi cabello rubio de la primera infancia habìa acabado en un caoba indefinido, una enorme nube de pelo a como me imagino debe haber sido la melena de Tecumseh de los Shawnees, y los ojos grises maduraron hacia un tono tiguilote maduro que apenas se notaba a la distancia. No, señores, no era su niño. La barriguita redonda de bebè se habìa disuelto a lo largo de años de atletismo, kendo, rugby, sòccer y nataciòn. Estaba fibroso, pero siempre flaco. Tenìa razòn doña Mercha, quien continuaba cocinando para mì como si estaba engordando un lechón para Navidad. Me faltaban unos kilos para no parecer el silbido nocturno de mi vieja lora. Pero se habìa fijado en mì. Rosàngela Abaunza ya sabìa que existìa, aunque fuera por el 98 que peguè en el examen de ubicación para entrar a la universidad.
Ya la vi, fue lo primero que le escribì por correo electrònico a Ian Heathstone esa misma noche. Seguìa escribièndole casi todos los dìas, y lo llamaba cada fin de semana. En realidad lo extrañaba muchìsimo. Ian Heathstone recibiò este correo mientras estaba con el escritorio hasta el copete de papeles por firmar. Pero tuvo el tiempo suficiente para agarrarse la cabeza a dos manos y pedir casi a gritos a su asistente que le llevara dos Tylenols extrafuertes con un vaso con jugo de naranja porque lo mordiò una migraña de tamaño olìmpico. Migrañoso a travès de su padre, quien padecìa este mal hereditario desde chiquito, Ian Heathstone temblò al leer el correo mìo. Me lo dijo al responderme, aunque si èl no me lo hubiera confesado, igual lo hubiera detectado yo. No le quiebres la vida a ella, primo. Viviò unos 15 años sin tì y de alguna manera sobreviviò con suficiente ànimo como para poderle gritar a esa gentuza que trabaja con ella para que sean màs eficientes. Debes ponerte en su lugar, yo no sè què harìa si de repente me cae un hijo perdido de corbata. Capaz me cago en los calzones. Todo caldo se enfrìa. Y no te equivoques, ni la equivoques, para que no me den màs jaquecas siquiera. Ten piedad de mì. Has sido sensato toda tu vida, no comiences a parar el culo hacia arriba y a estrellar mierda contra un abanico prendido. Pobre Ian Heathstone con sus jaquecas. Para colmo yo le habìa provocado una màs. Apreciè sus buenas intensiones, pero no me podìa contener. Què ganas de llegar a su casa, saltarme la cerca enorme aunque me mordieran sus perros, y aterrizar al lado suyo para informarle que regresè, que nunca estuvo ausente de mì, que hasta ahorrè en un chanchito de porcelana de Dresde lo que serìa el pago del pasaje de aviòn de regreso, que la seguìa adorando como el primer dìa que la vi cuando nacì un 18 de enero con los ojos prematuramente abiertos. El amor desmedido que tambièn sentìa por mi padre ucraniano me ahogaba, pero no era tan estrujante y explosivo como el que me inspiraba esa muñeca viviente que era Rosàngela Abaunza. A como decìa el emperador y filòsofo de Roma, Marco Aurelio, la pasiòn por la madre es el amor incontenible hacia la propia carne. Nada superaba el hecho que uno ha estado dentro de aquella persona a quien llamamos madre, que ella nos hizo mientras cocinaba, estudiaba, soñaba o hacìa poemas. Se daban cuenta las mujeres de su capacidad pavorosa de originar monstruos quienes luego no tendrìan màs inclinaciones que devorarlas de pies a cabeza, como yo? Por eso muchos hombres trataban de compensar sometièndolas, maltratàndolas o ignoràndolas. Esa capacidad solo puede engendrar asombro, amor, o envidia de la màs pura. El compositor con su sinfonìa, el poeta con su soneto, el escultor con su estatua, el actor con su interpretación eran solo pàlidas sombras a la par de una madre. Ella fabricaba, creaba a una persona, a un ser inimitable e irremplazable. Y lo hacìa mientras leìa, trabajaba o reìa, mientras que el artista necesitaba estar solo dedicado a la hechura de su obra. Toda madre es una diosa.
Y yo necesitaba convertir toda esa ansia de posesión, admiración y agradecimiento a la mìa en una religión cotidiana. Con razòn Ian Heathstone tenìa miedo. Podrìa equivocarme, o peor equivocarla a ella.
Al comenzar las clases en marzo, fue màs fácil poder informarme sobre ella, para poder saber còmo iba a abordarla. Era considerada como una genuina genio por derecho propio. Habìa publicado varios libros, y entre ellos iba uno de cuentos. Y otro de gramàtica rusa. Hablaba inglès y francès, ademàs e portugués y àrabe. El esposo habìa ido escalando en la jerarquía tècnica de la refinerìa, llegando a ganar bastante bien para alguien en un paìs del Tercer Mundo. Los esposos tuvieron chance de viajar varias veces a Ucrania en el transcurso de los 15 años en que no estuve con ellos. Pero no habìa habido màs hijos. El hermano mayor de Rosàngela Abaunza era uno de los profesores de medicina de la universidad, y Andrès Abaunza seguìa siendo considerado como un genio loco. Sin embargo, los estudiantes de medicina lo veneraban. Ya estaba viejo, pero se rehusaba a jubilarse y ya sesentòn, aùn cabìa en su talla 28 de pantalones. Andaba la enorme melena cobriza en una gruesa trenza que le llegaba a las nalgas, era vegetariano y arribaba ruidosamente a la universidad a bordo de una motocicleta digna de un Angel del Infierno. Mi tìo. Podrìa ser el puente para llegar a Rosàngela Abaunza?
Una tarde tras salir de la biblioteca, pasè por las aulas de medicina. El estaba en una banquita comiendo unos pimientos rellenos de queso. Enroscado como un adolescente y sin los anteojos, disfrutaba de su merienda cuando lo abordè.-Doctor Andrès, buenas tardes. Rubèn Armstrong para servirle.
-Buenas, sentàte niño. El mejor alumno de la carrera de filologìa, no? Coquito privilegiado.
Me debo haber ruborizado, lo cual hizo que sonriera. Se miraba aùn joven.-A mì me gustan las letras tambièn, aunque la mayor parte de los mèdicos no reconocen un soneto de Petrarca o algo sabroso de Garcìa Lorca. Es màs, ni pueden recitar en Nicaragua a su màximo poeta, a Rubèn.
-Ya me di cuenta de eso en lo poco que tengo de estar aquì. Yo me sè tanta poesìa, sobre todo la dariana, de memoria.
-Viniste a Nicaragua como parte de una bùsqueda, Rubèn, no? Todos buscamos algo, a veces lo hallamos, otras veces quisièramos no haberlo encontrado. Yo hallè la genètica, la inseminaciòn artificial y otras cosas. Me enamorè de la medicina desde chavalo, la ciencia siempre me obsesionò. Y miràme donde estoy a mis 62 años, aùn enamorado como el primer dìa a pesar de todo.
-A pesar de todo? Ha tenido remordimientos?Se le ha muerto algún paciente?
El doctor estirò los pies y me mirò fijamente con unos ojos claros como poza en la sombra. –Todos los que escogemos ser mèdicos sabemos que es una lucha a brazo partido contra la muerte y que de todas maneras algún dìa la calaca nos va a vencer. Esa es peor que Mantequilla Nápoles o Muhammad Alì, pega unos nocaùts tan estruendosos e irreversibles. La ciencia es una puerta abierta, y tiene muchos tùneles. A veces hacemos cosas por las mejores razones, con los motivos màs tiernos, con el corazòn en la mano y se nos mete jugar a ser un dios que me consta que no existe. Luego, analizamos con frialdad, y acabamos llorando. El mèdico que te diga que nunca ha llorado por lo que ha hecho, es un tamaño mentiroso. Has leìdo a Stephen King?
-Aunque es gringo y tiene un lamentable manejo de su idioma, tiene su gracia. He leìdo muchas de sus obras, aunque creo que se ha mercantilizado demasiado para estos tiempos. Las obras Tommyknockers y Verano de Corrupción estàn bastante lentas , por no decir que la tal Insomnia en realidad me curò un insomnio que jamàs padecì pues me puso a dormir de inmediato...-le dije, asombrado que en pocos minutos el viejo y yo hubièramos entrando en sintonìa en la misma frecuencia.
-No me extraña que a alguien como vos algunas obras le parezcan anestèsico. Pero bueno, el barbudo gringo en una de sus novelas, creo que fue en Cementerio de Mascotas, dice que el terreno del corazòn de un hombre es muy àrido, por eso uno siembra lo que puede, lo cuida y luego lo cosecha. Nada màs verdadero ha dicho King para mì.
-En realidad creo que ahì usted tiene mucha razòn, doctor. Bueno, lo dejo, debo ir a hacer mis tareas, escribirle a mi primo por e-mail. Espero verlo de nuevo pronto, ha sido muy interesante nuestra charla.
-Y para mì ha sido una satisfacción haberte vuelto a ver, Rubèn...
-Haberme vuelto a ver....?
-Bueno, cuando hiciste el examen, vi cuando entraste al aula, y luego con lo de tu 98. Ya sos una pequeña gran celebridad en la universidad, el inglesito sesudo...
-Ah, por eso, bueno...uno hace lo que puede. Bueno, doctor, estamos en contacto.
-Claro, andà con cuidado, hijo.
Asì de sencillamente comenzò mi amistad con uno de los hombres màs extraordinarios que han existido. Andrès Abaunza y yo tenìamos algo muy fuerte en comùn: un amor desmedido por Angela Abaunza. Por supuesto, yo aùn no podìa confesarle a mi genial tìo los lazos de sangre que nos unìan ni mi obsesión por mi madre. La confianza entre el cientìfico y yo llegò a ser tan completa que èl me llevò a su casa, donde tenìa un enorme laboratorio, y yo le invitè a mi apartamento. Ian Heathstone desde Londres me advertìa que no diera un paso en falso, que una indiscreción y todo se venìa al piso. Le comentè sobre mi deseo de publicar otro libro y me aplaudiò la idea. Ian querìa que lo editara en Londres.
Comencè a recopilar el material nuevo, y conforme iba juntando mis escritos me di cuenta que la perfecta forma de alcanzar a mi madre serìa dedicàndole el libro a ella. A pesar del paso del tiempo, nunca habìa tenido la oportunidad de sentarme con ella o con mi papà, ni en sus oficinas ni en la casa. El hecho de haber aprobado el primer año de la carrera de filologìa y comunicación con un 100 de promedio me acreditò una beca doble A, pero no me aterrizò en la oficina de la remota vice-rectora acadèmica que era Rosangela Abaunza. Andrès Abaunza me celebrò mi promedio llevàndome a cenar, y fue ahì donde mencionò que su hermana en efecto era bastante inabordable a nivel personal. Comentò que desde el macabro secuestro de su ùnico hijo, Rosàngela Abaunza no le daba oportunidad a nadie de acercàrsele emocionalmente, excepto a su taciturno marido ucraniano. Andrès Abaunza, quien adoraba a su hermana menor, se veìa distanciado de ella a pesar de trabajar en la misma universidad.-Yo creo que los ùnicos que la entienden son esos gatos que ella tiene.
Cuando mi libro ya vino editado desde Inglaterra, al ver la dedicatoria en letras doradas me envalentonè. Jodido, nadie se puede resistir al amor, me dije. Tomè uno de ellos y una tarde lluviosa en que el cielo se despedazaba en rayos sobre Managua, me encaminè hacia su despacho en la universidad. La asistente, una gorda que era su cancerbero y que nunca permitìa acceso a ella, no estaba en su escritorio. Yo la habìa visto salir hacia uno de los kioscos de la universidad, estuve espiando con el corazòn en la boca, y cuando la vi salir supe que era mi ùnico chance. Entrè sin tocar. Rosàngela miraba la rayerìa desde su ventana. Saquè desde debajo de mi chaqueta el libro.-Profesora Abaunza.
Ella se volteò sùbitamente.-Ah, hola, Rubèn. No te escuchè entrar.
-Disculpe que no toquè. Quiero dejarle mi segundo libro, que sea la primera persona que lo tenga. En la semana que viene es el lanzamiento oficial.
Rosàngela Abaunza se aproximò a mì lentamente y me tomò el rostro entre sus manos. Me dio un beso en la frente mientras los pulsos me amenazaban con estallar.-Tomà, firmàmelo de tu puño y letra. Un libro no se da sin el autògrafo.
-Ya vio la primera pàgina?
Rosàngela Abaunza abriò el libro, luego me mirò fijamente, y me puso el lapicero en la mano.-Por què a mì, Rubèn?
Traguè gordo.-Porque por fin di con vos. Me arrancaron de vos cuando no tenìa ni 4 años. Pero he vivido todos estos años para este momento, de volverte a ver.
-Què?
-Soy tu hijo Rodion Fèlix Rubèn. Regresè de Inglaterra, adonde me llevaron los secuestradores. No tuve otra misiòn en la vida que sobrevivir para poderte ver de nuevo. Y todavía la pregunta de por què la dedicatoria? Què amor puede ser tan grande como el que hay entre un hijo y su mamà?
Rosàngela Abaunza cayò sentada en el sofà tapizado en rosas que tenìa junto a su escritorio. Me sentè a su lado y la tomè en brazos.-Madre, es una larga historia.
Cuando acabè de detallarle por todo lo que habìa pasado en tantos años, ya la tormenta habìa amainado y eran casi las siete de la noche. Ella alegaba que la policía le habìa entregado mi cadáver, destrozado por cierto, y sin el corazòn, lo cual era una macabra coincidencia con el destino que Sir John originalmente tenìa para mì. Me reprochaba el silencio, por què no habìa buscado còmo comunicarme, y querìa una prueba. De niño yo tenìa un lunar de sangre en el pliegue inferior de la nalga izquierda. Me pidiò confirmar eso, que me quitara la ropa para verlo. El lunar en cuestión habìa sido objeto de bromas de parte de Sir John y del mismo Ian Heathstone, que lo llamaban la pezuña del diablo por su forma. Al parecer el lunarcito lo llevaban todos los Abaunza, segùn me aclarò ella mientras me despojaba del jeans que yo llevaba puesto. La tibia mano de Rosàngela se posò en mi trasero y sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando confirmò la existencia del lunar. Me quedè desnudo de la cintura para abajo mientras ella se quitò el vestido que andaba y me mostrò su versión del lunar, colocado debajo de un seno. Fue cuando mis hormonas tomaron control de mì y me abalancè sobre el abismo espantoso del juicio. Estaba listo para amar, exactamente a como un hombre ama a una mujer y no a su madre. Rosàngela Abaunza se despojò de toda su ropa y sabiendo que lo que sucederìa irìa contra la ètica, las reglas de la naturaleza, el reglamento universitario y los principios de la familia, puso a un lado el libro y caìmos en el sofà enredados el uno en el otro.
Una ternura sin lìmites se apoderò de nosotros.-Morirìa por vos-me dijo Rosàngela Abaunza, besàndome intensamente, miràndome con los ojos luminosos.-Casi morì cuando te llevaron. Esta vez no te puedo perder. Harè lo que sea para que no me dejès.
Firmè el libro con la dedicatoria de “a la mujer màs amada del mundo” y no me equivocaba. Sabìa yo, desde que era un adolescente en Londres, que jamàs mujer alguna me darìa la satisfacción que ella me daba ahora? Por eso fui tan parco y seco con las adolescentes que me seguìan? Era mi madre, pero tambièn era mucho màs. Era el amor absorbente, pasional, el ansia de la carne por la carne, carne celeste de mujer. Desde chiquito, me acostumbrè a su olor, a su suavidad, a la textura de su pelo, el contorno de la boca, al calor que emanaba de su cuerpo. Jamàs podrìa renunciar a ella. Y èse iba a ser el lìo, porque estaba casada con nada menos que con mi papà. Papà? Es solo el que engendra el padre? Y el que crìa? Por todo, Sir John fue mi papà. Aùn cuando quiso inicialmente utilizarme para salvar a su hijito. El amor vino después, pero estuvo muy presente hasta que el viejo se muriò. Rosàngela Abaunza era mìa, mi motivo de estar vivo, mi norte, y nadie se interpondría entre ella y yo.
Rosàngela Abaunza al dìa siguiente me llevò a su casa. Comenzò a usar gafas oscuras pretextando problemas de la vista, pero en realidad me confesò que era para que papà no viera còmo me miraba. No podìa esconder su mirada de mujer enamorada. Rodion Fantaleiko me abrazò càlidamente y me dijo que deseaba que me mudara a la casa con ellos, pero yo aduje que aunque me encantaba la idea, ya tenìa mi propio apartamento, estaba bien cuidado por doña Mercha, tenìa mi propia colección de gatos y dado que traìa costumbres europeas, era mejor a como estàbamos. En Europa muchos jóvenes de mi edad ya tenìan su propio apartamento, aunque sus padres nunca los hubiesen corrido oficialmente. Le autografiè su libro a Rodion, quien dijo que serìa el hombre màs envidiado de toda la refinerìa por ser el padre de un poeta.
Andrès Abaunza estaba feliz de ver que su hermana recobraba la sonrisa espontànea, y se enorgullecìa de ser mi tìo. El lanzamiento del libro fue todo un èxito y fui reconocido en pùblico por mis padres. Vendì muchos ejemplares, lo cual ya era algo en un paìs donde nunca se ha fomentado el hàbito de la lectura.Ya no era “el inglesito sesudo”, era un nicaraguense màs. Mandè las fotos del evento a Ian Heathstone, quien me felicitò por haber dado un paso tan trascendental. Me recordò que siempre la familia era lo màs importante, y por eso que no lo olvidara aunque no hubiera consanguinidad entre ambos. Al recibir las fotos en las que aparecìa Rosàngela Abaunza, Ian Heathstone con su habitual franqueza me escribiò que le preocupaba la mirada de mi madre. She loves you to pieces. Te ama hasta casi hacerte pedazos.
Me comentaba que èl sabìa de varios casos de madres quienes después de no ver al hijo o la hija tras mucho tiempo, se convertìan en pulpos que asfixiaban a la crìa. Temìa eso para mì, y me recordaba que Sir John siempre me habìa idolatrado, pero me dio siempre chance de volar.
Ian Heathstone no dejaba de tener razòn, pero no se lo podìa confesar por què.
Tras esa tarde inicial cuando Rosangela Abaunza y yo acabamos amàndonos desenfrenadamente en el sofà de su oficina, hubo una plèyade de encuentros eròticos aùn màs intensos. Aprendimos juntos cosas que ni la imaginación a veces alcanza. Rosangela no podìa contenerse, y creo que yo tampoco. Huìa de todos para estar con ella, y no podìa mantener mis manos sin tocarla apenas pasara a mi lado. Rosàngela Abaunza era adictiva, y produje un montòn de sonetos inspirados por la obsesión incandescente que me producìa. Ella misma me decìa a veces, profundamente ruborizada, que “solo quiero estar en eso.” La cancerbera gorda que era su asistente fue promovida a otro cargo, y ella se quedò con una joven distraìda de gafas gruesas y piernas de palitroques.
Lo bueno fue que mi promedio espectacular siguió igual en la universidad.
Lo malo fue que Andrès Abaunza sospechò que algo raro estaba sucediendo. Ya no lo buscaba yo como antes en mi ansiedad por acercarme a Rosàngela Abaunza. Una tarde en la que logrè visitarlo en su casa para hacer el tè juntos, el cientìfico me llevò por primera vez al laboratorio que tenìa en el traspatio de su casa. Contemplè maravillado aquel laboratorio. –Esto es un mundo aparte, tìo.
-Claro que lo es. Y serà mejor gracias a vos.
-Y a mì por què?-preguntè asombrado.
Me mirò desconcertado por un momento. Entonces de la gaveta de un escritorio sacò un sobre que contenìa varios documentos. Era el papel membretado de una de las empresas que regentaba por mì Ian Heathstone. Leì los documentos. En ellos se plasmaba todo pormenor relativo a una subvención mensual que mi tìo recibirìa de dicha empresa para financiar sus investigaciones genèticas. Era el sueño de todo cientìfico. Debìa abrir una cuenta en un banco para poderle depositar todos los meses una gruesa suma a su nombre, “para su uso incuestionable.” Abajo estaba la firma de Ian Heathstone. El sabìa que yo tenìa todas las intenciones de beneficiar a mi familia y se habìa ocupado de eso. Sonreì pensando en que Ian Heathstone me leìa la mente.-Bueno, es parte de mis intenciones, tìo. No lo hice yo personalmente pero mi primo inglès conoce bien todo lo que pienso y debo hacer. Tarde o temprano esto iba a suceder. La verdad, yo he estado ocupado con mis estudios.
-Y te felicito por mantener tu promedio de cien, sobre todo que les dan a aleer cantidades navegables. Pero no ha sido solo eso. Què es Rosàngela para vos, hijo? Yo sè que no todos los dìas uno reencuentra a la madre. Pero...has visto còmo te mira? Te has visto vos còmo se te ilumina el rostro cuando la ves? Has estado tan obsesionado con ella que todo aparte de ella es secundario. No, no te censuro. Yo soy quien menos puede censurarte. Recordà que para los cientìficos no hay nada bueno ni malo. Las cosas son y punto. Suceden. Y muchas veces nosotros mismos traspasamos el umbral entre lo que debe ser y lo que no se hace, jugamos a ser dioses, quizàs con la noble intenciòn de beneficiar a la humanidad, a los animales o què sè yo. Mirà, en realidad yo he hecho mal en no contarte algunas cosas, pero tenìa que cerciorarme que eras vos y que no estaba cometiendo un desatino.
-Tìo, yo la adoro.
-Es obvio, y yo tambièn. Y el ucraniano tambièn, tu padre.
-No la voy a soltar, asì tenga que matar por ella. Ya sufriò lo suyo cuando me perdiò la primera vez. Ahora ni con todo el Ejèrcito Rojo de Rusia me pueden apartar de ella.
-Tenès razòn, pero cuando te llevaron siendo un chiquito, fue la segunda vez que te perdiò.
-Segunda?
-Sentàte porque te vas a caer de culo cuando te cuente todo. Pero es mi obligación si de veras quiero que me creàs cuànto cariño tengo por vos. Yo nunca tuve hijos, y hubiera querido uno como vos. Rodion conociò a tu mamà cuando ella estudiaba en lo que era la Uniòn Soviètica. Rodrion regresaba a Chernobyl de un viaje estudiantil al Càucaso cuando se dio el desastre nuclear de Chernobyl. Estuvo expuesto a la radiación, pero no directamente. Pero aùn asì tuvo secuelas. Normalmente hubiera quedado estèril. No fue asì. Eso quizàs es peor, pues las personas asì tienen la capacidad de engendrar mutantes, monstruos, deformes, como les querràs llamar. En ese entonces comenzaba el romance con Rosangela. No la quiso perder confesàndole la posibilidad de tener descendientes defectuosos y asì logrò casarse con ella. El clavo es que tu madre querìa hijos a como fuera, estaba enloquecida por tener un bebè. Cuando tras mucho esfuerzo saliò gràvida no cabìa en sì de gozo. Pero el embrión traìa un defecto. Se hizo exàmenes y le recomendaron abortar porque el niño no tenìa encèfalo. Nadie vive sin sesos, aunque los polìticos nos hagan creer que ellos sì lo logran. Tu padre insistìa, sintièndose culpable, que abortara. Ella recurriò a mì, asiendo los exàmenes. Nunca pude resistir las làgrimas de mi hermanita, e hice lo que pude. El embrión ya era caso perdido, pero mientras hay voluntad y esperanzas, todo se puede esperar. En una campana de vidrio tenìa uno de los tesoros màs grandes de la historia. Echè mano de èl, aunque ignoraba hasta dònde serìa viable. En fin, Rosangela ya no tenìa nada que perder. Si todo fallaba, priorizaríamos la vida de ella, y el embrión se iba al carajo.Entre otros dos doctores y yo practicamos una cirugía insòlita. Lo peor del caso es que no podemos dar a conocer cuàn exitosa fue porque de seguro nos mandan a la silla elèctrica por jugar a ser dios, los moralistas nos van a devorar vivos y hasta los mismos mandatarios que regalan manuscritos de sus grandes poetas y para colmo a ignorantes no van a condenar por usar el patrimonio nacional.
Guardè silencio. Estaba estupefacto.-No acabo de entender.
-Ese embrión eras vos. Y le implantamos el cerebro extraviado de Rubèn Darìo, el cual por puro accidente vino a dar a mì desde los Estados Unidos. Vos sabès que al morir Darìo en Leòn un 6 de enero de 1916 en horas de la noche, le sacaron el cerebro. Disputas hubo, y el hermano de Rosario Murillo le echò el guante. Tras muchos vericuetos, el cerebro del genio fue llevado a Estados Unidos y preservado allà por una pareja de cientìficos cuyo hijo fue profesor mìo en Inglaterra. Al morir ellos en un descarrilamiento de trenes miprofsor ya se habìa suicidado, y una parte de sus bienes cayeron en mis manos y yo continuè con sus estudios. Parte de este laboratorio pertenecìa a ellos. Entre las cosas venìa el cerebro. Estaba vivo aùn. Cuando Rosangela vino a llorar aquì, no tuve mejor idea que echarlo a andar.
Ahora es parte de tu cuerpo, vos sos como una reediciòn de Rubèn Darìo. Hasta la vez, solo lo mejor de Darìo ha salido a flotar en tu vida. Pero recordà, el alcohol hace estragos en las neuronas, y no sè cuànto daño sufriò el cerebro del genio a consecuencia de su alcoholismo. Por eso te digo que siendo un embrión, ya estabas perdido, y las locuras de un cientìfico, te rescataron. Cuando te secuestraron, ya era la segunda vez que tu mamà te perdìa.
Tenìa ganas de llorar. Era curioso, yo nunca habìa sentido inclinación por el alcohol. Hasta la vez, no tomaba ni cervezas. Habìa sido tan deseado por mi madre que se expuso hasta a cirugía experimental. Habìan dos pequeñas cicatrices, como surcos, debajo de mi espesa cabellera cobriza. Mi ego se sentìa engrandecido, pero solo pensar en lo que ella hizo por tenerme me hacìa sentir compasión por Rosangela Abaunza. El amor de veras era complicado y no tenìa lìmites. Y yo la idolatraba sin barreras ni escollos. Harìa cualquier cosa por ella. Ateo recalcitrante, mi dios era ella. Y aunque amaba a Rodion, a mi tìo y a Ian Heathstone, nadie podrìa ser tan adorado por mì como ella. Andrès Abaunza tuvo que cargar con el secreto durante años, y por fin habìa podido desahogarse conmigo.
Quisiera darle un final feliz a esta historia, porque Rosangela lo merece. O su memoria. Una noche, mi padre Rodion nos encontrò juntos en mi cama en mi apartamento, en una noche en que yo habìa dado permiso de ir a casa a doña Mercha. Preso de la ira, tomò un cuchillo de cocina y tras mutilar a Rosàngela, la matò clavàndole el cuchillo en el corazòn. Yo tratè de escaparme pero me alcanzò en el porche, donde me asestò una estocada en la columna vertebral. Los vecinos llamaron a la policía, pero llegaron cuando ya Rodion se habìa quitado la vida con el mismo cuchillo. Yo me iba desangrando camino al hospital. Mi tìo llegò cuando me iban a meter al quirófano para hacer lo imposible para salvarme.
Lo que fue mi cuerpo fue enterrado junto con los cadáveres de mis padres en Managua. Los periòdicos nos hicieron trizas. Pero yo estoy de nuevo con Ian Heathstone. Andrès Abaunza me trajo de regreso a Londres cuando Ian Heathstone llegò a Managua a disponer de lo que me perteneciò. Los gatos de mi madre y los mìos fueron traìdos acà, y el mismo Ian se ocupa de ellos. Yo los contemplo desde mi campana de vidrio en el sòtano de la mansión que ocupa Ian Heathstone y recuerdo. No los puedo acariciar porque no tengo manos ni cuerpo ni nada. Es triste vivir solamente del recuerdo. Recuerdo cuando fui parte del Príncipe de las Letras Castellanas. Rememoro mi breve existencia como el hijo que amò a Rosàngela màs allà de la sangre. El alimento lìquido me mantiene vivo. Pero a veces creo que la eutanasia es algo lògico. Si no se puede vivir deben de permitir que uno tenga una muerte digna. Ian Heathstone no me quiere soltar porque me ama. Y yo a veces lo entiendo. Yo tampoco quiero soltarme de este hilito de vida, porque tengo todo el tiempo del mundo para recordar a Rosàngela Abaunza.
Cecilia Ruiz de Rìos
6 de mayo de 2007.
“Cuando originalmente vine al mundo, aquel 18 de enero de1867, a bordo de una carreta mientras mi madre Rosa recordaba en medio de sus dolores todos los insultos proferidos por su marido a lo largo de una tormentosa convivencia conyugal, yo debì haber presentido que no estaba destinado a tener paz, aunque un flaco caudillo vietnamita sì haya dicho que tenemos el derecho de vivir en paz. Que de mì hayan salido posteriormente algunos de los escritos màs famosos de la literatura hispana y las palabras de amor màs convincentes posibles, fueron otros cien pesos. Tuve una azarosa trayectoria, de mano en mano después de ser separado de mi cavidad inicial, y nadie supo dònde fui a dar. Hasta que el llanto de Rosàngela Abaunza habrìa de convencer a su hermano, el cientìfico loco, que no serìa feliz mientras no saliera un hijo de sus entrañas.
Si la hubiera conocido en mi primera vida, ataviada de gasas o desnuda, o como fuera, y a lo mejor en Parìs mientras cazaba a mi ìdolo a la salida de un bistro, yo me hubiera enamorado como loco de Rosàngela Abaunza. Hubiera tenido que morderme la lengua y echar a la basura lo que dije en cuanto a la querida que fuera de Parìs y la esposa del paìs. Aùn hallada en Parìs, Rosàngela hubiera sido el amor a la medida. Pero cuando hube de conocerla, esta mujer que no parecìa gente sino muñeca, ya estaba irremediablemente casada por amor con el ucraniano Rodion Fantaleiko a pesar de que existìa sospecha de que el hombre, por haber estado cerca de Chernobyl en 1986, podrìa ser machorro o peor, transmitir tantos genes mutantes que cualquier hijo suyo podrìa ser mitad Godzilla y mitad quien sabe que otra cosa. Rosàngela Abaunza, con los cabellos màs negros que el azabache, tez cetrina y una naricilla de gata mimada, consideraba que no tenìa motivo de existir mientras no fuera madre de familia y se dedicò en cuerpo y alma, mientras estudiaba el ùltimo año de lengua rusa allà en lo que fue la Uniòn Soviètica, a buscar còmo salir encinta. Yo gravitaba desde el escondrijo donde la historia me ocultò, esperando ver què pasaba.
Una vez en Nicaragua, de vuelta en la patria, y aùn sin señas de estar gestante, Rosàngela Abaunza comenzò a deprimirse. El rubio marido hacìa lo imposible para levantarle los ánimos, y hasta la acusò de usarlo como semental. La obsesión de la mujer era vecina de la locura, y hasta en la universidad donde daba clases de ruso estaban observando que tenìa una conducta erràtica. Lejos de su terruño, hablando un papiamento de español enrevesado, sin blinis ni pirozhki ni borscht y con la mujer atorada en las aguas pantanosas de su monomanía, el ucraniano hasta estaba considerando hacer las maletas y regresarse a Kiev, de donde era oriundo. No lo detenìa ni el buen empleo que habìa conseguido con una transnacional petrolera en Nicaragua ni el amor por su esposa, quien de alguna forma habìa perdido control de sì misma en la bùsqueda de un hijo que a lo mejor jamàs podrìan tener.
Una tarde de abril, al faltarle la regla, Rosàngela Abaunza acudiò al laboratorio y pidiò que le hicieran la prueba Gravindex de embarazo. Cuando le dieron el resultado, fue tan grande el jùbilo que llorò delante de sus alumnos. Por fin. Fue a sacar a su esposo de la oficina y cuando le dijeron que andaba en la refinerìa amenazò con ir a meterse allà. No lo hizo y se fue a casa sintièndose un poco decepcionada y hasta avergonzada por haber dicho que de los mismos tubos de la refinerìa lo sacarìa aunque hubiera una detonación. Al regresar a casa el ucraniano, la encontrò dormida. La mirò detenidamente. Estaba asustado. Se suponìa que no iba a poder engendrar hijos, segùn le habìa dicho el galeno allà en Kiev, después de examinarlo tras la hecatombe de Chernobyl. Eso nunca se lo habìa dicho a su esposa. Le habìa dado demasiado pavor perderla. Ahora, què serìa lo que vendrìa al mundo? Era demasiado tarde para echar hacia fuera sus sospechas. Rosàngela Abaunza le preguntarìa airada que por què hasta ahora hablaba de lo que debiò de haber dicho antes de firmar el acta de matrimonio.
Rodion Fantaleiko hizo lo mejor que pudo para esbozar una sonrisa y alegrarse.
Mi participación en este lìo no tuvo lugar hasta unos meses después del jùbilo inicial por la gravidez de Rosàngela Abaunza. La feliz embarazada que era Rosàngela Abaunza se hizo a la costumbre de consultar todo con su ginecòlogo y hacerse exàmenes habidos y por haber para controlar su gestaciòn. Cuando perdiò la cintura se hizo un ultrasonido, y el ceño arrugado del mèdico le pareciò una enorme nube negra y ominosa. El alarmado especialista la remitiò a hacerse otras pruebas bajo excusa de que era mejor tener todo minuciosamente controlado. En realidad, el mèdico le dijo algo muy grave a Rodion Fantaleiko: el bebè carecìa de cerebro y lo ùnico que podìa hacerse era remitir al feto a la nada mediante un aborto terapèutico.
Es curiosa la definición de la palabra terapèutico,no? Entonces razonen conmigo. Con arrancar a dentelladas al bebè del seno materno no iban a remediarlo, o darle lo que le faltaba. Se supone que cualquier cosa que sea terapèutica es para curar, no? Què se cura con matar? Dràstico remedio. La ùnica cura para la vida es la muerte. Al matar a alguien sencillamente se le privaba de sus dolores. Tambièn de las posibles dichas y momentos inolvidables. El mèdico no se atreviò a decirle nada a Rosàngela Abaunza, quizàs porque en las visitas que ella hizo acompañada del esposo el galeno olisqueò que el hombre tenìa resquemores, que habìa un asomo de duda, un hàlito a miedo tras las pupìlas grises del ucraniano. Algo le decìa que Rodion Fantaleiko tenìa miedo, y no deseaba el embarazo de su mujer. El ucraniano comenzò su campaña pro aborto, dicièndole que ya tendrìan otros hijos. Le dijo que era tonta al querer conservar un hijo que quizàs nacerìa muerto.
Pero la mujer no era tonta. Rosàngela Abaunza se fue a otra clìnica y bajo nombre ficticio hizo que le practicaran todas las pruebas, y una vez habidas, las llevò donde Andrès, su hermano a quien todos calificaban de peligroso porque era un cientìfico loco, un genetista estudiado en Londres, y hasta le achacaban tener pacto con el diablo, que es a como los ignorantes logran explicar cosas que estàn màs allà de sus mentecatas ideas. Andrès, macabramente incrèdulo y con unos ojos negros de gitano, tenìa una enorme debilidad ùnica: su apego a la ùnica hermanita tras siete machos que eran los hermanos de Rosàngela Abaunza.
Miren, señores, no solo es celeste la carne de la mujer a como yo he dicho. Es celeste su llanto, y las làgrimas de la hermana menor eran potente veneno para mover a Andrès. Los lloros de Rosàngela, a quien adorò desde que saliò del vientre materno, eran conjuros de sal, sortilegios de nubes internas, celestes mandatos para Andrès. Andrès examinò minuciosamente los exàmenes de su hermana. El mismo ceño fruncido, y luego una sonrisa torcida, casi una mueca de dolor, un rictus de duda y ya.-Creo tener lo que necesitàs. Venìte pasado mañana y veremos què hacemos.
Al oirlo me agitè. Unas ondas casi imperceptibles surcaron en la enorme campana de vidrio donde yo estaba. Era mi alegrìa. Nuevamente, iba a estar completo. Nunca habìa olvidado la sensación acogedora de ser parte de algo, de alguien, de estar cobijado por hueso, amortiguado por lìquido viviente, alimentado por sangre y no suero proteìnico. Otra vez yacer bajo piel y cuero cabelludo, tener correspondencia con la almohada, sentirse coqueto bajo un sombrero. La sensación de emitir y recibir sensaciones y que el pensamiento mìo serìa como una orden a la que darìan seguimiento los dedos, la mano, el brazo, el cuerpo. Todo. Ser parte de un todo y gobernar a ese todo. Con razòn los reyes morìan en el exilio, languidecìan al perder el cetro y la corona, lloraban por sus tronos. Lo mejor era que iba a conocer a Rosàngela Abaunza desde lo profundo de su ser, iba a poseer ese cuerpo perfecto màs allà del efìmero momento de una còpula, iba a residir aunque fuera brevemente dentro de ella, la conocerìa a como ningún macho conoce a su hembra. Jodido, què privilegio màs ùnico!
Cuando comencè a funcionar dentro del cuerpecito del bebè de Rosàngela Abaunza, pudo darme cuenta de poderes que yo tenìa. Su barriga gestante no poseìa sombra, y para ser exactos ni la misma Rosàngela la tenìa, aunque no se dio cuenta de ello. Yo estaba feliz. Casi olvidaba la delicia de recibir alimentos, el sabor de la glucosa energizante, el olor a èxtasis del producto de la pineal o el aroma a incienso que creo haber detectado en la pituitaria. Mi felicidad no estuvo empañada por el apretujòn continuo del parto cuando Rosàngela Abaunza por fin dio a luz a su bebè. Era increíble la expresión de alivio del pobre ucraniano cuando el obstetra le entregò en sus brazos lo que èl esperò que serìa quien sabe què fenómeno con cola y escamas fosforescentes. –Rubèn, Rodion Fèlix Rubèn seràs-dijo Rodion Fantaleiko, con làgrimas de alegrìa y tambièn remordimiento al sostener al bebè de cabellos rubios.
Ver el rostro de Rosàngela Abaunza fue uno de los momentos màs inolvidables de mi vida. Tras haber visto estampas o imàgenes o ìconos de la iglesia ortodoxa rusa en mi anterior turno en el valle de la piel y la existencia terrenal, me daba cuenta què desperdicio de yeso y esmalte eran todas esas vírgenes de Guadalupe, de Fàtima, del Socorro, de Coromoto en Venezuela, incluso la Virgen Negra de Praga. Ficciòn. Recordè fugazmente a la Rosa, la que me habìa hecho y luego parido a bordo de una carreta mientras odiaba al hombre que le implantò la semilla. No, ni ella era comparable a esta obra de arte en carne y hueso que era Rosàngela Abaunza. Fue un coup de foudre, el flechazo consabido, el golpe de gracia. Desde mi envoltorio blanco y suave con que me llevaron a la sala cuna me di cuenta que nunca màs amarìa con mayor intensidad.
Ir creciendo poco a poco al lado de Rosàngela Abaunza y Rodion Fantaleiko serìa una experiencia distinta. Era tan rico tener a ambos padres bajo el mismo techo, gozarlos, no estar posando con allegados que en cualquier momento podrìan arrepentirse de darte un sencillo plato de comida. Y la biblioteca de estos señores! Mi primera frase fue mitad en español y mitad en ruso. Aprendì a leer nuevamente a los tres años. Rosàngela Abaunza me llevaba a su oficina y todos me admiraban. Me peinaba la cabellera rubia en bucles. Y me adoraba. Me sentìa bien abrigado, protegido. Contento y amado, agradecido de ser parte de un todo y ser el todo a la vez. De los tres nombres me quedò como hàbito solo el Rubèn. Y era bueno eso, pues era al ùnico al que debìa de responder.
Tenìa solamente como unos 9 meses de haber sorprendido a mis padres leyendo y escribiendo de corrido a los tres años cuando sucediò lo inesperado. Ya asistìa yo a un parvulario cuando mi padre llamò a mi madre para avisarle que debido a una emergencia en la refinerìa donde èl laboraba, no podrìa irme a traer al colegio a las doce del mediodìa a como usualmente hacìa, y que serìa mejor si solo por hoy, ella fuera por mì. Mi mamà, quien estaba en medio de una campaña educativa, tambièn estaba atareada. Ese dìa se desocupò hacia las 3 de la tarde y corriò a buscarme al colegio. La maestra, quien ya se iba a casa, estaba sorprendida al verla llegar. Le dijo que hacia la una de la tarde, una mujer que dijo llegar en nombre de mi padre, me habìa llevado a casa. Mi mamà supuso que era Brenda, la secretaria de mi papà, quien a veces le hacìa mandados personales. Rosàngela se devolviò a su oficina y no fue hasta las 7 de la noche que ella regresò al hogar. Nomàs entraba cuando mi papà le preguntò:-Y el niño?
Rosàngela Abaunza palideciò.-No està con vos? No lo mandaste al fin a traer con Brenda?
-Yo ni te llamè pues supuse que lo tendrìas en tu oficina con vos, porque aquì en la casa no està. Brenda incluso està de vacaciones.
Asì comenzò la pàgina màs amarga de mi historia con mis padres. En realidad una mujer me habìa llegado a traer, diciendo a la profesora que iba en nombre de mi padre. No me llevò a mi casa, pero era tan amistosa que no le tuve miedo al inicio. Mis padres se hicieron locos buscàndome, yendo a los medios de comunicación, ofreciendo recompensa, pero obviamente no me habìan secuestrado para sacarle dinero a nadie. Nadie pedìa rescate por mì. Era obvio que no habìa intenciòn de devolverme. El corazòn se me hizo pesado pensando en que jamàs verìa de nuevo a Rosàngela Abaunza, que ya nunca jugarìa con Rodion y que mis numerosos gatos y mi perrito collie me extrañarìan horriblemente. De alguna forma yo intuìa que tarde o temprano volverìa a verlos en la vida, pero la espera se iba a hacer interminable.
Pero no era solo intuición lo que me indicaba que alguna vez volverìa a verlos. Podìa percibir la angustia desmedida de mi madre, la aflicción de mi padre(no me imaginaba que me amaba tanto, y me estaba dando cuenta hasta ahora que ya no lo tenìa a mi lado!) Sentìa el pasillar del perro buscàndome en mi habitación, el letargo triste de mis gatos durmiendo encima de mis almohadas como tratando de hacer algún sortilegio para que yo volviera a su lado. Claro, aùn estaba a pocos kilómetros de donde residìan mis padres. Pero pronto mi secuestradora tomò medidas dràsticas. Casi a un mes de haberme secuestrado, la mujer montò en un aviòn conmigo, llegamos a Nueva York y ahì tomamos un Concorde rumbo a Londres, donde ya me esperaban. Fue al arribar a esa ciudad que me di cuenta de las intenciones que tenìa la persona que me habìa secuestrado. Un lord inglès, cuyo hijo estaba muriendo por un defecto congènito del corazòn, le habìa encargado conseguir un niño saludable de màs o menos la misma edad del moribundo, para extraerle el corazòn y poder realizar el transplante que salvarìa la vida del muchacho. O sea, la mujer era un miembro màs de una organización que se dedicaba al tràfico de òrganos para transplante, y en eso habìa millones de dólares de por medio. Quièn sabe cuànto habìa recibido como bolsa de reales por mì la muy maldita. Ahora yo estaba en aprietos. Iban a abrirme el pecho, sacarme el corazòn donde estaba Rosàngela Abaunza para siempre, y se lo iban a dar a otro niño quien tenìa el privilegio de ser muy amado y que su padre tenìa un montòn de plata. Al andar puesto mi corazòn, comenzarìa el inglesito a amar a distancia a Rosàngela? Para los egipcios era el corazòn y no el cerebro donde estaba asentada el alma, algo en lo cual no acabo de creer.
Sir John Armstrong Heathstone entrò en un pavoroso dilema apenas me vio. Quedò asombrado por mi inteligencia y el hecho de que ya hablaba algunas palabras en inglès. En resumen, quedò flechado. A la par mìa, su moribundo hijo de 4 años era apenas una sombra. El lord inglès cometiò el craso error de prendarse de mì, de hacer amistad conmigo, como Abraham Lincoln que se encariñò tanto con sus pavos que no los sacrificò para la cena de Acciòn de Gracias y si los tuvo a la mesa, fue debajo de ella lanzàndoles mendrugos de comida. Sir John se vio salvado por el kismet-a como llaman los islàmicos al destino- cuando una noche antes de la operación programada, su hijito muriò durante el sueño con una sonrisa en los labios.
El rubio inglès, viudo y sin màs hijos o familia cercana, se aferrò a mì como nàufrago a una tablita. Era inútil pensar que me iba a dejar ir, a devolverme a Nicaragua. En primer lugar habrìa tenido demasiado que explicar sobre còmo lleguè a sus manos! Para garantizar que el derecho lo asistìa, llamò a su abogado. Me adoptò formalmente, dejando mi nombre como Jan Rubens Armstrong, y màs luego me aclararìa que el Jan Rubens era por el padre del gran pintor flamenco Pedro Pablo Rubens, el que pintaba bellas gordas. El inglès admiraba a Jan Rubens por bandido, por pìcaro que se dio el lujo de juguetear con la princesa Ana de Sajonia cuando èsta ya estaba casada con el famoso padre de la independencia holandesa, Guillermo el Silencioso. Jan Rubens se atreviò a preñar a la desquiciada princesa allà en tiempos del Renacimiento, aunque tuvo que guardar càrcel por ello. No sè si me incomodaba o me daba risa llevar el nombre de semejante granuja.
Lo cierto es que fui tratado con esmero. Me metiò a un colegio privado carìsimo, el Eton, y ahì me tocaron por compañeros algunos de los vàndalos màs temibles de Inglaterra, pero estaban amparados por tìtulos nobiliarios y reales. Era como crecer en medio de una pandilla de lujo. Habìan miembros de la familia reinante de Inglaterra, un montòn de tufosos de cuidado. Ninguno sacaba buenas notas por esfuerzo propio. Mi padre adoptivo jamàs tuvo que pagar tutores por mì, ya que en todo iba arriba de 98. Mis maestros me consideraban el alumno modèlico, y derramaban alabanzas sobre mì. Al descubrir mi padre adoptivo mi amor por las criaturas, me asignò 4 gatos, dos perros y una lora importada del Africa que le debe haber costado un ojo de la cara. Sabiendo que si yo proponìa regresar a Nicaragua iba a reventar la burbuja de cristal en la que vivìa, decidì aguardar por largos años mientras adquirìa mi esmerada educación. Iba ahorrando dinero de la gruesa mesada que me daba Sir John. Era para el pasaje de vuelta a Managua.
No tenìa caso escribirle a mis padres. Creerìan que era un burla, o a lo mejor habìan comenzado una nueva vida en otro lado. O ya no me recordaban. Pensar en lo ùltimo dolìa. Y mucho.
Para mientras, habìan ciertos paliativos para el dolor de la distancia. En mis ratos libres estaban Godofredo Chaucer, Alfred Lord Tennyson, George Gordon Lord Byron, John Keats, Percy Bysshe Shelley, William Butler Yeats, Oscar Wilde, Alexander Pope Jane Austen, Charlotte y Emily Bronte, Sir Walter Scott, la inefable Mary Godwin Shelley y los escritos feministas de su mamà Mary Wollstonecraft, Jonathan Swift, Ben Jonson, Christopher Marlowe, William Shakespeare, John Donne, Robert y Elizabeth Browning, Charles Dickens, Rudyard Kipling, George Orwell. Daniel Defoe, Dante y Cristina Rosetti, George Bernard Shaw, William Makepeace Thackeray, James Joyce...
La literatura inglesa e irlandesa me devoraban por completo. De por sì mi padre adoptivo era un hombre muy letrado quien promovìa mi hàbito de la lectura, pero los libros que faltaban en su biblioteca poco a poco fueron adquiridos por mì. Comencè a escribir mis primeros poemas a los 10 años. A partir de los doce años, no habìa una sola velada del colegio en la cual no estuviera yo. Me graduè con honores y mi padre adoptivo propuso mandarme a Sandhurst, una academia militar inglesa que tenìa entre sus ex alumnos a nada menos que a Winston Churchill. En realidad no me atraìa tanto ser militar a como tampoco me hubiera gustado ser gay-con lo loco que me volvìan las mujeres-pero no querìa contrariar al viejo. El querìa un militar y si yo podìa darle el gusto se lo iba a dar. Al cumplir mis 18 años me habìa contado la verdad de còmo yo lleguè a Inglaterra y para què. Para entonces ya estaba puesto a mi nombre en el banco un gordo fideicomiso que garantizarìa que yo no tuviera que trabajar jamàs si asì lo deseaba, lo cual me parecìa lo màs ridìculo del mundo. En su testamento a la cabeza estaba yo como heredero de una vasta fortuna, con fuertes sumas para unos refugios-consultorios de animales en Inglaterra y Francia, una cantidad respetable para Ian Heathstone(un sobrino en segundo grado) y una donaciòn para dos museos. Encantado por mi talento para la literatura, Sir John financiò la ediciòn de mi primer libro de poesìas escritas en inglès-con un tiraje de apenas 30 mil ejemplares-y no fue antes que una buena mitad de estos libros fueron vendidos que mi padre adoptivo procediò a morirse de un infarto explosivo mientras disfrutaba de una chavala de 19 años recièn llegada de la India.
Con la muerte de Sir John nada me detenìa para regresar a Nicaragua. Desde que lleguè a Londres, el sobrino en segundo grado de Sir John habìa mostrado muy buena voluntad hacia mì y a menudo ìbamos a practicar deportes juntos. Era solamente nueve años mayor que yo, y estaba mencionado con una suma en el testamento de Sir John. Hace dos años habìa egresado con una licenciatura en administración de empresas y estaba laborando para una firma que no le daba buen salario. Decidì contactar a Ian, y tras pasar unos dìas juntos, aceptò gustoso hacerse cargo de las empresas que Sir John habìa dejado a mi nombre. Nombrado como presidente de las mismas y con un salario enorme, màs acciones en todas las tres empresas, Ian estaba contento. Quizàs por eso se sintiò en obligación de contarme la razòn por la cual su tìo me habìa traìdo en primer lugar.
Fue grande su sorpresa cuando le manifestè que yo ya sabìa por boca de su mismo tìo, quien me lo contò ya siendo yo un adolescente.-Querràs regresar a tu paìs, no? Por eso me cargas con tanta responsabilidad?
Mi paìs? Habìa arribado a Inglaterra siendo muy pequeño. De alguna forma, encontrè educación, cariño, comida, lujos y aceptación en Inglaterra. Era ahora Sir Jan Rubens Armstrong, vigèsimo earl de Heathstone, con un tìtulo conferido al ancestro de mi padre adoptivo en tiempos de la Guerra de las Rosas. Nunca sufrì discriminación, y aunque ahora sabìa el verdadero motivo por el cual fui traìdo, no guardaba rencor hacia Sir John. Yo hubiera hecho lo mismo quizàs para salvar a un hijo. O a una madre. Si Rosàngela Abaunza hubiera estado en peligro de muerte, no hubiera yo ofrecido parte o todo mi cuerpo por ella? Hasta la vez el recuerdo càlido del regazo tibio de mi madre tenìa el poder inmenso de conmoverme. En mi libro de poemas habìan varios poemas alusivos a ella. Què dirìa ella si me viera ahora, convertido en un lord inglès, con un libro publicado y melena oscura y desordenada? Ella de seguro recordaba los rizos de oro que tuve al nacer, heredados de mi papà ucraniano, pero me habìa pasado la de las focas que nacen blancas y luego se hacen negras. O las del zopilote, dirìan en Nicaragua? Era Nicaragua mi paìs? O era la Inglaterra abundante y culta la que merecìa ser llamada patria por mì?-Tengo dos paìses, Ian. Nacì en Managua, pero Londres es mi casa.
-Yo te entiendo pues yo crecì en Irlanda, me fui de Inglaterra a los dos años de edad. Mis padres estàn sepultados allà en Dublín. Hasta hace cuatro años que vivo acà, y si te he de confesar algo, me cuesta aclimatarme pero lo voy a tener que lograr. No sè si me entiendes, pero dime si cuando estuviste en Irlanda no te enamoraste de lo verde que es?
-Bueno, es verdad. Es una isla bella, con gente linda. Veremos què pasa cuando vaya a Nicaragua.Lo que recuerdo de Nicaragua es muy lindo, un paìs tropical lleno de frutas sabrosas
Ian pasò un brazo por encima de los hombros de Rubèn.-Yo prefiero que te quedes acà, aunque cualquiera me dirìa que te deje ir para despeluzarte las empresas y quedarme con todo...Pero yo creo que cada quien ya trae para què va a servir o una lìnea de vida por cumplir. Que hayas venido a dar a Londres no fue accidente, y si lo fue de veras que se tratò de un afortunado accidente para mi tìo John, para vos mismo y hasta para mì. Nadie lo hizo màs feliz que tù, ya que mi tìa Amanda al morirse en el parto del niño, y luego al fallecer mi primo a los cuatro años, virtieron solo tristezas sobre el pobre hombre. Pero quiero que me prometas una cosa. Si de veras no logras encontrar en Nicaragua lo que tù esperas hallar, si eres infeliz, si te rechazan, si no encuentras a Rodion y Rosàngela, volveràs acà?
Rubèn mirò detenidamente el rostro claro, los ojos verdes de su familiar. Habìa sinceridad en Ian.-Por supuesto que vuelvo. Vos tambièn sos familia, aunque haya llegado a vos y a John de la forma menos idònea.
Despedirme de Ian fue màs difícil de lo que imaginè serìa. Confiaba plenamente en que Ian administrarìa las empresas con buen tino. En realidad yo estaba muerto de miedo porque me lanzaba al vacìo, a un paìs que era donde dejè mi ombligo pero con el cual no tenìa ninguna relaciòn. No solo iba yo en una aventura sino que llevaba la responsabilidad de mis gatos, los dos perros y la lora vieja. No tenìa la menor idea què iba a hacer, aunque ya Ian me habìa contactado a una agente de bienes raìces en Managua para llegar a caer a un apartamento amoblado con todas las buenas condiciones a las cuales estaba acostumbrado en Londres. Ningún hotel me acomodarìa con semejante cantidad de animales y maletas que llevaba. De dònde habìa sacado yo tantos cachivaches? Una vez que leì sobre San Bernardo de Clairvaux, el cisterciense que fue amante del irlandès San Malaquìas, el santo decìa que en el templo solo Dios y vos, como si le salìan sobrando los altares recamados de pedrerìas o las imàgenes con rubor casi natural. Yo iba con un cerro de maletas, como gitano expulsado. Por lo menos sabìa que si me iba mal, podrìa volver a Londres y vivir bien. Mi pasaporte britànico que me identificaba como Jan Rubens Armstrong me lo ratificaba, aunque hubiera comenzado mi vida como Rodion Fèlix Rubèn Fantaleiko Abaunza.
En el aeropuerto los que registraron mis maletas quisieron quedarse con algunas cosas que traìa. Al no dejar que me quitaran nada, descaradamente solicitaron un soborno alegando que el poteen-cususa irlandesa- que yo traìa pagaba impuestos. Tras repartir unos 50 dòlares entre los empleados de aduanas, salì y busquè un taxi. Le di la direcciòn del apartamento que me habìan conseguido y tras mirar con desprecio las jaulas donde venìan mis animales me dijo que no alcanzaba tanto calache, que mejor conseguìa una camioneta de tina con un amigo suyo del mercado Oriental. A los 20 minutos el otro hombre con su camioneta destartalada estaba en el parqueo del aeropuerto, y tras exigirle que no golpeara las jaulas porque los animales tambièn sienten, en 30 minutos màs luego yo estaba ante el apartamento donde vivirìa. Estaba en casa...pero serìa un hogar?Habìa un enorme traspatio techado, protegido por una enorme muralla, con piso de tierra y exòticas plantas. No habìa forma de salir de ahì. Soltè a los miàcidos y a los perros, y coloquè la jaula con la lora debajo de un enorme arbol de mango. Alimentè a los animales, los acariciè y los observè un rato. Iban a estar bien, aùn en un paìs donde sus nativos salvo raras excepciones sentìan un profundo desprecio por las criaturas. Què dirìa el Mahatma Gandhi sobre Nicaragua?Reafirmarìa que una civilización es tan avanzada en la medida en que traten bien a los animales y a los viejos.Y yo?
Fui al interior de la casa, examinè cuidadosamente el mobiliario, y abrì la nevera. Estaba repleta de comida. Extrañè violentamente el yorkshire pudding y el rosbif de Londres, pero me tuve que contentar con unos alimentos de los que estaban refrigerados. Ya estaba aquì. Me lancè sobre el enorme lecho y dormì como piedra. Cuando me despertè ya eran las ocho de la noche. Fui a chequear a los animales, quienes se estaban adaptando mucho mejor que yo. Desempaquè solo una caja, y la guia telefònica, que estaba sobre la mesa del telèfono, me llamò la atención. Ahì podrìa estar el telèfono de mis padres. Pero decidì comenzar la bùsqueda de mi pasado para el dìa siguiente. Ya estaba adaptàndome a Nicaragua, donde todo se deja para mañana aunque se pueda hacer anteayer. O estaba eso en mis genes? Mañana ya serìa otro dìa.
Estaba yo despertàndome, aùn cansado por el jet lag, a las 8 de la mañana cuando alguien timbrò a la puerta. Me asomè por la ventana y vi a una señora cincuentona, gorda, muy morena. Tras hacerla pasar, algo que no debì haber hecho siempre pues Nicaragua estaba sacudida por una ola considerable de delincuencia, me dijo que ella era el ama de llaves que mi agente de bienes raìces me habìa conseguido. Presentò sus cartas de recomendación, cèdula de identidad y todos sus documentos pertinentes. Era doña Mercedes Solìs viuda de Ramìrez, viuda de un militar que muriò poco después que yo naciera, y era madre de tres hijos, dos de los cuales que ya estaban casados en Estados Unidos y otro que trabajaba en la refinerìa petrolera. Doña Mercha. Nos pusimos de acuerdo para su salario y metiò sus cosas al dormitorio asignado para el servicio domèstico. Inmediatamente después, se puso manos a la obra con mi desayuno.
Recordando que mi padre trabajaba para una petrolera, le preguntè:-Su hijo no conocerà en el trabajo a un ingeniero ucraniano llamado Rodion Fantaleiko?
Doña Mercha me mirò quedamente.-Un rusote grande de barba chela que es ingeniero?
-El mismo.
-Mi hijo Enrique a menudo lo lleva a casa a cenar, es muy simpàtico, bien parejo y campechano, y ya es màs nica que el pinol, pero se le mira que tiene una gran mocepa adentro, tiene unos ojos bien tristes a veces. La esposa del ingeniero parece muñeca, y aunque trata de verse alegre, tambièn anda como metido el diablo. Y de dònde los conoce usted, señorito Rubèn, si acaba de venir de Inglaterra?
-Referencias, nomàs referencias, doña Mercha. Tienen hijos?
Sirviendo una enorme porciòn del gallo pinto que tanto extrañaba yo, la mujer me dijo:-No, del todo. Se mira que son un matrimonio bien llevado, pero no hay hijos. Enrique me ha contado que solo tuvieron uno allà por 1988 o 1987, no me acuerdo, y era un muchachito lindo, pero tuvieron la sal de que se lo secuestraron y movieron cielo y tierra por hallarlo, ofrecieron recompensa, y nada. A los meses la policía les devolviò un cadáver todo machacado, irreconocible, y con el pechito abierto, como si lo hubieran usado para algún brujul de los indios de antes, porque le faltaba el corazòn. Nadie les pudo decir con seguridad si era el cuerpo del muchachito, pero le dieron sepultura en el cementerio de Monseñor Lezcano. Aunque la policía prometiò una investigación a fondo, usted sabrà que la policía de Nicaragua es màs corrupta que los mismos criminales. Bueno, coma, señorito, que bien podrìa aumentar unas libritas. Està todo mayato y flaco, todo un quijongo y aquì en Nicaragua la comida es bien sabrosa, y yo lo voy a cuidar bien.
En realidad, yo recordaba el gallo pinto, el maduro frito, los huevos rancheros y las cuajadas ahumadas. En algún rinconcito de mi memoria estaba el pinolillo helado que tomaba cuando niño. Tras desayunar me sentìa listo para enfrentarme al mundo. No quise seguir preguntando a doña Mercha, quien se puso a hacer otras
faenas. Alimentè a los animales, quienes ya estaban superando el jet lag mejor que yo. Dos de los uñudos ya estaban en una rama del palo de mango, colgados como leopardos en miniatura. Me bañè, me vestì, le di instrucciones a doña Mercha de desempacar todo y me dispuse a salir. Busquè antes de irme el nombre de mis padres en la guìa telefònica y lo hallè. Era otra la direcciòn, ya no vivìan en Bolonia, que era donde yo habìa habitado con ellos en mi remota niñez.
Còmo iba a presentarme donde ellos? Incluso me daban por muerto! La deficiente policía del paìs, con tal de no enredarse màs ni tener problemas, les habìa presentado el cadáver de saber què infortunado muchachito, y ellos se tragaron el cuento que era yo. Llevaba el corazòn en la boca, e iba sudando a chorros. El taxi me dejò a una cuadra de la casa de mis padres. Me envalentonè para apretar el timbre en la alta muralla que rodeaba a la casa. Una domèstica gorda y sudorosa saliò, y sin abrir el portòn, me preguntò què deseaba.
-Mala pata joven. Doña Rosa està en la universidad desde las siete, y don Rodion hace ratito se fue a la refinerìa. No vuelven hasta después de las 6 de la tarde. Algún mensaje que quiera dejar, con gusto se los transmito, o si me deja el nùmero de telèfono donde lo puedan localizar?
Me quedè perplejo. Còmo podrìa dejar el recado: miren, los busca su hijo secuestrado y supuestamente descuartizado, espero estèn bien, no les vengo a pedir nada sino que tras tan larga ausencia, no me cae mal ver a los viejos. Còmo estàn? Al verme titubear, la criada me dijo:-Ud. debe ser estudiante de la UNAN, allà con doña Rosa...pues bùsquela allà, o es que lo aplazaron y quiere quejarse con la vice-rectora?
-Gracias, señorita. Allà la buscarè, creo que es mejor-dije, y casi salgo corriendo.
Vice-rectora mi Rosàngela? Estarà arrugada, con rictus de amargura, con canas en el pelo de tiniebla? O serìa la misma belleza que yo recordaba, electrizante, increíble, tan perfecta? Pero yo sabìa que daba igual, Rosàngela Abaunza serìa para mì siempre lo perfecto, lo ideal, lo propio, lo ùnico.
Casi me alegrè de no encontrar ni a ella ni a mi padre. Era como una situación bastante complicada. No habìa ni desempacado totalmente, no conocìa esta Managua màs desordenada, tenìa que organizarme para poderme presentar ante mis padres. Iba a ser un cataclismo emocional.
Pensàndolo bien, quizàs la mejor manera de suavizar el encontronazo era matriculàndome en la universidad donde ella era vice-rectora. En realidad nunca quise ir a Sandhurst, y querìa seguir mi inclinación por las letras. Ya que era septiembre, me fui a informar para entrar al año siguiente, cuando ya tuviera todo en orden, quizàs comprara hasta un auto, y estuviera mejor aclimatado a Managua. Una vez que hube tenido todo desempacado, llevè mis documentos y diploma de Eton y paguè la prematrìcula. Me quisieron asustar con el cuento que el examen de admisión era casi impasable. Mi español nunca se habìa visto resentido en Inglaterra, pues lo practicaba continuamente con unos amigos españoles y leì vorazmente a todos los autores del siglo de Oro, y cuantos genios españoles habìan publicado obras. Me fascinaba Miguel Hernàndez, sobre todo su Nanas de la Cebolla que me hacìa llorar cada vez que lo leìa, y podìa recitar de memoria a Machado, Aleixandre, y Lope de Vega. Por matemàticas no habìa problemas, pues los maestros de Eton se garantizaron de que nunca bajara yo de 95. El examen fue fijado para mitad de diciembre. Ian heathstone, a quien le escribìa casi diario, me recomendaba que consiguiera un tutor para no dar vergüenza en matemàticas, y aplaudìa que yo estudiara filologìa y comunicación. El siempre habìa querido estudiar artes y
letras, pero no habiendo mucho dinero en su lado de la familia mientras crecìa, tuvo que aceptar una beca para estudiar administración de empresas. Adquirí una camioneta Nissan doble cabina, una computadora nuevecita con todas sus extras, y doña Mercha me consiguió un monito titì para añadir a mi colección de animalitos. Los gatos al principio le tuvieron pavor, pero luego amistaron con èl.
Poco a poco fui tomando una rutina, y aunque tenìa el enorme respaldo monetario en el banco con mi fideicomiso, y Ian Heathstone siempre me mandaba
un enorme estipendio, tuve las ganas de trabajar como cualquiera. Mi inglès britànico me consiguió un cargo de docente de niños y adolescentes en un centro de idiomas, impartiendo clases en las tardes y las noches. Pasè el examen de ubicación de la universidad estatal con 98, lo cual en medio de tantos 40s, 30s y menos, resultò una agradable sorpresa para los miembros del consejo nacional de universidades. Estaba tan baja la escolaridad en Nicaragua que hasta un reportero de un periòdico me pidiò una entrevista, la cual concedì en mi casa. Cuando fui a pagar mi matrìcula y escoger la carrera que era mi primera opciòn por fin vi a Rosàngela Abaunza.
La fila para realizar las gestiones de matrìcula, asentar la carrera y sacar el carnet eran enormes. Yo estaba ahì en fila cuando primero sentì el aroma que siempre he identificado como el olor de mi madre, y luego la vi. Parecìa màs joven de lo que era, apenas unas patas de gallo surcaban sus pàrpados, y tenìa el cabello tan negro como yo lo recordaba. Estaba enojadìsima. Le irritaba el tortuguismo de los funcionarios de la universidad.
-Còmo es posible que toda esta gente de nuevo ingreso aùn estè en fila y ustedes no se menean ni que les lance una carga cerrada a los pies? Miren què impresión màs horrible se estaràn llevando nuestros pelones... cuidado que muchos salen huyendo antes de matricularse y no los culpo! Y vos, que supuestamente sos la divulgadora de acà y debìas tener los brochures hechos, donde rayos los tenès que se llegaron a quejar varios que ni los querès atender, Marìa Josè?-reclamò Rosàngela Abaunza.
La aludida, una mujer gorda, cuadrada y con aspecto de travesti lamentable, balbuceò cualquier disparate y saliò a buscar los tales brochures. Rosàngela Abaunza iba tras de ella cuando se detuvo y me quedò mirando.-Vos sos el del 98 en el examen de ubicaciòn, saliste en El Nuevo Diario. Te vi de refilón, a veces no me queda ni tiempo para leer los periòdicos, pero sì vi la foto.
-Jan Rubens Armstrong para servirle señora.
-Rubèn en Nicaragua, aunque no seas nica.
-Lo soy, màs nica que el pinol.
-Encantador, muchacho, pero bueno, ya hablaremos. Esta es mi tarjeta, buscàme en mi oficina cuando tengàs un tiempito. Soy la vice-rectora acadèmica, Rosàngela Abaunza de Fantaleiko. Para servirte. Què vas a estudiar?
-Filologìa y comunicación. Ya soy aspirante a literato!
-Tan joven? Yo estudiè idiomas y literatura rusa.
-19 años.
-Debo irme, hijo, pero espero verte pronto. Que tengàs un buen dìa, Rubèn.
Buen dìa? No señora, no tuve un buen dìa. La mirè alejarse, y a como dijo Gerardo Hernàndez en su poema titulado La Emperatriz China, tuve que echarle muchos nudos a mis sentimientos para que no salieran a encontrarla, hubo mucho control de mi parte para no salir tras de ella, abalanzàrmele encima como un guepardo al impala, levantarla en el aire y matarla de un susto. No me habìa reconocido! Una profunda decepciòn amenazaba con cometerme, hasta que puse a trabajar la frìa lògica inglesa con la cual habìa sido criado por Sir John. Rosàngela Abaunza perdiò hace tantos años a un gordito rubio de ojos grises de menos de 4 años de edad, su muñeco chele, su bebè. Lo buscò, lo llorò, y no lo olvidò. Y què veìa ante ella ahora? Un extraño, un flaco quien construyò su bronceado en Biarritz, Marruecos y Brighton, un joven de 19 años cuyo color moreno se debìa a miles gastados en Coppertone, làmparas solares y quièn sabe què menjunjes màs. Sir John , quien era de un tono rosàceo que en las mujeres llamaban English Rose, se reìa a mandíbula batiente de mis intentos por parecer negrito. Mi cabello rubio de la primera infancia habìa acabado en un caoba indefinido, una enorme nube de pelo a como me imagino debe haber sido la melena de Tecumseh de los Shawnees, y los ojos grises maduraron hacia un tono tiguilote maduro que apenas se notaba a la distancia. No, señores, no era su niño. La barriguita redonda de bebè se habìa disuelto a lo largo de años de atletismo, kendo, rugby, sòccer y nataciòn. Estaba fibroso, pero siempre flaco. Tenìa razòn doña Mercha, quien continuaba cocinando para mì como si estaba engordando un lechón para Navidad. Me faltaban unos kilos para no parecer el silbido nocturno de mi vieja lora. Pero se habìa fijado en mì. Rosàngela Abaunza ya sabìa que existìa, aunque fuera por el 98 que peguè en el examen de ubicación para entrar a la universidad.
Ya la vi, fue lo primero que le escribì por correo electrònico a Ian Heathstone esa misma noche. Seguìa escribièndole casi todos los dìas, y lo llamaba cada fin de semana. En realidad lo extrañaba muchìsimo. Ian Heathstone recibiò este correo mientras estaba con el escritorio hasta el copete de papeles por firmar. Pero tuvo el tiempo suficiente para agarrarse la cabeza a dos manos y pedir casi a gritos a su asistente que le llevara dos Tylenols extrafuertes con un vaso con jugo de naranja porque lo mordiò una migraña de tamaño olìmpico. Migrañoso a travès de su padre, quien padecìa este mal hereditario desde chiquito, Ian Heathstone temblò al leer el correo mìo. Me lo dijo al responderme, aunque si èl no me lo hubiera confesado, igual lo hubiera detectado yo. No le quiebres la vida a ella, primo. Viviò unos 15 años sin tì y de alguna manera sobreviviò con suficiente ànimo como para poderle gritar a esa gentuza que trabaja con ella para que sean màs eficientes. Debes ponerte en su lugar, yo no sè què harìa si de repente me cae un hijo perdido de corbata. Capaz me cago en los calzones. Todo caldo se enfrìa. Y no te equivoques, ni la equivoques, para que no me den màs jaquecas siquiera. Ten piedad de mì. Has sido sensato toda tu vida, no comiences a parar el culo hacia arriba y a estrellar mierda contra un abanico prendido. Pobre Ian Heathstone con sus jaquecas. Para colmo yo le habìa provocado una màs. Apreciè sus buenas intensiones, pero no me podìa contener. Què ganas de llegar a su casa, saltarme la cerca enorme aunque me mordieran sus perros, y aterrizar al lado suyo para informarle que regresè, que nunca estuvo ausente de mì, que hasta ahorrè en un chanchito de porcelana de Dresde lo que serìa el pago del pasaje de aviòn de regreso, que la seguìa adorando como el primer dìa que la vi cuando nacì un 18 de enero con los ojos prematuramente abiertos. El amor desmedido que tambièn sentìa por mi padre ucraniano me ahogaba, pero no era tan estrujante y explosivo como el que me inspiraba esa muñeca viviente que era Rosàngela Abaunza. A como decìa el emperador y filòsofo de Roma, Marco Aurelio, la pasiòn por la madre es el amor incontenible hacia la propia carne. Nada superaba el hecho que uno ha estado dentro de aquella persona a quien llamamos madre, que ella nos hizo mientras cocinaba, estudiaba, soñaba o hacìa poemas. Se daban cuenta las mujeres de su capacidad pavorosa de originar monstruos quienes luego no tendrìan màs inclinaciones que devorarlas de pies a cabeza, como yo? Por eso muchos hombres trataban de compensar sometièndolas, maltratàndolas o ignoràndolas. Esa capacidad solo puede engendrar asombro, amor, o envidia de la màs pura. El compositor con su sinfonìa, el poeta con su soneto, el escultor con su estatua, el actor con su interpretación eran solo pàlidas sombras a la par de una madre. Ella fabricaba, creaba a una persona, a un ser inimitable e irremplazable. Y lo hacìa mientras leìa, trabajaba o reìa, mientras que el artista necesitaba estar solo dedicado a la hechura de su obra. Toda madre es una diosa.
Y yo necesitaba convertir toda esa ansia de posesión, admiración y agradecimiento a la mìa en una religión cotidiana. Con razòn Ian Heathstone tenìa miedo. Podrìa equivocarme, o peor equivocarla a ella.
Al comenzar las clases en marzo, fue màs fácil poder informarme sobre ella, para poder saber còmo iba a abordarla. Era considerada como una genuina genio por derecho propio. Habìa publicado varios libros, y entre ellos iba uno de cuentos. Y otro de gramàtica rusa. Hablaba inglès y francès, ademàs e portugués y àrabe. El esposo habìa ido escalando en la jerarquía tècnica de la refinerìa, llegando a ganar bastante bien para alguien en un paìs del Tercer Mundo. Los esposos tuvieron chance de viajar varias veces a Ucrania en el transcurso de los 15 años en que no estuve con ellos. Pero no habìa habido màs hijos. El hermano mayor de Rosàngela Abaunza era uno de los profesores de medicina de la universidad, y Andrès Abaunza seguìa siendo considerado como un genio loco. Sin embargo, los estudiantes de medicina lo veneraban. Ya estaba viejo, pero se rehusaba a jubilarse y ya sesentòn, aùn cabìa en su talla 28 de pantalones. Andaba la enorme melena cobriza en una gruesa trenza que le llegaba a las nalgas, era vegetariano y arribaba ruidosamente a la universidad a bordo de una motocicleta digna de un Angel del Infierno. Mi tìo. Podrìa ser el puente para llegar a Rosàngela Abaunza?
Una tarde tras salir de la biblioteca, pasè por las aulas de medicina. El estaba en una banquita comiendo unos pimientos rellenos de queso. Enroscado como un adolescente y sin los anteojos, disfrutaba de su merienda cuando lo abordè.-Doctor Andrès, buenas tardes. Rubèn Armstrong para servirle.
-Buenas, sentàte niño. El mejor alumno de la carrera de filologìa, no? Coquito privilegiado.
Me debo haber ruborizado, lo cual hizo que sonriera. Se miraba aùn joven.-A mì me gustan las letras tambièn, aunque la mayor parte de los mèdicos no reconocen un soneto de Petrarca o algo sabroso de Garcìa Lorca. Es màs, ni pueden recitar en Nicaragua a su màximo poeta, a Rubèn.
-Ya me di cuenta de eso en lo poco que tengo de estar aquì. Yo me sè tanta poesìa, sobre todo la dariana, de memoria.
-Viniste a Nicaragua como parte de una bùsqueda, Rubèn, no? Todos buscamos algo, a veces lo hallamos, otras veces quisièramos no haberlo encontrado. Yo hallè la genètica, la inseminaciòn artificial y otras cosas. Me enamorè de la medicina desde chavalo, la ciencia siempre me obsesionò. Y miràme donde estoy a mis 62 años, aùn enamorado como el primer dìa a pesar de todo.
-A pesar de todo? Ha tenido remordimientos?Se le ha muerto algún paciente?
El doctor estirò los pies y me mirò fijamente con unos ojos claros como poza en la sombra. –Todos los que escogemos ser mèdicos sabemos que es una lucha a brazo partido contra la muerte y que de todas maneras algún dìa la calaca nos va a vencer. Esa es peor que Mantequilla Nápoles o Muhammad Alì, pega unos nocaùts tan estruendosos e irreversibles. La ciencia es una puerta abierta, y tiene muchos tùneles. A veces hacemos cosas por las mejores razones, con los motivos màs tiernos, con el corazòn en la mano y se nos mete jugar a ser un dios que me consta que no existe. Luego, analizamos con frialdad, y acabamos llorando. El mèdico que te diga que nunca ha llorado por lo que ha hecho, es un tamaño mentiroso. Has leìdo a Stephen King?
-Aunque es gringo y tiene un lamentable manejo de su idioma, tiene su gracia. He leìdo muchas de sus obras, aunque creo que se ha mercantilizado demasiado para estos tiempos. Las obras Tommyknockers y Verano de Corrupción estàn bastante lentas , por no decir que la tal Insomnia en realidad me curò un insomnio que jamàs padecì pues me puso a dormir de inmediato...-le dije, asombrado que en pocos minutos el viejo y yo hubièramos entrando en sintonìa en la misma frecuencia.
-No me extraña que a alguien como vos algunas obras le parezcan anestèsico. Pero bueno, el barbudo gringo en una de sus novelas, creo que fue en Cementerio de Mascotas, dice que el terreno del corazòn de un hombre es muy àrido, por eso uno siembra lo que puede, lo cuida y luego lo cosecha. Nada màs verdadero ha dicho King para mì.
-En realidad creo que ahì usted tiene mucha razòn, doctor. Bueno, lo dejo, debo ir a hacer mis tareas, escribirle a mi primo por e-mail. Espero verlo de nuevo pronto, ha sido muy interesante nuestra charla.
-Y para mì ha sido una satisfacción haberte vuelto a ver, Rubèn...
-Haberme vuelto a ver....?
-Bueno, cuando hiciste el examen, vi cuando entraste al aula, y luego con lo de tu 98. Ya sos una pequeña gran celebridad en la universidad, el inglesito sesudo...
-Ah, por eso, bueno...uno hace lo que puede. Bueno, doctor, estamos en contacto.
-Claro, andà con cuidado, hijo.
Asì de sencillamente comenzò mi amistad con uno de los hombres màs extraordinarios que han existido. Andrès Abaunza y yo tenìamos algo muy fuerte en comùn: un amor desmedido por Angela Abaunza. Por supuesto, yo aùn no podìa confesarle a mi genial tìo los lazos de sangre que nos unìan ni mi obsesión por mi madre. La confianza entre el cientìfico y yo llegò a ser tan completa que èl me llevò a su casa, donde tenìa un enorme laboratorio, y yo le invitè a mi apartamento. Ian Heathstone desde Londres me advertìa que no diera un paso en falso, que una indiscreción y todo se venìa al piso. Le comentè sobre mi deseo de publicar otro libro y me aplaudiò la idea. Ian querìa que lo editara en Londres.
Comencè a recopilar el material nuevo, y conforme iba juntando mis escritos me di cuenta que la perfecta forma de alcanzar a mi madre serìa dedicàndole el libro a ella. A pesar del paso del tiempo, nunca habìa tenido la oportunidad de sentarme con ella o con mi papà, ni en sus oficinas ni en la casa. El hecho de haber aprobado el primer año de la carrera de filologìa y comunicación con un 100 de promedio me acreditò una beca doble A, pero no me aterrizò en la oficina de la remota vice-rectora acadèmica que era Rosangela Abaunza. Andrès Abaunza me celebrò mi promedio llevàndome a cenar, y fue ahì donde mencionò que su hermana en efecto era bastante inabordable a nivel personal. Comentò que desde el macabro secuestro de su ùnico hijo, Rosàngela Abaunza no le daba oportunidad a nadie de acercàrsele emocionalmente, excepto a su taciturno marido ucraniano. Andrès Abaunza, quien adoraba a su hermana menor, se veìa distanciado de ella a pesar de trabajar en la misma universidad.-Yo creo que los ùnicos que la entienden son esos gatos que ella tiene.
Cuando mi libro ya vino editado desde Inglaterra, al ver la dedicatoria en letras doradas me envalentonè. Jodido, nadie se puede resistir al amor, me dije. Tomè uno de ellos y una tarde lluviosa en que el cielo se despedazaba en rayos sobre Managua, me encaminè hacia su despacho en la universidad. La asistente, una gorda que era su cancerbero y que nunca permitìa acceso a ella, no estaba en su escritorio. Yo la habìa visto salir hacia uno de los kioscos de la universidad, estuve espiando con el corazòn en la boca, y cuando la vi salir supe que era mi ùnico chance. Entrè sin tocar. Rosàngela miraba la rayerìa desde su ventana. Saquè desde debajo de mi chaqueta el libro.-Profesora Abaunza.
Ella se volteò sùbitamente.-Ah, hola, Rubèn. No te escuchè entrar.
-Disculpe que no toquè. Quiero dejarle mi segundo libro, que sea la primera persona que lo tenga. En la semana que viene es el lanzamiento oficial.
Rosàngela Abaunza se aproximò a mì lentamente y me tomò el rostro entre sus manos. Me dio un beso en la frente mientras los pulsos me amenazaban con estallar.-Tomà, firmàmelo de tu puño y letra. Un libro no se da sin el autògrafo.
-Ya vio la primera pàgina?
Rosàngela Abaunza abriò el libro, luego me mirò fijamente, y me puso el lapicero en la mano.-Por què a mì, Rubèn?
Traguè gordo.-Porque por fin di con vos. Me arrancaron de vos cuando no tenìa ni 4 años. Pero he vivido todos estos años para este momento, de volverte a ver.
-Què?
-Soy tu hijo Rodion Fèlix Rubèn. Regresè de Inglaterra, adonde me llevaron los secuestradores. No tuve otra misiòn en la vida que sobrevivir para poderte ver de nuevo. Y todavía la pregunta de por què la dedicatoria? Què amor puede ser tan grande como el que hay entre un hijo y su mamà?
Rosàngela Abaunza cayò sentada en el sofà tapizado en rosas que tenìa junto a su escritorio. Me sentè a su lado y la tomè en brazos.-Madre, es una larga historia.
Cuando acabè de detallarle por todo lo que habìa pasado en tantos años, ya la tormenta habìa amainado y eran casi las siete de la noche. Ella alegaba que la policía le habìa entregado mi cadáver, destrozado por cierto, y sin el corazòn, lo cual era una macabra coincidencia con el destino que Sir John originalmente tenìa para mì. Me reprochaba el silencio, por què no habìa buscado còmo comunicarme, y querìa una prueba. De niño yo tenìa un lunar de sangre en el pliegue inferior de la nalga izquierda. Me pidiò confirmar eso, que me quitara la ropa para verlo. El lunar en cuestión habìa sido objeto de bromas de parte de Sir John y del mismo Ian Heathstone, que lo llamaban la pezuña del diablo por su forma. Al parecer el lunarcito lo llevaban todos los Abaunza, segùn me aclarò ella mientras me despojaba del jeans que yo llevaba puesto. La tibia mano de Rosàngela se posò en mi trasero y sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando confirmò la existencia del lunar. Me quedè desnudo de la cintura para abajo mientras ella se quitò el vestido que andaba y me mostrò su versión del lunar, colocado debajo de un seno. Fue cuando mis hormonas tomaron control de mì y me abalancè sobre el abismo espantoso del juicio. Estaba listo para amar, exactamente a como un hombre ama a una mujer y no a su madre. Rosàngela Abaunza se despojò de toda su ropa y sabiendo que lo que sucederìa irìa contra la ètica, las reglas de la naturaleza, el reglamento universitario y los principios de la familia, puso a un lado el libro y caìmos en el sofà enredados el uno en el otro.
Una ternura sin lìmites se apoderò de nosotros.-Morirìa por vos-me dijo Rosàngela Abaunza, besàndome intensamente, miràndome con los ojos luminosos.-Casi morì cuando te llevaron. Esta vez no te puedo perder. Harè lo que sea para que no me dejès.
Firmè el libro con la dedicatoria de “a la mujer màs amada del mundo” y no me equivocaba. Sabìa yo, desde que era un adolescente en Londres, que jamàs mujer alguna me darìa la satisfacción que ella me daba ahora? Por eso fui tan parco y seco con las adolescentes que me seguìan? Era mi madre, pero tambièn era mucho màs. Era el amor absorbente, pasional, el ansia de la carne por la carne, carne celeste de mujer. Desde chiquito, me acostumbrè a su olor, a su suavidad, a la textura de su pelo, el contorno de la boca, al calor que emanaba de su cuerpo. Jamàs podrìa renunciar a ella. Y èse iba a ser el lìo, porque estaba casada con nada menos que con mi papà. Papà? Es solo el que engendra el padre? Y el que crìa? Por todo, Sir John fue mi papà. Aùn cuando quiso inicialmente utilizarme para salvar a su hijito. El amor vino después, pero estuvo muy presente hasta que el viejo se muriò. Rosàngela Abaunza era mìa, mi motivo de estar vivo, mi norte, y nadie se interpondría entre ella y yo.
Rosàngela Abaunza al dìa siguiente me llevò a su casa. Comenzò a usar gafas oscuras pretextando problemas de la vista, pero en realidad me confesò que era para que papà no viera còmo me miraba. No podìa esconder su mirada de mujer enamorada. Rodion Fantaleiko me abrazò càlidamente y me dijo que deseaba que me mudara a la casa con ellos, pero yo aduje que aunque me encantaba la idea, ya tenìa mi propio apartamento, estaba bien cuidado por doña Mercha, tenìa mi propia colección de gatos y dado que traìa costumbres europeas, era mejor a como estàbamos. En Europa muchos jóvenes de mi edad ya tenìan su propio apartamento, aunque sus padres nunca los hubiesen corrido oficialmente. Le autografiè su libro a Rodion, quien dijo que serìa el hombre màs envidiado de toda la refinerìa por ser el padre de un poeta.
Andrès Abaunza estaba feliz de ver que su hermana recobraba la sonrisa espontànea, y se enorgullecìa de ser mi tìo. El lanzamiento del libro fue todo un èxito y fui reconocido en pùblico por mis padres. Vendì muchos ejemplares, lo cual ya era algo en un paìs donde nunca se ha fomentado el hàbito de la lectura.Ya no era “el inglesito sesudo”, era un nicaraguense màs. Mandè las fotos del evento a Ian Heathstone, quien me felicitò por haber dado un paso tan trascendental. Me recordò que siempre la familia era lo màs importante, y por eso que no lo olvidara aunque no hubiera consanguinidad entre ambos. Al recibir las fotos en las que aparecìa Rosàngela Abaunza, Ian Heathstone con su habitual franqueza me escribiò que le preocupaba la mirada de mi madre. She loves you to pieces. Te ama hasta casi hacerte pedazos.
Me comentaba que èl sabìa de varios casos de madres quienes después de no ver al hijo o la hija tras mucho tiempo, se convertìan en pulpos que asfixiaban a la crìa. Temìa eso para mì, y me recordaba que Sir John siempre me habìa idolatrado, pero me dio siempre chance de volar.
Ian Heathstone no dejaba de tener razòn, pero no se lo podìa confesar por què.
Tras esa tarde inicial cuando Rosangela Abaunza y yo acabamos amàndonos desenfrenadamente en el sofà de su oficina, hubo una plèyade de encuentros eròticos aùn màs intensos. Aprendimos juntos cosas que ni la imaginación a veces alcanza. Rosangela no podìa contenerse, y creo que yo tampoco. Huìa de todos para estar con ella, y no podìa mantener mis manos sin tocarla apenas pasara a mi lado. Rosàngela Abaunza era adictiva, y produje un montòn de sonetos inspirados por la obsesión incandescente que me producìa. Ella misma me decìa a veces, profundamente ruborizada, que “solo quiero estar en eso.” La cancerbera gorda que era su asistente fue promovida a otro cargo, y ella se quedò con una joven distraìda de gafas gruesas y piernas de palitroques.
Lo bueno fue que mi promedio espectacular siguió igual en la universidad.
Lo malo fue que Andrès Abaunza sospechò que algo raro estaba sucediendo. Ya no lo buscaba yo como antes en mi ansiedad por acercarme a Rosàngela Abaunza. Una tarde en la que logrè visitarlo en su casa para hacer el tè juntos, el cientìfico me llevò por primera vez al laboratorio que tenìa en el traspatio de su casa. Contemplè maravillado aquel laboratorio. –Esto es un mundo aparte, tìo.
-Claro que lo es. Y serà mejor gracias a vos.
-Y a mì por què?-preguntè asombrado.
Me mirò desconcertado por un momento. Entonces de la gaveta de un escritorio sacò un sobre que contenìa varios documentos. Era el papel membretado de una de las empresas que regentaba por mì Ian Heathstone. Leì los documentos. En ellos se plasmaba todo pormenor relativo a una subvención mensual que mi tìo recibirìa de dicha empresa para financiar sus investigaciones genèticas. Era el sueño de todo cientìfico. Debìa abrir una cuenta en un banco para poderle depositar todos los meses una gruesa suma a su nombre, “para su uso incuestionable.” Abajo estaba la firma de Ian Heathstone. El sabìa que yo tenìa todas las intenciones de beneficiar a mi familia y se habìa ocupado de eso. Sonreì pensando en que Ian Heathstone me leìa la mente.-Bueno, es parte de mis intenciones, tìo. No lo hice yo personalmente pero mi primo inglès conoce bien todo lo que pienso y debo hacer. Tarde o temprano esto iba a suceder. La verdad, yo he estado ocupado con mis estudios.
-Y te felicito por mantener tu promedio de cien, sobre todo que les dan a aleer cantidades navegables. Pero no ha sido solo eso. Què es Rosàngela para vos, hijo? Yo sè que no todos los dìas uno reencuentra a la madre. Pero...has visto còmo te mira? Te has visto vos còmo se te ilumina el rostro cuando la ves? Has estado tan obsesionado con ella que todo aparte de ella es secundario. No, no te censuro. Yo soy quien menos puede censurarte. Recordà que para los cientìficos no hay nada bueno ni malo. Las cosas son y punto. Suceden. Y muchas veces nosotros mismos traspasamos el umbral entre lo que debe ser y lo que no se hace, jugamos a ser dioses, quizàs con la noble intenciòn de beneficiar a la humanidad, a los animales o què sè yo. Mirà, en realidad yo he hecho mal en no contarte algunas cosas, pero tenìa que cerciorarme que eras vos y que no estaba cometiendo un desatino.
-Tìo, yo la adoro.
-Es obvio, y yo tambièn. Y el ucraniano tambièn, tu padre.
-No la voy a soltar, asì tenga que matar por ella. Ya sufriò lo suyo cuando me perdiò la primera vez. Ahora ni con todo el Ejèrcito Rojo de Rusia me pueden apartar de ella.
-Tenès razòn, pero cuando te llevaron siendo un chiquito, fue la segunda vez que te perdiò.
-Segunda?
-Sentàte porque te vas a caer de culo cuando te cuente todo. Pero es mi obligación si de veras quiero que me creàs cuànto cariño tengo por vos. Yo nunca tuve hijos, y hubiera querido uno como vos. Rodion conociò a tu mamà cuando ella estudiaba en lo que era la Uniòn Soviètica. Rodrion regresaba a Chernobyl de un viaje estudiantil al Càucaso cuando se dio el desastre nuclear de Chernobyl. Estuvo expuesto a la radiación, pero no directamente. Pero aùn asì tuvo secuelas. Normalmente hubiera quedado estèril. No fue asì. Eso quizàs es peor, pues las personas asì tienen la capacidad de engendrar mutantes, monstruos, deformes, como les querràs llamar. En ese entonces comenzaba el romance con Rosangela. No la quiso perder confesàndole la posibilidad de tener descendientes defectuosos y asì logrò casarse con ella. El clavo es que tu madre querìa hijos a como fuera, estaba enloquecida por tener un bebè. Cuando tras mucho esfuerzo saliò gràvida no cabìa en sì de gozo. Pero el embrión traìa un defecto. Se hizo exàmenes y le recomendaron abortar porque el niño no tenìa encèfalo. Nadie vive sin sesos, aunque los polìticos nos hagan creer que ellos sì lo logran. Tu padre insistìa, sintièndose culpable, que abortara. Ella recurriò a mì, asiendo los exàmenes. Nunca pude resistir las làgrimas de mi hermanita, e hice lo que pude. El embrión ya era caso perdido, pero mientras hay voluntad y esperanzas, todo se puede esperar. En una campana de vidrio tenìa uno de los tesoros màs grandes de la historia. Echè mano de èl, aunque ignoraba hasta dònde serìa viable. En fin, Rosangela ya no tenìa nada que perder. Si todo fallaba, priorizaríamos la vida de ella, y el embrión se iba al carajo.Entre otros dos doctores y yo practicamos una cirugía insòlita. Lo peor del caso es que no podemos dar a conocer cuàn exitosa fue porque de seguro nos mandan a la silla elèctrica por jugar a ser dios, los moralistas nos van a devorar vivos y hasta los mismos mandatarios que regalan manuscritos de sus grandes poetas y para colmo a ignorantes no van a condenar por usar el patrimonio nacional.
Guardè silencio. Estaba estupefacto.-No acabo de entender.
-Ese embrión eras vos. Y le implantamos el cerebro extraviado de Rubèn Darìo, el cual por puro accidente vino a dar a mì desde los Estados Unidos. Vos sabès que al morir Darìo en Leòn un 6 de enero de 1916 en horas de la noche, le sacaron el cerebro. Disputas hubo, y el hermano de Rosario Murillo le echò el guante. Tras muchos vericuetos, el cerebro del genio fue llevado a Estados Unidos y preservado allà por una pareja de cientìficos cuyo hijo fue profesor mìo en Inglaterra. Al morir ellos en un descarrilamiento de trenes miprofsor ya se habìa suicidado, y una parte de sus bienes cayeron en mis manos y yo continuè con sus estudios. Parte de este laboratorio pertenecìa a ellos. Entre las cosas venìa el cerebro. Estaba vivo aùn. Cuando Rosangela vino a llorar aquì, no tuve mejor idea que echarlo a andar.
Ahora es parte de tu cuerpo, vos sos como una reediciòn de Rubèn Darìo. Hasta la vez, solo lo mejor de Darìo ha salido a flotar en tu vida. Pero recordà, el alcohol hace estragos en las neuronas, y no sè cuànto daño sufriò el cerebro del genio a consecuencia de su alcoholismo. Por eso te digo que siendo un embrión, ya estabas perdido, y las locuras de un cientìfico, te rescataron. Cuando te secuestraron, ya era la segunda vez que tu mamà te perdìa.
Tenìa ganas de llorar. Era curioso, yo nunca habìa sentido inclinación por el alcohol. Hasta la vez, no tomaba ni cervezas. Habìa sido tan deseado por mi madre que se expuso hasta a cirugía experimental. Habìan dos pequeñas cicatrices, como surcos, debajo de mi espesa cabellera cobriza. Mi ego se sentìa engrandecido, pero solo pensar en lo que ella hizo por tenerme me hacìa sentir compasión por Rosangela Abaunza. El amor de veras era complicado y no tenìa lìmites. Y yo la idolatraba sin barreras ni escollos. Harìa cualquier cosa por ella. Ateo recalcitrante, mi dios era ella. Y aunque amaba a Rodion, a mi tìo y a Ian Heathstone, nadie podrìa ser tan adorado por mì como ella. Andrès Abaunza tuvo que cargar con el secreto durante años, y por fin habìa podido desahogarse conmigo.
Quisiera darle un final feliz a esta historia, porque Rosangela lo merece. O su memoria. Una noche, mi padre Rodion nos encontrò juntos en mi cama en mi apartamento, en una noche en que yo habìa dado permiso de ir a casa a doña Mercha. Preso de la ira, tomò un cuchillo de cocina y tras mutilar a Rosàngela, la matò clavàndole el cuchillo en el corazòn. Yo tratè de escaparme pero me alcanzò en el porche, donde me asestò una estocada en la columna vertebral. Los vecinos llamaron a la policía, pero llegaron cuando ya Rodion se habìa quitado la vida con el mismo cuchillo. Yo me iba desangrando camino al hospital. Mi tìo llegò cuando me iban a meter al quirófano para hacer lo imposible para salvarme.
Lo que fue mi cuerpo fue enterrado junto con los cadáveres de mis padres en Managua. Los periòdicos nos hicieron trizas. Pero yo estoy de nuevo con Ian Heathstone. Andrès Abaunza me trajo de regreso a Londres cuando Ian Heathstone llegò a Managua a disponer de lo que me perteneciò. Los gatos de mi madre y los mìos fueron traìdos acà, y el mismo Ian se ocupa de ellos. Yo los contemplo desde mi campana de vidrio en el sòtano de la mansión que ocupa Ian Heathstone y recuerdo. No los puedo acariciar porque no tengo manos ni cuerpo ni nada. Es triste vivir solamente del recuerdo. Recuerdo cuando fui parte del Príncipe de las Letras Castellanas. Rememoro mi breve existencia como el hijo que amò a Rosàngela màs allà de la sangre. El alimento lìquido me mantiene vivo. Pero a veces creo que la eutanasia es algo lògico. Si no se puede vivir deben de permitir que uno tenga una muerte digna. Ian Heathstone no me quiere soltar porque me ama. Y yo a veces lo entiendo. Yo tampoco quiero soltarme de este hilito de vida, porque tengo todo el tiempo del mundo para recordar a Rosàngela Abaunza.
Cecilia Ruiz de Rìos
6 de mayo de 2007.
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