Mi Espectro de la Rosa
para el ùnico hombre perfecto que he conocido
Sea uno suciamente capitalista o pasado de moda comunista como yo, la realidad es que los mercaderes nos han estropeado la vida con esa costumbre de que un perfecto día de los enamorados conlleva todos los regalos que el bolsillo del amado o amada pueda abarcar, o si le da la gana regalar algo…Ay, contigo pan y cebolla! Qué opinaría el guapo romano Valentín, a quien le daba por casar a parejas aún cuando al emperador Claudio II le dio la idea macabra de prohibir que los soldados fueran matrimoniados, si supiera que en estos días solo estamos enamorados el día de su santo y nada más? Fue en vano que lo mataran a él por casamentero, o es que no se daba cuenta que muchas veces el acta matrimonial es la licencia que autoriza hacerle el mayor daño posible a la pareja sin mayor riesgo de ir a la cárcel por ello?
Todas esas cosas pasaban por mi cabeza, por la paciente y equilibrada cabecita de cabellos caoba , aclarando que el yo es Adrith Fourrel de Méndez, una maestra casi cuarentona que aún se pone minifaldas porque tiene un marido “evolucionado” y una hija prodigio que parece princesa bizantina.
Pero eso no quita que se me haya subido la bilirrubina cuando a la hora del almuerzo, saqué el regalo del día de los enamorados para mi esposo y él se quedó con la cucharada de sopa rumbo a la boca, mirándome avergonzado y con una mirada de cretino que es la que pone cuando se percata que no es perfecto. Se escapó de ahogar en la sopa, y a regañadientes dijo que no había ido a traer mi obsequio que aún estaba en una boutique siendo empacado. Casi me desternillo de la risa. Boutique. Nunca hallé placer en las boutiques, no sabía ni mentir. Mejor me hubiera dicho que pasaría por la librería trayendo mi libro de regalo, y la cosa hubiera sido más creíble. Sonreí como Mona Lisa-porque la pobre Gioconda indudablemente que era una mujer renacentista a merced de su esposo, un receptáculo de placer-y no quise armar lío. Tenía demasiadas cosas que hacer. Debía estar en el colegio inútilmente caro donde laboraba en los turnos de la tarde y la noche, y quería llegar temprano para enviar informes. Fingí que no me importaba. No era ningún secreto que todo caldo se enfría, y eso abarca a los matrimonios, aún para aquellas uniones que se formaban en base de una seudomagia hormonal provocada por feromonas insurrectas.
Una vez en el colegio, puse al día mis notas, imprimí algunos ejercicios de gramática inglesa para mis alumnos del turno de las 4 de la tarde y traté de digerir mi afrenta. No era para morirse. A las 4 de la tarde, los 10 preadolescentes que tenía en mi clase de nivel 11 me dieron una agradable sorpresa. Llevaron un enorme queque de chocolate con cerezas, en forma de corazón, y unas bebidas frías para festejar la efemérides de San Valentín. Qué curioso, estos chavalos a quien yo no había parido, se habían acordado que era día del amor y la amistad… Tras la prueba de gramática, en la cual no todos salieron bien, hicimos la fiestecita. Jordan Vázquez, el alumno predilecto pero no precisamente por tener las mejores notas, como siempre comenzó a comportarse como monito, y me echó su vaso de gaseosa en el ruedo de mi vestido.
Me fui al baño de mujeres, el cual quedaba a 4 puertas de mi aula. Tras enjuagarlo con agua fría y jabón líquido, traté de secarlo volteando al revés una de esas secadoras que hacen más ruido que cualquier otra cosa. Decidí que era inútil tratar de secarlo así.
Una vez en el pasillo rumbo a mi aula, divisé al inicio del ,mismo una figura. Era un hombre con un enorme ramo de rosas rojas. Estaba ataviado de militar, no era muy alto pero sí fornido y con una musculatura que hasta Arnold Schwarzennegger hubiera envidiado. El uniforme parecía como los de la II Guerra Mundial, y llevaba puesto un caso de la misma época. Al acercarme a él, vi que era muy joven, como de unos 24 años. Rubicundo, con cabellos encendidos y ojos pavorosamente verdiazules. Tenía la impresión de conocerlo desde siempre. El hombre se acercó a mí, y cuando estaba a unas pocas pulgadas de mí, extendió los brazos entregándome las rosas y sonrió de forma radiante. Ipso facto, hombre y rosas se desvanecieron en el aire. Tras unos segundos en que quedé boquiabierta, corrí a mi aula.
Los alumnos me miraron sorprendidos.-Ni que hubieras visto al Diablo, teacher! me comentó Jordan Vázquez. Otro de mis alumnos me preguntó:-Lo encontraste al hombre, Adrith?
-Ustedes lo vieron también?-pregunté sentándome en mi escritorio.
-Por supuesto, si vino a preguntarnos donde te encontraba y le dijimos que andabas donde el rey va solo-dijo Almalillia, la mejor alumna.
Jordan Vázquez se me aproximó con cara de sospecha.-Ese señor no es tu marido.
-Por supuesto que no. Es mi papá…-respondí, recordando las fotos de mi padre cuando era un joven soldado más en medio del horror del Desembarco de Normandía.
Jordan Vázquez se sentó al lado mío y me tomó la mano.-Teacher, tu papá murió en el accidente aéreo de SAHSA en el Cerro del Hule en Honduras en 1989, vos misma lo dijiste. Ahí murió tu mami también.
-Pero era él. Bueno, sus padres no pagan porque yo les hable de fantasmas. Vamos a la página 34 del libro verde, no se me hagan los tontos-concluí.
Concluí? Qué va! A las 6 de la tarde que terminó la clase, yo sabía que estaba lejos de haber concluido con el asunto. Metí los libros en mi mochila y me preparé para irme a otra aula, donde debía impartir un primer nivel de inglés a los alumnos adultos del turno nocturno que concluía a las 8:30 p.m. Estaba apagando los abanicos cuando se asomó la cara redondita de Mayra, la jefe de las afanadoras.-Te andaba buscando un hombre, primero pasó por la administración donde el contador, y él lo mandó para acá. Lo viste?
-Claro, Mayra. Lo vi. Y vos?
Mayra sonrió maliciosamente.-Claro que sí, cómo iba a capeárseme un hombre tan guapo, todo chele y peludo y con esos ojos?
-Pues no te preocupés que sí lo vi. Ahora nos vemos, tengo que ir a sacar estas fotocopias antes de que entre al otro turno. Buenas noches, Mayrita.
Una vez en el aula, traté de concentrarme pero no pude. Mi papá tenía la costumbre de enviarme rosas todos los 14 de Febrero, aún después de estar yo casada. Solía decirme que el hombre perfecto siempre sería el padre de una mujer, y no se equivocaba. Me prometía que aún después de muerto, seguiría viendo por mí. A lo cual yo me desternillaba de la risa y le decía que era un viejo chocho, que cómo era posible que dos viejos comunistas, materialistas y ateos como nosotros dos íbamos a estar creyendo en espectros y babosadas? Ni siquiera creíamos en dios, que era una forma socialmente aceptada de la histeria y el engaño colectivo.
La realidad es que mi esposo había olvidado comprar un regalo y aunque yo no lo quisiera admitir me molestaba la idea. Francamente, que el único amor perfecto era el del padre, quizás porque no llevaba sexo incluido. Las hormonas eran las culpables de todo.
Pero era demasiado que el contador, la jefe de afanadoras y 10 chavalos hubieran visto a mi padre en todo su esplendor, joven y radiante como cuando era el subcampeón de pesas de Europa. En traje de soldado aliado, como lo fue para la II Guerra Mundial. Y con trece rosas para mí, a como solía regalarme cada 14 de febrero. Histeria colectiva? Ilusiones en masa? Compensación por poderes extrasensoriales? Tu marido no te dio ni sal para un jocote y tu papa cruzó la nada para traerte rosas? Huy, penderá, ni que fueras la mamacita de Tarzán! Yo creía en lo que comía, calzaba y vestía. Creía en mi sueldo porque casi siempre lo pagaban a tiempo. Pero no creía en nada más.
Al llegar a casa, mi esposo y mi hija estaban bien trajeados. –Vamos a comer fuera, aunque ya casi son las nueve, pero aún es el 14-dijo mi atribulado consorte. Miré el entusiasme de la niña y no quise decepcionarla. Ya no valía la pena. Acepté con una humildad en la cual ni yo creía, porque sabía que no iba a olvidar y menos a perdonar. Solté un sonido entre carcajada y ronquido, puse la mochila en mi escritorio y me fui a 5 cuadras a comer, como siempre, lo que ellos y no yo, querían comer. Era parte del mantra de la armonía familiar. Era el emperador Tito, quien acabó el Coliseo que inició su papi Vespasiano, quien dijo que “la familia solo para joder sirve”? Saludos Tito.
Mastiqué automáticamente, pero me sentía satisfecha. Era irónico, pero el hombre perfecto había cruzado leguas de inexistencia para poderme alegrar la vida con trece rosas.
Una vez en casa, me lavé los dientes. Me sentía pesada y aletargada. Me fui a la cocina a beber un poco más de agua helada. Tras cerrar la refrigeradora, la sangre se me puso más fría que el agua gélida que acababa de tomar. En un búcaro azul de origen chino, el cual fue propiedad de mi abuela, estaba un enorme bouquet de rosas rojas de tallo largo. 13 rosas. Al meterme a la cama le agradecí a mi marido aún sabiendo que él jamás tendría ese gesto.
-No, no las traje yo. A las cinco de la tarde, las mandaron acá, sin tarjeta. No tengo ni idea quién las mandó. Vos estabas en el colegio dando clases. Espero te haya gustado el libro que te traje.
-Claro que sí, aunque primera vez que sé que en una boutique venden libros. Gracias. Buenas noches, que tenemos que levantarnos temprano mañana.
Las rosas tardaron un mes en marchitarse. Aún conservo una de ellas, seca y aromática, entre las páginas de un libro de historia sobre la II Guerra Mundial.
Cecilia Ruiz de Ríos. Managua,7 de febrero 2006
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